jueves, 17 de octubre de 2019

17 de octubre de 1945

Notas periodísticas que dan un amplio panorama de una fecha histórica de la argentina.
EL PAÍS
Un punto de inflexión en el contexto internacional de posguerra
El 17 de octubre, primer paso del Tercer Mundo
Por Alcira Argumedo
Al situar el 17 octubre de 1945 en el contexto internacional del fin de la Segunda Guerra, cuando se ha consolidado un esquema del poder mundial con dos polos hegemonizados respectivamente por Estados Unidos y la Unión Soviética, el significado de ese acontecimiento no sólo marcaría un punto de inflexión histórica en Argentina, con el ingreso masivo a la escena política de trabajadores y “cabecitas negras”. Puede considerarse también el primer paso de la Revolución del Tercer Mundo, que se despliega entre 1945 y comienzos de los años setenta: el 80 por ciento de la población mundial en los territorios de Asia, África y América Latina, hasta entonces y desde los siglos anteriores sometidos a dominios coloniales o neocoloniales por las potencias europeas, Japón y Estados Unidos, inician procesos de liberación nacional, de descolonización, revoluciones y gobiernos populares, que se acompañarían de un vasto movimiento intelectual de reivindicación de la dignidad humana de los pueblos sometidos y de sus identidades étnico-culturales, frente al racismo y a las concepciones de “civilización o barbarie” y de la cultura occidental como la “cultura universal” por excelencia.
A pesar de tener en contra los dos aparatos de prensa más poderosos del mundo -el occidental de Inglaterra y Estados Unidos y el de la URSS y los partidos comunistas, que lo denigran como un resabio nazi o fascista- la figura del General Perón y sus políticas en favor de “los condenados de la Tierra” junto a la definición de la Tercera Posición, van a tener un importante reconocimiento, poco difundido, por parte de líderes que en los tres continentes protagonizaban sus aspiraciones libertarias. Cabe recordar que en 1945, todavía la India era una colonia inglesa y faltarían dos años para que Mahatma Gandhi alcanzara la independencia en 1947 con su resistencia pacífica. Ho Chi Minh y Nguyen Von Giap libraban una guerra de liberación en la Indochina Francesa y recién en 1948 lograrían su triunfo, al igual que Sukarno en Indonesia frente al imperio holandés. Recién en octubre de 1949 -en marzo de ese año se había aprobado la reforma de la Constitución argentina- Mao Tse Tung culmina su Larga Marcha y proclama “China se ha puesto de pie”. Por entonces y durante más de 10 años, los países del África Negra continuaron siendo colonias; y los procesos de independencia con Patrice Lumumba en el Congo; Jomo Kenyatta en Kenia; Nelson Mandela en Sudáfrica; Kwane N´Krumah en Ghana; o Léopold Senghor en Senegal; recién cobrarían fortaleza hacia mediados de la década de 1950 y comienzos de 1960.
En América Latina, el Partido Ortodoxo de Cuba fundado en 1947 -donde militaba el joven Fidel Castro- tenía abiertas simpatías con el peronismo, al igual que Jorge Eliecer Gaitán de la izquierda del Partido Liberal de Colombia y el presidente Juan José Arévalo de Guatemala, quien asume la presidencia en 1945 al poco tiempo de regresar desde Argentina, donde viajaba regularmente y en 1934 había recibido el título de Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. También en Bolivia los líderes y gran parte de las bases del MNR, que toma el poder en 1952, manifestaban su cercanía con las transformaciones impulsadas por el peronismo desde 1945.
En contraste, mientras Estados Unidos y la CIA definían a Perón como el enemigo más peligroso en América Latina hasta que en 1960 fuera reemplazado por Fidel Castro, a poco de finalizar la guerra, ya en 1945 Winston Churchill proclamaba:
“No dejemos que Argentina sea una potencia, porque arrastrará tras sí a toda América Latina. La estrategia es debilitar y corromper por dentro la Argentina, destruir sus industrias, sus Fuerzas Armadas, fomentar divisiones internas de derecha a izquierda, atacar su cultura en todos los medios, imponer dirigentes políticos que respondan a nuestro imperio. Esto se logrará gracias a la apatía del pueblo y a una democracia controlable, donde sus representantes levantarán sus manos en masa para servir a esta misión. Hay que humillar a la Argentina.”
