domingo, 31 de marzo de 2019

La lengua oficial vs. la lengua viva

CULTURA Y ESPETÁCULO
María Teresa Andruetto, entre la escritura y el habla
“Hay lucha entre la lengua oficial y la lengua viva”
La autora de La mujer en cuestión cerrará el VIII Congreso de la Lengua Española y estará en el Encuentro Internacional Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos.
Por Silvina Friera
“Si voy a una escuela de un pueblo de la Quebrada no me voy a poner a hablar en lenguaje inclusivo”, dice “la Tere”. Imagen: Sandra Cartasso
La lengua de “Tere” es su manera de habitar el mundo. María Teresa Andruetto tiene la voz de seda, como si su acento cordobés abrazara con ternura la subjetividad de los otros, y una convicción de hierro: pocas escritoras han vivido el acto de la escritura como una trinchera de la lengua. La autora de las novelas La mujer en cuestión y Lengua madre y los cuentos como No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, entre otros libros, cerrará el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) y también participará del I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, un ámbito surgido para debatir y polemizar con el CILE. “Los dos espacios se complementan. No sabemos exactamente qué va a suceder, qué vamos a decir cada uno en nuestras participaciones, pero hay movimientos en torno al territorio de la lengua y a las tensiones que ahí se juegan; preocupaciones que a veces superan lo más específico para ir al campo de lo ideológico, de lo social, de lo político, de lo cultural en un sentido amplio. Me parece interesante que se mueva todo porque la vitalidad de una cultura tiene que ver con la inclusión de distintas miradas, con el movimiento y la lucha por ingresar a ese campo con lo particular de cada sector, de cada zona, de cada posición ideológica. El hecho de que haya un congreso paralelo forma parte de un modo participativo y cuestionador que me gusta. Somos una sociedad que no se conforma tan fácilmente, sino que está buscando caminos en las disidencias”, plantea Andruetto en la entrevista con Página12.
–En cuanto a las tensiones, ¿qué puntos de conflictos se dan entre la lengua hablada –por ejemplo un cordobés, que no tiene el mismo acento ni usa las mismas expresiones o modismos que un salteño, un chaqueño o un porteño– y las normas que plantean las instituciones como la RAE?
–Hay una lucha entre ese lugar oficial de la lengua –y sus espacios de regulación– y la lengua viva, la lengua encarnada en los hablantes que somos nosotros. Hay idealizaciones de la lengua, pero luego la lengua concreta se aparta en mayor o menor medida de esas idealizaciones. Lo vemos en el uso del castellano en nuestros países, pero también en los modos de hablar y de escribir de un salteño, de un santiagueño, de un mendocino, de un habitante de la llanura pampeana. La lengua está hecha de muchas capas y la incorporación de esas capas y las penetraciones de unos modos de lenguaje, unos niveles y unas tradiciones de lenguaje y de otras, no se ha hecho de modo pacífico. Todo el tiempo ha habido, hay y seguirá habiendo unas luchas en las cuales se van penetrando las formas y encontrando una cierta estabilización. La lucha entre la lengua hablada o escrita por sus usuarios, que es la lengua viva encarnada en los hablantes, la relación de eso con las normas de la lengua es la misma relación que podemos tener los habitantes de un país con respecto a las legislaciones. Hay un espectro de la legislación que funciona como un lugar al que uno puede remitirse ante una dificultad o una incomprensión. Pero luego está la búsqueda de las libertades de cada uno en el marco de una cierta legislación que nos cobije a todos, que nos permita seguir entendiéndonos, pero a partir de nuestras diferencias. El escritor es alguien que está siempre atendiendo la vitalidad de la lengua viva, aunque tenga como horizonte las reglas. Un buen escritor escribe con su lengua, que no es la elección de la lengua en la que ha nacido, sino el modo en que esa lengua encarna no solo en su país, sino en su región, en su clase social; hay tanto que se capta en las formas del habla. Cuando escribimos, hay que pensar que nuestros posibles lectores solo tienen las palabras para imaginarse el mundo. Esa sutileza de usar una palabra u otra le da al texto una dimensión verdadera. 
