jueves, 17 de mayo de 2018

Novela

Guerra Hormiga: Malas Palabras (I)
El alba bañaba una pradera con luz cristalina, acariciaba gotas de rocío y disfrutaba de los perfumes de la tierra húmeda. Los bosques de eucalipto manchaban el horizonte y en los trigales resplandecían amarillas tonalidades.
Un milimétrico surco, oculto entre la hierba, dibujaba rectos caminos y enmarañados senderos. Solitario, aguardaba el cosquilleo de millones de patas, el vuelo rasante de los pájaros y el canto de los obreros.
Las hormigas exploradoras retornaban a las entradas de Nueva Morada Roja, marchando como si una amenaza las persiguiera. Los centinelas, firmes en sus puestos y preparados para un inminente combate, esperaban los informes para custodiar a los obreros en sus labores.
-¡Hormiga Tok, de la galería 110, nicho 620, grupo explorador 4! –anunció el explorador.
-¡Descanse! Presente el  informe del exterior –pidió el centinela.
-¡Sin enemigos a la vista! En los trigales encontramos actividad obrera de Moradas aliadas. Algunos pájaros sobrevuelan los caminos que atraviesan los bosques. El mayor peligro acecha en el arroyo. Hemos verificado la presencia de dos o más batracios –informó el explorador.
-¿Sugerencias? –preguntó el centinela.
-Custodiar los caminos que cruzan los bosques y vigilar que los anfibios no invadan nuestro territorio –recitó el explorador.
-¡Retírese! –ordenó el centinela.
El centinela debatió el plan de acción con sus pares y ordenó a un cabo despertar a los obreros, agruparlos y custodiarlos como lo hacían habitualmente.
El agudo silbido de las cigarras sonó en todas las galerías. Millones de hormigas, a las órdenes de los soldados, formaron grupos y marcharon en presurosas filas hasta las salidas. Largas inscripciones en los túneles advertían las características físicas y morales del enemigo, sus tácticas para capturar voluntades, el posible discurso de los infiltrados, qué hacer en caso de ataque y a quién recurrir si un obrero resultaba un espía.
Un viejo y robusto obrero, llamado Miti, rompió la fila ante el estupor de los compañeros y las advertencias de los soldados, para alcanzar a su entrañable amigo Kel.
-¡Eh! ¡Kel! ¡Aguarda! –gritaba Miti, intentando alcanzar a su amigo.
-¡Demonios, Miti! ¿Qué haces? –protestó Kel.
-Nos espera una larga jornada. Es bueno tener un amigo para conversar…
-¿Te das cuenta de lo que hiciste? ¡Rompiste la fila!
-¿Y? ¡Qué me encarcelen! El soldado hará su informe delatándome y me descontarán unos granos. Eso será todo –desafió Miti.
-¡Insensato! Los tiempos han cambiado, estamos en guerra.
-¡Vamos! ¿Realmente crees que nos atacarán?
-Maldición, baja la voz. Sigues siendo una larva idiota ¿Viste las inscripciones? – preguntó Kel, temiendo ser acusado de espionaje o derrotismo.
-Es una farsa, una guerra para apropiarse de los granos… -aseveró tranquilamente Miti.
-¿Eres ciego o qué? Nos denunciarán por espías, si sigues parloteando ¡Calla!
-Está bien… Pero convengamos que Morada Negra es incapaz de atacar nuestro territorio. Está a muchos días y noches de distancia… -aseguró Miti.
-¡Si continúas, llamaré al soldado! ¿Qué te ha picado? –amenazó Kel.
-No lo sé… Ayer… escuché en las noticias la postura de las Moradas Unidas… de nuestro Concejo… Creo que estoy viejo ¿Recuerdas cuando éramos soldados rasos? Nos enrolamos para defender la libertad…
-¡Nuestras mandíbulas oprimían cabezas y cortaban miembros! ¡Éramos duros! ¡Fuertes! ¿Recuerdas la batalla en la que perdiste la antena derecha? –preguntó Kel, sumergiéndose en viejos recuerdos.
-¡Carajo! ¡Esos amarillos! Debíamos evitar que se maten entre ellos…
-Patrullábamos el exterior de Morada Amarilla ¿Recuerdas? Los malditos estaban trepados a un árbol y, de repente, saltaron sobre nosotros…
-Mi antena cayó con el primer mordisco. Si tú no lo hubieses detenido, ese bastardo cortaba mi cabeza –afirmó Miti.
-¡Sí, señor! Quizá ese día salvé tu vida… ¡Bah! ¿Quién lo sabe?… Aún tengo cicatrices…
-Jeo, el negro, perdió una pata trasera, todavía escucho sus gritos… Hubo muchos mutilados… Los amarillos estaban por todas partes… Ese patrullaje desencadenó la batalla del arrozal… -recordaba Miti, perdiéndose en la memoria, en los detalles de un antiguo combate.
-Fue un milagro que nos salváramos –aseguró Kel.
-Lo fue… Sí, lo fue… Han muerto muchos de nuestra generación –afirmó Miti con tristeza.
