Notas periodísticas
que dan un amplio panorama de una fecha histórica de la argentina.
EL PAÍS
Un punto de
inflexión en el contexto internacional de posguerra
El
17 de octubre, primer paso del Tercer Mundo
Por Alcira Argumedo
Al
situar el 17 octubre de 1945 en el contexto internacional del fin de la Segunda
Guerra, cuando se ha consolidado un esquema del poder mundial con dos polos
hegemonizados respectivamente por Estados Unidos y la Unión Soviética, el
significado de ese acontecimiento no sólo marcaría un punto de inflexión
histórica en Argentina, con el ingreso masivo a la escena política de
trabajadores y “cabecitas negras”. Puede considerarse también el primer paso de
la Revolución del Tercer Mundo, que se despliega entre 1945 y comienzos de los
años setenta: el 80 por ciento de la población mundial en los territorios de
Asia, África y América Latina, hasta entonces y desde los siglos anteriores
sometidos a dominios coloniales o neocoloniales por las potencias europeas, Japón
y Estados Unidos, inician procesos de liberación nacional, de descolonización,
revoluciones y gobiernos populares, que se acompañarían de un vasto movimiento
intelectual de reivindicación de la dignidad humana de los pueblos sometidos y
de sus identidades étnico-culturales, frente al racismo y a las concepciones de
“civilización o barbarie” y de la cultura occidental como la “cultura
universal” por excelencia.
A pesar de tener
en contra los dos aparatos de prensa más poderosos del mundo -el occidental de
Inglaterra y Estados Unidos y el de la URSS y los partidos comunistas, que lo
denigran como un resabio nazi o fascista- la figura del General Perón y sus
políticas en favor de “los condenados de la Tierra” junto a la definición de la
Tercera Posición, van a tener un importante reconocimiento, poco difundido, por
parte de líderes que en los tres continentes protagonizaban sus aspiraciones
libertarias. Cabe recordar que en 1945, todavía la India era una colonia
inglesa y faltarían dos años para que Mahatma Gandhi alcanzara la independencia
en 1947 con su resistencia pacífica. Ho Chi Minh y Nguyen Von Giap libraban una
guerra de liberación en la Indochina Francesa y recién en 1948 lograrían su
triunfo, al igual que Sukarno en Indonesia frente al imperio holandés. Recién
en octubre de 1949 -en marzo de ese año se había aprobado la reforma de la
Constitución argentina- Mao Tse Tung culmina su Larga Marcha y proclama “China
se ha puesto de pie”. Por entonces y durante más de 10 años, los países del
África Negra continuaron siendo colonias; y los procesos de independencia con
Patrice Lumumba en el Congo; Jomo Kenyatta en Kenia; Nelson Mandela en
Sudáfrica; Kwane N´Krumah en Ghana; o Léopold Senghor en Senegal; recién
cobrarían fortaleza hacia mediados de la década de 1950 y comienzos de 1960.
En América
Latina, el Partido Ortodoxo de Cuba fundado en 1947 -donde militaba el joven
Fidel Castro- tenía abiertas simpatías con el peronismo, al igual que Jorge
Eliecer Gaitán de la izquierda del Partido Liberal de Colombia y el presidente
Juan José Arévalo de Guatemala, quien asume la presidencia en 1945 al poco
tiempo de regresar desde Argentina, donde viajaba regularmente y en 1934 había
recibido el título de Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. También
en Bolivia los líderes y gran parte de las bases del MNR, que toma el poder en
1952, manifestaban su cercanía con las transformaciones impulsadas por el
peronismo desde 1945.
En contraste,
mientras Estados Unidos y la CIA definían a Perón como el enemigo más peligroso
en América Latina hasta que en 1960 fuera reemplazado por Fidel Castro, a poco
de finalizar la guerra, ya en 1945 Winston Churchill proclamaba:
“No dejemos
que Argentina sea una potencia, porque arrastrará tras sí a toda América
Latina. La estrategia es debilitar y corromper por dentro la Argentina,
destruir sus industrias, sus Fuerzas Armadas, fomentar divisiones internas de
derecha a izquierda, atacar su cultura en todos los medios, imponer dirigentes
políticos que respondan a nuestro imperio. Esto se logrará gracias a la apatía
del pueblo y a una democracia controlable, donde sus representantes levantarán
sus manos en masa para servir a esta misión. Hay que humillar a la Argentina.”