–Una cuestión compleja es el tema del “error”, que especialmente se señala y se subraya en el caso de la oralidad, por ejemplo el “haiga” que se utiliza en lugar de “haya”. Está claro que casi en ninguna lengua se habla de la misma manera en que se escribe. ¿Qué problemas plantea la relación oralidad-escritura al interior de  una lengua? ¿Es más fácil contaminar la escritura con la oralidad que la oralidad con la escritura?
–No es voluntario contaminar, al buscar la vitalidad de una lengua una cosa ingresa en la otra en un enlazado. Entonces la lengua es todo: unas formas y otras formas. A lo mejor si tengo que hacer una nota para pedir un trabajo, me arrimo más a los lugares oficiales de la lengua, cercanos a las bondades de la normativa. En cambio, si quiero contarle a alguien lo que me pasa, un sentimiento, un dolor, me permito una mayor libertad. Me permito eso que se podría llamar “error”. La escritura trabaja más en esa zona. Un escritor es alguien que capta algo del ser social, que va desde abajo hacia la norma. El asunto es trabajar con la lengua viva en mí y viva en el oído para captar las bocas de los hablantes. Toda esa vitalidad permite que un otro, un lector potencial, comprenda. Si es posible la comprensión, entonces está bien en términos literarios. No hay problemas. Si lo particular se vuelve tan extremadamente individual que pierde la dimensión social de la lengua, entonces ahí estamos en una dificultad porque la lengua es mía, pero no es solo mía. En la ficción lo que uno hace, de la misma manera que un actor, es salirse de uno para mirar desde otro ángulo. Eso exige una condición de humildad de quien escribe con respecto al punto de vista elegido para ir detrás de ese punto elegido y no adelantarse, no enseñarle a ese “yo” narrativo cómo debe hablar o escribir.
–Una escritora puede ser desobediente o disidente en términos de experimentación, de  atreverse  a ir más allá de los límites de la lengua, pero por otra parte tiene que acatar las normas lingüísticas. ¿Cómo conviven en tu escritura la disidencia y el cumplimiento de las normas? ¿Percibís ahí un malestar, una incomodidad, una suerte de alerta, de “zona de peligro”?
–La disidencia en la lengua tiene el límite de la inteligibilidad. En el otro extremo, podríamos estar ante la obediencia absoluta a las normas, una escritura que puede ser híper correcta, pero que no conmueve. Comunica tal vez de un modo racional algo informativo, pero no lo sacude al otro. En ese lugar de la comunicación hay una falla porque no puede conmover, no puede mover al lector consigo. En toda escritura hay una estructura que sostiene, como los huesos del cuerpo. Y luego está la carne de todo eso: los músculos, los nervios, lo que es capaz de sacudir al otro. La escritura siempre es una zona de peligro, un lugar donde se va probando con las palabras y se va empujando los límites de la lengua. Todo escritor se coloca en un punto entre las tradiciones y las rupturas. ¿Hasta dónde romper y para qué romper? No se trata tampoco de romper porque sí. Ni es mejor algo porque rompe. Todo escritor se coloca entre la norma y las transgresiones de la lengua viva. En mi caso particular, en algunas zonas de mi escritura busco unos cauces más tradicionales del uso de la lengua, más arcaicos, a veces más transgresores, más mixturados unos con otros. Solamente uso los diálogos si sé cómo habla ese personaje. Nunca le daría la palabra a un personaje, ni a un narrador personaje, si no sintiera en el oído esa música de su habla.
–Ferdinand de Saussure advertía que la lengua se parecía al juego de ajedrez: con mover una sola pieza se transforma todo el tablero. ¿Qué sucede con el lenguaje inclusivo? ¿Hasta qué punto está transformando el tablero de la lengua que hablamos y escribimos con el uso de “todes”, “les chiques” o “les niñes”  o la reescritura de la frase de Jean-Paul Sartre, “el infierno son les otres”?
