“Hay rebeldes
cuya rebeldía sólo les alcanza para dejarse el pelo largo y dejar boquiabierta
a su chica, y hay otros cuya rebeldía los impulsa a lanzarse a una lucha
tremenda, marginados por la sociedad, habitantes de un submundo de violencia,
dureza y sangre”.
Osvaldo
Bayer
Biografía de Osvaldo
Bayer: nació en la Ciudad de Santa Fe, el 18
de febrero de 1927. Es historiador, escritor, periodista, guionista
cinematográfico. Fue Profesor Honorario, titular de la Cátedra Libre de
Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Es
autor de Los vengadores de la Patagonia trágica, saga histórica que
conmovió profundamente a vastos sectores de la ciudadanía argentina.
Vivió
también la experiencia del exilio, cuando por segunda vez fue amenazado de
muerte. Su experiencia de la emigración en Alemania, la tierra de sus
antepasados, fue capaz de vitalizar tanto su propia identidad argentina como
las arterias de su secreta comunicación con la vieja tierra europea.
Bayer
se exalta por las dos, rescata en su discurso la condición universal del hombre
y el amor, hasta fundirlos en un solo alegato contra la muerte, la guerra y la
destrucción de los valores humanos. Es doctor (HC) de las universidades del Comahue
y de la Patagonia Austral.
En
el periodismo trabajó en Noticias Gráficas, en Esquel; fue secretario
de Redacción de Clarín y escribe en Página/12.
Fue
traductor del alemán de obras de Goethe, Kafka, Brecht y otros.
Escribió
los siguientes libros: La Patagonia rebelde; Severino Di Giovanni;
Anarquistas expropiadores; Rebeldía y esperanza; En camino al paraíso; Ventana
a Plaza de Mayo y la novela Rainer y Minou.
Es
autor de los guiones La Patagonia rebelde (Oso de Plata, de Berlín), La
maffia, Cuarentena, Juan, como si nada hubiera pasado; El vindicador,
Elisabeth, Panteón militar, Todo es ausencia, Plaza de Mayo, Awka Liwen.
Rebelde amanecer y Simón, hijo del pueblo.
Artículo periodístico
ANTICIPO: La biografía de Osvaldo Bayer, de Germán Ferrari
El rebelde esperanzado
En su nuevo
libro, Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado (Sudamericana), el periodista
Germán Ferrari recorre la trayectoria del autor de Los vengadores de la
Patagonia trágica, desde su infancia en el barrio de Belgrano hasta su
oposición al gobierno de Macri. A continuación, un anticipo de la investigación:
“La Revolución Cubana de cerca”, el capítulo que relata su paso por la Cuba de
Fidel.
“Esta es una
revolución de los jóvenes para los niños. No sé si la frase es de Fidel o me la
dijo una compañera de viaje cuando íbamos de La Habana a Santa Clara. Me parece
una frase muy precisa, la mejor definición de la Revolución Cubana.
Es una frase
poética: romántica, diría. Pero tiene un fondo tremendamente racional. Una
revolución para el futuro. Desde ya. Para los niños. Para que lo que es
esencialmente nuestro no conozca lo irracional de la explotación del hombre por
el hombre; del egoísmo del que tiene más; del que mata al hermano porque este
reclama justicia y pan para los suyos: del que enseña el miedo y el
sometimiento a un presunto dios que ordena cataclismos para hacernos purgar el
pecado de haber nacido; del que proclama que los blancos son superiores a los
negros, y de los que se desgarran las vestiduras rogando para que se repitan
varias Hiroshimas a fin de detener el ‘peligro amarillo’.”
El testimonio de
Bayer sobre Cuba quedó plasmado en caliente, a toda página, en Gente de Prensa,
la publicación de la filial porteña del Sindicato de Prensa, en su edición de
abril de 1961. Allí, el secretario adjunto del Sindicato publicó “La revolución
de los jóvenes”, un concepto que seguramente partió de la boca de Fidel Castro
y que la compañera de delegación retomó: el líder de los “barbudos” lo repetirá
en la clausura del plenario nacional de los Jóvenes Rebeldes, meses más tarde,
en octubre de ese mismo año: “Más francamente todavía, nosotros tenemos –reo
que todos los revolucionarios tenemos– más fe en los jóvenes que en los demás.