La política de nacionalizaciones promovida por el General Perón y la Constitución de 1949, afectaron seriamente los intereses de Inglaterra en nuestro país, alimentando el odio de ese destacado político de un imperio que se iba desintegrando con los procesos de descolonización. La decisión norteamericana de derrotar al peronismo y disciplinar América Latina, se concreta en esa primera ola sincrónica de golpes militares en los años cincuenta -como más tarde lo haría en los años setenta- que derroca al Partido Ortodoxo, al gobierno guatemalteco y a Getulio Vargas, antes de iniciar el golpe en Argentina con el bombardeo a civiles en la Plaza de Mayo, el mediodía del 16 de junio de 1955. Cuando finalmente el gobierno peronista es desplazado en septiembre de ese año, en un discurso ante la Cámara de los Comunes, Winston Churchill declara:
La caída del tirano Perón en Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio y tiene para mí tanta importancia como la victoria de la Segunda Guerra Mundial; y las fuerzas del Imperio Inglés no le darán tregua, cuartel ni descanso en vida, ni tampoco después de muerto”.
En contraste, diversas anécdotas permiten evaluar la imagen de Perón en el Tercer Mundo, además de ser reconocida su política de Tercera Posición como antecedente de la Conferencia de Bandung de 1955, precursora del Movimiento de los No Alienados. Entre otros, el joven Fidel Castro estuvo clasificado por la CIA como “agitador estudiantil peronista de origen cubano”; Kwane N´Krumah se definía como peronista y afirmaba que Lumumba también lo era. El líder de Albania, Enver Hoxha, que estaba a la izquierda de Mao Tse Tung, consideraba que en Argentina los militantes debían ser peronistas; y el Ayatollah Jomeini lideró la revolución iraní de 1979, utilizando el método de enviar directivas por medio de cassettes grabados desde su exilio en París, de acuerdo con las indicaciones que años antes le transmitiera su amigo, el General Perón, también exiliado en Europa. (1)
¡Unanse! ¡Sean más hermanos que nunca!
El discurso de Perón del 17 de octubre de 1945
Por Pino Solanas
Desde los tiempos de la Revolución Mexicana hasta los mediados del siglo XX ningún otro proceso político y social como el peronismo impactó tanto en América Latina. A pesar de tener como enemigos a las corporaciones mediáticas internacionales que lo tildaban de dictadura facistoide, había surgido como movimiento popular con la insurrección de los trabajadores fabriles del 17 de octubre de 1945 para liberar a Perón, prisionero del ala gorila del ejército. Meses después, llegan al gobierno en los primeros comicios democráticos desde el golpe militar de 1930 para compartir el poder con sectores de la mediana burguesía y la industria nacional. Juan Perón era el mentor y líder de una original revolución social de vocación latinoamericanista, que comenzaba a cambiar la Argentina desde una alternativa emancipatoria.
¿Cuál era el mundo en aquellos tiempos?. La segunda guerra mundial había dejado 50 millones de muertos; el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki inauguraba el terror nuclear. Lejos de consolidar un futuro de paz, en Yalta y Potsdam se iniciaba otro reparto colonial. Las cinco potencias vencedoras se apoderaban del veto en el estratégico Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El mercado y los recursos de África, América Latina y Asia, quedaban a merced de las corporaciones euro-americanas y los de Europa oriental, bajo el dominio de la ocupación militar de Stalin. Comenzaba la Guerra Fría.
Frente a ese escenario, desde el sur del sur se encendía una luz alternativa: Juan Perón, planteaba la tercera posición frente a los dos bloques del poder mundial: la explotación inhumana del neocolonialismo norteamericano y europeo, y la dictadura sangrienta del stalinismo. La originalidad de Perón y su ejército de cabecitas negras y descamisados consistía en no dejarse atrapar por los códigos ideológicos de derecha o izquierda: rescata el legado independentista de Bolívar, San Martín, Belgrano, Artigas, Sucre, Martí.
La Argentina de los años cuarenta era un país de servidumbres europeizantes; la conciencia nacional estaba adormecida, el pueblo trabajador desamparado. Cuando filmamos a Perón en Puerta de Hierro, él la recordaba así: “El estado social del país era miserable. Había peones que ganaban 12 pesos por mes…. el país era un país ocupado, una colonia del imperialismo británico y todos los servicios eran también británicos”.
El coronel Perón crea la Secretaria de Trabajo y Previsión -27/11/43- y asume la defensa de los trabajadores como si fuera un destino manifiesto: “...tal vez porque sentía desde mucho tiempo antes vibrar la revolución total del pueblo y estaba decidido a quemarme en una llama épica y sagrada para alumbrar el camino de la victoria”.