–En el Congreso de la Lengua debió haber mesas para discutir el lenguaje inclusivo como se discuten otras cuestiones. A veces lo uso en ciertos espacios de militancia por las mujeres o en ciertos espacios de docencia. He ido a escuelas secundarias donde hay chicas que están en redes militantes, yo también estoy en una red militante, particularmente para que el aborto sea seguro, libre y gratuito. Pero no uso el lenguaje inclusivo siempre ni en todas partes. Si voy a una escuela de un pueblo de la Quebrada o de la Patagonia profunda, no me voy a poner a hablar en lenguaje inclusivo porque no está presente en ese lugar. Yo miro un poco dónde estoy. No tengo nada claro cómo ingresará el lenguaje inclusivo a la literatura y si va a ingresar o no. Nosotros hablamos de lenguaje inclusivo, pero es inclusivo en la cuestión de género. Al menos todavía no es tan inclusivo en la cuestión social ni en sectores de avanzada edad, en el mundo rural, en el mundo campesino de subsistencia, en esos mundos no está incluido el lenguaje que llamamos inclusivo. O sea que es inclusivo de un sector social con cierta conciencia y militancia en cuestiones de género, sobre todo de gente joven, y un sector social que es básicamente urbano. El lenguaje inclusivo es un proceso de transformación que la lengua irá haciendo a su manera. La lengua en ese sentido es muy sabia en su capacidad de absorción y de ingreso de distintas formas. En la literatura las cosas funcionan de otra manera, de adentro hacia afuera, con una potencialidad muy grande de lo singular. Todavía nadie escribió un cuento o una novela con lenguaje inclusivo que nos sacuda las tripas. Más allá de la lengua, hay un posicionamiento político del movimiento de mujeres, con el que estoy totalmente de acuerdo. Lo que se mueve ahí son fisuras que se hacen en los modos patriarcales de usar la lengua. Hasta dónde penetrará eso, cómo, de qué manera, es algo que está en transición. Hay una sola cosa que me preocupa, que no se transforme en corrección política, que no obstruya la salida a la luz de las singularidades. Eso depende del movimiento de mujeres y de nuestras luchas. 
–El año pasado, cuando reeditaste El país de Juan, decías que para el liberalismo depredador, que todo lo ve en términos de “rendimiento”, si una escuela queda en un lugar alejado y tiene pocos alumnos, eso no rinde. ¿Qué consecuencias tiene para la sociedad que esa depredación se haya profundizado?
–Estoy viendo cosas muy terribles, cosas que no imaginaba; personas que vivían de otra manera que están regulando el uso del agua caliente para controlar las facturas de gas. El aumento enorme de la venta de alitas de pollo en las carnicerías de pueblos es porque la gente cocina las alitas de pollo con arroz y otras cosas, en desmedro del muslo, de la pechuga o del pollo entero que se compraba antes. Ni hablar de los libros que ya no llegan a las escuelas, ni hablar de los recortes en la red de bibliotecas populares. Ayer mismo una señora que tiene seis hijos y que trabaja limpiando casas me decía que antes usaba la Asignación Universal por Hijo para comprarles a los chicos la ropa, los útiles del colegio, y ahora la está usando para comer, porque aunque trabaja seis horas diarias no le alcanza para la comida del mes. 
–¿Es posible revertir esta depredación o un sector de la clase media volverá a votar contra sí misma ante el posible triunfo de Cristina Fernández?
–Yo espero que los votantes puedan relacionar esto que está sucediendo en sus casas, en sus bolsillos, en sus platos de comida, con lo que pasa a nivel de gobierno. Que no piensen que unas veces las cosas mejoran y otras empeoran por puro milagro o pura magia. El único modo que tiene el hombre de ser inteligente, dice (Jacques) Rancière, es poder relacionar unas cosas con otras cosas. Espero que se pueda ver que estas devaluaciones, esta pérdida de trabajo, este deterioro de los ingresos, la falta de medicamentos, de vacunas en nuestros dispensarios, toda las cosas que están pasando alrededor, son porque hay unas políticas de gobierno que nos llevan a esto. Que no sería lo mismo con cualquier gestión. Y a la vez digo esto porque mucha gente que se queja dice: “son todo lo mismo; todo es igual”. Yo pienso que uno tiene que moverse, como decía Gramsci, con el escepticismo de la inteligencia, pero también la esperanza de la voluntad. Depende de nosotros como sociedad hacer mejores elecciones y adquirir mayor conciencia política. Sin la vida política es imposible la vida en sociedad. 
Fuente: Diario Página 12, 26 de marzo de 2019.

