CULTURA Y ESPETÁCULO
A los 76 años, en la ciudad de Madrid
Murió Luis Eduardo Aute, voz
poética y compromiso
El
artista se destacó como cantautor y dejó su marca también en la poesía, la
pintura, la escultura y el cine. Falleció como consecuencia de un infarto
cerebral. Su familia ignora cómo podrá organizarse su sepelio debido a las
restricciones por el coronavirus.
Por Karina Micheletto
Aute había
sufrido un infarto en 2016. Imagen: EFE
Fueron cuatro años en los que se mantuvo luchando por quedar
de este lado de la vida, después de sufrir un infarto en medio de una gira con
la que celebraba sus cincuenta años de trayectoria. Finalmente el cantautor
español Luis Eduardo Aute falleció este sábado en una clínica de Madrid, a
los 76 años. Lo lloran hoy a ambos lados del océano, en un mundo acaso
anestesiado por una pandemia que diariamente tira cifras de muerte en aumento.
La relación que el trovador supo establecer con el público argentino fue de una
cercanía especial, desde los tiempos en que sus canciones comenzaron a sonar
por estas tierras casi clandestinamente, en cassettes que pasaban de mano en
mano, hasta que sus discos se editaron localmente. Con el tiempo, temas como
“Al alba”, “Rosas en el mar”, “Pasaba por aquí” y “Una de dos” lo elevaron a la
categoría de músico de culto, un secreto guardado por muchos.
Con un infarto cerebral como causa del deceso, su familia
no pudo establecer aún si la muerte de Aute estuvo ligada al coronavirus.
Tras pasar por varios hospitales en estos cuatro años -entre ellos uno cubano-,
el cantante permanecía en su hogar al cuidado de su familia. Se ignora
cuándo y cómo podrá ser su sepelio debido a las restricciones en toda la
comunidad de Madrid para la instalación de capillas ardientes, prohibidas a
causa de la pandemia.
Luis Eduardo
Aute era español, pero había nacido en Filipinas. Además de músico y poeta, era
también cineasta, escultor y artista plástico, disciplinas todas en las que
mostraba una intensidad de trabajo reveladora de una personalidad. Basta ver su
film Un perro llamado dolor, dibujada y animada por él mismo, que le
llevó cinco años de obsesivo trabajo, presentada en el Festival de Cine de Mar
del Plata y exhibida en las salas locales en 2003. Allí Aute muestra, cuadro
por cuadro, sus dotes de artista plástico, en múltiples técnicas.
Y aunque su
faceta más conocida y por la que ganó más reconocimiento fue la de cantautor,
si se le preguntaba con cuál de sus oficios se quedaba, si lo obligaban, no lo
dudaba: elegía el cine. “Es el arte que sintetiza a todas las demás, y a
su vez es creadora de otro lenguaje”, aseguraba. El segundo lugar tampoco lo
ocupaba la música, sino la plástica. De hecho, contaba que en su casa no tenía
un estudio de grabación, sino uno de pintura. No solo eso: a esas salas, decía,
las odiaba: “Odio los estudios de grabación. Son salas quirúrgicas. No
hay vida allí. Me dan claustrofobia. Disfruto mucho escribiendo canciones, pero
cuando llega el tiempo de grabarlas... No es lo mío”, se reía.
“Lo de
escribir canciones es algo accidental. Podría vivir sin hacerlo, pero no
podría vivir sin pintar”, explicaba también. Y recordaba cómo se había ido
dando todo: “Al tiempo de empezar en esto me retiré porque quería pintar. Volví
a grabar en el ’73 porque un amigo poeta escuchó mis canciones y prácticamente
me obligó a hacerlo. Grabé con la condición de no dar conciertos ni
promocionarlos. Dije: ‘Simplemente voy al estudio y ustedes lo venden’. Así fue
hasta 1978, cuando salí a cantar en vivo. Fui muy feliz esos cinco años, cuando
el único tiempo que perdía con la música era grabar.”