La política de
nacionalizaciones promovida por el General Perón y la Constitución de 1949,
afectaron seriamente los intereses de Inglaterra en nuestro país, alimentando
el odio de ese destacado político de un imperio que se iba desintegrando con
los procesos de descolonización. La decisión norteamericana de derrotar al peronismo
y disciplinar América Latina, se concreta en esa primera ola sincrónica de
golpes militares en los años cincuenta -como más tarde lo haría en los años
setenta- que derroca al Partido Ortodoxo, al gobierno guatemalteco y a Getulio
Vargas, antes de iniciar el golpe en Argentina con el bombardeo a civiles en la
Plaza de Mayo, el mediodía del 16 de junio de 1955. Cuando finalmente el
gobierno peronista es desplazado en septiembre de ese año, en un discurso ante
la Cámara de los Comunes, Winston Churchill declara:
“La caída del
tirano Perón en Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio y tiene
para mí tanta importancia como la victoria de la Segunda Guerra Mundial; y las
fuerzas del Imperio Inglés no le darán tregua, cuartel ni descanso en vida, ni
tampoco después de muerto”.
En contraste,
diversas anécdotas permiten evaluar la imagen de Perón en el Tercer Mundo,
además de ser reconocida su política de Tercera Posición como antecedente de la
Conferencia de Bandung de 1955, precursora del Movimiento de los No Alienados.
Entre otros, el joven Fidel Castro estuvo clasificado por la CIA como “agitador
estudiantil peronista de origen cubano”; Kwane N´Krumah se definía como
peronista y afirmaba que Lumumba también lo era. El líder de Albania, Enver
Hoxha, que estaba a la izquierda de Mao Tse Tung, consideraba que en Argentina
los militantes debían ser peronistas; y el Ayatollah Jomeini lideró la
revolución iraní de 1979, utilizando el método de enviar directivas por medio
de cassettes grabados desde su exilio en París, de acuerdo con las indicaciones
que años antes le transmitiera su amigo, el General Perón, también exiliado en
Europa. (1)
¡Unanse! ¡Sean
más hermanos que nunca!
El
discurso de Perón del 17 de octubre de 1945
Por Pino Solanas
Desde los
tiempos de la Revolución Mexicana hasta los mediados del siglo XX ningún otro
proceso político y social como el peronismo impactó tanto en América
Latina. A pesar de tener como enemigos a las corporaciones mediáticas
internacionales que lo tildaban de dictadura facistoide, había surgido
como movimiento popular con la insurrección de los trabajadores fabriles del 17
de octubre de 1945 para liberar a Perón, prisionero del ala gorila del
ejército. Meses después, llegan al gobierno en los primeros comicios democráticos
desde el golpe militar de 1930 para compartir el poder con sectores de la
mediana burguesía y la industria nacional. Juan Perón era el mentor y líder de
una original revolución social de vocación latinoamericanista, que comenzaba a
cambiar la Argentina desde una alternativa emancipatoria.
¿Cuál era el
mundo en aquellos tiempos?. La segunda guerra mundial había dejado 50 millones
de muertos; el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki inauguraba el terror nuclear.
Lejos de consolidar un futuro de paz, en Yalta y Potsdam se iniciaba otro
reparto colonial. Las cinco potencias vencedoras se apoderaban del veto en el
estratégico Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El mercado y los
recursos de África, América Latina y Asia, quedaban a merced de las corporaciones
euro-americanas y los de Europa oriental, bajo el dominio de la ocupación
militar de Stalin. Comenzaba la Guerra Fría.
Frente a ese
escenario, desde el sur del sur se encendía una luz alternativa: Juan Perón,
planteaba la tercera posición frente a los dos bloques del poder mundial: la
explotación inhumana del neocolonialismo norteamericano y europeo, y la
dictadura sangrienta del stalinismo. La originalidad de Perón y su ejército de
cabecitas negras y descamisados consistía en no dejarse atrapar por los códigos
ideológicos de derecha o izquierda: rescata el legado independentista de
Bolívar, San Martín, Belgrano, Artigas, Sucre, Martí.