Desde el contacto con los trabajadores, Perón impulsa avanzadas reformas en la legislación laboral, como el Estatuto del Peón, (salario mínimo y mejores condiciones de alimentación, vivienda y trabajo) ; seguro social y jubilación que benefició a 2 millones de trabajadores; aguinaldo y mejoras salariales para todos los trabajadores; se reconoce a los sindicatos como asociaciones profesionales y nacen los sindicatos por rama, que es la gran fortaleza del sindicalismo argentino; años después, por primera vez en el mundo, nacen los contratos colectivos de trabajo….
En poco más de dos años -1943/1945- Perón promueve un movimiento popular antioligárquico y descolonizador que despierta la reacción oligárquico-militar. Por orden del coronel Eduardo Avalos -jefe de Campo de Mayo- Perón es confinado en la isla Martín García. Desde allí le escribe a Evita: “Amor mío: tan pronto salga de aquí nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio. Lo malo de este país es la existencia de tantos idiotas. Cuídate y quiéreme mucho, porque necesito tu amor más que nunca”.
En solo dos años de preparación, Perón llega al gobierno con un proyecto planificado desde el Consejo Nacional de Posguerra e inédito en el continente. Se propone nacionalizar el Banco Central, el crédito bancario, el comercio exterior, los puertos y servicios públicos. Los Planes Quinquenales van a ejecutar 76.000 obras públicas -más escuelas y hospitales que en toda la historia nacional- y un desarrollo sin igual de nuestra industria y tecnología.
El 17 de octubre del 45, la movilización general de los trabajadores de Berisso, Ensenada, Avellaneda, Lanús, San Martín… ocupa la ciudad y acampa en Plaza de Mayo exigiendo la liberación de su líder. Perón es conducido a la Casa Rosada al anochecer. Lo esperan los altos mandos militares. Aquella escena histórica Perón nos la contaba así: “El presidente de facto, General Farrell, me dice: 'Dígame Perón: ¿qué es lo que hay que hacer?' 'Llamar a elecciones, mi general… ¿qué están esperando?' Farrell ordenó 'En seis meses a elecciones'. Nos dimos la mano, y le digo 'me voy'. 'Déjese de embromar. Estos locos nos van a quemar la casa de gobierno, salga al balcón y hábleles para que se vayan'."
“Efectivamente, cuando llegué al balcón con todas las historias del día yo ni sabía lo que les iba a decir… había como un millón de personas en la plaza... Entonces, les pedí que cantaran el himno para pensar un poco lo que les iba a decir y les hablé: 'Muchas veces he asistido a reuniones con trabajadores, pero esta vez sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores que es lo único que puede hacer grande e inmortal la Patria…(..) ¡Únanse...! Sean hoy más hermanos que nunca… sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse la unidad de todos los argentinos…'”
Hoy 17 de octubre, se siguen escuchando o repitiendo sus palabras como un eco, una música salvadora o una profecía de la Patria que espera silenciosa el domingo 27 para enterrar con una montaña de votos la dañina aventura neoliberal: “¡Únanse..! sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse la unidad de todos los argentinos…”
Senador nacional por Proyecto Sur. (2)
La culminación de un proceso nunca visto en nuestra historia
17 de octubre, el día que cambió la Argentina
Por María Seoane y Gisela Marziotta
Juan Perón sabía que la Argentina era una presa de esa batalla entre el imperialismo saliente, Inglaterra, y el naciente, los Estados Unidos. Su impacto en estas tierras no se hizo esperar. El regordete y rubicundo embajador norteamericano, Spruille Braden, detestaba el ascenso del nacionalismo argentino. Había aterrizado en Buenos Aires el 21 de mayo de 1945 y su tarea era, precisamente, liderar la oposición contra los militares encabezados por Perón porque su país no confiaba en su tardía declaración de guerra contra el Eje. Un anticipo de la base social del embajador habían sido las movilizaciones de la oposición argentina saludando el fin de la guerra. (…) Braden aprovechó la situación para colocarse en la cresta de la ola y ayudar a la conformación de la llamada Unión Democrática integrada por radicales, socialistas, comunistas y demócratas progresistas, partidos en los que se expresaba no sólo la vieja oligarquía, sino también gran parte de la clase media urbana. Entre los militares argentinos, la Marina, de tradición británica, encontró una mayor inclinación a cooperar con la remoción del vicepresidente Perón y el