La música fue,
sin embargo, la que llevó a Luis Eduardo Aute a trascender épocas y
generaciones. Una serie de seis CDs titulada Auterretratos repasa ya en
su madurez esa carrera. Aparecen hitos como “Anda”, “Las cuatro y diez”, “De
alguna manera” –conocida también en la interpretación de Mercedes Sosa--, “Sin
tu latido”. Y, nuevamente, “Al alba”, con toda la tragedia de su poesía,
inspirada en los últimos fusilamientos de la dictadura franquista. Canciones
que suenan con su carga de introspección, marcadas por la melancolía,
dispuestas a describir la amargura del mundo.
Aute se
declaraba un pesimista en pie de guerra, más que un escéptico que planta
bandera blanca. “Si me preguntan si soy pesimista, digo que no. El pesimista es
quien se rinde y dice no hay nada que hacer, todo está determinado, y yo no
coincido con eso. Desesperanzado, en absoluto. Si fuese un desesperanzado, no
escribiría canciones”, se definía. La diferencia, sin embargo, sonaba sutil en
sus canciones, con esos diagnósticos de lo más desencantados, algunos de ellos
profundamente poéticos, como “La barbarie”.
Su mirada
artística estuvo siempre ligada a un compromiso ideológico que mantuvo
arriba y abajo del escenario. En sus meses finales de actividad artística,
por ejemplo, lo último que hizo, además de celebrar su medio siglo de carrera,
fue participar, en tiempos de una España cada vez más tomada por la derecha y
las banderas xenófobas, de conciertos solidarios para recaudar dinero para
ayudar a los refugiados sirios. Entre esos conciertos “soñados y especiales” de
los que había participado, él mencionaba especialmente el de aquel 25 de
mayo en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo, en un escenario que ocupó junto
a colegas como Silvio Rodríguez.
De su Manila
natal, donde vivió hasta los 11 años, decía que tal vez le había quedado como
herencia, además del idioma inglés, una sensualidad distinta que volcaba en
sus canciones. “Supongo que esa dosis de sensualidad, en el caso de que
exista, es algo que me viene del trópico, y no de Europa. Será que me quedaron
los colores, los olores y los sabores de aquel lugar”, analizaba.
Él fue quien le
recomendó a Joaquín Sabina que trajera sus canciones a la Argentina, después de
su primer viaje a Buenos Aires, a fines de los ‘80. “Me lo encontré en un bar y
le dije: ‘Si tú dibujas tu lugar ideal, te sale Buenos Aires, ese sitio está
hecho para ti’”, contaba.
Creía en el
valor de la canción, en su para qué: “Una canción es una búsqueda. Es
una manera de intentar ser más imaginativos, más libres, más seres humanos. Ese
es su objetivo último. Si con una canción o un puñado de canciones se puede
lograr que alguien sea un poquito más sensible, más inteligente, si se puede
lograr que haya algún tipo de reflexión sobre un tema, se habrá cumplido la
misión del artista. Y eso es bastante en estos tiempos de absoluta estupidez
que estamos viviendo, en una época que ya no es de pensamiento único, sino de
pensamiento cero”, definía.
En el repaso por
sus últimos discos, aparece claramente esta convicción. Está, por ejemplo, Atenas
en llamas, que escribió tras una visita a una Grecia “obligada a vender
todo, mientras una Europa ‘generosa’ le da limosnas para que sobreviva”. Está
uno de sus últimos discos, al que llamó Intemperie, de 2010, que hoy
suena perturbador. Había surgido al pulso de una España a la que definía “al
filo del abismo”, de una Europa que por entonces le ofrecía “una sensación de
estar viviendo en la máxima precariedad, de incertidumbre, de abismo constante,
esta sensación de que en cualquier momento se derrumba toda la estructura en la
que estamos sostenidos”. Algo de aquello que advertía entonces el cantautor,
suena ahora escandalosamente premonitorio: “Intento reflejar un poco esta
sensación de que en cualquier momento se derrumba el techo que nos protege,
y nos quedamos todos a la intemperie”.
Fuente: Diario Página 12, 04 de abril de
2020.