Nosotros tenemos derecho a esperar lo mejor y lo más perfecto, precisamente de
la generación joven. Más claramente, podemos afirmar que la Revolución se hace,
sobre todo, para la gente joven y para los niños; la Revolución se hace, sobre
todo, para las generaciones venideras”.
Bayer había
partido el 31 de diciembre de 1960 a La Habana como integrante de una
delegación del Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS) invitada por
el gobierno cubano a los festejos por el segundo aniversario de la Revolución.
Además de él, viajaron el secretario general del Sindicato de Vendedores de
Diarios de la Capital, Rubén Queijo; el secretario general de la Unión Obrera
de la Construcción de Mar del Plata, Amalio Arto; el secretario del Sindicato
de Moliendas Minerales, Carlos López; los dirigentes del Sindicato de
Chacinados Alberto Ruiz y de Trabajadores Químicos de Rosario J. Salinas, y las
representantes de Industrias Químicas Isabel Forte y del Movimiento Unitario
del Vestido Juana Goyanes. Los gremialistas compartieron vuelo con la madre del
Che Guevara, Celia de la Serna. La escritora Sara Gallardo, invitada a México y
Cuba por su novela Enero, publicada en 1958, viajó sola a Santiago de Chile y
es posible que allí se haya sumado al mismo avión que el resto. El grupo abordó
un vuelo desde Ezeiza a Santiago de Chile, donde fue recibido por
representantes de la Central Única de Trabajadores de Chile (CUT), encabezados
por su fundador, Clotario Blest, y el senador socialista Salvador Allende.
Luego, en un avión de Canadian Pacific, hicieron escala en Lima, de allí a
México, y por último, en Cubana, del DF a La Habana.
El tiempo
perdido en los trasbordos y las esperas forzaron a que Bayer y el resto del
grupo llegaran justo para escuchar a Fidel Castro en el acto central por el
segundo aniversario del triunfo rebelde en la Plaza Cívica –hoy Plaza de la
Revolución–, celebrado el 2 de enero de 1961.
También una
delegación de legisladores había recibido la invitación de las autoridades
cubanas para visitar la isla: los diputados nacionales por la UCRI (bloque
Radical Nacional y Popular) Agustín Cuevaz y Atilio Enrique Orestes Marchini;
sus colegas de la UCRP José Antonio Recio y Alfredo Ernesto Camarlinghi, y el
senador provincial bonaerense Juan Manuel Casella Piñero, secretario del Comité
Nacional del radicalismo del Pueblo, quien había ocupado una banca en la Cámara
Baja hasta el año anterior. Entre otros dirigentes nacionales, también salieron
hacia La Habana representantes del Movimiento de Solidaridad con Cuba, que
llevaban 500 mil pesos para la compra de un tractor y una carpeta con un millón
de firmas en apoyo de la Revolución.
(...) La delegación
argentina se hospedó en el Hotel Habana Libre, el antiguo Habana Hilton, y al
día siguiente partió a Santa Clara, la mítica ciudad liberada por el Che, donde
visitó una fábrica de habanos. Mientras se encontraban de recorrida, recibieron
una noticia que alegró a todos: al día siguiente, por la noche, el Che los
recibiría en su despacho de presidente del Banco Nacional de Cuba. Eran días de
máxima tensión entre Estados Unidos y la isla. Ese mismo 3 de enero, Washington
rompía relaciones diplomáticas con La Habana.
Bayer aprovechó
la jornada libre hasta la reunión nocturna con el Che para reencontrarse con un
viejo amigo, Rodolfo Walsh, a quien conocía de su fugaz paso por las aulas de
Filosofía y Letras de la UBA y de algunos encuentros posteriores en el
Sindicato de Prensa. Walsh había llegado a la isla con su segunda esposa,
Estela “Poupée” Blanchard, a mediados de 1959, para integrarse a la creación de
Prensa Latina, convocado por su director, el ex compañero de militancia en la
Alianza Libertadora Nacionalista Jorge Ricardo Masetti. En la agencia de
noticias de la Revolución quedó a cargo del área de Servicios Especiales.