presidente Farrell. Pero el mayor objetivo de la oposición era, sin duda, sacar al coronel al que consideraban el sostén político central del régimen. Perón resistió. Convocó a los trabajadores para enfrentar la ofensiva sostenida por los líderes opositores con apoyo de la embajada norteamericana. El 20 de agosto, en la Secretaría de Trabajo y Previsión, con un numeroso grupo de encargados de casas de renta definió que en el país luchaban dos grandes bandos: “los menesterosos millonarios que exigen que el Estado no intervenga para distribuir un poco la riqueza entre los que todo lo poseen y los que nada poseen. Podemos decir hoy que el problema está planteado entre dos grandes bandos, los que se aferran a su dinero y los que luchan por dar a sus hijos el pan para su cuerpo y para su espíritu. Sostenemos que queremos la democracia pero la queremos sin oligarquía, sin fraudes, sin coimas, sin negociados, sin miseria y sin ignorancia. Los obreros han de recordar que no deben ser –y no lo serán– instrumentos de ninguna fuerza ajena a su propio derecho y a su propia justicia”. Los días posteriores, Perón se reunió con muchos trabajadores más: ferroviarios, ladrilleros, estatales. El desafío estaba planteado. (…) La Unión Democrática, encabezada por Braden, realizó la llamada Marcha de la Constitución y la Libertad el 19 de setiembre de 1945, que juntó unas 200 mil personas, donde convergieron, en un gran malentendido histórico, por igual, la izquierda y la derecha del “viejo país”. (…) La protesta se inició en la Plaza de los Dos Congreso y finalizó en Plaza Francia, donde se leyó una “proclama democrática”. Otro mal entendido histórico que definirá que “la democracia” y “la república” eran ideales que sólo podían tener las fuerzas políticas de las clases medias y ricas y no de los trabajadores. Previendo la conmoción social y la resistencia creciente de los trabajadores, el embajador norteamericano se fue del país el 23 de setiembre de 1945. La oposición apañada por la embajada norteamericana en Buenos Aires, los “republicanos”, estaban dispuestos a voltear el gobierno. Porque las consecuencias políticas de la marcha de la Unión Democrática no se hicieron esperar: querían la cabeza de Perón y no sólo por su liderazgo con los trabajadores sino también por su relación con Eva a quien consideraban, atizados seguramente por la envidia de sus mujeres, una mala influencia. (…)
El 8 de octubre las fuerzas militares de Campo de Mayo al mando del general Eduardo Ávalos, ex líder del GOU, exigieron la renuncia y detención de Perón. El 9 de octubre, un día después de cumplir 52 años, Perón fue obligado a renunciar a todos sus cargos: el presidente Edelmiro Farrell le había soltado la mano. Por esas horas, algunos militares fieles le sugirieron a Perón reprimir a los cuarteles sublevados, renunciar a la Secretaría de Trabajo, y continuar como vicepresidente y ministro de Guerra. Él no lo hizo. No estaba dispuesto a disparar contra nadie. (…) El 10 de octubre, los trabajadores rodearon a Perón. Luego de una visita de distintos gremialistas a su departamento de la calle Posadas, los obreros organizaron una concentración espontánea frente a la Secretaría de Trabajo y Previsión, a modo de despedida de Perón. Casi sesenta mil obreros asistieron para escuchar al ahora ex vicepresidente. “No voy a decirles adiós sino ‘hasta siempre’, porque desde hoy en adelante estaré entre ustedes más cerca que nunca. Y lleven, finalmente, esta recomendación de la Secretaría de Trabajo y Previsión: únanse y defiéndanla, porque es la obra de ustedes”.
Comenzaba así una semana que fue un parteaguas en la historia de la Argentina.
Arrinconado por los propios militares, Perón escapó de la Capital junto a Eva y se recluyó en una isla del Delta. A pesar de la crisis, intentaron ser felices. El coronel estaba ya fuera del poder, pero tenía el amor de Eva. En la madrugada del 13 de octubre, el Ejército le comunicó su orden de arresto y ni bien regresó del Tigre fue detenido y trasladado a una celda de la isla Martín García, con dos centinelas a su puerta. Desde la cárcel, Perón le escribió a Eva: “Esta inmensa soledad está llena de tu recuerdo. Desde el día que te dejé allí, con el dolor más grande que puedas imaginar, no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos (…) Te encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al Chubut los dos”.
Ese deseo ya era de imposible cumplimiento.
Perón ya no se pertenecía a sí mismo.
