viernes, 3 de abril de 2020

La Peste

Opiniones
La peligrosa acción hostil de expulsar a los "marcados" por la Peste
Se comienzan a observar casos en que pacientes con Covid-19 son amenazados de muerte por traer "La Peste" a la puerta del hogar de otros humanos que aún no tuvieron que enfrentar al virus.
“La mayor parte de las veces, una ocasión súbita llevaba a personas, hasta entonces honorables, a cometer acciones a veces reprensibles que fueron pronto imitadas”. (Albert Camus, La Peste)
Letras Libres
Por Sergio Grosman*
Enfocarnos en los datos y los recursos que brindan las ciencias médicas, cuenta sólo la mitad de la historia de una pandemia. La otra mitad está compuesta por la respuesta de las personas y el conjunto social a la misma, así como las consecuencias a las que se verán sometidas por haber actuado u omitido actuar.
Usar cinturón de seguridad, bajar nuestro colesterol, hacer deporte, la dieta sana, todas ellas son estrategias para manejar los peligros habituales de nuestra vida cotidiana. Pero un siglo después ”La gripe española”, un viejo conocido de la humanidad irrumpe por la ventana. La pandemia perturba nuestra suposición de que estamos medianamente seguros tan sólo porque vivimos en un mundo de riesgos conocidos. Ahora tenemos que aprender rápidamente otras estrategias, la incertidumbre se apodera de nuestras psiquis.
Se comienzan a observar casos en que pacientes con Covid-19 confirmado son amenazados de muerte por traer “La Peste” a la puerta del hogar de otros humanos que aún no tuvieron que enfrentar al virus.
“La mayor parte de las veces, una ocasión súbita llevaba a personas, hasta entonces honorables, a cometer acciones a veces reprensibles que fueron pronto imitadas”. (Albert Camus, La Peste)
En San Juan, una pediatra regresa de Europa e inmediatamente se auto-aísla. Sus vecinos se enteran que está infectada y comienzan a enviarle todo tipo de amenazas. Por las redes sociales se multiplica la propuesta de ir a la puerta de su casa para tomar represalias. La situación hace que le pongan consigna policial para evitar que sea agredida.
En Capital Federal, un paciente es internado, está en su habitación, aislado no puede tocar ni ser tocado, no puede ser visitado, está lleno de temor a que la enfermedad avance y le quite la vida. Abre su celular y comienza a recibir mensajes hostiles.
En Rosario, un posible infectado solicita asistencia, mientras lo están hisopando otros lo insultan, hostigan y amenazan: “Te vamos a prender fuego... sabemos donde vivís”.
Olas de miedo, pánico, estigma, moralización y llamados a la acción parecen caracterizar la reacción inmediata. Las sociedades están atrapadas en una vorágine emocional extraordinaria. Además, este extraño estado presenta una amenaza inmediata, real o potencial, al orden público. (Strong, Psicología de la Epidemia)
Los médicos y el personal de salud somos vistos con ambivalencia, salvadores de los enfermos que enfrentan la epidemia y también para algunos, que se consideran a sí mismos sanos, como personas peligrosas que es mejor alejar, vectores de “la peste”.
A su vez nosotros, el personal de salud, nos vemos inmersos en la angustia de un conflicto, sin salidas claras ¿Cómo llevar adelante el rol profesional y cuidar simultáneamente de nuestra familia? ¿Cómo manejar el riesgo de transmitir la infección en cualquiera de las direcciones posibles? ¿Hasta dónde hay que dejar sin asistir a personas con otras enfermedades por el riesgo de transmisión del coronavirus?
Si tenemos el mandato social de poner en riesgo nuestra salud y nuestra vida, así como la de nuestros seres queridos al ir a trabajar a un hospital y volver a dormir a casa, la sociedad tiene la obligación recíproca de generar recursos para cuidarnos del mejor modo posible en esa exposición al riesgo.

Los infectados no son los únicos que pueden ser discriminados

Así como somos aplaudidos por muchos, hay médicos y farmacéuticos que dan testimonio de notas dejadas en sus departamentos exhortándolos a no entrar, o vecinos que los sacan a los empujones de los edificios en que están sus consultorios, para impedir que ellos les traigan “La Peste”.
“... casi todo desembocaba en un fin harto cruel: esquivar a los enfermos y sus cosas y huir de ellos; al obrar así, creía cada cual asegurar la propia salud”. (Giovanni Boccaccio, El Decamerón, año 1353).
En ese momento la vecindad los vuelve un otro al que hay que segregar, un apestado. Un chivo expiatorio que se manda al desierto para estar seguros de que los que quedan están sanos y los peligrosos están lejos.
Las acciones hostiles de unos pocos, hacen que los enfermos teman admitir que lo están, retrasen su asistencia médica y así contagien más personas.
Cuando hay agresiones al personal de salud o escasez de recursos, nos agotamos, nos tensamos y se pone en riesgo de ruptura el pacto social que nos impulsa a estar en el frente de batalla contra la enfermedad.
Cuando los egoístas te dicen “vos sos el apestado”, creen que están a salvo. Afirman: “Yo soy el sano”, pero pierden de vista que son tan humanos como cualquiera, como los leprosos, los tuberculosos y los sidosos. Estamos a tiempo de entender que todos somos igual de humanos.
(*) Vicepresidente del capítulo de Psicoterapias de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.
Fuente: Diario Ámbito Financiero, 03 abril 2020.