En un bosque de eucaliptos, cientos de grupos compuestos por cincuenta hormigas, marchando por los senderos que conducían a los puntos de recolección, abandonaron el camino principal. La fila, aún enorme, salió al campo abierto, rodeó algunos charcos e, internándose en los trigales, desapareció.
-Es un hermoso día, Miti. El sol nos sonríe, no hay depredadores con los que combatir o de los que huir. Más cosechamos, más nos pagan ¿Qué mejores bondades podemos ambicionar? –preguntó Kel, retomando la conversación.
-No lo sé… Nunca nos ha faltado nada… Conozco el bosque desde pequeño y el trigal desde joven… Quizá la guerra tenga sentido –aventuró Miti, intentando conformarse.
-¿Qué dices? ¡Calla de una vez! ¿Qué demonios te ocurre? ¡Es una maldita guerra! ¡Igual que tantas otras! –espetó Kel, algo furioso. La insistencia de su compañero comenzaba a fastidiarlo.
Miti no contestó. Apesadumbrado, levantó con sus viejas mandíbulas un grano de trigo y regresó a la fila. Kel era incapaz de comprender los remordimientos de su amigo. No comprendía por qué un anciano, pronto a despedirse del mundo, cuestionaba la voluntad del Concejo. Bien lo recordaba como un soldado entusiasta y “patea traseros”, dispuesto a expulsar invasores y socorrer lejanos hormigueros.
La fila regresó al bosque a paso ligero y detuvo la marcha a la espera del resto de los obreros. Todas las hormigas, obedeciendo a los soldados, depositaron la carga en el suelo e inusualmente descansaron.
-¿Sabes dónde recogí mi primera hoja? –preguntó Miti, de pronto.
-¿Otra vez la misma anécdota? La he escuchado durante años –protestó Kel.
-Puedo contarla una vez más –aseguró Miti, burlándose.
-El viejo Miti no se rinde. No pasará un día sin que la escuche –aseguró Kel, resignado.
-Era el más pequeño de la fila y mi primera vez fuera del hormiguero. Los instructores me habían enseñado qué debía hacer, pero la ansiedad nublaba mis pensamientos. La luz, los colores y las formas del exterior me deslumbraron, jamás imaginé semejante prodigio. Cuando llegamos al bosque un soldado me separó de la fila, pidiéndome que lo siguiera. Desde las ramas de un árbol, me mostró la extensa línea que dibujaba nuestro camino en la tierra, señaló algunas entradas del hormiguero, indicó las moradas limítrofes y explicó que las montañas rectangulares y destellantes, donde residía nuestro Concejo y los antiguos hormigueros, eran las ciudades humanas. Descendiendo sin prisa y disfrutando del paisaje, me ordenó cortar una hoja y regresar a la fila cargándola. Sorprendido…
-Vi que todos los obreros me aguardaban, reservándome el primer lugar. Y levantando la hoja, cual bandera del buen augurio, los guié hasta el hormiguero –añadió Kel, terminando la historia de su amigo.
-Fue inolvidable… El día más feliz de mi existencia…
-Sin duda… y el más sufrido por mis oídos.
Un sargento separó de la fila al grupo de Miti y Kel, conduciéndolo al centro del bosque, lejos de las miradas curiosas y los comentarios especulativos.
-¡Haraganes! ¡Grupo de viejos inútiles! ¡Pueden cargar más peso! ¡Tiren sus granos! ¡Recojan maderas o tallos! –ordenó el sargento.
-¡Sí, señor! –respondieron todas las hormigas.
El sargento ordenó a Miti y a Kel, cuando todos se dispersaron, que lo siguiesen a lo alto de un frondoso eucalipto. Detenidos en una rama, observaron el bello horizonte y descansaron de la dura empresa.
-Desde aquí controlamos los caminos y los senderos. Mariposas y grillos traen a nuestros oídos comentarios desleales, conspiraciones contra el Concejo y otros lamentables sucesos antipatrióticos… -comenzó el sargento.
-¿Y eso cómo se relaciona con nosotros? –preguntó Kel, interrumpiendo.
– ¿De qué habla? –añadió Miti.
-¿No lo saben? –preguntó el sargento, burlonamente.
-¡Por supuesto que no! –protestó enérgicamente Kel.
-¡Ni la más remota idea! –gritó Miti.
-¿No recuerdan los comentarios que hicieron sobre el enemigo? Hace semanas que los seguimos…-dijo el sargento regocijándose.
-¿Qué clase de cabronada es esta? –interrumpió Miti.
-¡Cállese! ¡Ustedes buscan desanimar a los soldados y fomentar la desobediencia civil! –gritó el sargento.
-¡Al diablo con usted! –gritó Kel, disponiéndose a descender del árbol.
-¡Ahora! –ordenó de un grito el sargento.
La temida policía especial sorprendió a los obreros, inmovilizándolos y haciéndolos prisioneros.
-Quedan detenidos por espionaje, conspiración y traición a la Morada. Carecen de derecho a defensa en juicio, serán liberados o sentenciados cuando la investigación culmine y el Concejo lo apruebe ¡Encapúchenlos y llévenlos! –recitó el sargento, satisfecho.
Miti y Kel, antes de que las capuchas oscurecieran el mundo, observaron como la extensa fila era engullida por la entrada del poderoso hormiguero.
Por Fernando Veglia