CULTURA Y ESPETÁCULO
María Teresa Andruetto, entre la
escritura y el habla
“Hay lucha entre la
lengua oficial y la lengua viva”
La autora de La
mujer en cuestión cerrará el VIII Congreso de la Lengua Española y estará en el
Encuentro Internacional Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos.
Por Silvina Friera
“Si voy a una
escuela de un pueblo de la Quebrada no me voy a poner a hablar en lenguaje
inclusivo”, dice “la Tere”. Imagen: Sandra Cartasso
La lengua de “Tere” es su manera de habitar el mundo. María
Teresa Andruetto tiene la voz de seda, como si su acento cordobés abrazara con
ternura la subjetividad de los otros, y una convicción de hierro: pocas
escritoras han vivido el acto de la escritura como una trinchera de la lengua.
La autora de las novelas La mujer en cuestión y Lengua madre y los cuentos como
No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, entre otros libros, cerrará el
VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) y también participará
del I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, un
ámbito surgido para debatir y polemizar con el CILE. “Los dos espacios se
complementan. No sabemos exactamente qué va a suceder, qué vamos a decir cada
uno en nuestras participaciones, pero hay movimientos en torno al territorio de
la lengua y a las tensiones que ahí se juegan; preocupaciones que a veces
superan lo más específico para ir al campo de lo ideológico, de lo social, de
lo político, de lo cultural en un sentido amplio. Me parece interesante que se
mueva todo porque la vitalidad de una cultura tiene que ver con la inclusión de
distintas miradas, con el movimiento y la lucha por ingresar a ese campo con lo
particular de cada sector, de cada zona, de cada posición ideológica. El hecho
de que haya un congreso paralelo forma parte de un modo participativo y
cuestionador que me gusta. Somos una sociedad que no se conforma tan
fácilmente, sino que está buscando caminos en las disidencias”, plantea Andruetto
en la entrevista con Página12.
–En
cuanto a las tensiones, ¿qué puntos de conflictos se dan entre la lengua
hablada –por ejemplo un cordobés, que no tiene el mismo acento ni usa las
mismas expresiones o modismos que un salteño, un chaqueño o un porteño– y las
normas que plantean las instituciones como la RAE?
–Hay una lucha
entre ese lugar oficial de la lengua –y sus espacios de regulación– y la lengua
viva, la lengua encarnada en los hablantes que somos nosotros. Hay
idealizaciones de la lengua, pero luego la lengua concreta se aparta en mayor o
menor medida de esas idealizaciones. Lo vemos en el uso del castellano en
nuestros países, pero también en los modos de hablar y de escribir de un
salteño, de un santiagueño, de un mendocino, de un habitante de la llanura
pampeana. La lengua está hecha de muchas capas y la incorporación de esas capas
y las penetraciones de unos modos de lenguaje, unos niveles y unas tradiciones
de lenguaje y de otras, no se ha hecho de modo pacífico. Todo el tiempo ha
habido, hay y seguirá habiendo unas luchas en las cuales se van penetrando las
formas y encontrando una cierta estabilización. La lucha entre la lengua
hablada o escrita por sus usuarios, que es la lengua viva encarnada en los
hablantes, la relación de eso con las normas de la lengua es la misma relación
que podemos tener los habitantes de un país con respecto a las legislaciones.
Hay un espectro de la legislación que funciona como un lugar al que uno puede
remitirse ante una dificultad o una incomprensión. Pero luego está la búsqueda
de las libertades de cada uno en el marco de una cierta legislación que nos
cobije a todos, que nos permita seguir entendiéndonos, pero a partir de
nuestras diferencias. El escritor es alguien que está siempre atendiendo la
vitalidad de la lengua viva, aunque tenga como horizonte las reglas. Un buen
escritor escribe con su lengua, que no es la elección de la lengua en la que ha
nacido, sino el modo en que esa lengua encarna no solo en su país, sino en su
región, en su clase social; hay tanto que se capta en las formas del habla.
Cuando escribimos, hay que pensar que nuestros posibles lectores solo tienen
las palabras para imaginarse el mundo. Esa sutileza de usar una palabra u otra
le da al texto una dimensión verdadera.