Bayer visitó a
Walsh en el departamento que ocupaba en el octavo piso del edificio Focsa, el
más alto de La Habana, ubicado en el barrio El Vedado, y que ofrecía una vista
privilegiada al mar Caribe.
Según el relato
de Bayer, durante el encuentro, que se extendió entre la tarde y parte de la
noche, hablaron sobre la situación política, social y sindical en la Argentina,
donde el gobierno de Frondizi ya había dado un giro definitivo hacia la derecha
y la situación cubana se había convertido en un tema de debate nacional. Ese
clima contribuiría un mes más tarde a que el socialista Alfredo Palacios ganara
las elecciones porteñas a senador. “Lo que hicimos en aquel momento fue un
análisis. Rodolfo veía la salida en el método de la Revolución Cubana. Si bien
tampoco era un hombre afín al Partido Comunista, le interesaba la revolución
latinoamericana. Él trabajaba y estaba muy de acuerdo con las personas de
Prensa Latina. Y consideraba que Cuba era la salida para la Argentina, basados
en la gente peronista, en la mayoría del pueblo.” Y hasta tuvo tiempo para que
Walsh le diera una mano con los primeros pasos de su investigación sobre la masacre
de obreros en el sur argentino: “Yo le llevé los telegramas del Ministerio del
Interior de Yrigoyen, de 1921, en el que se dan instrucciones al gobernador de
Santa Cruz durante las huelgas patagónicas. Él descifró todo de corrido. Un
experto, Rodolfo”.
En un momento de
la charla irrumpió Susana “Pirí” Lugones, amiga de Walsh y años después su
pareja. Bayer quedó impactado por esa mujer “exuberante, de carácter fuerte”,
“un minón”, a quien no conocía y que se presentó de manera contundente: “Soy
‘Pirí’ Lugones, la hija del torturador Lugones”. Bayer se excusó de quedarse a
cenar por el encuentro pautado con el Che. Al escucharlo, ‘Pirí’ le anticipó
que lo acompañaría aunque no estuviera invitada. “No te hagás el burguesito, yo
me voy con vos”, soltó ella a un Bayer perplejo que recriminaba a Walsh con la
mirada para que la hiciera desistir de la idea.
Cuando Bayer y
Lugones llegaron al despacho del Che en el Banco Nacional, el encuentro había
comenzado. Una “balacera” entre “verde olivos” y “gusanos” los había retrasado.
Bayer rememoró que la exposición del Che se extendió por casi dos horas y
media, y que el encuentro finalizó alrededor de las dos de la madrugada. El Che
se expresaba con “un idioma épico; más que con un político, le parecía a uno
estar hablando con un poeta. Y no lo digo como crítica, lo digo con admiración.
Lo decía todo con una gran fe, con hermosas figuras idiomáticas, y con un
convencimiento total”. El guerrillero argentino-cubano, con uniforme militar,
habano en mano y un hablar pausado que reforzaba su acento característico,
explicó a los asistentes cómo debía desarrollarse el foquismo en la Argentina,
desde las sierras de Córdoba. Según Bayer, Lugones “comenzó a preguntar mucho”,
en especial, sobre la metodología foquista.
Él, por su
parte, se atrevió a plantearle que en ese desarrollo teórico no estaba
contemplada la represión. “Son todos mercenarios”, contestó el Che, luego de un
minuto de silencio y con “una inmensa tristeza”. Años más tarde, reflexionaba:
“Ahí comprendí, realmente, que yo no era un revolucionario. Que para ser un
revolucionario había que ser como el Che, no empezar a medir las cosas que se
oponen, sino estar convencidos de lo que se quiere hacer. Yo llevaba un mate
con una bombilla de plata y un kilo de yerba para regalarle en nombre de los
periodistas argentinos. Se lo entregué y fue un momento muy lindo. Me abrazó.