sábado, 30 de marzo de 2019

La pobreza

Actualidad
ECONOMÍA
Los números que explican el alza de la pobreza
Lo esencial es imposible al bolsillo
Desde que asumió Macri el precio de alimentos básicos como la harina y el aceite se cuadruplicó, y el de la leche, el pan y las gaseosas se triplicó. Se suman los tarifazos: la luz y el gas subieron un 2000%, el colectivo se sextuplicó y la nafta se triplicó.
Por Javier Lewkowicz
Una botella de aceite que valía 23 pesos hoy cuesta 98. El kg de harina pasó de 7,15 pesos a 29,70.
Desde que asumió el Gobierno de Mauricio Macri, los alimentos esenciales duplicaron, triplicaron y hasta cuadruplicaron sus precios. Las mediciones de precio promedio que realiza la Dirección General de Estadísticas de la Ciudad de Buenos Aires muestran que desde diciembre de 2015 a febrero de este año el kilo de harina de trigo pasó de 7 a 29 pesos; el arroz, de 15 a 40 pesos; la carne picada, de 53 a 123 pesos y la leche, de 11 a 33 pesos. Son precios promedio por categoría y no incluyen las subas de marzo. Sus variaciones superan a la evolución de salarios y jubilaciones, lo cual explica en primer lugar el crecimiento de la pobreza. Los supermercados tienen en gateras nuevas listas de precios para aplicar subas en abril.
En el primer lugar en el ranking de subas de precios de los productos básicos en el gobierno de Macri está el aceite de girasol, ya que la botella de 1,5 litros estaba a 23 pesos en diciembre de 2015 y en febrero quedó en 98 pesos, un incremento del 331 por ciento, de acuerdo a las estadísticas porteñas. Además de la suba de costos general que sufrió toda la economía, en el caso del aceite de girasol operó la eliminación del esquema de subsidios por parte del gobierno. En julio de 2016, Macri dio por terminado un fideicomiso creado en 2008 bajo presión del gobierno anterior, que subsidiaba el precio con aportes en dinero de las cerealeras.
Justo debajo de la suba del aceite está la harina de trigo, que avanzó en el período un 315 por ciento, ya que el kilo pasó de 7,15 a 29,70 pesos. La mayor parte de esa suba ocurrió a lo largo del año pasado, ya que en febrero de 2018 estaba en 11 pesos. La brutal devaluación del peso se trasladó al precio del trigo, que junto a la sequía, retención de cosecha y a la suba de los costos tarifario confeccionó un combo fatal. Nuevamente, el Gobierno no insinuó ni una medida de control sobre un mercado tan sensible. De la mano de la harina y de la tarifa de gas subieron todos los derivados: desde diciembre de 2015, el pan avanzó 197 por ciento (de 27,5 a 82 pesos), al igual que los fideos (de 12,50 a 37,20 pesos).
 El tercer rubro de alimentos esenciales que lidera los aumentos de precios en el macrismo es lácteos. Sin incluir las fuertes subas de precio de las últimas semanas, en febrero de este año el sachet registraba un incremento frente a diciembre de 2015 del 187 por ciento (de 11,30 a 32,50 pesos). El kilo de queso cuartirolo pasó de 92 a 250 pesos; el queso por salut, de 115 a 297 pesos y el paquete de 200 gramos de manteca, de 19,40 a 65,30 pesos. Con el sachet de leche superando los 40 pesos en estos días, el incremento desde fines de 2015 es del 250 por ciento. La devaluación y aumento de las exportaciones en detrimento del mercado interno y factores climáticos explican las subas de los lácteos en los últimos años.
 Entre las bebidas, según el informe porteño, la “gaseosa cola” (léase la Coca-Cola) de 2,25 litros pasó de 25 a 75 pesos desde fines de 2015, un 202 por ciento. El agua mineral de 2,25 litros avanzó de 14,70 a 42,50 pesos, un 189 por ciento y el envase de 1,5 litros de agua saborizada, un 173 por ciento (16,50 a 45 pesos). 
 Además de la situación inflacionaria general, en varios de estos casos también incidió el achicamiento del programa Precios Cuidados, ya que la salida de productos de aquella lista acordada impactó de inmediato en subas en las góndolas. El rubro de bebidas sin alcohol es uno de los más perjudicados por la caída del consumo, ya que acumula fuertes aumentos y no está entre el grupo de alimentos irremplazables.
