viernes, 25 de enero de 2019

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Los fantasmas de Cavallo y Sturzenegger se pasean por los pasillos del Central

La Argentina, país severamente endeudado en dólares y exportador sobre todo de materias primas y bienes de bajo valor agregado, vive más del 80% de su tiempo disfrutando de las bondades pasajeras del retraso cambiario, lo cual es un gran contrasentido.

Agencia Noticias Argentinas
Las autoridades se están embarcando en una vieja política económica muy conocida por los argentinos con el fin de frenar la tasa de inflación. Y no hay que dar vueltas con esto porque se trata de la política económica más peligrosa y ruinosa que los argentinos hemos aplicado hasta el hartazgo y que siempre terminó pésimo: el retraso cambiario, retrasar el valor del dólar con respecto a los precios merced, entre otros ardides, a tasas de interés exorbitantes.
Veamos cómo es la historia: empezando al azar, el peronismo de 1973 retrasó el dólar y la política económica de aquella época concluyó con el “Rodrigazo” de 1975. La alta inflación que esto provocó entre otras cosas produjo el golpe militar de 1976, que con Martínez de Hoz aplicó... el retraso cambiario de la tablita que concluyó en el default y la crisis de la deuda de 1982.
La consecuencia fue el reinicio de la democracia con Alfonsín al poder, hasta que el Gobierno radical aplicó el atraso cambiario del Plan Primavera de 1988, el cual concluyó en la extinción de las reservas y las hiperinflaciones de 1989-1990.
El resultado fue el default de la deuda interna y la aplicación de una flotación del dólar con severo retraso cambiario que concluyó en una altísima inflación de diciembre de ese año lo que concluyó en la convertibilidad que no surgió “limpia” sino que ya nació con el huevo de la serpiente dentro: o sea, con retraso cambiario. La convertibilidad duró casi una década merced al pulmotor del endeudamiento externo.
Y cuando el retraso cambiario ya no daba para más, la cosa concluyó en el default y el corralito de 2001. Como consecuencia de ello hubo un corto período -el único- con superávits gemelos y alto valor del dólar, que fue -y no por coincidencia- la época de mejor y mayor crecimiento de los últimos cincuenta años. Pero el Gobierno de aquella época se engolosinó con la posibilidad de mantener artificialmente bajo el dólar aplicando el atraso en el dólar, lo que derivó en el control de cambios de 2011-2012, el cual extinguió el crecimiento y derivó en la asunción de Macri, cuya primera medida económica fue... inaugurar una nueva época de retraso cambiario merced a la locura de altísimas tasas de interés y las Lebac.
Y ahora, cuando eso se cayó, tras menos de lo que dura un embarazo sietemesino, el Gobierno se decide por reinicidir en otro peligroso atraso cambiario con el fin de intentar ganar las elecciones. Si lo logra, la consecuencia será encontrarse a fin de 2019 con un nuevo déficit de balanza de pagos producido por este atraso del dólar, cosa que bien puede concluir en otro típico “default a la argentina” o en su alternativa: otro festival de deuda para financiar ese desequilibrio externo.
No, no, no. No puede ser. Nunca la política en Argentina aprende la lección, y nunca nadie actúa con sentido patriótico, rehusando aplicar el retraso cambiario aunque ello cueste resignar puntos en la batalla de la inflación y por lo tanto pagando el costo político de que las elecciones no le den todos los frutos esperados. Ahora bien, el caso del atraso cambiario en la presidencia de Mauricio Macri es doblemente embarazoso porque parece ser el único argumento para alcanzar la estabilidad de precios. No hay otro argumento. Y se revela así como una de las peores administraciones económicas del país. Francamente no puede salir de la zona de descenso directo.
El Gobierno posee un Ministro de Hacienda como Nicolás Dujovne, que todos los inicios de mes cumple la que parece única tarea de divulgar cifras fiscales con alto nivel de maquillaje en las que rutinariamente se revela equilibrio fiscal que ya es un secreto a voces que no es tal merced a los ingresos no tributarios que provienen principalmente del cobro de intereses gracias a la venta de dólares de las reservas o del Fondo Monetario para realizar colocaciones en pesos en el sistema financiero. Mientras tanto, el Banco Central con un presidente u otro hace exactamente lo mismo: colocar las tasas de interés por las nubes y amasar una importante deuda en pesos como consecuencia de ello, cuya conclusión es cantada más allá de que por un período indeterminado dure. Y ese final no es otro que el de crisis y devaluación.
Veamos lo que hace ahora el Banco Central: baja milimétricamente las tasas de interés, las cuales bordean el 5% mensual en su versión interbancaria y hasta el 9% o 10% mensual en versiones de tasa activa, mientras el dólar no solo no sube sino que muestra claras presiones descendentes. ¿Alguien puede dudar de que esto termina mal? Hay que estar muy alejado de la lógica económica para creer que esto puede terminar de otra manera que no sea mal. Sea antes o después de las elecciones, sea con Macri, Cristina, Lavagna o un “tapado,” esta política -de no corregirse a tiempo- no puede terminar de otra manera que mal. Y ello no se debe a que los argentinos seamos raros ni especiales, sino que este tipo de política termina mal en cualquier parte del mundo que se la aplique. Y para reafirmar ese retraso cambiario, varios funcionarios vienen afirmando “off the record “ que bien pueden reanudar la venta de dólares en el mercado por parte del Tesoro en unos pocos meses para seguir colocando pesos en el sistema financiero si se alcanza un valor de dólar que no sea del paladar de los políticos que hoy nos gobiernan.
Argentina, país severamente endeudado en dólares y exportador sobre todo de materias primas y bienes de bajo valor agregado vive más del 80% de su tiempo disfrutando de las bondades pasajeras del retraso cambiario, lo cual es un gran contrasentido. Y la película siempre termina mal: default o hiperinflación, depresión económica o corralito, alto desempleo o pesificación forzosa, siempre el final es mucho peor que malo: pésimo.
Hay una lección que nunca se aprende: se cree que el atraso cambiario además de bajar la inflación temporalmente puede producir un “veranito” de alto consumo. Y resulta que no. Es precisamente al revés: un período de alto consumo produce atraso cambiario, pero la inversa es totalmente incorrecta. El atraso cambiario produce alto desempleo y recesión, y nunca una reactivación basada en el consumo. Se identifica atraso cambiario con “boom de consumo”, cuando esto último produce lo primero, pero la inversa es irreal con todas las letras. La conclusión es sencilla: esta política económica de altas tasas y presiones bajistas en el dólar causada también por las altas tasas y adicionalmente con ventas artificiales de dólares estatales no nos puede conducir a otra cosa que a la ruina.
Por Walter Graziano
walter.graziano@yahoo.com
Fuente: Diario Ámbito Financiero, Temas, Los fantasmas de Cavallo y Sturzenegger se pasean por los pasillos del Central, Walter Graziano, jueves 24 de enero de 2019.