OPINIONES
¿Por qué es importante ser
ciudadano de un país que construye poder?
La
importancia de vivir en un Estado 'poderoso' en términos geopolíticos y
geoeconómicos es, principalmente, por la capacidad de redistribuir la riqueza
que poseen.
La fortuna de
los multimillonarios es consecuencia de un "sistema económico fallido y
sexista", aseguran. Twitter.
Por Pablo Kornblum
Las peleas del
futuro no se distinguen de las del pasado ni las del presente. La lucha por la
acumulación de capital físico (con su devenir financiero, aunque se hayan
invertido los roles en el orden de prioridades) en base a la apropiación de
recursos naturales estratégicos que permitan generar amplias cadenas de valor
en industrias de alta tecnología permiten, a través de la lógica del comercio
global, continuar incrementando el flujo y stock de bienes y servicios de los
Estados; pero también – y por sobre todo – son utilizados como medio para
potenciar el círculo virtuoso del poder duro (el aparato militar, la
cyber-defensa, el control del espacio).
A ello se le
adiciona otro dilema. La globalización tecnológica de las últimas décadas
conllevó a un derrame de información variada y nutrida a aquellos lugares de la
tierra que hasta finales del siglo pasado eran considerados remotos. En este
sentido, una enorme cantidad de seres humanos tienen acceso a ver con sus
propios ojos la pobreza, las injusticias, los peligros, o los debates que se
llevan a cabo en torno a sus vidas y los temas de interés internacional. Ello
ha enriquecido la capacidad de elaboración de ideas a través del
cuestionamiento. Y contrarresta la famosa frase que dice que hay dos formas de
poner de rodillas a un pueblo: ‘por las armas, o a través de la
ignorancia’.
El otro punto a
destacar es que la expansión de medios a nivel global, conlleva una contraparte
económica. Los procesos de globalización de la producción se realizan a través
de tercerizaciones hacia mercados ‘más económicos’,
destruyendo el salario de la clase media del mundo desarrollado para
homogeneizar un escenario socio-productivo que perpetua una gigantesca marea de
clase media-baja, los cuales se han transformado en variables fundamentales que
ayudan a la supervivencia de las Pymes dependientes de las grandes
corporaciones, como así también a las erogaciones gubernamentales
discrecionales – léase el tan mentado ‘gasto social’ de los
poderes de turno. Todo ‘pendiente de un hilo’, contrario a los
objetivos de sustentabilidad y desarrollo de la calidad de vida de la
ciudadanía trasnacional.
Como se ha
descripto, sostener los avatares de las mayoritarias clases empobrecidas y
pauperizadas del mundo no es tarea sencilla para los que rigen los destinos del
planeta. Sin embargo, no es imposible.
Por un lado, la
vital información como ‘herramienta educadora’, es
susceptiblemente dominada por los poderes político-económicos. Para una gran
parte de la población no especializada en las denominadas Ciencias Sociales
(Ciencias Políticas, Economía, Sociología), la manipulación de lo que se dice
suele ser moneda corriente. Nadie espera que las mismas sean objetivas; pero
deberían mostrar, al menos, los dos lados del mostrador – aunque sabemos que en
muchas ocasiones el abanico de grises es amplio -, para que el ciudadano medio
pueda tratar de analizar la realidad a través de diferentes prismas ópticos.
La otra temática
relevante a destacar es la utilización de la grieta entre clases sociales
inter-estatales similares, como elemento disuasivo de aquellos que quieren
derribar el estatus-quo. Ya Arghiri Emmanuel, el economista
marxista griego que tuvo una enorme relevancia a mediados del siglo pasado,
sostenía que mientras las elites de los países desarrollados y
sub-desarrollados se beneficiaban de los intercambios comerciales y financieros
(los primeros en mayor medida, en base al deterioro en los términos de
intercambio de los segundos), existía además algún tipo de beneficio relativo
para con las amplias ‘clases medias’ del primer mundo, a
través de mercados internos virtuosos. Pero el punto en cuestión es que los
perdedores, las mayorías pobres de los países del ‘tercer mundo’,
no solo reciben migajas del plusvalor de sus clases dominantes, sino que, y por
sobre todo, se encuentran ‘desconectados’ con sus pares
trabajadores - o mismo pequeños emprendedores desclasados -, de las otrora
potencias Europeas, Estados Unidos, o Japón.
Finalmente los
poderes dominantes tienen, como último recurso, el aparato represivo del
Estado. Si, ya saben que desde la creación de las Naciones Unidas y todas sus
declamaciones, no se encuentra bien visto la utilización de la fuerza para
reprimir a una sociedad civil que declama mejoras urgentes y, peor aún,
generalmente ‘demasiado racionales’. Pero los reclamos son
cada vez más fuertes y poderosos, de sociedades que exigen un verdadero cambio
y hacen tambalear a los poderes de turno. Ello es inadmisible. Por ello la
validación y el llevar a la praxis – después se verá cómo se justifica -, los
secuestros, la represión, las ejecuciones y la violencia psíquica, son una
práctica lamentablemente ‘normalizada’ de aquellos que se
encuentran justamente para cuidarlos y hacer valer/respetar sus derechos.
Para concluir,
podemos afirmar que en la última década hemos vivido un poco de todo lo
mencionado: desde los ‘indignados’ pasando por la primavera
árabe; guerras comerciales y disminución de costos a como sea; conflictos
intrínsecos ideológicos que abarcan desde la posición ante la inmigración o el
cómo se controlan epidemias como el Coronavirus, o la violencia paraestatal
como son el caso del Chile de Piñera o la Venezuela de Maduro, para ir muy
lejos de nuestro entorno.
Dentro de este
torbellino de situaciones, donde todas las variables son válidas y la puja de
intereses contrapuestos es permanente, siempre termina prevaleciendo la fuerza
o el dinero que ella puede comprar. O viceversa, ya que el orden de los
factores no altera el producto: poder y riqueza se intercalan y se potencian
mutuamente. Y en este sentido, sea cual sea la posición en la cual nos
encontremos en cada entramado social nacional – aunque a muchos les pese y lo
discutan, el sistema internacional se sigue rigiendo bajo el eje rector de los
actores estatales – en el fragor de la batalla, mejor es estar bajo el ala de
los ganadores.
Porque de lo
contrario, las problemáticas se potencian negativamente y, como nos suele
ocurrir a los argentinos, continuaremos descendiendo aún más a escenarios de
rispideces políticas intra-nacionales cada vez más agresivas por la escases de
recursos económicos/financieros y la falta de capacidades de poder para
mantener o conquistar activos estratégicos; que si lo adicionamos a la ya
crónica injusta redistribución de la riqueza generada, solo redundará en una
mayor violencia y caos social donde ya nadie se salva: ni los que menos tienen
que ya no saben cómo sobrevivir; lo que queda de la clase media que cada vez
obtiene menos con un mayor esfuerzo; ni las clases más acomodadas, donde su
seguridad corre peligro permanentemente. Como ocurre en ciertos países y
regiones del mundo, donde jamás hubiéramos soñado estar. No, no estoy
describiendo un escenario distópico. Es nuestra realidad actual.
(*)
Economista y Doctor en Relaciones Internacionales. Autor del Libro “La Sociedad
Anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica ciudadana.”
Fuente: Diario Ámbito Financiero, 20 febrero 2020.