ECONOMÍA
PANORAMA ECONÓMICO
2019 no es 1995
Por David Cufré
Analistas
políticos y voceros del oficialismo suelen comparar la crisis económica actual
con la que se produjo en 1995, cuando Carlos Menem obtuvo la reelección, para
restar trascendencia a los efectos de la recesión sobre el humor del
electorado. Mauricio Macri puede ganar los comicios de este año a pesar de la
caída del PIB así como el riojano lo logró con la economía en plena ebullición
por el Efecto Tequila, sostiene esa interpretación. Quienes la formulan no
niegan la dificultad que supone para el Gobierno enfrentar las elecciones en un
contexto de tanta contracción económica, pero la relativizan con aquella
referencia a lo vivido a mediados de los 90. Sí se puede, afirman, porque los
votantes no solo prestan atención al bolsillo a la hora de sufragar sino que
conforman su opinión en base a un amplio abanico de circunstancias. Frente a
ello, desde la oposición advierten que la experiencia de 1995 fue una
excepción, mientras la regla desde la recuperación democrática ha sido que los
oficialismos pudieron sostenerse con la economía en crecimiento –aunque no
siempre– y perdieron cuando la situación fue adversa en ese terreno. Es decir,
la marcha de la economía constituye un aspecto determinante en los resultados
de las elecciones, en especial en las presidenciales. Más allá de ese debate,
una cuestión central a tener en cuenta es que la asimilación automática del
derrumbe de 2019 con la baja de 1995 es cuanto menos forzada, ya que los
escenarios previos y las intensidades de las caídas son marcadamente distintos.
Las elecciones
del 14 de mayo de 1995 que dieron el triunfo a Menem se produjeron con la
economía recién entrando en crisis y después de cuatro años con tasas de
crecimiento de entre el 5,8 y el 9,1 por ciento. Es cierto que en el momento de
los comicios se vivía una gran incertidumbre financiera que ponía en riesgo la continuidad
del plan de Convertibilidad, valorado por amplios sectores de la población por
la euforia de consumo que había habilitado, aun a costa de la destrucción del
aparato productivo, la suba de la desocupación, el endeudamiento y la exclusión
de millones de personas. Pero para aquellos trabajadores que conservaron su
empleo, el dólar por el piso, la apertura importadora y el freno a la inflación
les permitieron acceder a bienes y consumos, como por ejemplo viajes al
exterior, que antes les resultaban imposibles. Hasta marzo de aquel año 95,
además, la economía seguía creciendo, a un ritmo del 2,2 por ciento, luego del
estallido mexicano de fines del año anterior. El ciclo expansivo del menemismo,
a diferencia de la recesión casi permanente del macrismo, duró 19 trimestres
consecutivos, con arranque en el tercer trimestre de 1990 y el cierre en abril
de 1995. Esa performance generó una percepción de éxito económico para un
amplio universo de votantes, por más que otros la estuvieran pasando cada vez
peor, que fue reconocido en los comicios del 95 a favor del presidente Menem.
En 1991 el PIB avanzó 9,1 por ciento; en el 92, 7,9 por ciento; en el 93, 8,2
por ciento: y en el 94, 5,8 por ciento. En resumen, cuando los argentinos
fueron a las urnas en mayo del 95 pesó más la bonanza de cuatro años largos de
expansión del PIB que la caída que empezaba recién en ese momento –el segundo
trimestre– y que luego se transformaría en una recesión de un año, hasta la
salida del pozo en el segundo trimestre de 1996. Menem, además, quedó
identificado como el garante de la Convertibilidad. Fue el “voto cuota”, por
los créditos en dólares contraídos por millones de argentinos, esencialmente
para el consumo, que de alterarse la paridad cambiaria se transformarían en una
carga difícil de sobrellevar.
