Nota
periodística que refleja los acontecimientos en la época del mundial de 1978,
en nuestro país, y el contexto del gobierno militar. Para poder interpretar
estas líneas, hay que tener un conocimiento de la historia de los años del
gobierno militar, tras el derrocamiento de gobierno cívico elegido democráticamente
el 23 de septiembre de 1973, en las elecciones nacionales que se celebraron, Juan
domingo Perón, que ganó las elecciones con el 62% de los votos contra el
candidato de la Unión Cívica Radical (UCR), Dr. Ricardo Balbín; y se convirtió
en presidente por tercera vez en octubre de 1973 con su esposa Isabel Martínez
de Perón como vicepresidente.
Juan D. Perón falleció en ejercicio de la presidencia
de la Nación Argentina el 1º de julio de 1974, a los 78 años de edad.
El 24 de marzo de 1976 un golpe de
Estado que derrocó al gobierno democrático de Isabel Martínez de Perón y una
junta integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante
Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Agosti tomó el mando del país;
que se llamo El
“Proceso de Reorganización Nacional”,
también conocida como “última dictadura
cívico-militar”, es el nombre con el que se autodenominó la dictadura
cívico-militar, que gobernó la Argentina
desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que derrocó al gobierno constitucional
de la presidenta María Estela Martínez de Perón (justicialista), hasta el 10 de
diciembre de 1983, día de asunción del gobierno elegido mediante sufragio de Raúl
Alfonsín (UCR).
El poder fue
ocupado por una junta militar integrada por los comandantes de las tres Fuerzas
Armadas, sucediéndose cuatro juntas militares en el período. La etapa suele ser
denominada como “el Proceso” y es considerada “la dictadura más sangrienta de
la historia argentina.”
La Junta Militar
llevó a cabo una acción represiva en la línea del terrorismo de Estado conocida
como la “guerra sucia”, coordinada con otras dictaduras instaladas en los
países sudamericanos mediante el “Plan Cóndor”, que contó con el apoyo de los
principales medios de comunicación privados e influyentes grupos de poder
civil, la protección inicial del gobierno de los Estados Unidos y la pasividad de la
comunidad internacional.
El “gobierno de facto” secuestró, torturó y
ejecutó clandestinamente a miles de personas, que luego serían denominadas “los
desaparecidos” (unas sospechosas de ser guerrilleros y otras simples activistas
civiles sin relación con las organizaciones armadas) en centros clandestinos de
detención establecidos al efecto. Gran cantidad de ellos fueron asesinados y
enterrados en fosas comunes o arrojados al mar desde aviones militares.
“Historias y
testimonios a cuatro décadas del Mundial de 1978
Mientras rodaba la pelota
A 40 años
del Mundial que se disputó en la Argentina en plena dictadura, Memoria Abierta
y el colectivo de periodistas NAN lanzan una web con 78 historias que cuentan
esos días. Los relatos recorren distintos ejes que van desde el fútbol en sí
hasta las acciones de los organismos de derechos humanos, el exilio y el boicot
al campeonato, el rol de los medios de comunicación y la represión en sus
distintas facetas. Aquí, un adelanto de algunos de los textos y las imágenes.
* Todo el material podrá leerse, desde el próximo
viernes 1º de junio, en www.papelitos.com.ar
Un infiltrado en el agasajo
Por Ailín
Bullentini
Pasaron 40
años, pero Frits todavía recuerda que aquellos tres días de fines de junio de
1978 “no fueron lindos”. Que no la pasó bien, se refiere. Que tuvo miedo. Que
“quería salir de Argentina”. Entonces, Frits Jelle Barend ya era periodista y
había viajado desde Holanda, su país, al sur más sur del continente americano
para escribir sobre el Mundial 78. Junto a colegas coterráneos había cubierto
el campeonato de Alemania 74 para la revista Vrij Nederland y harían lo mismo
con la nueva edición. La Argentina, además, tenía algo especial: aquí había una
dictadura. Frits y sus colegas lo sabían. “Pudimos escribir que había realmente
una dictadura en la Argentina, una dictadura fascista. Pudimos sentirla,
hablamos con gente, y yo a esa gente le creí lo que me decía. Confié en
aquellos que me dijeron que había desaparecidos”, asegura desde su tierra
natal.
