La Industria Cultural Hoy
La Industria Cultural en una época de crisis sistémica como la actual sufre
especialmente, en muchos aspectos necesita de su reinvención para adaptarse a
un nuevo tiempo. Depende de qué país tomemos como ejemplo, la industria
cultural es un actor determinante en el desarrollo económico o algo tan opuesto
como el principal objeto de recortes.
El concepto de “industria cultural” lo introdujeron los teóricos alemanes
Theodor Adorno (a) y Mak Horkheimer (b) en el artículo “La industria cultural.
Iluminismo como mistificación de masas” (1) escrito por ambos entre 1944 y
1947.
La visión de ambos autores es pesimista y crítica en tanto al papel
de los medios de comunicación sobre el “amusement” (industria del
entretenimiento) americano.
Establecen así una clara jerarquización negativa respecto de las obras de
arte tradicionales así como del condicionamiento que ésto supone para los
artistas.
Adorno retoma la idea en 1967 en el artículo “la industria cultural” donde
determina que “los comerciantes culturales de la industria se basan (…)
sobre el principio de su comercialización y no en su propio contenido o en su
condición exacta. (…) La autonomía de las obras de arte, que casi no ha
existido jamás en forma pura, y ha estado siempre señalada por la búsqueda del
efecto, se vio abolida finalmente por la industria cultural”.
Actualmente, la visión general de la Industria Cultural no es tan crítica.
Se ha asumido que la Industria Cultural es, también, algo relativo a la defensa
de sus factores y a su viabilidad económica. Así pues, la definición actual de
Industria Cultural hoy se define como el conjunto de empresas e instituciones
cuya principal actividad económica es la producción de cultura con fines lucrativos.
Si bien no todo es industria en la cultura (afortunadamente) ésta incide en
crear mecanismos que buscan aumentar el consumo, modificar hábitos sociales,
transformar la sociedad abarcando a todo su espectro sin exclusión.
Sin embargo, no hay que dejarse llevar por la sensación de semejanzas entre
distintos consumos e industrias, sin tener en cuenta diferencias significativas
que aumentan si nos centramos en la idea de “consumo cultural” y en que la
principal consecuencia del proceso de mercantilización de la cultura es su
fusión con el entretenimiento. Hoy día, la cultura es una de las mayores
industrias a nivel mundial, pero esta democratización de la cultura sólo es
deseable si se mantienen unos niveles de calidad y diversidad cultural que no
siempre se dan pero que encuentran en nuevos actores como internet un camino a
la esperanza.
España y los pies de barro
Tras el estallido de la crisis sistémica en 2008 hemos podido comprobar la
deficitaria construcción de la Industria Cultural en España. Hemos entendido
tan mal el concepto de democratización de la cultura que hemos vuelto a caer en
el costumbrismo y en la negación de un público español con referencias.
De este modo, toda solución para crear industria o consumo cultural, en
tanto al intervencionismo del estado, ha tendido a contentar al público más que
a arriesgar en la promoción de las vanguardias, llegando a utilizar las
infraestructuras creadas en los periodos de bonanza económica para crear
mercantilismos y favores, tomar el baremo electoralista por encima del
funcional e, incluso, fomentar, como único objetivo velado, las
relaciones fraudulentas con ciertas constructoras. Todo el sistema cultural en
España estaba (y sigue estando) sometido a las subvenciones, y todos los actores
de su Industria Cultural han admitido que ese es el sistema al que deben
adaptarse, de hecho, sin opción.
El clientelismo y las subvenciones, sumados a las infraestructuras, han
convertido al circuito público en el único circuito viable.
Subvencionar un espectáculo cuya entrada normal sería de 35€ para que
cueste 8€ puede parecer a priori una medida que democratiza la cultura; sin
embargo, si lo hacemos de manera que creamos un precio estándar estamos
destruyendo la industria cultural privada, o peor, no dejando que nazca.
Carecer de circuitos minoritarios acaba por matar a las manifestaciones
culturales. En este orden de cosas, crear infraestructuras culturales públicas
(como teatros, grandes salas, museos…) de un modo faraónico, por encima
de las necesidades de la población a la que va dirigida, para no dotarlas de
contenido o programación es, directamente, obsceno y a mi modo de ver conlleva
una mala gestión no exenta de responsabilidades.
Además, este sistema subvencionado es frágil, tremendamente frágil y
voluble; es relativamente válido en un entorno de bonanza constante, eterna, un
entorno que claramente (ahora más que nunca) no existe.
El sistema ha caído y ni siquiera hemos empezado a crear debate acerca del
futuro de la industria cuando el presente está siendo extremadamente
destructor. La cultura no es prioridad salvo para hacer recortes y ya han
comenzado a desaparecer iniciativas culturales, ya sean de consumo o no, tanto
históricas como necesarias. La desaparición de los actores culturales conlleva
destruir los esfuerzos en torno a la democratización de la cultura.
Sin embargo, lejos de dejarnos llevar por un pesimismo paralizante, podemos
encontrar otras formas de éxito cultural de las que tomar ejemplo y que van
desde el menor de los actores a elementos macroeconómicos. Numerosos Estados
están basando parte de su desarrollo económico en la industria cultural como
dinamizador micro y macroeconómico y las cifras resultantes demuestran que no
han errado en su apuesta.
Es sobre todo en países avanzados pero en vías de desarrollo donde más
iniciativas de las que tomar ejemplo están surgiendo, y surgen en su mayoría
con beneficios públicos pero capital privado; han aumentado los circuitos y las
vanguardias, y se desprenden del concepto más negativo asociado a la Industria
Cultural, el mercantilismo, para crecer creando redes y sinérgia prudentes con
las necesidades culturales de la sociedad en la que se encuentran.
La industria y las iniciativas culturales en España no han muerto, pero
necesitan de una reacción inmediata que no podemos esperar que venga acompañada
de una subvención. Si la cultura de las subvenciones ha impedido la creación de
una Industria Cultural viable sin ellas, aprovechemos la actual situación para
crear, con todo el esfuerzo necesario, una nueva Industria Cultural construída
por sus propios actores y basadas en criterios acordes con la realidad. (2)
Información
Auxiliar
a)- Theodor
Ludwig Wiesengrund Adorno (1903- 1969) fue un filósofo, sociólogo y psicólogo
alemán de origen judío que también escribió sobre sociología,
comunicología, psicología y musicología. Se le considera uno de los máximos
representantes de la Escuela de Frankfurt y de la teoría crítica de inspiración
marxista.
b)- Max Horkheimer (1895-1973) fue un filósofo y sociólogo judío
alemán, conocido por su trabajo en la denominada teoría crítica como miembro de
la Escuela de Frankfurt de investigación social. Sus obras más importantes
incluyen: Crítica de la razón instrumental (1947) y, en colaboración
con Theodor Adorno, Dialéctica de la Ilustración (1947). A través de
la Escuela de Frankfurt, Horkheimer colaboró y llevó a cabo otros trabajos
significativos.
Bibliografía consultada
1)- La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas,Theodor Adorno y Mak Horkheimer.
2)- Farid Othman y Bentria Ramos, Materia, La industria
cultural Hoy.