El invento que le devolvió el
agua a la Ciudad de México
La
Ciudad de México es una metrópoli paradójica. Fue fundada sobre un enorme lago
por lo que el abasto de de agua no debería ser un problema y sin embargo, cada
año sufre más y más escasez al grado de quedarse seca en varias de sus zonas,
al mismo tiempo que en temporada de lluvias se sumerge en ríos de aguas negras
derivado de problemas de desagüe. Es la tragedia perfecta.
Una mala broma de sumergirse en fuertes inundaciones con
líquido que viene del cielo mientras grandes comunidades de esta ciudad de más
de 20 millones de habitantes no ven caer una sola gota por las tuberías
por grandes temporadas. Y sí, esas personas suelen ser las de
menos recursos, las que terminan pagando por camiones cisterna a
domicilio para subsanar las necesidades más básicas. La ecuación parece simple,
pero nadie había podido resolverla: ¿qué hacer con tanta agua para no
quedarse sin agua?
La solución vino de Enrique Lomnitz, un joven
mexicano estudiante de la Escuela de Diseño Industrial de Rhode Island, Estados
Unidos, que al regresar a su país natal vio lo mismo que todos, pero con otros
ojos, pues gestó un proyecto, junto a su colega Renata Fenton,
en donde la tecnología podía resolver lo que hasta ese entonces nadie había
hecho, de una forma sencilla, con un bajo costo y sobre todo, creando
conciencia social.
De eso hace ya 10 años, cuando la idea de qué hacer con ese
excedente de agua que nadie aprovecha en la ciudad pero a todos atormenta dio
origen a una iniciativa llamada Isla Urbana, junto con el diseño de un producto
que se convierte en la base de todo un proyecto:
el tlaloque (nombre tomado de los ayudantes de Tláloc, el
dios prehispánico de la lluvia).
El
tlaloque es un dispositivo separador de las primeras aguas de lluvia
que forma parte de un sistema de captación, filtración y almacenamiento,
a través del cual se separa el líquido que resbala por el techo de la vivienda
y proporciona una autosuficiencia de hasta ocho meses, lo cual se traduce en un
ahorro total para esas personas que de forma obligada tenían que comprar agua
vía cisternas móviles a un precio de al menos 800 pesos mensuales (40 dólares).
Lomnitz es enfático al señalar que no toda el agua de lluvia se
puede aprovechar, por lo menos no las primeras que capte el sistema, sino que
las primeras aguas de temporal deben ser utilizadas para limpiar la azotea y
desecharse hasta que se alcance un nivel óptimo para su uso en tareas
cotidianas: baño, sanitario, lavado. No para beber, aunque en la CDMX ya nadie
bebé agua de grifo desde hace varias décadas, toda es embotellada, aunque esa
es otra historia.
En esta década de trabajo, Isla Urbana se ha constituido
como un modelo de trabajo híbrido, empresarial
por un lado, ofreciendo su invento a quienes lo necesiten y deseen comprarlo, y
por otro, puramente social, llevándolo a
zonas marginadas, de difícil acceso y con escasez de agua. Así, es posible
encontrar tlaloques lo mismo en Iztapalapa (demarcación de la capital mexicana
famosa por quedarse sin agua un año sí y otro también) que en la lejanía de la
Sierra Tarahumara, con las comunidades rarámuris. Sin costo para ellos.