La Argentina de
los años cuarenta era un país de servidumbres europeizantes; la conciencia
nacional estaba adormecida, el pueblo trabajador desamparado. Cuando filmamos a
Perón en Puerta de Hierro, él la recordaba así: “El estado social del país
era miserable. Había peones que ganaban 12 pesos por mes…. el país era un país
ocupado, una colonia del imperialismo británico y todos los servicios eran
también británicos”.
El coronel Perón
crea la Secretaria de Trabajo y Previsión -27/11/43- y asume la defensa de los
trabajadores como si fuera un destino manifiesto: “...tal vez porque sentía
desde mucho tiempo antes vibrar la revolución total del pueblo y estaba
decidido a quemarme en una llama épica y sagrada para alumbrar el camino de la
victoria”.
Desde el
contacto con los trabajadores, Perón impulsa avanzadas reformas en la
legislación laboral, como el Estatuto del Peón, (salario mínimo y mejores
condiciones de alimentación, vivienda y trabajo) ; seguro social y jubilación
que benefició a 2 millones de trabajadores; aguinaldo y mejoras salariales para
todos los trabajadores; se reconoce a los sindicatos como asociaciones
profesionales y nacen los sindicatos por rama, que es la gran fortaleza del
sindicalismo argentino; años después, por primera vez en el mundo, nacen los
contratos colectivos de trabajo….
En poco más de
dos años -1943/1945- Perón promueve un movimiento popular antioligárquico y
descolonizador que despierta la reacción oligárquico-militar. Por orden del
coronel Eduardo Avalos -jefe de Campo de Mayo- Perón es confinado en la isla
Martín García. Desde allí le escribe a Evita: “Amor mío: tan pronto salga de
aquí nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio. Lo malo de
este país es la existencia de tantos idiotas. Cuídate y quiéreme mucho, porque
necesito tu amor más que nunca”.
En solo dos años
de preparación, Perón llega al gobierno con un proyecto planificado desde el
Consejo Nacional de Posguerra e inédito en el continente. Se propone
nacionalizar el Banco Central, el crédito bancario, el comercio exterior, los
puertos y servicios públicos. Los Planes Quinquenales van a ejecutar 76.000 obras
públicas -más escuelas y hospitales que en toda la historia nacional- y un
desarrollo sin igual de nuestra industria y tecnología.
El 17 de octubre
del 45, la movilización general de los trabajadores de Berisso, Ensenada,
Avellaneda, Lanús, San Martín… ocupa la ciudad y acampa en Plaza de Mayo
exigiendo la liberación de su líder. Perón es conducido a la Casa Rosada al
anochecer. Lo esperan los altos mandos militares. Aquella escena histórica
Perón nos la contaba así: “El presidente de facto, General Farrell, me dice:
'Dígame Perón: ¿qué es lo que hay que hacer?' 'Llamar a elecciones, mi general…
¿qué están esperando?' Farrell ordenó 'En seis meses a elecciones'. Nos dimos
la mano, y le digo 'me voy'. 'Déjese de embromar. Estos locos nos van a quemar
la casa de gobierno, salga al balcón y hábleles para que se vayan'."
“Efectivamente,
cuando llegué al balcón con todas las historias del día yo ni sabía lo que les
iba a decir… había como un millón de personas en la plaza... Entonces, les pedí
que cantaran el himno para pensar un poco lo que les iba a decir y les hablé:
'Muchas veces he asistido a reuniones con trabajadores, pero esta vez sentiré
un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo
como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores que es lo único que
puede hacer grande e inmortal la Patria…(..) ¡Únanse...! Sean hoy más hermanos
que nunca… sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse la unidad de
todos los argentinos…'”
Hoy 17 de
octubre, se siguen escuchando o repitiendo sus palabras como un eco, una música
salvadora o una profecía de la Patria que espera silenciosa el domingo 27 para
enterrar con una montaña de votos la dañina aventura neoliberal: “¡Únanse..!
sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse la unidad de todos los
argentinos…”
Senador
nacional por Proyecto Sur. (2)
La culminación
de un proceso nunca visto en nuestra historia
17
de octubre, el día que cambió la Argentina
Por María Seoane y Gisela Marziotta
Juan Perón sabía
que la Argentina era una presa de esa batalla entre el imperialismo saliente,
Inglaterra, y el naciente, los Estados Unidos. Su impacto en estas tierras no
se hizo esperar. El regordete y rubicundo embajador norteamericano, Spruille
Braden, detestaba el ascenso del nacionalismo argentino. Había aterrizado en
Buenos Aires el 21 de mayo de 1945 y su tarea era, precisamente, liderar la
oposición contra los militares encabezados por Perón porque su país no confiaba
en su tardía declaración de guerra contra el Eje. Un anticipo de la base social
del embajador habían sido las movilizaciones de la oposición argentina
saludando el fin de la guerra. (…) Braden aprovechó la situación para colocarse
en la cresta de la ola y ayudar a la conformación de la llamada Unión
Democrática integrada por radicales, socialistas, comunistas y demócratas
progresistas, partidos en los que se expresaba no sólo la vieja oligarquía,
sino también gran parte de la clase media urbana. Entre los militares
argentinos, la Marina, de tradición británica, encontró una mayor inclinación a
cooperar con la remoción del vicepresidente Perón y el presidente Farrell. Pero
el mayor objetivo de la oposición era, sin duda, sacar al coronel al que
consideraban el sostén político central del régimen. Perón resistió. Convocó a
los trabajadores para enfrentar la ofensiva sostenida por los líderes opositores
con apoyo de la embajada norteamericana. El 20 de agosto, en la Secretaría de
Trabajo y Previsión, con un numeroso grupo de encargados de casas de renta
definió que en el país luchaban dos grandes bandos: “los menesterosos
millonarios que exigen que el Estado no intervenga para distribuir un poco la
riqueza entre los que todo lo poseen y los que nada poseen. Podemos decir hoy
que el problema está planteado entre dos grandes bandos, los que se aferran a
su dinero y los que luchan por dar a sus hijos el pan para su cuerpo y para su
espíritu. Sostenemos que queremos la democracia pero la queremos sin
oligarquía, sin fraudes, sin coimas, sin negociados, sin miseria y sin
ignorancia. Los obreros han de recordar que no deben ser –y no lo serán–
instrumentos de ninguna fuerza ajena a su propio derecho y a su propia
justicia”. Los días posteriores, Perón se reunió con muchos trabajadores más:
ferroviarios, ladrilleros, estatales. El desafío estaba planteado. (…) La Unión
Democrática, encabezada por Braden, realizó la llamada Marcha de la
Constitución y la Libertad el 19 de setiembre de 1945, que juntó unas 200 mil
personas, donde convergieron, en un gran malentendido histórico, por igual, la
izquierda y la derecha del “viejo país”. (…) La protesta se inició en la Plaza
de los Dos Congreso y finalizó en Plaza Francia, donde se leyó una “proclama
democrática”. Otro mal entendido histórico que definirá que “la democracia” y
“la república” eran ideales que sólo podían tener las fuerzas políticas de las
clases medias y ricas y no de los trabajadores. Previendo la conmoción social y
la resistencia creciente de los trabajadores, el embajador norteamericano se
fue del país el 23 de setiembre de 1945. La oposición apañada por la embajada
norteamericana en Buenos Aires, los “republicanos”, estaban dispuestos a
voltear el gobierno. Porque las consecuencias políticas de la marcha de la
Unión Democrática no se hicieron esperar: querían la cabeza de Perón y no sólo
por su liderazgo con los trabajadores sino también por su relación con Eva a
quien consideraban, atizados seguramente por la envidia de sus mujeres, una
mala influencia. (…)
El 8 de octubre
las fuerzas militares de Campo de Mayo al mando del general Eduardo Ávalos, ex
líder del GOU, exigieron la renuncia y detención de Perón. El 9 de octubre, un
día después de cumplir 52 años, Perón fue obligado a renunciar a todos sus
cargos: el presidente Edelmiro Farrell le había soltado la mano. Por esas
horas, algunos militares fieles le sugirieron a Perón reprimir a los cuarteles
sublevados, renunciar a la Secretaría de Trabajo, y continuar como
vicepresidente y ministro de Guerra. Él no lo hizo. No estaba dispuesto a
disparar contra nadie. (…) El 10 de octubre, los trabajadores rodearon a Perón.
