CICLO CULTURAL
Cuento
LA DECISIÓN
Cuando lo vio creyó que no podría con
él. Demasiado pequeño. Demasiado indefenso. Demasiado feo.
Toda esa tarde trató de sostenerlo
sin mirarlo. Sus ojos grandes, muy grandes, buscaban con ansiedad y necesidad
de cachorro abandonado el calor humano de unos brazos que por fin no lo
abandonaran. Pero sucedió que la condición de madre venció la tensión instalada
en su mente y por fin lo llamó por su nombre, lo arrimó a su seno, lo miró sin
miedo y le cantó una corta canción sin entonación y con mucho ruido. Entonces
ocurrió el milagro que siempre ocurre cuando una madre y un hijo se comunican
sin palabras por primera vez. Desde ese momento él fue la luz de sus días y el
desvelo de sus noches. Y, a pesar de que los años marcaban en ella esa edad de
las mujeres en la que el deseo y las hormonas se distienden y escabullen por
los vericuetos de la menopausia, pudo amamantarlo como si ella misma lo hubiera
parido.
"Es cosa de la virgen", le
decía el cura del pueblo que la había convencido de adoptarlo. Y a alguien, que
nunca falta, hasta se le ocurrió decir que tal vez había sido la última cana al
aire de la Aurelia, y que se fajó tan bien que nadie supo ni cuándo ni cómo
parió al pobrecito y que por eso era tan flaco y feo.
Lo cierto es que tanta atención,
tanto cuidado, tanta nana desafinada y dulce y tanta caricia volcada hacia el
feíto, lo transformaron en un niño vivaz y muy intuitivo. Astuto y hasta
inteligente. Dotado de una sabiduría natural que lo dejaba obtener todo aquello
que se propusiera. Superó sin dificultades la escolaridad primaria y sin darse
cuenta se encontró terminando la secundaria.
Por esos años Aurelia cargaba con
casi setenta duros inviernos sobre su curvada espalda. La obsesión por
entregarle a su hijo todas las herramientas para enfrentar un mundo inhóspito y
difícil le había secado el bolsillo y la frescura de su cuerpo que trabajaba
duro para pagar libros, colectivo y ropa decente.
El feíto se convirtió, entonces, en
un muchacho culto, con la sagacidad de los hombres muy instruidos y hasta
superó la poca armonía y belleza que natura le concedió al nacer. Toda una
ambición para las miradas femeninas del pueblo que suspiraban inquietas al
verlo cruzar la calle para tomar el colectivo hacia la facultad.
Entonces pasó lo que suele pasar en
estos casos. Como si una ley silenciosa y puntual se accionara por decreto
ocurrió lo impensado.
Una tarde se embarcó en la búsqueda
de la mujer que lo había parido. Necesitaba encontrar sus raíces. Tal vez
mirarla a la cara y preguntarle por qué dejó que la suerte le regalara una
madre. Estuvo detrás de pistas inciertas que le sonsacó al viejo cura quien ya
casi deliraba en el sermón. Y trás varias semanas de ardua investigación y
esfuerzo logró hallarla.
No tuvo suficiente coraje para
golpear la puerta de la casa de aquella que lo albergó en su vientre y luego lo
abandonó a la buena de Dios, así que le escribió una carta. Aurelia la llevó
hasta el correo con ese nudo en la garganta que ahoga el corazón y afloja las
piernas. Temblando de ansiedad por lo que vendría luego, pero decidida a apoyar
la decisión de su hijo, le puso todas las estampillas necesarias y la metió sin
dudar en el buzón rojo de la esquina.
Veinticinco largos días pasaron sin
novedad alguna. A la euforia del momento le sucedió la angustia de la espera y
ésta cedió el turno a la desesperanza de que no habría ninguna respuesta.
Y fue en la mañana del día veintiséis
cuando el cartero gritó en la puerta anunciando lo tan esperado. Aurelia se
apresuró a buscar la pequeña carta que cambiaría su vida. La tan anhelada
noticia que tanto ella como su hijo habían estado esperando durante dos semanas
y media. Con los dedos paspados de sudor la tomó temblando. Vaciló un instante
pensando en la posibilidad de abrirlo. Por un minuto su mente se debatió en un
mar de incertidumbres. Tal vez era conveniente aguardar a su hijo para abrirla.
Era su carta. Ella no tenía ningún derecho a invadir su correo. La observó
intensamente, como queriendo traspasar la opacidad del ajado sobre con sus
ojos. Con cautela la apoyó en la mesita del living dispuesta en su centro y
siguió rumbo hacia la cocina. Su hijo no volvería hasta pasadas las tres de la
tarde, así que continuó trabajando en los innumerables quehaceres diarios. No
obstante, su mente persistía en la idea tenaz de violar la intimidad de la
misiva. Edificaba trescientos argumentos a favor y los derrumbaba con
pensamientos criteriosos cargados de escrúpulos. Así pasó gran parte de la
mañana. Mientras, su voz interior, esa que algunos llaman conciencia, le susurraba
despacito que tenía que abrirla.
Las letras se confundían entre los
renglones temblorosos de ansiedad. Tardó unos segundos en entender lo que ahí
decía. Se sentó en el viejo sofá del rincón y, mientras se tragaba las
lágrimas, rompió el papel, que ya había juntado varias de ellas.
Aurelia vivió mucho. La vida le
regaló la suerte de ver al feíto convertido en un gran cirujano famoso. De esos
que desenredan todos los nudos del cuerpo y transforma en vitalidad la poca
energía del enfermo. Un hombre alto, de espaldas anchas y porte atlético. Con
el justo peso y la sonrisa perfecta enmarcada en un rostro armónico y dulce
como cada una de las palabras que pronunciaba. Su hijo, su único hijo, aquel
que el cura de la parroquia le regaló una fría tarde de agosto envuelto en unos
trapos sucios que apenas dejaban ver una pelusita negra y unos ojos grandes,
tan grandes que no cabían en su cara. Aquel a quien la pequeña mujer, casi
niña, le entregó en un solo llanto al curita en la iglesia esa misma mañana, por
ser hijo de su padre.
Roxana Giavedoni
Reseña bibliográfica
Roxana Marisa
Giavedoni nació el 18 de agosto de 1966 en la ciudad de Rosario, provincia de
Santa Fe, Estudio letras; Es docente, poeta y escritora contemporánea,
desempeña su labor educativa en la Escuela 913 de Capitán Bermúdez, ciudad
donde vive.
Como escritora
desarrolla las técnicas de la narrativa en toda su expresión, que se
manifiestan en todos sus cuentos.
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Anexo informativo
La Biblioteca Popular Rotaria de Isidro
Casanova, continuará con las publicaciones en el Ciclo Cultural 2020 del “Hablante Literario” que es un espacio para escritores, poetas,
narradores, y todos aquellos constructores de la palabra, a través de las
letras, que deseen publicar sus trabajos filológicos en nuestra página Web
Institucional; los mismos serán seleccionados, uno por cada mes y publicados en
esta página digital.
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Acompañado de una
pequeña bibliografía personal, y si desean una foto personal para publicar. Los
esperamos, para participar de la publicación digital.