HISTORIA
Independencia, dependencia y guerra civil
El 9 de julio de 1816 en la casa
que había prestado gentilmente doña María Francisca Bazán, los diputados que
habían llegado de todos los puntos del ex virreinato declararon la
Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Comenzaba una nueva
etapa para lo que empezaba a ser nuestro país.
Éramos independientes políticamente “de España y de toda
dominación extranjera”, pero la metrópoli nos había dejado en una situación muy
delicada, que conduciría a una dependencia económica de otras potencias
europeas. España no sólo no había fomentado el desarrollo industrial en sus
colonias americanas, sino que hizo todo lo posible para obstaculizarlo y poner
trabas al comercio entre las distintas regiones del extenso territorio. España
misma tenía una escasa producción industrial, que no alcanzaba a cubrir las
necesidades básicas de sus habitantes y debía importar la mayoría de los
productos elaborados.
La zona de Buenos Aires producía básicamente materias
primas para exportar, como cueros, sebo para las velas y tasajo, que era una
grasa salada utilizada por países como Brasil y Estados Unidos para alimentar a
los esclavos. Esto le reportaba a la región importantes ganancias, que junto
con el manejo exclusivo de las rentas del puerto y la Aduana -que aumentaron
enormemente a partir del reglamento de Libre Comercio de 1809- le permitían
darse el lujo de importar todos los productos que precisaba sin
necesidad de preocuparse por su fabricación.
Así pensaba al menos la mayoría de los terratenientes
porteños, que preferían la ley del menor esfuerzo y la ganancia fácil antes que
el aporte para el progreso, que hubiera implicado que destinaran parte de sus
enormes ganancias -como hicieron los ganaderos y granjeros norteamericanos- a
invertir en la industria.
La situación del interior era diferente. En algunas
regiones como en Cuyo, Córdoba, Corrientes y las provincias del Noroeste, se
habían desarrollado pequeñas y medianas industrias, en algunos casos muy
rudimentarias, pero que lograban abastecer a sus mercados internos y daban
trabajo a los habitantes de estas regiones. Para el interior el comercio libre
significó en muchos casos la ruina de sus economías regionales arrasadas por
los productos importados más baratos y de mejor calidad.
El manejo del puerto y la Aduana en forma exclusiva e
injusta por parte de Buenos Aires será el tema central de los enfrentamientos
que comenzarán a darse por esta época y no concluirán hasta la década de 1870.
La incapacidad y la falta de voluntad y de patriotismo de
los sectores más poderosos llevaron a que nuestro país quedara condenado a
producir materias primas y a comprar bienes elaborados muchas veces con los
productos de nuestra tierra. Claro que valía mucho más una bufanda inglesa que
la lana argentina con la que estaba hecha. Esto condujo a una clara dependencia
económica del país comprador y vendedor, en este caso Inglaterra, que impuso
sus gustos, sus precios y sus formas de pago.
Por otra parte, los países que sustentan su existencia en
virtud de la exportación de materias primas, como granos o carnes, quedan muy
expuestos a los fenómenos naturales, como sequías, inundaciones, pestes de
animales y esto puede arruinar su economía de un momento a otro. En cambio, los
países industriales pueden planificar su economía sin preocuparse por si
llueve, está nublado o sale el sol.
Tras aquel primer paso, el 9 de julio de 1816, éramos
independientes, sí, pero solamente en lo político; en lo económico empezamos a
ser cada vez más dependientes de nuestra gran compradora y vendedora:
Inglaterra.
A comienzos de 1817 el congreso se trasladó de Tucumán a
Buenos Aires. Todavía quedaba por definir la forma de gobierno y redactar una
Constitución.
Mientras tanto, San Martín había sido nombrado gobernador
de Cuyo en 1814 y se preparaba para cruzar los Andes con su ejército
libertador. Todo el pueblo de Cuyo colaboró donando elementos y provisiones y
alistándose los hombres de entre 16 y 50 años como soldados. Estableció su base
en el campamento de Plumerillo, Mendoza, e impartió un fuerte entrenamiento a
sus tropas acorde a la impresionante misión que tenían por delante: cruzar una
de las cordilleras más altas del mundo con picos de más de 6.000 metros para
llevar la libertad a Chile y de allí al Perú. Todos trabajaban en el campamento
y todos los metales servían para el cura Fray Luis Beltrán los transformara en
su fragua en fusiles y cañones para la libertad de América.
En tanto, en Europa continuaban las negociaciones para
conseguir un rey para estas tierras ahora independientes. Obsesionados por el
auge de las monarquías en el viejo continente, muchos congresales insistieron
en la necesidad de dictar una Constitución que estableciera un poder ejecutivo
centralizado y fuerte. Fue así como el 22 de abril de 1819 el Congreso sancionó
una Constitución unitaria y centralista, que daba todo el poder a Buenos Aires
y perjudicaba a las provincias. Éstas no tardarán en rechazarla enérgicamente.
Así, el Congreso que en 1816 declaró la independencia se
desmoronaba sin remedio y la amenaza de disolución del gobierno central era un
hecho. La región se sumía en una guerra civil entre Buenos Aires y el interior
que demorará durante largas décadas la organización nacional.