domingo, 14 de junio de 2020

Hablante Literario

CICLO CULTURAL
Cuento
LA DECISIÓN
Cuando lo vio creyó que no podría con él. Demasiado pequeño. Demasiado indefenso. Demasiado feo.
Toda esa tarde trató de sostenerlo sin mirarlo. Sus ojos grandes, muy grandes, buscaban con ansiedad y necesidad de cachorro abandonado el calor humano de unos brazos que por fin no lo abandonaran. Pero sucedió que la condición de madre venció la tensión instalada en su mente y por fin lo llamó por su nombre, lo arrimó a su seno, lo miró sin miedo y le cantó una corta canción sin entonación y con mucho ruido. Entonces ocurrió el milagro que siempre ocurre cuando una madre y un hijo se comunican sin palabras por primera vez. Desde ese momento él fue la luz de sus días y el desvelo de sus noches. Y, a pesar de que los años marcaban en ella esa edad de las mujeres en la que el deseo y las hormonas se distienden y escabullen por los vericuetos de la menopausia, pudo amamantarlo como si ella misma lo hubiera parido.
"Es cosa de la virgen", le decía el cura del pueblo que la había convencido de adoptarlo. Y a alguien, que nunca falta, hasta se le ocurrió decir que tal vez había sido la última cana al aire de la Aurelia, y que se fajó tan bien que nadie supo ni cuándo ni cómo parió al pobrecito y que por eso era tan flaco y feo.
Lo cierto es que tanta atención, tanto cuidado, tanta nana desafinada y dulce y tanta caricia volcada hacia el feíto, lo transformaron en un niño vivaz y muy intuitivo. Astuto y hasta inteligente. Dotado de una sabiduría natural que lo dejaba obtener todo aquello que se propusiera. Superó sin dificultades la escolaridad primaria y sin darse cuenta se encontró terminando la secundaria.
Por esos años Aurelia cargaba con casi setenta duros inviernos sobre su curvada espalda. La obsesión por entregarle a su hijo todas las herramientas para enfrentar un mundo inhóspito y difícil le había secado el bolsillo y la frescura de su cuerpo que trabajaba duro para pagar libros, colectivo y ropa decente.
El feíto se convirtió, entonces, en un muchacho culto, con la sagacidad de los hombres muy instruidos y hasta superó la poca armonía y belleza que natura le concedió al nacer. Toda una ambición para las miradas femeninas del pueblo que suspiraban inquietas al verlo cruzar la calle para tomar el colectivo hacia la facultad.
Entonces pasó lo que suele pasar en estos casos. Como si una ley silenciosa y puntual se accionara por decreto ocurrió lo impensado.
Una tarde se embarcó en la búsqueda de la mujer que lo había parido. Necesitaba encontrar sus raíces. Tal vez mirarla a la cara y preguntarle por qué dejó que la suerte le regalara una madre. Estuvo detrás de pistas inciertas que le sonsacó al viejo cura quien ya casi deliraba en el sermón. Y trás varias semanas de ardua investigación y esfuerzo logró hallarla.
No tuvo suficiente coraje para golpear la puerta de la casa de aquella que lo albergó en su vientre y luego lo abandonó a la buena de Dios, así que le escribió una carta. Aurelia la llevó hasta el correo con ese nudo en la garganta que ahoga el corazón y afloja las piernas. Temblando de ansiedad por lo que vendría luego, pero decidida a apoyar la decisión de su hijo, le puso todas las estampillas necesarias y la metió sin dudar en el buzón rojo de la esquina.
Veinticinco largos días pasaron sin novedad alguna. A la euforia del momento le sucedió la angustia de la espera y ésta cedió el turno a la desesperanza de que no habría ninguna respuesta.
Y fue en la mañana del día veintiséis cuando el cartero gritó en la puerta anunciando lo tan esperado. Aurelia se apresuró a buscar la pequeña carta que cambiaría su vida. La tan anhelada noticia que tanto ella como su hijo habían estado esperando durante dos semanas y media. Con los dedos paspados de sudor la tomó temblando. Vaciló un instante pensando en la posibilidad de abrirlo. Por un minuto su mente se debatió en un mar de incertidumbres. Tal vez era conveniente aguardar a su hijo para abrirla. Era su carta. Ella no tenía ningún derecho a invadir su correo. La observó intensamente, como queriendo traspasar la opacidad del ajado sobre con sus ojos. Con cautela la apoyó en la mesita del living dispuesta en su centro y siguió rumbo hacia la cocina. Su hijo no volvería hasta pasadas las tres de la tarde, así que continuó trabajando en los innumerables quehaceres diarios. No obstante, su mente persistía en la idea tenaz de violar la intimidad de la misiva. Edificaba trescientos argumentos a favor y los derrumbaba con pensamientos criteriosos cargados de escrúpulos. Así pasó gran parte de la mañana. Mientras, su voz interior, esa que algunos llaman conciencia, le susurraba despacito que tenía que abrirla.
Las letras se confundían entre los renglones temblorosos de ansiedad. Tardó unos segundos en entender lo que ahí decía. Se sentó en el viejo sofá del rincón y, mientras se tragaba las lágrimas, rompió el papel, que ya había juntado varias de ellas.
Aurelia vivió mucho. La vida le regaló la suerte de ver al feíto convertido en un gran cirujano famoso. De esos que desenredan todos los nudos del cuerpo y transforma en vitalidad la poca energía del enfermo. Un hombre alto, de espaldas anchas y porte atlético. Con el justo peso y la sonrisa perfecta enmarcada en un rostro armónico y dulce como cada una de las palabras que pronunciaba. Su hijo, su único hijo, aquel que el cura de la parroquia le regaló una fría tarde de agosto envuelto en unos trapos sucios que apenas dejaban ver una pelusita negra y unos ojos grandes, tan grandes que no cabían en su cara. Aquel a quien la pequeña mujer, casi niña, le entregó en un solo llanto al curita en la iglesia esa misma mañana, por ser hijo de su padre.
Roxana Giavedoni
Reseña bibliográfica
Roxana Marisa Giavedoni nació el 18 de agosto de 1966 en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, Estudio letras; Es docente, poeta y escritora contemporánea, desempeña su labor educativa en la Escuela 913 de Capitán Bermúdez, ciudad donde vive.
Como escritora desarrolla las técnicas de la narrativa en toda su expresión, que se manifiestan en todos sus cuentos.
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Anexo informativo
La Biblioteca Popular Rotaria de Isidro Casanova, continuará con las publicaciones en el Ciclo Cultural 2020 del “Hablante Literario” que es un espacio para escritores, poetas, narradores, y todos aquellos constructores de la palabra, a través de las letras, que deseen publicar sus trabajos filológicos en nuestra página Web Institucional; los mismos serán seleccionados, uno por cada mes y publicados en esta página digital.
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Acompañado de una pequeña bibliografía personal, y si desean una foto personal para publicar. Los esperamos, para participar de la publicación digital.