La
publicación holandesa, uno de varios medios de comunicación internacionales que
llegaron al país para cubrir el campeonato, había enviado a tres
corresponsales: dos periodistas y un fotógrafo. El periodista Henk Van Dorp
tenía a cargo la cobertura deportiva. Frits, la política. “Sabíamos qué pasaba”
en Argentina, dice. Las denuncias que alertaban sobre las violaciones a los
derechos humanos que estaba desarrollando las fuerzas de seguridad en el país
habían empezado a cruzar las fronteras y se esparcían lenta pero firmemente por
Europa. Varios medios de Holanda, Suecia, Francia y Gran Bretaña buscaron
también aprovechar su viaje a la Argentina para entrevistar a las Madres de
Plaza de Mayo en sus rondas de reclamos frente a la Casa Rosada.
Frits eligió
el día de la apertura del Mundial de Fútbol 78 para visitar a las “madres
locas”. Casualmente, era jueves. Aún siente que la experiencia fue “bastante
impresionante”. La ceremonia de inauguración del campeonato coincidió con la
hora en que las Madres de Plaza de Mayo se reunían en torno de la Pirámide.
Sentado
desde su casa en Holanda, el periodista viaja en el tiempo: “Estuve en el cine
cerca de la plaza hasta las 15.30 y luego fui a la plaza. No podrías creerlo,
estaba totalmente vacía. Me sentí un poco inseguro. Caminé por ahí hasta que a
las 15.50 empezaron a llegar, desde diferentes esquinas de la plaza, señoras.
Me presenté: ‘Soy un periodista de Holanda, me gustaría hablar con ustedes’. Y
me dijeron que una había perdido a dos hijos, otra a una hija, otra a su
marido. Me dieron un número de teléfono, me dieron flores”.
Frits
recuerda que, minutos después, la Plaza de Mayo comenzó a recuperar la
circulación habitual de peatones y vehículos a su alrededor. También recuerda
que al cabo de su charla con las “madres locas” hombres de civil se le
acercaron y empezaron a insultarlas, a decirle que no debía creer en esas
mujeres que pedían información sobre sus hijos desaparecidos. “No me dejaban
seguir hablando con ellas, me empujaban un poco. Por suerte llegó un equipo de
cámara francés”, cuenta.
Regresó a su
hotel un rato después. Allí esperó a su colega Van Dorp, que estaba cubriendo
la ceremonia inaugural en el estadio de River. “No estaba asustado, pero
tampoco me sentía seguro”, recuerda. En el estadio Monumental, personal de control
notó que al lado de Van Dorp había un lugar vacío que debía haber ocupado
Frits. “Ellos sabían que yo no estaba en el estadio”, apunta el holandés, que
había elegido la Plaza de Mayo aquella tarde de principios de junio. Esa noche
le pidió a su colega compartir habitación.
Sin embargo,
Frits superó el sentimiento de inseguridad y dio un paso más. Él y el fotógrafo
Ben Nienhuis fueron los únicos holandeses –además de los diplomáticos– que
asistieron a la cena oficial de clausura del Mundial de Fútbol 78, con la que
la Junta Militar argentina celebró el campeonato organizado y ganado. Una
celebración a la que ni siquiera la selección naranja
había asistido, tras la derrota de la final.
Frits y Ben
lo lograron. Se hicieron pasar por dos jugadores de la selección de su país a
quienes les pidieron las invitaciones e ingresaron a la cena. “Los argentinos
decían que estaban contentos de que hubiera gente de Holanda. Nos agradecían
que estuviéramos ahí”, recuerda el periodista. Nadie allí se había dado cuenta
de que no eran jugadores, salvo por el presidente de la Federación Holandesa de
Fútbol, con quien compartieron mesa y que “estaba bastante nervioso” por el
engaño.
La
simulación duró “una media hora”. Hubo canapés, charla de pasillo y discursos
de los dictadores argentinos. Mucha algarabía. Tras las palabras oficiales,
Frits creyó que “era el momento”. “Hablé con el fotógrafo. Tomé mi pequeño
grabador y me acerqué al señor Videla”. El diálogo, reconstruido 40 años
después, fue más o menos así:
–Hola, señor Videla. Soy de Holanda. ¿Puedo hacerle algunas
preguntas?
–Si, por supuesto. Claro, claro.
–Felicidades por el Mundial.
–Gracias, gracias.
–¿Está contento?
–Sí, estoy feliz.
–¿Qué pasó con la gente desaparecida?
–¿De qué está hablando?
–Estoy hablando de las personas que están
desaparecidas. Me dijeron que son 40 mil.
–Eso es mentira, es mentira.
–No, no es mentira. He hablado con mujeres, con las
“madres locas”.
Frits cuenta
que Videla se puso nervioso y que unos minutos más tarde los hombres de
seguridad de la fiesta apartaron a él y a su colega de al
lado del dictador.