Él no lo tomó a mal, ni yo tomé a mal sus reflexiones”.
El ingreso sin
invitación de “Pirí” Lugones al encuentro con el Che no pasó inadvertido para
la seguridad oficial. Bayer fue increpado por agentes del G2, el servicio
secreto de la isla. “¿Usted no sabe lo que es la autocustodia revolucionaria?”,
interrogó un agente a un Osvaldo sorprendido, que solo atinó a dar
explicaciones lógicas que no fueron tenidas en cuenta. “¿Y si ella sacaba un
revólver y mataba al Che?”, insistió. La expulsión ya estaba decidida. Cuando
Bayer regresó a su habitación, aún confundido por el episodio, se encontró con
Queijo, a quien le relató el suceso. El representante de los canillitas
aprovechó la situación y decidió que se iría junto con su compañero. No por una
cuestión de solidaridad gremial, sino porque, según el relato de Bayer,
extrañaba a su esposa.
Dos años
después, mientras Osvaldo miraba la vidriera de la librería El Ateneo en la
calle Florida, alguien le tapó los ojos por detrás con las manos y se apoyó en
su espalda. Era una mujer. “¡Cómo te cagué, nene, en La Habana!”. Era ‘Pirí’
Lugones.
Por esos días,
Sara Gallardo también estaba en Cuba. Ella había sido invitada allí y a México.
Como resumen de sus visitas, le confió a su prima: “Conocí a Fidel Castro y al
Che Guevara [...] En fin, vi cosas interesantísimas, recorrí el interior de
Cuba y pude ver la obra de la revolución que créase o no es algo sensacional.
También vi la horrenda miseria de México y de Chile, algo escalofriante”. Años
más tarde, se desilusionará del rumbo revolucionario: “Después descubrí que la
felicidad tampoco pasaba por allí y que Cuba era un estado policial más, de los
tantos que hay en el mundo”. Y en una de sus columnas de la revista Confirmado
ironizará sobre sus ansias de “transformar el mundo” tras la visita y aprender
el “nuevo evangelio”.
Bayer, por su
parte, cuenta que la figura del Che había cautivado a Gallardo y a una de las
sindicalistas de la delegación argentina: “Las vi muy desgreñadas y con los
ojos muy rojos. Les dije: ‘¿Qué les pasa?’. Una de ellas me dijo: ‘Nos
enamoramos del Che, y hemos llorado toda la noche’. Claro, yo pensé también
ahí: ‘Si a lo mejor yo hubiese sido mujer tal vez me hubiera enamorado del
Che’, porque tenía un ángel ese hombre...”.
Otro de los
viajeros a Cuba, el radical Casella Piñero –redactor de La Prensa y dirigente
de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA), la otra entidad que agrupaba
a los trabajadores de prensa–, regresó a la Argentina con un sabor agridulce
por lo vivido. “Era un ferviente admirador del trabajo, de la acción del
castrismo en Cuba. Por naturaleza, por forma de pensar, por antecedentes
políticos, era enemigo declarado de Fulgencio Batista y cualquiera de los
dictadores del Caribe en aquella época, especialmente de Trujillo. Pero vino
preocupado, no rompiendo, pero preocupado”, evoca su hijo Juan Manuel Casella.
A ese estado se sumaba la “prevención con relación a la forma en que se
ejecutaban los juicios” en esa primera etapa revolucionaria, que en algunos
casos terminaban en fusilamientos. El propio Bayer contó: “Asistí a un juicio
donde fueron condenadas a muerte y fusiladas dos personas de los servicios de
Batista”.
