2020, AÑO BELGRANIANO
Los carruajes en la vida del General Belgrano
Por Roberto L. Elissalde*
La lectura de los documentos del general
Manuel Belgrano suelen ofrecernos algunas novedades de todo tipo en cuanto a su
vida, muchas de ellas han pasado inadvertidas para el lector y también para los
historiadores, incluyendo a algunos dedicados especialmente al tema como
Cristian Werkenthien y Luis María Loza entre otros.
Uno de esos temas no abordados es el de
los carruajes que utilizó en distintos momentos, conociéndose
hasta ahora la famosa sopanda que se conserva en el Complejo Museográfico
Enrique Udaondo de la ciudad de Luján, tema bastante conocido y abordado. Sin
embargo encontramos otros antecedentes de vehículos utilizados por el prócer.
Su padre don Domingo hombre de gran fortuna, fue
propietario de una quinta en San Isidro, lo mismo que su pariente político el
boticario italiano Ángel Castelli Salomón. Ninguno de ellos figura entre los
propietarios de carruajes que cita José Torre Revello, que en 1800 alcanzaron
73 los propietarios, aunque ambos muertos por entonces no figura como dueño
ninguno de ese apellido.
Coches que podemos llamar oficiales sólo poseía el virrey,
el regente de la Real Audiencia, el Contador Mayor, el Comandante de Tabacos y
el Administrador de Aduanas. Si los tenían entre otros Antonio Olagüer Feliú,
Martín Boneio, Gaspar de Santa Coloma, Casimiro Necochea, Martín de Sarratea,
Pedro Picasarri, Melchor Albín, Martín de Álzaga, Miguel de Azcuénaga, Miguel Gorman,
Antonio Dorna, Pastor Lezica. Y también algunas señoras como las opulentas
viudas María Josefa de Lezica viuda de Francisco Segurola, María Gabriela
Basavilbaso viuda de don Pascual Ibañez. Poco después la viuda del virrey del
Pino tenía un carruaje que ataba con mulas blancas para salir de su casa en la
esquina de las actuales calles Belgrano y Perú para salir a su quinta en la
Recoleta ubicada en el solar donde se encuentra una reconocida confitería
frente a la plaza.
Seguramente don Domingo recurría a algunos de los pocos
propietarios de coches para el traslado de la dueña de casa, que además vivía
con su madre y las hijas mujeres e hijos pequeños. Una carreta que bien
temprano debía rumbear para aquellos lados, era el transporte de algunas de las
mujeres del servicio y vituallas; mientras que los muchachos seguían a caballo
a ésta y luego a la caravana, que se detenía en el rancho de las Morales,
rodeado de ombúes donde descansaban, se refrescaban y seguían al norte todos
los viajeros. Uno de estos árboles centenarios se encontraba en Vicente López y
hace pocos años sufrió como tantos otros la tala indiscriminada como tantos
otros ejemplares.
No sería raro que alguna vez lo hayan hecho en el carruaje
oficial de don Francisco Ximénez de Mesa, el administrador de la Aduana al que
don Domingo le había salido de fiador y que tantos disgustos le dio
cuando debió responder por el desfalco del funcionario. Lo cierto es que entre
los particulares no tenemos noticia de don Domingo como propietario de una carruaje,
queda por ver el expediente sucesorio, pero en este momento imposible hacerlo
en el Archivo General de la Nación, cosa que seguramente el doctor Guillermo
Pesaresi habrá realizado en la interesante investigación que está preparando
sobre el fundador de la familia.
Atento la nómina que dimos de funcionarios, el secretario
del Real Consulado de Buenos Aires, cargo para el que Belgrano había sido
nombrado a perpetuidad no disponía de coche oficial.
La primer referencia al respecto la encontramos en una
carta que el prócer le escribe a Jorge Pacheco, un ex capitán de blandengues
radicado en Entre Ríos a quien era uno de sus colaboradores en la difusión de
las ideas de la Revolución de Mayo. El 10 de abril de 1811 le escribe desde
Concepción del Uruguay:
“Gracias por el coche: debe Ud.
hacer quitar lana de los asientos porque están muy altos, y todavía tengo un
chichón en la frente de esas resultas”.