Un rato
después, los dos se escabulleron, aunque tardaron unas horas en darse cuenta de
que habían dejado algo importante en la fiesta.
Regresaron
al hotel, y se preparaban a volar esa misma noche a Santiago de Chile cuando el
fotógrafo notó que no tenía el pasaporte. “Mi colega dejó todas sus
pertenencias en su saco y yo estaba muy enojado. Pasaporte, dinero, tarjetas de
crédito. Ellos se lo sacaron de su saco, él se quedó sin nada”, rememora Frits.
No pudieron volar esa noche. No pudieron hacerlo durante los siguientes tres
días.
“Debíamos
esperar tres días antes de poder irnos y esos días no fueron demasiado bonitos
–dice el periodista–. Nos quedamos juntos, no nos íbamos solos. Dormíamos
juntos y poníamos una mesa detrás de la puerta para que no pudieran entrar. No
dejábamos nada de valor en la habitación, salvo la ropa. En las calles alguien
nos empujaba, de repente trataban de tocarnos, así que no hicimos demasiado.
Comíamos cerca del hotel.”
Le habían
pedido asistencia al embajador holandés, Dorone Van den Brandeler, con quien no
tenían buena relación. El periodista holandés se había enterado de que el
embajador había participado sin permiso de los desfiles militares de la Junta
argentina y lo había publicado en una nota. “Estaba muy enojado con nosotros”,
señala Frits. Luego intercedió el Ministerio de Asuntos Exteriores de Holanda.
Incluso la aerolínea de bandera de los Países Bajos, KLM. Hasta que finalmente
pudieron salir de la Argentina.
Nacido y apropiado entre gritos de gol
Por María Eugenia Ludueña
La última vez
que Estela de Carlotto habló con Laura fue el 16 de noviembre de 1977. La mayor
de sus cuatro hijos vivía escondida, de casa en casa. Cada vez que llamaba a la
escuela donde trabajaba su mamá, lo hacía fingiendo que era otra persona.
–Sabe, Estela,
últimamente no me ando sintiendo muy bien.
–Ay, por favor,
Silvia. Cuídese mucho –le pedía Estela a su hija, pensando que quizás estuviera
enferma.
–Me parece que
debería ir al ginecólogo –le dijo ella.
Hasta hoy, nadie
sabe bien dónde secuestraron a Laura. Tenía 22 años, estudiaba Historia en la
Universidad Nacional de La Plata y militaba en la Juventud Universitaria
Peronista (JUP). No existen testimonios de su detención ni de su paso por otros
centros clandestinos. Pero sí hay testimonios de sobrevivientes que la vieron
en el centro clandestino de detención y tortura La Cacha, cerca de La Plata.
María Laura
Bretal es una de las pocas sobrevivientes que estuvieron secuestradas allí
durante 1978. Militante de izquierda, socióloga, en varios juicios contó: “Fui
secuestrada el 5 de mayo junto a mi hija de tres años. Estaba embarazada de
cuatro meses”.
En aquellos
días, uno de los represores que la custodiaba, aunque ella estaba encapuchada y
engrillada, le contó a María Laura que ese lugar se llamaba La Cacha en honor a
Cachavacha, la bruja de Hijitus, una serie de dibujos animados popular en esa
época. La bruja tenía una escoba mágica con un súper poder: hace desaparecer lo
que barría.
En ese centro
que funcionaba a 200 metros de la cárcel de Lisandro Olmos, María Laura Bretal
se sorprendió: no era la única embarazada. En La Cacha también estaban Rita, de
siete meses, y Rosita, de ocho. Las conoció cuando pasó una semana en una
habitación con ellas.
En La Cacha los
secuestrados, como en otros centros, llevaban apodos. Era uno de los modos de
resistencia al número y la despersonalización que imponía el terrorismo de
Estado. A María Laura los compañeros de cautiverio la apodaron “Panzona”. Rita
era Laura Carlotto, pero esto María Laura lo sabría después, años después de
haber salido en libertad.
“Cuando las vi
por primera vez, no podía creer que ellas llevaran tanto tiempo ahí. No entraba
en mi cabeza. Rita sobrellevaba la situación con mucha fortaleza –recuerda
María Laura–. Yo estaba desesperada. Prefería no probar bocado. El primer mes
fue muy duro. Rita me alentaba: ‘Tenés que seguir adelante, día a día, por tu
hija’.”
Rosita fue la
primera de ellas tres en parir. Tenía tres hijos esperándola afuera. Los
guardias tardaron en trasladarla. Días después les dijeron a las chicas que
Rosita había tenido un varón y había recuperado su libertad.
