CONTRATAPA
Por un pedazo de pan
Por Noé Jitrik
Imagen:
Guadalupe Lombardo
¿Quién no conoce
Los miserables, del igualmente conocido Víctor Hugo? ¿Quién no se ha
compadecido del desdichado Jean Valjean, perseguido implacablemente por el
durísimo Javert? Como se recordará, Jean Valjean había sido condenado a no sé
cuántos años de prisión por haber robado un pan: no fue para revenderlo y
hacerse rico sino para comerlo después de mucho tiempo hambreado, sin trabajo,
sin recursos, sin un centavo para comprarlo. Ningún juez consideró esas
circunstancias como atenuantes, al contrario, deben haber pensado, y así
actuaron, que ser pobre, miserable, era un delito que debía ser castigado
cuando violaba la sagrada ley de la propiedad.
Víctor Hugo, me
parece, estaba dibujando con esa inhumana imagen el proyecto de una burguesía
capitalista que, al mismo tiempo que acumulaba para constituir un capital
mediante el trabajo semiesclavo, entendía que para lograrlo debía castigar a
los pobres con el gran objeto final de acabar con ellos, no sacándolos de la
pobreza sino mandándolos a la cárcel o, si eso no era suficiente, a la muerte.
La grandeza de Hugo como escritor, pese a que no conocía la Argentina macrista,
es que registró con un mero incidente menor, el robo de un pan y un policía
implacable, ese proceso, lo mismo, en el fondo, que habían comprendido los
socialistas utópicos, los anarquistas y luego, más radicalmente, Carlos
Marx.
Jean Valjean se escapa y capturarlo se convierte en una obsesión para el
policía; casi no tiene argumentos aunque uno, al menos, puede inferirse de la
lógica jurídica que se le aplica: “no puedes tener nada que no puedas pagar”.
Si el poder no aplica esa regla con absoluto rigor –hasta penar el robo de un
pedazo de pan– el sistema trepida y termina por venirse abajo, la acumulación
se interrumpe, el capital se perfora.
Lo apasionante de esa novela es que, no obstante, el perseguido construye
una vida respetando una moral que está en el fundamento del sistema, si se
recuerda lo que pensaron los Locke, Adam Smith y tantos otros, pero que el
capitalismo despiadado ha traicionado. Llega a ser rico, como sabe lo que es el
hambre ayuda, ejecuta una suerte de utopía generosa que redime de la crueldad
del sistema. Pero el policía no ceja, el prófugo debe ser castigado, cómo se
atrevió a querer comer un pedazo de pan sin tener el dinero necesario para
comprarlo. Jueces y policías, a sabiendas o no, aparecen como los soldados de
un ejército que garantiza la soberanía del capital y, correlativamente, de sus
poseedores dispuestos a los mayores sacrificios (de los miserables) con tal de
que la dinámica acumulativa no tenga descanso y no se interrumpa nunca.
Me pregunto si este conflicto no tiene en nuestra historia reciente los mismos
dramáticos términos, robar un pedazo de pan, ser perseguidos por la justicia,
me refiero a los asaltos a los supermercados en el 2002 que, por no ser de
personas en particular sino de masas incontenibles no compartieron la suerte de
Jean Valjean; es más, supongo que la política policíaca que planea y ejecuta la
conversa Bullrich lo tiene muy en cuenta, no puede ser que no esté pensando,
ella y el gobierno entero, que la marea humana a la que le espera el hambre y
la intemperie producida implacablemente por el sistema y sostenida por el
gobierno, no va a intentar por desesperación robar ese pedazo de pan que
encarna, metafóricamente, el despojo del que es víctima, ella, esa masa, y todo
el país. En un pequeño relato titulado “Las dos Navidades” Tito Cossa vuelve
sobre el mismo tema: un niño que robó un poco de comida es muerto a patadas por
enfurecidos vecinos y un burgués adinerado, pero tramposo, que roba una fortuna
en el mismo almacén, es respetado por esos mismos vecinos, ningún juez lo
condena. La realidad imita al arte se podría decir.
Pero si Bullrich es explícita en cuanto a esa política Macri se encarga de
sostenerla con otras palabras; se diría que lo que declaró como una verdad
incontrastable y que en términos domésticos no es más que un sensato lugar
común, es el fundamento de lo que se llama “macrismo”, doctrina que descansa
sobre un mezquino conjunto de pobres lugares comunes y que parece tan difícil
de definir como es difícil de definir y comprender por qué medio país se lo
creyó. Lo dijo en estos términos hace muy poco: “Tenemos que bajar el gasto
público, no se puede gastar más de lo que uno tiene, no se puede vivir de
prestado”. Es una espléndida frase que traduce a términos de gobierno y amplía
los alcances de la que está arriba, “no puedes tener nada que no puedas pagar”.
Se desprende de ella un conjunto de términos que trazan un perfil: endeudarse,
pagar, no poder hacerlo, gastar, comer, querer ser atendido en un hospital,
estudiar, todos esto está contenido en su filosofía o ideología o pensamiento,
como se lo quiera ver. Lo dice, además, sin que se le caiga la cara de
vergüenza, que como presidente ha endeudado al país sideralmente sabiendo que
esa deuda vaya uno a saber si podrá ser pagada alguna vez o de qué modo los
prestamistas podrán recuperar su generoso préstamo.
Uno duda: ¿será un irresponsable o un cínico? Pudo pagar todo lo que quiso,
todo el pan que necesitaba, bebiendo en la corrupción del Estado sin que ningún
policía implacable lo persiguiera y ahora sostiene que eso no debe hacerse
cuando además lo hizo ¿O ha perdido la memoria o no se mira en el espejo? ¿En
qué mundo vivimos? ¿No leyó “Los miserables”?
Fuente: Diario Página 12, 18 de marzo de 2019.