Seguramente en algún salto del camino la cabeza de Belgrano
se pegó unos golpes sin consecuencia, salvo este con el consiguiente moretón.
La segunda referencia la encontramos en marzo de 1812
cuando el Triunvirato le ordena que viaje con urgencia a hacerse cargo del
Ejército en el norte, por la enfermedad de Juan Martín de Pueyrredon. Le
facilitaron en la oportunidad un carruaje bastante “destartalado” que en esa
marcha quedó inutilizado a poco de llegar a Tucumán, después de tres semanas de
una marcha que con el traqueteo no le habrá resultado demasiado cómoda.
El general José María Paz,
testigo presencial, recuerda que el estado de salud del general no era el mejor
en febrero de 1813, el 20 por la mañana tuvo vómitos de sangre y ante la
imposibilidad que pudiera montar resuelto a dar batalla “se proponía mandarla
desde una carreta, pero afortunadamente mejoró” y pudo hacerlo. Así obtuvo el
triunfo en Salta ante el ejército realista comandado por el general Pío
Tristán.
Balbin, amigo fiel
La tercera noticia la tenemos del comerciante José
Celedonio Balbín que se encontraba en Tucumán por negocios,
donde trató a Belgrano de quien fue desde entonces un leal y consecuente amigo.
Al respecto apuntó:
“No es cierto que de los usos europeos
hiciese demasiada ostentación hasta el grado de chocar las costumbres
nacionales (como lo dice Paz), como no es cierto que se presentase en público
con lujo ni con el esmero de un elegante refinado. Se presentaba aseado como lo
había cocido yo siempre, con una levita de paño azul con alamares de seda negra
que se usaba entonces, su espada y gorra militar de paño. Su caballo no tenía
más lujo que un gran mandil de paño azul sin galón alguno, que cubría la silla,
y que estaba yo cansado de verlo usar en Buenos Aires a todos los jefes de
caballería. Todo el lujo que llevó al ejército fue una volanta inglesa de dos
ruedas que él manejaba con un caballo y en la que paseaba algunas mañanas
acompañado de su segundo el general Cruz; esto llamaba la atención porque era
la primera vez que se veía en Tucumán”.
Este dato tan interesante nos permite suponer que un
tilbury de fabricación británica vino con él a su regreso de la misión
diplomática en Londres.
Es el mismo Balbín quien recordó que cuando llegó a una
posta en la provincia de Córdoba en la famosa sopanda que lo trasladaba de
Tucumán a Buenos Aires, acompañado por el doctor José Redhead, su capellán el
padre Villegas y dos ayudantes Jerónimo Helguera y Emilio Salvigny. “Cuando
llegaban a una posta lo bajaban cargado y lo conducían a la cama; en el camino
sufrió varios desaires… llegó al anochecer luego que lo colocaron en la cama
dijo a su ayudante Helguera: llame Ud, al maestro de postas, quiero prevenirle
de lo que necesito para mañana. El ayudante fue con el recado y el maestro con
la mayor altanería le contesta: "Dígale Ud. al general Belgrano que si
quiere hablar conmigo venga a mi cuarto que hay igual distancia”. De esta
respuesta jamás se enteró para evitarle un nuevo disgusto.
Sin embargo son muchos los breves documentos que dan cuenta
del auxilio que aquellos maestros dispensaron al general en sus campañas y en
sus viajes.
Vale destacar que la famosa sopanda ha
sido objeto hace poco de una reproducción por el artesano don Pablo Rapisarda,
quien junto a su mujer Marianne Dik difunden estas tradiciones en el Museo del
Carruaje en Villa Ciudad del Parque, en el valle de Calamuchita.
*Historiador. Vicepresidente de
la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
Fuente:
La prensa, 25-07-2020.