Una semana
después, Rita empezó con las contracciones. La dejaban caminar por La Cacha.
Cuando el dolor aumentó, los compañeros pidieron a los gritos a los guardias
que por favor no la hicieran esperar hasta el último momento. María Laura tuvo
un ataque de nervios y llanto.
“Los guardias se
cagaban de risa. No tenían muchas ganas de salir. Tardaron bastante en
llevarla”, cuenta. El testimonio de Bretal situó el nacimiento del hijo de
Laura en el Mundial 78. Los guardias solían escuchar los partidos por la radio,
a todo volumen.
Todavía no está
del todo claro a qué hora ni dónde nació el hijo de Rita. Pero en ese clima
mundialista –que se inauguró el 1º de junio– ella fue trasladada a algún lugar
a parir. El 2 de junio de 1978 era viernes. A las 19.15, la Argentina jugó el
primer partido del Mundial contra Hungría, en la cancha de River.
Pasaron 36 años
hasta que los testimonios de quienes compartieron cautiverio con Rita (Bretal
pero también María Inés Paleo, Alcira Ríos, Norma Aquino) se unieron con otras
piezas. Porque esas personas contaron lo que Rita relató cuando regresó a La
Cacha.
La habían
llevado a un hospital militar, lejos, donde parió engrillada y encapuchada.
Había sido un varón. Lo había tenido entre sus brazos apenas horas, hasta que
le ordenaron que se lo entregara a alguien. Se resistió. Le pusieron una
inyección. No recordaba qué había pasado después, pero al despertar había
preguntado por el bebé. Le dijeron que se lo habían entregado a su madre. Que
la señora Carlotto lo había aceptado, a condición de no verla más. Quienes la
conocieron en La Cacha después de parir recuerdan que estaba angustiada.
El rompecabezas
todavía tiene piezas sueltas. Pero el 5 de agosto de 2014 las principales
encajaron: Ignacio, un músico de Olavarría, supo que era el hijo de Laura y
Walmir “Puño” Montoya, que era el nieto de Estela de Carlotto, la presidenta de
Abuelas de Plaza de Mayo.
La Justicia aún
investiga cómo el hijo de una joven –asesinada en agosto de 1978, cuando el
cuerpo acribillado de Laura fue entregado su familia– terminó en la casa de dos
peones en el campo.
Ellos declararon
ante el juzgado que su patrón, un hombre conocido y poderoso en la zona,
allegado a los militares, les ofreció un bebé abandonado. A principios de
junio, los peones recibieron un llamado para buscar al recién nacido en La
Plata. Y allá fueron, acompañados por el patrón. Un médico de Olavarría firmó
la partida de nacimiento –el tiempo reveló que era falsa– y anotó al bebé como
hijo de la pareja, nacido en la casa del patrón, el 2 de junio de 1978. Ese fue
el día que la Argentina venció a Hungría por 2 a 0 en el estadio de River, en
el primer partido del Mundial. El día que el patrón ordenó que no se volviera a
hablar del tema.
Pero 36 años
después, en su propio velatorio, alguien abrió la boca: Ignacio podía ser hijo
de desaparecidos. El joven se contactó con Abuelas. Se convirtió en el nieto
114: Ignacio Guido Montoya Carlotto. El mismo que semanas después, abrazado a
su abuela Estela, pisó la cancha de River –es hincha fanático– con un mensaje:
“No te quedes con la duda sobre tu identidad”. Porque todavía falta encontrar a
unos 300 bebés, entre ellos al hijo de Rosita.
El desaparecido que tuvo que entrevistar a Menotti
Por Raúl
Cubas
Cuando pienso en
el Mundial 78 pasa por mi cabeza un torbellino confuso de sentimientos y
recuerdos como militante y como hincha del fútbol. Por una parte, por haber
sido testigo y protagonista como detenido-desaparecido de las estrategias
represivas de la Marina para incidir en el desarrollo del Mundial y, por otra
parte, por el sufrimiento de seguir como hincha la actuación de la Selección.
Viví con culpa
la contradicción de querer como militante que Argentina no ganara el Mundial
porque pensaba que sería una “victoria” que serviría a los fines políticos de
la dictadura de perpetuarse en el poder. Pero como hincha no podía contener la
alegría cuando me enteraba que ganaba la Selección o incluso al escuchar los
gritos de la hinchada que desde el estadio Monumental llegaban hasta la ESMA.