–Una
cuestión compleja es el tema del “error”, que especialmente se señala y se
subraya en el caso de la oralidad, por ejemplo el “haiga” que se utiliza en
lugar de “haya”. Está claro que casi en ninguna lengua se habla de la misma
manera en que se escribe. ¿Qué problemas plantea la relación oralidad-escritura
al interior de una lengua? ¿Es más fácil contaminar la escritura con la
oralidad que la oralidad con la escritura?
–No es
voluntario contaminar, al buscar la vitalidad de una lengua una cosa ingresa en
la otra en un enlazado. Entonces la lengua es todo: unas formas y otras formas.
A lo mejor si tengo que hacer una nota para pedir un trabajo, me arrimo más a
los lugares oficiales de la lengua, cercanos a las bondades de la normativa. En
cambio, si quiero contarle a alguien lo que me pasa, un sentimiento, un dolor,
me permito una mayor libertad. Me permito eso que se podría llamar “error”. La
escritura trabaja más en esa zona. Un escritor es alguien que capta algo del ser
social, que va desde abajo hacia la norma. El asunto es trabajar con la lengua
viva en mí y viva en el oído para captar las bocas de los hablantes. Toda esa
vitalidad permite que un otro, un lector potencial, comprenda. Si es posible la
comprensión, entonces está bien en términos literarios. No hay problemas. Si lo
particular se vuelve tan extremadamente individual que pierde la dimensión
social de la lengua, entonces ahí estamos en una dificultad porque la lengua es
mía, pero no es solo mía. En la ficción lo que uno hace, de la misma manera que
un actor, es salirse de uno para mirar desde otro ángulo. Eso exige una
condición de humildad de quien escribe con respecto al punto de vista elegido
para ir detrás de ese punto elegido y no adelantarse, no enseñarle a ese “yo”
narrativo cómo debe hablar o escribir.
–Una
escritora puede ser desobediente o disidente en términos de experimentación, de
atreverse a ir más allá de los límites de la lengua, pero por otra
parte tiene que acatar las normas lingüísticas. ¿Cómo conviven en tu escritura
la disidencia y el cumplimiento de las normas? ¿Percibís ahí un malestar, una
incomodidad, una suerte de alerta, de “zona de peligro”?
–La disidencia
en la lengua tiene el límite de la inteligibilidad. En el otro extremo, podríamos
estar ante la obediencia absoluta a las normas, una escritura que puede ser
híper correcta, pero que no conmueve. Comunica tal vez de un modo racional algo
informativo, pero no lo sacude al otro. En ese lugar de la comunicación hay una
falla porque no puede conmover, no puede mover al lector consigo. En toda
escritura hay una estructura que sostiene, como los huesos del cuerpo. Y luego
está la carne de todo eso: los músculos, los nervios, lo que es capaz de
sacudir al otro. La escritura siempre es una zona de peligro, un lugar donde se
va probando con las palabras y se va empujando los límites de la lengua. Todo
escritor se coloca en un punto entre las tradiciones y las rupturas. ¿Hasta
dónde romper y para qué romper? No se trata tampoco de romper porque sí. Ni es
mejor algo porque rompe. Todo escritor se coloca entre la norma y las
transgresiones de la lengua viva. En mi caso particular, en algunas zonas de mi
escritura busco unos cauces más tradicionales del uso de la lengua, más
arcaicos, a veces más transgresores, más mixturados unos con otros. Solamente
uso los diálogos si sé cómo habla ese personaje. Nunca le daría la palabra a un
personaje, ni a un narrador personaje, si no sintiera en el oído esa música de
su habla.
–Ferdinand
de Saussure advertía que la lengua se parecía al juego de ajedrez: con mover
una sola pieza se transforma todo el tablero. ¿Qué sucede con el lenguaje
inclusivo? ¿Hasta qué punto está transformando el tablero de la lengua que
hablamos y escribimos con el uso de “todes”, “les chiques” o “les niñes”
o la reescritura de la frase de Jean-Paul Sartre, “el infierno son les
otres”?
–En el Congreso
de la Lengua debió haber mesas para discutir el lenguaje inclusivo como se
discuten otras cuestiones. A veces lo uso en ciertos espacios de militancia por
las mujeres o en ciertos espacios de docencia. He ido a escuelas secundarias
donde hay chicas que están en redes militantes, yo también estoy en una red
militante, particularmente para que el aborto sea seguro, libre y gratuito.