(...) Para
Bayer, a pesar del incidente padecido con la seguridad cubana, que mantuvo en
silencio durante décadas, aquel viaje se convirtió en un descubrimiento. La
foto que ilustra la nota “La revolución de los jóvenes”, en Gente de Prensa, es
todo un símbolo. Allí, el fotógrafo sorprendió a un Bayer con la mirada fija en
la cámara, de frente, mientras una de sus manos se posaba en el hombro de
Fidel, que saludaba a otra persona, ambos en cada extremo del cuadro. Años
después, se revelará la extraña composición: “Cuando me estaba por tocar [el
saludo a Castro], una chica que venía detrás de mí me puso el pie, sin querer,
y yo perdí el equilibrio y caí sobre Fidel. Y aparece una cara mía muy
sorprendida y mi mano se toma del hombro de Fidel, como si fuéramos amigos de
la infancia”. El epígrafe de la foto prescinde de esos datos de color: “La
Habana 1961. Segundo Aniversario de la Revolución. El pueblo en la calle. Fidel
y nuestro secretario adjunto, Oswald Bayer, en la casa de los trabajadores”.
Y, justamente,
la nota de Bayer en Gente de Prensa comienza con la semblanza de dos
trabajadores: “Un campesino miliciano, sombrero de paja camagüeyano, camisa
azul, pantalón verde oliva, metralleta checoslovaca, rostro barbudo. Una
maestra rebelde: uniforme verde oliva, 17 años, enseña en la Sierra a los
campesinos analfabetos. Hombres de mano gruesa y pesada que cierran la o con la
mano blanca de la adolescente.”
La tapa de la publicación con la foto de
Bayer con Fidel Castro.
“Figuras
poéticas. De gesta. Y dos fines racionales: ‘pan para todos’; ‘ser culto para
ser libre’.”
“Ese es el clima
de la Cuba actual. Es el mismo hálito que impulsaba al puñado de Sierra
Maestra, el que impulsa a todo el pueblo cubano. Ahora son todos
revolucionarios. Todos están en medio del combate. Todos acarician sus armas
mientras construyen.”
“Ese es el clima
que encuentra el viajero. Allí encuentra que ha vuelto la ingenuidad a los
sentimientos: sólo así se explica el entusiasmo por ayudar, el entusiasmo por
opinar, el entusiasmo por dar, el entusiasmo por demostrar, en entusiasmo por
obedecer, el entusiasmo por ser útil. Los soldados del Ejército Rebelde hacen
las casas para los campesinos, los maestros renuncian a sus sueldos, los
obreros hacen guardias voluntarias de ocho horas…”
Bayer destaca
que esa Revolución que “se ha hecho carne ya en Latinoamérica” está liderada
por “muchachos barbudos”, que se convirtieron en los “cow-boys del bien; los
corsarios del sentido común; los emboscados salteadores que terminan con el mal
y la opresión a tiro limpio y reparten el pan y la tierra por derecho propio y
enseñan –como el evangelio– el abecedario”.
Una imagen lo
deslumbra: la Revolución “tiene sabor y color de libro de aventuras, de sueño
de niño, de romanticismo adolescente”. Y más de medio siglo después recurrirá a
esa misma definición cuando la prensa requiera sus opiniones tras la muerte de
Fidel Castro, en 2016: “Es un personaje increíble. Parece el héroe de una
novela de fantasías. Hacer una revolución en una pequeña isla, enfrentando a la
más grande, la más poderosa de las naciones, Estados Unidos, y liberar a esa
isla del dominio de Estados Unidos es increíble. Lo hizo Fidel Castro”. Y
graficaba: “Si uno escribe una novela, el lector no lo cree. ‘Este escritor se
pasó en su fantasía. Que Cuba se haya liberado de Estados Unidos a través de
una revolución comunista’”. Para Bayer, Castro es “comparable al Che Guevara en
su coraje civil”, “un gran libertador”, a la altura de José de San Martín y
Simón Bolívar, que encabezó “la revolución más valiente y corajuda que ha
tenido la historia del mundo”.
(...) ¿Qué les
ocurre a quienes, como él, visitan la isla desde “los países sometidos”?
“Llegar a Cuba es como llegar a la tierra madre de la libertad latinoamericana.
Todo corazón generoso no puede ver otra Cuba. Es ver la realidad con los ojos
del que llega con las pupilas rucias de gas lacrimógeno y de tanto ver miseria,
injusticia, soledad, en esta América Latina abrasada y mojada por el sudor, que
ni siquiera es caliente porque lleva el frío de la epidemia y de la anemia.”