 Muy por encima del 330 por ciento del aceite subieron los servicios públicos. En el Área Metropolitana de Buenos Aires, el boleto mínimo de colectivo pasó de 3 pesos a 18 pesos, un 500 por ciento, mientras que los incrementos en la luz y el gas superan el 2 mil por ciento. El litro de nafta súper en YPF pasó de 13 a 38 pesos (192 por ciento).
 Según el Instituto Estadístico de los Trabajadores de la UMET, la inflación promedio de desde que asumió Macri es del 187 por ciento, pero en la canasta de consumo de bienes y servicios del 10 por ciento más pobre de la sociedad, la suba de precios es del 217 por ciento, a partir del impacto de los aumentos en alimentos (descriptos más arriba) y servicios públicos.
 La política cambiaria oficial, la eliminación de esquemas de contención de precios en los alimentos básicos, el achicamiento de Precios Cuidados, la falta de medidas de control al menos temporarias, la sucesiva rueda de tarifazos y la liberación del precio de la nafta reflejan que la inflación acumulada en el período de gobierno de Macri no es un “coletazo” de la crisis, sino una consecuencia directa de la dirección que tomó la gestión pública. Sólo la recesión ofrece un dique para que los precios no avancen más aún.
Fuente: Diario Página 12, 30 de marzo de 2019.

Actualidad

ECONOMÍA
La pobreza alcanzó su mayor nivel en la última década
Cada vez más pobres
La pobreza aumentó 4,7 por ciento y llegó al 31,3 por ciento a fines de 2018. El dato surge de la medición del Observatorio de la Deuda Social de la UCA y significa que al cabo de un año se sumaron 1.903.500 nuevos pobres en un año. La situación es aún más crítica en el conurbano bonaerense.

Imagen: Bernardino Ávila
La pobreza en la Argentina es la más alta de la última década no solo por la falta de ingresos sino en un plano multidimensional que registra carencias en alimentación, servicios básicos, vivienda digna, medio ambiente, educación y empleo y seguridad social. Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA la "pobreza multidimensional" alcanzó el 31,3 por ciento a fines de 2018, un incremento del 4,7 por ciento en comparación con 2017, o sea, 1.903.500 nuevos pobres en un año. Si se hace foco en el conurbano bonaerense la cifra trepa al 41,1 por ciento. En tanto, el 18,6 por ciento de la población cayó al núcleo de pobreza estructural, hogares donde se registran carencias en la mitad de las dimensiones medidas.
"La pobreza crece en Argentina y es obvio en un contexto donde aumenta la inflación, se profundiza la recesión económica, se achica el mercado interno y el gasto público. No puede ocurrir algo distinto", sentenció el titular del Observatorio de la Deuda Social, Agustín Salvia, quien además adelantó que el primer trimestre de 2019 anticipa otro año "complicado" a nivel social.   
El reciente informe de la UCA titulado "Enfoque de pobreza multidimensional basado en derechos" profundiza la medición de la pobreza más allá de la falta de ingresos —cifra que en diciembre del año pasado fue publicada y arrojó un incremento del 28,2 al 33,6 por ciento entre 2017 y 2018— para tomar en cuenta seis dimensiones: alimentación, servicios básicos, vivienda digna, medio ambiente, educación y empleo y seguridad social. La falta de ingresos suficientes sumado a al menos una de esas dimensiones arroja la cifra del 31,3 por ciento de la población en situación de "pobreza multidimensional", lo que equivale en la Argentina a 12.676.500 de habitantes.
Respecto del acceso a la alimentación, el informe señala que en 2018 un 7,9 por ciento de la población vivía en hogares con falta de alimentación severa, a diferencia del 6,2 por ciento que estaba en esa situación en 2017. Según Salvia, esa situación está directamente relacionada a la situación económica que atraviesa el país donde "se han terminado las changas laborales en un contexto recesivo". Para encontrar cifras similares, el titular del Observatorio señaló que hay que ir hasta 2009 —las mediciones de la UCA comenzaron en 2004—, tras la crisis económica internacional y "antes de la aparición de la AUH y el repunte económico de 2011".
