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OPINIONES
Once motivos para esperar que
todo salga (muy) mal
Nicolás Dujovne
Por Julián Zícari
Tratemos de ser
honestos. El objetivo de todo el plan económico actual es simple: se
remite sólo a aguantar y ganar tiempo, rezando para que no pase nada malo.
Porque todos sabemos que esto es una burbuja que en algún momento va a
explotar. Y eso va a ocurrir más pronto que tarde. Además sabemos que una nueva
corrida cambiaria dejaría a la economía en un know-out fulminante o en las
puertas de uno. Y el problema es que, por la dinámica económica actual,
parece casi imposible que no ocurra alguna en algún momento.
Actualmente se
paga un altísimo costo por un método que transitoriamente frena al dólar (y
algo a la inflación) pero que asesina a las pymes, que es algo de efectos
permanentes. Y aún con todo, este método no garantiza ni que haya una mejoría,
algo de calma o siquiera que no haya una explosión terminal. Por si fuera poco
es necesario agregar a este diagnóstico varios elementos más, los cuales nos
podrían ayudar a entender por qué sería lógico que todo resultará todavía mucho
peor con el panorama actual.
El
primer punto es innegable: es un hecho que la demanda de dólares va a
crecer a medida que avance el año electoral y que la presión será cada vez más
fuerte mes a mes.
El
segundo punto es similar: los inversores actualmente están frente al
dilema de “un poco más de carry” o bien “dolarizar ya”. Y lo que es lógico es
que en algún momento dicho dilema se zanje a favor de la dolarización total.
Siendo ello un elemento determinante. Ahora que han bajado las tasas de los
plazos fijos: ¿cuántos de ellos decidirán quedarse en el peso hasta fin de año?
Otro punto
señala que es lógico que todos los que quieran comprar dólares empiecen a
hacerlo más temprano que tarde. Porque saben que mientras más demoren, más alto
será el precio de la divisa. Y por ende menos dólares podrán comprar, agregando
mucho peso a la presión cambiaria, que es la única variable que mira el
gobierno como garantía de que no explotará todo.
Cuarto
punto: Si el 2017 fue dentro de todo un buen año económico y uno
bastante bueno en términos políticos para el Gobierno, porque pudo controlar
las expectativas e imponerse electoralmente, trasmitiendo confianza a los
inversores, ahora no pasa lo mismo. El Gobierno ya ha perdido la confianza del
mercado, todo se desmorona y ahora el riesgo país está atado a que no gane “el
populismo” en las elecciones. Lo que implica una secuencia lógica esperable: que
suba de la desconfianza, suba el riesgo país, se desmoronen las expectativas,
el Gobierno caiga en las encuestas y el dólar se dispare. Asegurando con ello
finalmente que se imponga el populismo en las elecciones. Así, sin confianza el
Gobierno va derecho a secuencia de expectativas autocumplidas frente a los
mercados.
En este sentido,
debemos blanquear otro punto: los tenedores de bonos liquidarán todo
antes de las PASO, y ahí el goteo pasará a ser catarata, produciendo
una inundación que todo lo ahogue. Algo que puede adelantarse mucho antes si
las encuestas le son adversas al Gobierno o se produce un resultado electoral
inesperado en las provincias que ponga nerviosos a los inversores. Así, los
meses más tensos serán marzo, junio y agosto. Y si hay un cisne negro
internacional, todo será peor aún.
El sexto
elemento a considerar es que el Gobierno anunció una caída del gasto público
del 2,7% del PBI para este año. Lo cual, de manera lógica, va a
producir por lo menos una caída económica de igual nivel. Si sumamos a
ello el arrastre estadístico y el de todos los agregados económicos (consumo,
inversión, salarios, obra pública, etc.), es fácil notar que este año será
todavía peor en términos de la economía real que el nefato 2018.