En ninguna
parte, Bayer escribe “comunismo” o “socialismo”. Faltaban sólo tres meses para
que Cuba se declarase socialista. Sin embargo, esas palabras sobrevuelan el
texto en silencio: “Porque si el avión me saca de mi patria y me lleva a la
noche habanera y allí, grande como un edificio, veo todo luz un cartel que sólo
es una mano, una mano cuya palma es negra y de sus cinco dedos tres son blancos
y dos amarillos, yo pienso y digo: esta es una revolución, es la Revolución del
Sentido Común. Porque en mi patria los carteles luminosos sólo sirven para
martillarnos en los sesos la coca cola o los productos Shell. Las luces de mi
patria no están hechas para hablarnos de la hermandad de las razas, sólo sirven
para tirarnos mercaderías a la cara; las mercaderías de los dedos gordos del
[sic] Wall Street”.
Tres meses
después del precipitado retorno de Bayer a la Argentina, la CGT convocó la
primera reunión de secretarios generales con la flamante Comisión Provisoria,
encargada de la normalización definitiva. En esa reunión se analizó la
situación financiera de la central obrera, tras el fin de la intervención; el
intento de derrocamiento del gobierno de Frondizi –esta vez impulsado por el ex
vicepresidente almirante Isaac Rojas y el saliente jefe del Ejército, general
Carlos Toranzo Montero–; el festejo del 1º de Mayo y una adhesión a la
Revolución Cubana, a 24 horas de la frustrada invasión estadounidense a Bahía
de los Cochinos.
Queijo planteó
el tema Cuba en el debate. De inmediato, Bernardo Noriega (Músicos) pidió que
se votarse la solidaridad de la CGT con la Revolución y contra el golpe en la
Argentina. Pero la respuesta negativa de varios representantes, sobre todo
peronistas, Paulino Niembro (Metalúrgico), Pedro Gomiz (Petroleros), José
Alonso (Vestido), Amado Olmos (Sanidad) y Juan Racchini (Aguas Gaseosas) fue
inmediata. También se sumó el socialista March (Comercio). Sin éxito, Alberto
Cortés (Canillitas) insistió con la solicitud en favor de Cuba. La postura de
uno de ellos, José Alonso (Vestido) sintetizaba la visión peronista sobre el
asunto: “Siento simpatía por la rebelión del pueblo cubano, pero la ayuda de la
URSS la desvirtúa. Estoy contra el imperialismo rubio y rojo. Estoy contra la
invasión a Cuba como estuve contra el ametrallamiento del pueblo húngaro y el
de Alemania Oriental por los soviéticos. Que el pueblo cubano se defienda con
palos y puños”.
Después de
escuchar a otros delegados, Bayer tomó la palabra: “Es la segunda vez que
intervengo en reuniones de esta envergadura. La primera fue antes del paro del
7 de noviembre [de 1960]. Entonces, los sindicatos adheridos al MUCS mantenían
que además de la defensa de la ley 11.719 había que incorporar a las demandas
de la huelga la libertad de los presos políticos y otras reivindicaciones
apremiantes. Ustedes se opusieron, pero las masas, al parar, le dieron ese
sentido a la demostración. Hoy, nosotros levantamos la solidaridad con los
obreros, campesinos, pueblo y gobierno de Cuba. Ustedes nuevamente se oponen,
pero las masas están con Cuba y nosotros impulsaremos esa solidaridad”.
A continuación,
Bayer leyó declaraciones del presidente estadounidense, John F. Kennedy; el ex
primer ministro de la Revolución José Miró Cardona y “otros enemigos del pueblo
cubano”, publicadas en los diarios de la noche anterior, que “coincidían con
los argumentos de los que en la CGT se oponían al gobierno de Fidel Castro y a
la ayuda que le proporcionó la URSS”. Esa comparación causó un gran revuelo.
(...)
Por Germán
Ferrari