En contraste, ni
los medios ultra M ni los consultores de la city alineados con el actual
Gobierno pueden dejar de reconocer que el modelo económico de Cambiemos es un
gran fracaso desde el primer día. La promesa de la campaña de 2015 de mejorar
lo que se había alcanzado hasta entonces y la posterior, de 2017, de por fin
dejar atrás la “pesada herencia populista” y consolidar los “brotes verdes” se
convirtieron en un engaño inocultable. Macri aparece desnudo cuando se analiza
la economía, al punto que el oficialismo hace todo lo posible por tapar los
debates sobre el rumbo emprendido y sobre las consecuencias de abrazarse a las
reglas del FMI. Hacia adelante, el Presidente tampoco ofrece nada distinto
cuando remarca que el proyecto actual es “el único camino” e insiste, contra
toda evidencia, en que “es por acá”. Frente a una economía que anotará en 2019
su tercer año de recesión en cuatro de mandato, con record de inflación en 27
años y record de caída de actividad desde 2002, el escenario es claramente
distinto al de 1995, cuando Menem consiguió la reelección.
En las demás
elecciones presidenciales, la economía fue clave para establecer las
preferencias del electorado. En 1989, con hiperinflación y tras un año entero
en recesión, el radicalismo perdió a manos del PJ, que prometía salariazo y
revolución productiva. En 1999, Eduardo Duhalde no pudo torcer su
identificación con la década menemista, que a esa altura ya no tenía la
valoración que había logrado en 1995 sino que sobresalían los graves perjuicios
del engendro neoliberal, y perdió frente a Fernando De la Rúa, quien
supuestamente llegaba para poner en caja a los ganadores del modelo. Además, al
momento de la votación el PIB llevaba tres trimestres en picada por la
repercusión de las crisis del sudeste asiático, Rusia y Brasil. En la elección
de 2003, el balotaje hubiera castigado a Menem frente a la opción heterodoxa
que ofrecía Néstor Kirchner, pero la defección del riojano dejó vacante el
resultado. Además, el santacruceño se postulaba de la mano de Duhalde y
prometía conservar a su ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien había
logrado encaminar al país desde las ruinas del 2001. En 2007, el kirchnerismo
fue premiado por cuatro años de crecimiento a tasas chinas con el triunfo de
Cristina Fernández y en 2011, pese al golpe de 2008 y 2009 por la crisis
internacional, la Presidenta fue reelecta con el 54 por ciento y la economía en
recuperación. En 2015, en cambio, Daniel Scioli perdió ajustadamente en el
balotaje frente a Macri, que machacaba con el latiguillo de que el país hacía
cuatro años que no crecía, que por más que no fuera cierto, reflejaba en buena
medida el humor social frente al estancamiento productivo y los problemas
generados por la restricción externa, con la imposición del “cepo” cambiario
como medida emblemática.
En conclusión,
en seis de las siete elecciones presidenciales desde 1989 los resultados de los
comicios mostraron un alineamiento con el ciclo económico, otorgando la
victoria a los oficialismos cuando éste iba hacia arriba –2003, 2007 y 2011– y
optando por un cambio frente a situaciones de crisis o estancamiento –1989,
1999 y 2015–. Como se indicó más arriba, el caso de 1995 se diferencia del
resto porque la votación se produjo luego de una prolongada etapa de avance del
PIB –con todas las objeciones antes mencionadas– y el candidato del gobierno,
Menem, era visualizado como la persona capaz de sortear la crisis defendiendo
la Convertibilidad. De ahí que sea erróneo utilizar ese antecedente como referencia
para lo que pueda ocurrir en 2019. Difícilmente Macri logre conquistar en la
próxima campaña esa percepción de piloto de tormenta después de tres años en
que la economía no hizo más que entregar malas noticias, a pesar de sus
promesas.
Por supuesto que
la economía no es el único elemento que juega en una elección de jefe de
Estado, más en tiempos políticos locales, regionales e internacionales
dominados por las fake news y las operaciones mediáticas y judiciales, pero
cuando el bolsillo le aprieta a la mayoría, los vientos de cambio suelen
terminar por barrer la hojarasca e imponer su fuerza en las urnas.
Fuente: Diario Página 12, Economía, Panorama económico,
19 de enero de 2019.