Opiniones
La peligrosa acción hostil de
expulsar a los "marcados" por la Peste
Se
comienzan a observar casos en que pacientes con Covid-19 son amenazados de
muerte por traer "La Peste" a la puerta del hogar de otros humanos
que aún no tuvieron que enfrentar al virus.
“La mayor parte
de las veces, una ocasión súbita llevaba a personas, hasta entonces honorables,
a cometer acciones a veces reprensibles que fueron pronto imitadas”. (Albert
Camus, La Peste)
Letras Libres
Por Sergio Grosman*
Enfocarnos
en los datos y los recursos que brindan las ciencias médicas, cuenta sólo la
mitad de la historia de una pandemia. La otra mitad está compuesta por la
respuesta de las personas y el conjunto social a la misma, así como las
consecuencias a las que se verán sometidas por haber actuado u omitido actuar.
Usar
cinturón de seguridad, bajar nuestro colesterol, hacer deporte, la dieta sana,
todas ellas son estrategias para manejar los peligros habituales de nuestra
vida cotidiana. Pero un siglo después ”La gripe española”, un viejo conocido de
la humanidad irrumpe por la ventana. La pandemia perturba nuestra suposición de
que estamos medianamente seguros tan sólo porque vivimos en un mundo de riesgos
conocidos. Ahora tenemos que aprender rápidamente otras estrategias, la
incertidumbre se apodera de nuestras psiquis.
Se comienzan a
observar casos en que pacientes con Covid-19 confirmado son amenazados de
muerte por traer “La Peste” a la puerta del hogar de otros humanos que aún no tuvieron
que enfrentar al virus.
“La
mayor parte de las veces, una ocasión súbita llevaba a personas, hasta entonces
honorables, a cometer acciones a veces reprensibles que fueron pronto imitadas”.
(Albert Camus, La Peste)
En San
Juan, una pediatra regresa de Europa e inmediatamente se auto-aísla.
Sus vecinos se enteran que está infectada y comienzan a enviarle todo tipo de
amenazas. Por las redes sociales se multiplica la propuesta de ir a la puerta
de su casa para tomar represalias. La situación hace que le pongan consigna
policial para evitar que sea agredida.
En Capital
Federal, un paciente es internado, está en su habitación, aislado no
puede tocar ni ser tocado, no puede ser visitado, está lleno de temor a que la
enfermedad avance y le quite la vida. Abre su celular y comienza a recibir
mensajes hostiles.
En Rosario, un
posible infectado solicita asistencia, mientras lo están hisopando otros lo
insultan, hostigan y amenazan: “Te vamos a prender fuego... sabemos
donde vivís”.
Olas de miedo,
pánico, estigma, moralización y llamados a la acción parecen caracterizar la
reacción inmediata. Las sociedades están atrapadas en una vorágine emocional
extraordinaria. Además, este extraño estado presenta una amenaza inmediata,
real o potencial, al orden público. (Strong, Psicología de la Epidemia)
Los médicos y el
personal de salud somos vistos con ambivalencia, salvadores de los enfermos que
enfrentan la epidemia y también para algunos, que se consideran a sí mismos
sanos, como personas peligrosas que es mejor alejar, vectores de “la peste”.
A su vez
nosotros, el personal de salud, nos vemos inmersos en la angustia de un
conflicto, sin salidas claras ¿Cómo llevar adelante el rol profesional
y cuidar simultáneamente de nuestra familia? ¿Cómo manejar el riesgo de
transmitir la infección en cualquiera de las direcciones posibles? ¿Hasta dónde
hay que dejar sin asistir a personas con otras enfermedades por el riesgo de
transmisión del coronavirus?
Si tenemos el
mandato social de poner en riesgo nuestra salud y nuestra vida, así como la de
nuestros seres queridos al ir a trabajar a un hospital y volver a dormir a
casa, la sociedad tiene la obligación recíproca de generar recursos para
cuidarnos del mejor modo posible en esa exposición al riesgo.
Los infectados no son los únicos que pueden ser discriminados
Así como somos
aplaudidos por muchos, hay médicos y farmacéuticos que dan testimonio de notas
dejadas en sus departamentos exhortándolos a no entrar, o vecinos que los sacan
a los empujones de los edificios en que están sus consultorios, para impedir
que ellos les traigan “La Peste”.
“...
casi todo desembocaba en un fin harto cruel: esquivar a los enfermos y sus cosas
y huir de ellos; al obrar así, creía cada cual asegurar la propia salud”.
(Giovanni Boccaccio, El Decamerón, año 1353).
En ese momento
la vecindad los vuelve un otro al que hay que segregar, un apestado. Un chivo
expiatorio que se manda al desierto para estar seguros de que los que quedan
están sanos y los peligrosos están lejos.
Las acciones
hostiles de unos pocos, hacen que los enfermos teman admitir que lo están,
retrasen su asistencia médica y así contagien más personas.
Cuando hay
agresiones al personal de salud o escasez de recursos, nos agotamos, nos
tensamos y se pone en riesgo de ruptura el pacto social que nos impulsa a estar
en el frente de batalla contra la enfermedad.
Cuando los
egoístas te dicen “vos sos el apestado”, creen que están a salvo. Afirman: “Yo
soy el sano”, pero pierden de vista que son tan humanos como cualquiera, como
los leprosos, los tuberculosos y los sidosos. Estamos a tiempo de entender que
todos somos igual de humanos.
(*)
Vicepresidente del capítulo de Psicoterapias de la Asociación de Psiquiatras
Argentinos.
Fuente: Diario Ámbito Financiero, 03 abril 2020.