Mientras permaneció en cautiverio, los trabajadores y otros sectores populares, comenzaron a organizar la lucha por su libertad. El 15 de octubre se declaró en Tucumán la “huelga revolucionaria” y enviaron, de urgencia, representantes a Buenos Aires para que se reunieran en el Comité Central de la Confederación General del Trabajo (CGT) en Buenos Aires. En Santa Fe los dirigentes gremiales adoptaron la misma medida. Pero esto fue sólo el comienzo. Menos de veinticuatro horas después, los trabajadores de todo el país se pusieron de pie para reclamar la libertad de Perón. A la noche, el Comité Central Confederal de la CGT declaró un Paro general para el jueves 18 de octubre, “en defensa de las conquistas obtenidas y por obtener, y considerando que estas se hallan en peligro ante la toma de poder por las fuerzas del capital y la oligarquía”. Pero los acontecimientos se precipitaron. En el anochecer del 16 de octubre, una junta médica del Ejército viajó hasta la isla para hacer una revisión de la salud de Perón. Él se negó, por lo que ordenaron su traslado al Hospital Militar Central, en Palermo.
Entonces ocurrió lo inevitable. La madrugada del 17 de octubre de 1945 comenzó una revolución. Se produjeron manifestaciones en varios puntos de la Ciudad. La actividad comercial e industrial se paralizó. Miles de trabajadores llegaron a la Capital desde las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las acerías del Riachuelo. Cruzaron el Riachuelo por puentes o en botes. Miles de esos ´nadies´, que la voz porteña había denominado “cabecitas negras” se trasladaron al Hospital Militar para exigir la libertad de Perón y su regreso al gobierno.
Nadie describió mejor esas jornadas que el gran Scalabrini Ortiz.
“Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. (…) Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún. (…)Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmo, que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal… Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio.
“Era el subsuelo de la patria sublevado. (…)
“Los desconocidos”, así nombró Galasso a la multitud que tomó por asalto la Plaza de Mayo, cometieron “el sacrilegio” por el calor asfixiante de esa jornada, de refrescarse mojando sus pies en la fuente. “Porque la Ciudad, en ese entonces era de la aristocracia y con ello, sus modos de caminar, de vestir. Lavarse los pies en la Plaza de Mayo fue, para la oligarquía, el mayor de los crímenes.” El General Eduardo Ávalos –quien había conspirado para eliminar a Perón del gobierno– salió a apaciguar los ánimos de la multitud que rodeaba la casa de gobierno.
Hubo un solo grito impenetrable en su obstinación: “¡Queremos a Perón!”, exigieron los miles de trabajadores.
Farrell, desesperado, llamó a Perón ya transformado por la fuerza del pueblo en un líder. La conversación fue histórica. Perón le sugirió que convocara a elecciones y que el pueblo decidiera el nuevo Presidente. “Ahora me voy a mi casa”, le dijo a Farrell. Fue imposible: “No, ¡Déjese de joder! La gente está exacerbada. Nos van a quemar la Casa de Gobierno”, suplicó Farrell. Antes de la medianoche, Perón llegó a la Casa Rosada y se acercó al balcón. Y levantando y abriendo sus dos brazos, pronunció la palabra clave: “Trabajadores, trabajadores…” para ser escuchado por una multitud que dejó de rugir y guardó un silencio compacto. Félix Luna, en la investigación El 45, resaltó las sensaciones de Perón en ese momento. “Imagínese, ni sabía que iba a decir (…) El Pueblo era todo oídos y yo tenía que ser la voz. Fue entonces cuando la intuición vino en mi ayuda: tenía que pedir al pueblo que, previo a todo, entonase las estrofas del Himno Nacional”. Y Perón dio –según sus propias palabras– el “mejor discurso de mi vida”. Luego, ya ex vicepresidente, anunció su retiro del Ejército, volvió a sostener la ligazón con los trabajadores y recomendó que, al salir, los miles de obreros tuvieran el máximo de cuidado. En la despedida, Perón le pidió a la multitud: “Quiero pedirles que se queden en esta plaza, quince minutos más, para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí”. Los trabajadores festejaron con un solo grito: ¡Mañana es San Perón! (…)
Y a partir de entonces, nada sería igual en la historia argentina.