Luego de una visita de distintos gremialistas a su departamento de la calle
Posadas, los obreros organizaron una concentración espontánea frente a la
Secretaría de Trabajo y Previsión, a modo de despedida de Perón. Casi sesenta
mil obreros asistieron para escuchar al ahora ex vicepresidente. “No voy a
decirles adiós sino ‘hasta siempre’, porque desde hoy en adelante estaré entre
ustedes más cerca que nunca. Y lleven, finalmente, esta recomendación de la
Secretaría de Trabajo y Previsión: únanse y defiéndanla, porque es la obra de
ustedes”.
Comenzaba así
una semana que fue un parteaguas en la historia de la Argentina.
Arrinconado por
los propios militares, Perón escapó de la Capital junto a Eva y se recluyó en
una isla del Delta. A pesar de la crisis, intentaron ser felices. El coronel
estaba ya fuera del poder, pero tenía el amor de Eva. En la madrugada del 13 de
octubre, el Ejército le comunicó su orden de arresto y ni bien regresó del
Tigre fue detenido y trasladado a una celda de la isla Martín García, con dos
centinelas a su puerta. Desde la cárcel, Perón le escribió a Eva: “Esta inmensa
soledad está llena de tu recuerdo. Desde el día que te dejé allí, con el dolor
más grande que puedas imaginar, no he podido tranquilizar mi triste corazón.
Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos (…) Te encargo le digas a
Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al
Chubut los dos”.
Ese deseo ya era
de imposible cumplimiento.
Perón ya no se
pertenecía a sí mismo.
Mientras
permaneció en cautiverio, los trabajadores y otros sectores populares,
comenzaron a organizar la lucha por su libertad. El 15 de octubre se declaró en
Tucumán la “huelga revolucionaria” y enviaron, de urgencia, representantes a
Buenos Aires para que se reunieran en el Comité Central de la Confederación
General del Trabajo (CGT) en Buenos Aires. En Santa Fe los dirigentes gremiales
adoptaron la misma medida. Pero esto fue sólo el comienzo. Menos de
veinticuatro horas después, los trabajadores de todo el país se pusieron de pie
para reclamar la libertad de Perón. A la noche, el Comité Central Confederal de
la CGT declaró un Paro general para el jueves 18 de octubre, “en defensa de las
conquistas obtenidas y por obtener, y considerando que estas se hallan en
peligro ante la toma de poder por las fuerzas del capital y la oligarquía”.
Pero los acontecimientos se precipitaron. En el anochecer del 16 de octubre,
una junta médica del Ejército viajó hasta la isla para hacer una revisión de la
salud de Perón. Él se negó, por lo que ordenaron su traslado al Hospital
Militar Central, en Palermo.
Entonces ocurrió
lo inevitable. La madrugada del 17 de octubre de 1945 comenzó una revolución.
Se produjeron manifestaciones en varios puntos de la Ciudad. La actividad
comercial e industrial se paralizó. Miles de trabajadores llegaron a la Capital
desde las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo,
de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las acerías del
Riachuelo. Cruzaron el Riachuelo por puentes o en botes. Miles de esos ´nadies´,
que la voz porteña había denominado “cabecitas negras” se trasladaron al
Hospital Militar para exigir la libertad de Perón y su regreso al gobierno.
Nadie describió
mejor esas jornadas que el gran Scalabrini Ortiz.
“Corría el mes
de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando
inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su
traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. (…)
Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más
heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se
traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto
al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un
indio lejano sobrevivía aún. (…)Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de
entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la
Diagonal… Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero
crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando.
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa
Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y
acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos
de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el
mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de
precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y
el empleado de comercio.
“Era el subsuelo
de la patria sublevado. (…)
“Los
desconocidos”, así nombró Galasso a la multitud que tomó por asalto la Plaza de
Mayo, cometieron “el sacrilegio” por el calor asfixiante de esa jornada, de
refrescarse mojando sus pies en la fuente. “Porque la Ciudad, en ese entonces
era de la aristocracia y con ello, sus modos de caminar, de vestir. Lavarse los
pies en la Plaza de Mayo fue, para la oligarquía, el mayor de los crímenes.” El
General Eduardo Ávalos –quien había conspirado para eliminar a Perón del
gobierno– salió a apaciguar los ánimos de la multitud que rodeaba la casa de
gobierno.