Pero no uso el lenguaje inclusivo siempre ni en todas partes. Si voy a una
escuela de un pueblo de la Quebrada o de la Patagonia profunda, no me voy a
poner a hablar en lenguaje inclusivo porque no está presente en ese lugar. Yo
miro un poco dónde estoy. No tengo nada claro cómo ingresará el lenguaje
inclusivo a la literatura y si va a ingresar o no. Nosotros hablamos de
lenguaje inclusivo, pero es inclusivo en la cuestión de género. Al menos
todavía no es tan inclusivo en la cuestión social ni en sectores de avanzada
edad, en el mundo rural, en el mundo campesino de subsistencia, en esos mundos
no está incluido el lenguaje que llamamos inclusivo. O sea que es inclusivo de
un sector social con cierta conciencia y militancia en cuestiones de género,
sobre todo de gente joven, y un sector social que es básicamente urbano. El
lenguaje inclusivo es un proceso de transformación que la lengua irá haciendo a
su manera. La lengua en ese sentido es muy sabia en su capacidad de absorción y
de ingreso de distintas formas. En la literatura las cosas funcionan de otra
manera, de adentro hacia afuera, con una potencialidad muy grande de lo
singular. Todavía nadie escribió un cuento o una novela con lenguaje inclusivo
que nos sacuda las tripas. Más allá de la lengua, hay un posicionamiento
político del movimiento de mujeres, con el que estoy totalmente de acuerdo. Lo
que se mueve ahí son fisuras que se hacen en los modos patriarcales de usar la
lengua. Hasta dónde penetrará eso, cómo, de qué manera, es algo que está en
transición. Hay una sola cosa que me preocupa, que no se transforme en
corrección política, que no obstruya la salida a la luz de las singularidades.
Eso depende del movimiento de mujeres y de nuestras luchas.
–El año
pasado, cuando reeditaste El país de Juan, decías que para el liberalismo
depredador, que todo lo ve en términos de “rendimiento”, si una escuela queda
en un lugar alejado y tiene pocos alumnos, eso no rinde. ¿Qué consecuencias
tiene para la sociedad que esa depredación se haya profundizado?
–Estoy viendo cosas
muy terribles, cosas que no imaginaba; personas que vivían de otra manera que
están regulando el uso del agua caliente para controlar las facturas de gas. El
aumento enorme de la venta de alitas de pollo en las carnicerías de pueblos es
porque la gente cocina las alitas de pollo con arroz y otras cosas, en desmedro
del muslo, de la pechuga o del pollo entero que se compraba antes. Ni hablar de
los libros que ya no llegan a las escuelas, ni hablar de los recortes en la red
de bibliotecas populares. Ayer mismo una señora que tiene seis hijos y que
trabaja limpiando casas me decía que antes usaba la Asignación Universal por
Hijo para comprarles a los chicos la ropa, los útiles del colegio, y ahora la
está usando para comer, porque aunque trabaja seis horas diarias no le alcanza
para la comida del mes.
–¿Es
posible revertir esta depredación o un sector de la clase media volverá a votar
contra sí misma ante el posible triunfo de Cristina Fernández?
–Yo espero que
los votantes puedan relacionar esto que está sucediendo en sus casas, en sus
bolsillos, en sus platos de comida, con lo que pasa a nivel de gobierno. Que no
piensen que unas veces las cosas mejoran y otras empeoran por puro milagro o
pura magia. El único modo que tiene el hombre de ser inteligente, dice
(Jacques) Rancière, es poder relacionar unas cosas con otras cosas. Espero que
se pueda ver que estas devaluaciones, esta pérdida de trabajo, este deterioro
de los ingresos, la falta de medicamentos, de vacunas en nuestros dispensarios,
toda las cosas que están pasando alrededor, son porque hay unas políticas de
gobierno que nos llevan a esto. Que no sería lo mismo con cualquier gestión. Y
a la vez digo esto porque mucha gente que se queja dice: “son todo lo mismo;
todo es igual”. Yo pienso que uno tiene que moverse, como decía Gramsci, con el
escepticismo de la inteligencia, pero también la esperanza de la voluntad.
Depende de nosotros como sociedad hacer mejores elecciones y adquirir mayor
conciencia política. Sin la vida política es imposible la vida en
sociedad.
Fuente: Diario Página 12, 26
de marzo de 2019.