VERANO12
El cuento por su autor
Hace unos meses,
Hernán Ronsino nos propuso a Francisco Bitar y a mí que armáramos un cruce
epistolar para la hermosa revista que dirige, Carapachay. Nos pidió que
habláramos “del río”, aunque en el fondo –y no tanto– la propuesta era que
escribiéramos de lo que nos viniera en gana.
De alguna manera
eso hicimos. Francisco, por ejemplo, en algún momento escribió sobre los
problemas que le provoca el ruido de un bar que, maldita coincidencia, linda
con las ventanas de su dormitorio. Una jarana que sobre todo se siente, decía
Francisco, los días jueves. La música, los gritos, la cerveza que corre, la
hija o el hijo de uno que no puede dormir y mañana viernes que hay que
trabajar. No tenemos aún cuarenta años y lidiar con esos asuntos es como un
castigo perverso.
Parece que ayer
nomás estábamos nosotros ahí abajo, en el patio de aquel bar, vaso en mano y a
los gritos, y ahora, de repente, reprimimos las ganas de quejarnos como las
personas mayores que no queremos ser. La historia de Francisco –como tantas
otras de sus historias–, aunque mínima, o quizás por eso, me pegó en el centro
del corazón. De pronto somos gente que se acuesta temprano.
Por alguna
razón, pensé en la amistad. Quiero decir, en los amigos que, llegado el caso,
se quejan de que ya no seamos los de antes, de que abandonemos el barco en
horarios de apariencia razonable y nos neguemos a la épica del naufragio.
Una de las
mentiras más grandes dice que los amigos son los hermanos que uno elige. Los
amigos, en realidad, son esas personas que te obligan a ir más allá del fondo,
a pasar de largo la hora del naufragio. Por eso son amigos. “Una vida
tranquila”, este cuento, no es más que eso, una historia de amigos a deshora.
Por Mariano
Quirós
Fuente: Diario Página12, (05 de enero de 2019).
Imagen:
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