Hubo un solo
grito impenetrable en su obstinación: “¡Queremos a Perón!”, exigieron los miles
de trabajadores.
Farrell, desesperado,
llamó a Perón ya transformado por la fuerza del pueblo en un líder. La
conversación fue histórica. Perón le sugirió que convocara a elecciones y que
el pueblo decidiera el nuevo Presidente. “Ahora me voy a mi casa”, le dijo a
Farrell. Fue imposible: “No, ¡Déjese de joder! La gente está exacerbada. Nos
van a quemar la Casa de Gobierno”, suplicó Farrell. Antes de la medianoche,
Perón llegó a la Casa Rosada y se acercó al balcón. Y levantando y abriendo sus
dos brazos, pronunció la palabra clave: “Trabajadores, trabajadores…” para ser
escuchado por una multitud que dejó de rugir y guardó un silencio compacto.
Félix Luna, en la investigación El 45, resaltó las sensaciones de Perón
en ese momento. “Imagínese, ni sabía que iba a decir (…) El Pueblo era todo
oídos y yo tenía que ser la voz. Fue entonces cuando la intuición vino en mi
ayuda: tenía que pedir al pueblo que, previo a todo, entonase las estrofas del
Himno Nacional”. Y Perón dio –según sus propias palabras– el “mejor discurso de
mi vida”. Luego, ya ex vicepresidente, anunció su retiro del Ejército, volvió a
sostener la ligazón con los trabajadores y recomendó que, al salir, los miles
de obreros tuvieran el máximo de cuidado. En la despedida, Perón le pidió a la
multitud: “Quiero pedirles que se queden en esta plaza, quince minutos más,
para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde
aquí”. Los trabajadores festejaron con un solo grito: ¡Mañana es San Perón! (…)
Y a partir de
entonces, nada sería igual en la historia argentina.
(Fragmento del
Capítulo “La patria de los descamisados” del libro Juan Perón, ese hombre) (3)
El
17 de octubre de 1945 no fue magia
Por Luis Bruschtein
Es un parteaguas
en la historia argentina moderna. Y no fue tanto por la cantidad. Algunos hablan
de 500 mil, otros de más de cien mil. La derecha se había movilizado semanas
antes y había reunido cerca de 200 mil personas que marcharon de Congreso a
Recoleta. El 17 de Octubre fue masivo, no importa si más o menos que otros, y
además hubo antes numerosas manifestaciones obreras, no fue la primera. Pero
tuvo rasgos que la destacaron. La clase obrera se movilizó, ya no por un
reclamo gremial, sino para disputar poder político. Fue su irrupción
irreversible en la disputa de poder político. Salió a pelear su espacio como
clase que hasta ese momento estaba excluida del sistema político. Tampoco
surgió de la noche a la mañana ni fue el resultado de un liderazgo mesiánico,
sino la consecuencia de un proceso de crecimiento y de grandes conquistas
sociales de los trabajadores.
De los cuatro
coroneles que lideraron el GOU que dió el golpe del '43, había dos con mayor
influencia en la tropa: Emilio Ramírez, nacionalista de derecha, filo-nazi y
Eduardo Avalos, muy relacionado con el radicalismo. Es lo que se puede inferir
por el derrotero de ese gobierno entre el 43 y el 45. El Grupo de Oficiales
Unificado no era homogéneo según la imagen que da la mayoría de los
historiadores. Esa heterogeneidad determinó todos los conflictos internos que
sufrió. De los otros dos coroneles, Enrique González, se alineaba también con
el nacionalismo católico, y Juan Domingo Perón tenía una posición más
pragmática. De hecho, no tuvo cargos importantes en la distribución inicial del
poder.
Al principio
primaron los filo—nazis y nacionalistas católicos con la presidencia del
general de Pedro Pablo Ramírez. Ese gobierno prohibió a la CGT N°2 integrada
por socialistas, comunistas y sindicalistas revolucionarios. En ese sector del
GOU había una línea reaccionaria antisindical, lo que obligó a dirigentes de la
CGT prohibida, con muchas dudas y desconfianzas, a tantear contactos y posibles
aliados dentro del grupo castrense. Así, encabezados por el socialista Ángel
Borlenghi, del gremio de Comercio; Francisco Capozzi, de la Fraternidad, y Juan
Atilio Bramuglia, también socialista y dirigente de la Unión Ferroviaria,
hicieron contacto con los coroneles Juan Domingo Perón y Domingo Mercante.
