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¨El
coronel no tiene quien le escriba¨, de Gabriel García Márquez
Por Fernando Veglia
Leí esta novela
por obligación, como tarea escolar. Del mismo modo, conocí a Gabriel García
Márquez (1927); escritor y periodista colombiano, referente del “realismo
mágico” y, entre otros importantes reconocimientos y honores, premio
Nobel de Literatura en 1982.
El libro que
recibí, cuando era estudiante, había sido utilizado el año anterior y
conservaba, escritas con lápiz, las anotaciones marginales de otro lector;
resultó un fastidio y, sin más remedio, las borré e hice nuevas. Después de
utilizarlo, como material de estudio, lo devolví; error que maldije cada
vez que, por algún motivo, deseaba releerlo. Un libro bello, como una pintura o
una escultura, no debe prestarse. Años más tarde, la versión e-book forjó el
feliz reencuentro.
La obra, bien
acogida por los lectores y merecedora de una película, aunque triste, es
entretenida; la irremediable espera y las idas y venidas del protagonista
mantendrán la tensión hasta el final.
El coronel y su
esposa, ambos ancianos y enfermos, viven pobremente en un pueblo costero,
conservan -como única herencia de su difunto hijo- un gallo y esperan recibir
–hace quince años que esperan- la carta que confirmase la pensión de veterano y
que acabase con su pobreza. También esperan que el gallo los beneficiase,
ganando una pelea en el mes de enero, con el veinte por ciento de las apuestas.
La atmósfera, en todo momento, es sofocante; por el implacable calor, la
censura -del gobierno y la iglesia- y la violencia.
La acción
comienza en el mes de octubre, cuando el coronel va a darle el pésame “al
primer muerto de muerte natural” y tiene un encuentro con su amigo don Sabas.
Otro día y en ocasión de ir a la oficina de correo, por la carta que no
llegará, tiene un encuentro con el médico; un hombre joven que comparte su
ideología política y lo estima. Sin comida, evalúa qué vender; sólo tenía un
reloj y un cuadro y nadie los quería. La espera es tan humillante y desesperada
que cambia de abogado y escribe una carta al gobierno. Los compañeros de su
difunto hijo, enterados de que no tiene recursos, ofrecen alimentar al gallo
hasta el día de la pelea. Durante una visita a don Sabas, se entera que el
gallo vale novecientos pesos; su esposa -no soportando más la desesperante
situación- lo persuade de vendérselo. Sin embargo, el amigo termina
ofreciéndole cuatrocientos pesos y se va de viaje. El médico le advierte, al
coronel, que don Sabas le dará cuatrocientos pesos y lo venderá por
novecientos. Volviendo al hogar, descubre que los compañeros de su difunto hijo
han llevado el gallo a la gallera, lo recupera y, para enorme disgusto de su
esposa, decide no venderlo y continuar esperando la pelea, sin dinero para
comprar alimento o cosa que vender.
La primera vez
que leí la novela, el coronel me recordó a los hombres que, después de haber
trabajado treinta años o más, obtienen una jubilación mínima y deben esperar,
año tras año, el aumento. Luego de otras lecturas, el coronel fue
transformándose en un idealista acérrimo. Aunque su partido político y la
revolución habían fracasado, aunque su hijo había sido acribillado en la
gallera, él era incapaz de hacer algo deshonesto para satisfacer sus
necesidades básicas, pues había luchado con las armas y aún lo hacía con el
ejemplo.
La espera, cruel
e implacable, no es más que la altiva indiferencia de un gobierno, escudado en
los laberintos de la burocracia. Quizás esa indiferencia sea el manto oscuro
que la sociedad arroja sobre los que desean otra realidad o los que dejan de
serle útiles.
Fuente: Periódico Irreverentes (23-01-2017)
Fernando
Veglia (Escritor Casanovense)