Me detuvieron el
20 de octubre de 1976, como a las 8 de la mañana, en La Matanza. Varias
personas de civil, armadas, que luego identifiqué como pertenecientes a la
ESMA, me obligaron a tirarme al piso para esposarme. Eso me dio tiempo para
ingerir una pastilla de cianuro para intentar quitarme la vida. No lo logré.
Recuerdo que me metieron en el baúl de un auto, donde fui progresivamente
perdiendo el conocimiento.
Ahí comprobé que
efectivamente al momento de la muerte todos los momentos importantes de lo
vivido pasan como si fueran una película: el recuerdo que tengo es de una
sensación de tranquilidad. Cuando desperté estaba encapuchado y esposado, tirado
arriba de otros cuerpos. Traté de hacerme el muerto pero luego de un rato se
dieron cuenta.
Yo fui uno de
los detenidos en La Pecera, el sitio construido en la segunda mitad de 1977 en
el ala opuesta del altillo del Casino de Oficiales de la ESMA. Eran cubículos
de oficinas, entre ellos la biblioteca, el comedor de diario, el despacho del
teniente Juan Carlos Rolón, y también la oficina de prensa y teletipos.
Mi función era
seguir y analizar las noticias de algunas agencias internacionales, específicamente
las que tenían que ver con la imagen de Argentina en el exterior, o sea, las
referidas a las denuncias por violaciones de los derechos humanos, protestas
populares, críticas externas a la dictadura, etcétera.
Más adelante
comenzamos a redactar noticias para el noticiero diario de la Radiodifusión
Argentina al Exterior (RAE), también dependiente de la Marina. Además, hicimos
reportajes para la Revista de la Cancillería, que se repartía en todas las
embajadas.
Hasta que un día
vinieron con la idea de entrevistar al director técnico de la Selección, César
Luis Menotti. Se le ocurrió a Cancillería. Le propusieron a Rolón, que era el
oficial a cargo de La Pecera, hacer el reportaje para contrarrestar la presunta
“campaña antiargentina” en el exterior. Había que transmitir que en la
Argentina reinaban la paz y la seguridad, que la organización del Mundial no
presentaba inconvenientes de ningún tipo.
¿Por qué me
eligen a mí para ir a la entrevista? Por tres cosas: era el que más tiempo
tenía en la oficina de prensa, sabía bastante de fútbol y además tenían el dato
de que yo había trabajado en la revista 7 Días, aunque nunca como periodista.
Así surgió todo.
Recuerdo que me
hicieron unas credenciales de prensa falsas y me compraron ropa: un pantalón de
gabardina, camisa, corbata y un saco azul, que estrené el día de la entrevista.
Llegó el día.
Fue a última hora de la tarde en el predio de la AFA en Ezeiza. Por la mañana
ultimé los detalles del reportaje. Tenía una premisa: mi límite era no hacer
preguntas que favorecieran respuestas favorables a la dictadura militar; o sea,
las iba a limitar al ámbito meramente deportivo.
Al llegar a
Ezeiza, siempre escoltado por mis captores, me preocupé porque en la vigilancia
de la entrada reconocí a personal de la ESMA que hacía de custodia.
Pero la
conferencia se realizó sin problemas. Ni Rolón ni yo hicimos preguntas. Luego
hubo una cena y, al finalizar, llegó mi turno: le dije a Rolón que quería hacer
la entrevista solo porque me ponía nervioso y por suerte accedió. Entonces fui
y encaré a Menotti.
El momento de
mayor nerviosismo fue cuando me presenté como medio de prensa de la
Cancillería. El técnico no entendía que fuera de un medio no deportivo, pero le
expliqué que era una revista muy leída por los compatriotas que estaban en el
exterior y demandaban información sobre el Mundial.
Se me cruzaron
mil cosas por la cabeza. Pensé en poder generarle confianza a Menotti para
sincerarme y contarle mi situación en la ESMA. También pensé en decirle los
nombres de los compañeros y compañeras que en ese momento estaban
detenidos-desaparecidos. Para ese momento no tenía confianza política en
Menotti, por ser un hombre vinculado a la izquierda y haber aceptado esa
responsabilidad bajo una dictadura militar. Tampoco tuve el valor de hacerlo,
tenía miedo de su reacción ante una situación tan surrealista, miedo por las
consecuencias para mi familia.
Al finalizar la
entrevista me comprometí a enviarle un ejemplar. Nunca supe si el ministerio se
la hizo llegar.
Hace algunos
años intenté conseguir un ejemplar en la Cancillería, pero me dijeron que no
tenían.”
Fuente: Diario Página 12 / El País / 28 de
mayo de 2018
https://www.pagina12.com.ar/117719-mientras-rodaba-la-pelota