Mientras Ramírez
y Avalos se respaldaban en sectores castrenses. Avalos era jefe del Primer
Cuerpo. Perón y Mercado tendían puentes con sectores del movimiento obrero.
Así, se creó la Dirección Nacional del Trabajo, y Perón la encabezó. Nadie le
dio importancia, no era un lugar estratégico en la disputa del poder. Un mes
después, se había transformado en Secretaría.
El movimiento
obrero tenía un programa de reclamos históricos y esa alianza de militares y
sindicatos avanzó en el cumplimiento de esas reivindicaciones: se decretó la
indemnización por despido a los trabajadores de todas las ramas de la producción;
dos millones de personas fueron favorecidas con la jubilación; se sancionó el
Estatuto del Peón y el Estatuto del Periodista, se instalaron los convenios
colectivos de trabajo que involucraron a más de tres millones de trabajadores.
Y muchas otras medidas que modernizaron y humanizaron las relaciones de trabajo
en Argentina.
Cada una de esos
logros significó un mazazo al viejo país oligárquico de patrones omnipotentes y
relaciones laborales de servidumbre. La figura de Perón creció, así como el
resentimiento de los grupos del poder económico afectados. El movimiento obrero
sufrió rupturas, muy influidas por el escenario internacional, pero la mayoría
comenzó a confluir alrededor de la nueva secretaría de Trabajo.
En ese marco, la
composición del GOU facilitaba la duda o la confusión, ya que podía perfilarse
como expresión del fascismo europeo o como equivalente de los movimientos
populares que surgían en México, Bolivia, Brasil, Nicaragua y otros países de
América Latina. Parte de las izquierdas también calificaron de fascistas a esos
movimientos, como el del mexicano Lázaro Cárdenas.
Los
enfrentamientos internos en el gobierno militar se sucedieron mientras crecía
Perón, hasta que se pusieron de acuerdo para echarlo como reclamaban los
partidos tradicionales más la oligarquía y las patronales. El secretario de
Trabajo había perdido respaldo en la interna militar.
Perón había
podido anular la ley que limitaba a los sindicatos, lo que había disparado su
crecimiento, afiliando masivamente a los "nuevos" trabajadores,
aquellos que estaban migrando a la ciudad desde el interior del país, los que
serían bautizados como los "grasas" y "cabecitas negras"
por las clases medias y altas.
En la historia
se ha presentado al gobierno militar como un bloque pro-nazi homogéneo pero en
dos años cambió tres presidentes. Inclusive Avalos le ofreció en un momento la
presidencia a los radicales.
También se ha
presentado al 17 de octubre de 1945 como un acto convocado por el liderazgo de
Perón. Pero ese liderazgo se basaba en la defensa de los intereses de los
trabajadores. La movilización de las bases obreras, espontánea y sin recursos,
fue en defensa de sus intereses.
La clase obrera
no reaccionó el 17 de octubre en defensa de un liderazgo mesiánico o
predestinado. Ese liderazgo había sido construido paso a paso y de manera
genuina al concretar esas reivindicaciones históricas que habían sido
frustradas con fuertes represiones y habían costado la sangre, la cárcel y la
vida a cientos de luchadores populares.
Aunque obviamente
Perón es la persona más importante de esa historia, el sujeto real que la
promueve y la gesta es la clase obrera. Los movilizados representaban a los
millones de obreros que estaban condenados a un trabajo esclavo y una vida
miserable pero que con Perón habían logrado torcerle el brazo a la vieja
Argentina oligárquica.
Los liderazgos
populares que se sostienen en el tiempo, como fue el de Perón, no surgen de la
demagogia típica de los viejos conservadores, esos sí “populistas” más que
populares. La diferencia está en que las medidas sociales que tomaba Perón no
eran en forma ni contenido, concesiones graciosas del patrón al trabajador,
como hacían los conservadores. Toda la legislación laboral de Perón se basó en
reconocer al trabajador como sujeto de derecho, en un plano de igualdad. El
motivo de la lealtad popular histórica con esos liderazgos no tiene misterios
ni razones mágicas. (4)
Fuentes:
Diario Página 12, 17 de octubre de 2019.