La dimensión que registró una mejor fue la del acceso a servicios básicos (agua corriente, cloacas y energía eléctrica). El informe señala que la falta de acceso al agua potable pasó del 12 por ciento al 10 por ciento entre 2015 y 2018; la falta de acceso a algún tipo de energía en el hogar del 1,5 por ciento al 0,8 en el mismo periodo; y la ausencia de cloacas se redujo del 33 por ciento al 29 por ciento en los últimos tres años. Salvia, en diálogo con Futurock, señaló que eso se enmarca de entre de una política que atraviesa a los distintos gobiernos, ya que en 2010 la falta de acceso al agua ascendía al 15 por ciento, mientras el 38 por ciento de las personas no estaba conectada a las cloacas. 
Por otro lado, el informe registró un incremento en los hogares con dificultades alimentarias o de atención sanitaria, que pasaron del 21,6 por ciento al 22,8 por ciento en 2018. Los componentes de "carencias en alimentación y salud" registraron la mayor incidencia desde 2010: el 17,5 por ciento de los hogares no accedió a atención médica en 2018 y el 17,3 por ciento no pudo obtener los medicamentos que necesitaba.
Otro incremento sensible fue el de los hogares donde viven personas sin empleo o con trabajos en negro, donde hubo un aumento del 29,2 al 32,2 por ciento en el último año. En ese punto, el titular del observatorio de la UCA resaltó: "El aumento de la pobreza multidimensional fue mayor entre los obreros integrados mientras que no impactó en los medios profesionales. Esa polarización marca una profundización de la desigualdad social."
Al evaluar el conjunto de dimensiones carentes en los hogares argentinos, el informe resalta que el 18,6 por ciento registra tres o más carencias en simultáneo, quedando en una situación de pobreza estructural. Entre 2017 y 2018, los hogares que quedaron en esa situación se incrementó un 1,9 por ciento. "Son los descartables de la sociedad", alertó Salvia, que criticó la falta de políticas para un sector de la población que sufre varias carencias desde hace décadas. Según la serie del observatorio de la UCA, los mejores registros se alcanzaron entre 2011 y 2012. 
El aumento de la pobreza multidimensional fue aún mayor en los barrios del conurbano bonaerense, donde se pasó del 34,9 por ciento en el 2017 al 41,1 por ciento en el 2018. En tanto, en la gente que vive en otras áreas metropolitanas pasó del 21,9 por ciento al 26,1 por ciento, mientras que en la Ciudad de Buenos Aires el incremento de la pobreza multidimensional fue más leve de un año al otro: se pasó del 7 por ciento al 8,6 por ciento.
Salvia, en diálogo con Futurock, adelantó que el primer trimestre de 2019 adelanta otro año "complicado" y aseguró que el diagnóstico de los informes revela la necesidad de "una política estructural que tenga como clave la generación de trabajo en la pequeña y mediana empresa con fomento del mercado interno para generar más empleo y mejor calidad de vida". 
Fuente: Diario Página 12, 25 de marzo de 2019.

viernes, 29 de marzo de 2019

Economía

Actualidad
La pobreza aumentó a 32% y ya afecta a 14 millones de personas
El índice registró una suba de 6,2 puntos porcentuales frente a igual período de 2017 (25,7%), y un incremento de 4,7 puntos con relación al semestre previo (27,3%).
Agencia Noticias Argentinas
Por la caída de la economía, la devaluación del peso, y un incremento en los precios por sobre los salarios, la pobreza aumentó fuerte al 32% en el segundo semestre de 2018, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC).
Lejos del slogan de campaña "pobreza cero" que utilizó el presidente Mauricio Macri durante 2015, el índice registró una fuerte suba de 6,2 puntos porcentuales frente a igual período de 2017 (25,7%), y un incremento de 4,7 puntos con relación al semestre previo (27,3%).
Consultado por ámbito.com, el sociólogo Diego Born explicó que la pobreza se mide en las grandes ciudades, no en todo el país. "En las 31 grandes ciudades viven alrededor de 27 millones de personas, con lo cual ese 32% representa 9 millones de personas. Si se lo extrapola a los 44 millones de habitantes de todo el país da un número aproximado de 14 millones de argentinos bajo la línea de pobreza", sostuvo y agregó que respecto al dato de 2017 este representa una cifra aproximada de 2,8 millones de nuevos pobres.