Un séptimo punto
que nos hace pensar que sea lógico que todo vaya mal es lo que indican los que
debería ser los epicentros de la política económica, pero que cada vez van
peor. Pues la recaudación está cayendo más rápido que la actividad, lo que nos
señala que no sólo la promesa del “déficit cero” no se va cumplir, sino que el
gobierno necesitará recurrir a los mercados (hoy cerrados) para cubrir sus
cuentas. Y ni hablar lo que está pasando con la inflación: al 2,9% de
enero, va a haber que sumar un valor todavía más alto para febrero y
una inflación en marzo mayor a la febrero. El piso inflacionario de este año,
no podrá ser de ningún modo menor al 35-40%. Por lo que el dólar, para no
atrasarse todavía más, deberá terminar el año arriba de 50 pesos, sumando más
presión inflacionaria y paranoia.
Octavo
punto. El BCRA dice que ahora quiere empezar a desarmar la bola de
Leliqs que el mismo armó, por lo que los bancos se tendrán que ir desprendiendo
de dichos títulos todos los meses, para tener en abril como máximo un 65% de
Leliqs en relación a sus depósitos. El problema es que actualmente hay 850 mil
millones de pesos en Leliqs, lo que equivalen a 20 mil millones de dólares. No
parece lógico entonces que el BCRA pueda sortear su propia trampa. El fantasma
del plan Bonex, del corralón o de un Boden 2012 afloran en el aire como solución
a la bomba de las Leliqs. Sino, la opción alternativa será una hiperinflación.
En
noveno lugar, sabemos que de haber una corrida cambiaria el Gobierno está atado
de manos frente a ello según lo pactado con el FMI: el Banco Central
sólo podrá vender dólares si el precio de la divisa supera el techo de la zona
de no intervención (no antes). Pero aún eso, sólo podría vender como máximo 150
millones por día y bajo mecanismo de licitaciones. Es decir, no podría actuar
directamente sobre el mercado. Además, esos 150 millones resultan realmente
insuficientes si se considera que el año pasado se llegaron a demandar 1.500
millones en una sola jornada. Las otras herramientas indirectas también están
abortadas por lo arreglado con el Fondo: no se podrán vender dólares a futuro
para ordenar expectativas ni podrán intervenir los Bancos oficiales (Nación,
Provincia o el Ciudad) para calmar la demanda. En una palabra, el Central está
totalmente atado de manos, por lo que es lógico que el dólar pueda dispararse
con el menor round cambiario que haya, desmoronando toda la estrategia oficial.
En
décimo lugar, si consideramos el patrimonio del BCRA sabemos que luce fuerte
pero realmente es débil. Dice tener 67 mil millones de dólares en
reservas. Pero 15 MM son en realidad encajes de depósitos en dólares y 18 MM
son divisas precautorias del swap firmado con China. O sea, la mitad de esas
reservas (33 MM) no son si quiera recursos genuinos. Pero los otros 34 MM
restantes equivalen a la actual base monetaria. Y aquí se agrega el verdadero
problema: cómo hará entonces el gobierno para afrontar los vencimientos de
Letes, Lecaps y demás bonos y letras que vencen antes del recambio de gobierno.
Si hacemos la cuenta, ni aún si el FMI le diera todo el dinero comprometido
alcanza para afrontar todos los vencimientos. Serán necesarias altas tasas de
renovación pero ni la confianza ni la dinámica económica actual le juegan a
favor al gobierno. Por lo que, como venimos diciendo, es bastante lógico que
todo termine mal: default o salto cambiario son las únicas soluciones.
Por último, el
año pasado se fugaron del sistema 27.500 millones dólares. Y eso que el 2018 no
fue un año electoral y que había expectativas a favor. ¿Es lógico
pensar que no sólo se podría repetir lo sucedido el año pasado, sino que
incluso sea peor la fuga dado que este año es electoral y aflora el fantasma de
default para el año próximo? De ocurrir esto, el resultado será de
consecuencias imprevisibles.
Si el lector
considera que los once motivos reseñados son lógicos que ocurran, o aunque sea
uno solo de ellos, coincidirá entonces con el diagnóstico general que se ha
intentado destacar: no es posible esperar que las cosas marchen bien
este año. Sino que lo lógico es que resulte todo muy mal. Ojalá nos
equivoquemos. Pero la lógica esta vez parece estar de nuestro lado.
Fuente: Diario Ámbito Financiero, Opinión, Once motivos para esperar que todo salga muy mal, Julián Zícari, 20-feb-2019.