En tanto, según datos de Ecolatina, las nuevas cifras del INDEC reflejan que se sumaron 2,9 millones en un año y 850 mil nuevos indigentes, lo que lleva a totalizar en el segundo semestre 14,3 millones pobres y 3 millones de indigentes.
Durante el año pasado la economía bajó 2,5%, la inflación llegó al 47,6% y la desocupación subió al 9,1% desde el 7,2% de finales del 2017, según datos del propio Indec.
El INDEC informó además que el 6,7% de la población se encontraba en situación de indigencia en ese período, comparado con un 4,8% en el segundo semestre de 2017.
Los hogares en situación de pobreza alcanzaron al 23,4% en el período julio-diciembre 2018, desde un 17,9% en el mismo periodo de 2017.
Respecto a las regiones, las cifras más altas se registraron en la del Noreste (40,4%); en la del Noroeste (34,5%); y en la Pampeana (32,1%). En tanto, por debajo del promedio, se ubicaron la de Cuyo (31,5%); el Gran Buenos Aires (31,3%); y la Patagonia (24,9%).
Con el 49,3%, Corrientes registró el mayor nivel de pobreza del país. Le siguieron Concordia (41,9%); Gran Resistencia (41,4%); Santiago del Estero-La Banda (38,9%); Salta (37,7%); Gran Córdoba (36,5%); Partidos del GBA (35,9%); y Posadas (35,7%).
La pobreza afecta en mayor medida a los niños menores de 14 años. Según el INDEC, el 46,8% de ellos vive bajo la línea de pobreza. "El atraso del poder de compra de la Asignación Universal por Hijo (AUH) no hizo más complejizar esta situación", indicó un informe de Ecolatina.
Si bien la incidencia de la pobreza y la indigencia es menor, los adultos mayores (más de 65 años) también sufrieron las consecuencias del deterioro económico: los aumentos de los haberes previsionales perdieron por varias cabezas frente a la inflación (situación similar a la observada en la AUH).
Por su parte, los adultos (quienes típicamente cuentan con empleos más estables) fueron los menos golpeados.
Fuente: Indec
Tras la publicación de las cifras oficiales, la ministra de Salud y Desarrollo Social, Carolina Stanley, afirmó que "hoy es un día triste", tras conocerse el índice de pobreza, pero resaltó que el Gobierno nacional decidió "decir la verdad, hablar del tema y trabajar todos los días para poder reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de todos los argentinos".
"Pobreza cero, más allá de haberlo mencionado en la campaña, tiene que ver con un objetivo, un horizonte, una forma de trabajar", afirmó la ministra en conferencia de prensa junto al ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica.
La ministra reiteró que "el Gobierno nacional trabaja el tema de la pobreza desde cada ministerio y considera la pobreza en todas sus dimensiones".
Hace unos días, el presidente Mauricio Macri afirmó que “vamos a tener el mismo nivel de pobreza que cuando asumimos” (32,2%), y explicó que “no prometí ‘pobreza cero’, (sino que) es una tendencia a la que tenemos que ir trabajando.
El lunes, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) dio a conocer sus estimaciones, y difundió que la pobreza escaló 4,7 puntos porcentuales en 2018 hasta el 31,3% de la población argentina y ya afecta a 12,7 millones de personas.
En ese contexto, el 28,2% de la población tiene serios problemas alimentarios, dice el informe de la UCA que a diferencia del INDEC no mide por ingresos sino que realiza una medición sobre seis dimensiones de carencia humana.
El Indec mide la pobreza a partir de la posibilidad que tiene una persona o un núcleo familiar de adquirir la cantidad mínima de alimentos, indumentaria y servicios que integran la Canasta Básica Total (CBT).
Esta canasta, para una pareja con dos hijos de 6 y 8 años, alcanzó a fines del año pasado a $ 25.493,80, lo que marcó un aumento del 52,9% en relación a diciembre del 2017.
En cuanto a la indigencia, se fija por la cantidad mínima de comida que requiere una persona o una familiar, para subsistir, y que a fines del año pasado estaba en $ 10.197,53, con un aumento del 53,5% interanual.
Fuente: Diario Ámbito Financiero, 28-marzo-2019.