(Fragmento del Capítulo “La patria de los descamisados” del libro Juan Perón, ese hombre) (3)
El 17 de octubre de 1945 no fue magia
Por Luis Bruschtein
Es un parteaguas en la historia argentina moderna. Y no fue tanto por la cantidad. Algunos hablan de 500 mil, otros de más de cien mil. La derecha se había movilizado semanas antes y había reunido cerca de 200 mil personas que marcharon de Congreso a Recoleta. El 17 de Octubre fue masivo, no importa si más o menos que otros, y además hubo antes numerosas manifestaciones obreras, no fue la primera. Pero tuvo rasgos que la destacaron. La clase obrera se movilizó, ya no por un reclamo gremial, sino para disputar poder político. Fue su irrupción irreversible en la disputa de poder político. Salió a pelear su espacio como clase que hasta ese momento estaba excluida del sistema político. Tampoco surgió de la noche a la mañana ni fue el resultado de un liderazgo mesiánico, sino la consecuencia de un proceso de crecimiento y de grandes conquistas sociales de los trabajadores.
De los cuatro coroneles que lideraron el GOU que dió el golpe del '43, había dos con mayor influencia en la tropa: Emilio Ramírez, nacionalista de derecha, filo-nazi y Eduardo Avalos, muy relacionado con el radicalismo. Es lo que se puede inferir por el derrotero de ese gobierno entre el 43 y el 45. El Grupo de Oficiales Unificado no era homogéneo según la imagen que da la mayoría de los historiadores. Esa heterogeneidad determinó todos los conflictos internos que sufrió. De los otros dos coroneles, Enrique González, se alineaba también con el nacionalismo católico, y Juan Domingo Perón tenía una posición más pragmática. De hecho, no tuvo cargos importantes en la distribución inicial del poder.
Al principio primaron los filo—nazis y nacionalistas católicos con la presidencia del general de Pedro Pablo Ramírez. Ese gobierno prohibió a la CGT N°2 integrada por socialistas, comunistas y sindicalistas revolucionarios. En ese sector del GOU había una línea reaccionaria antisindical, lo que obligó a dirigentes de la CGT prohibida, con muchas dudas y desconfianzas, a tantear contactos y posibles aliados dentro del grupo castrense. Así, encabezados por el socialista Ángel Borlenghi, del gremio de Comercio; Francisco Capozzi, de la Fraternidad, y Juan Atilio Bramuglia, también socialista y dirigente de la Unión Ferroviaria, hicieron contacto con los coroneles Juan Domingo Perón y Domingo Mercante.
Mientras Ramírez y Avalos se respaldaban en sectores castrenses. Avalos era jefe del Primer Cuerpo. Perón y Mercado tendían puentes con sectores del movimiento obrero. Así, se creó la Dirección Nacional del Trabajo, y Perón la encabezó. Nadie le dio importancia, no era un lugar estratégico en la disputa del poder. Un mes después, se había transformado en Secretaría.
El movimiento obrero tenía un programa de reclamos históricos y esa alianza de militares y sindicatos avanzó en el cumplimiento de esas reivindicaciones: se decretó la indemnización por despido a los trabajadores de todas las ramas de la producción; dos millones de personas fueron favorecidas con la jubilación; se sancionó el Estatuto del Peón y el Estatuto del Periodista, se instalaron los convenios colectivos de trabajo que involucraron a más de tres millones de trabajadores. Y muchas otras medidas que modernizaron y humanizaron las relaciones de trabajo en Argentina.
Cada una de esos logros significó un mazazo al viejo país oligárquico de patrones omnipotentes y relaciones laborales de servidumbre. La figura de Perón creció, así como el resentimiento de los grupos del poder económico afectados. El movimiento obrero sufrió rupturas, muy influidas por el escenario internacional, pero la mayoría comenzó a confluir alrededor de la nueva secretaría de Trabajo.
En ese marco, la composición del GOU facilitaba la duda o la confusión, ya que podía perfilarse como expresión del fascismo europeo o como equivalente de los movimientos populares que surgían en México, Bolivia, Brasil, Nicaragua y otros países de América Latina. Parte de las izquierdas también calificaron de fascistas a esos movimientos, como el del mexicano Lázaro Cárdenas.
Los enfrentamientos internos en el gobierno militar se sucedieron mientras crecía Perón, hasta que se pusieron de acuerdo para echarlo como reclamaban los partidos tradicionales más la oligarquía y las patronales. El secretario de Trabajo había perdido respaldo en la interna militar.
Perón había podido anular la ley que limitaba a los sindicatos, lo que había disparado su crecimiento, afiliando masivamente a los "nuevos" trabajadores, aquellos que estaban migrando a la ciudad desde el interior del país, los que serían bautizados como los "grasas" y "cabecitas negras" por las clases medias y altas.
En la historia se ha presentado al gobierno militar como un bloque pro-nazi homogéneo pero en dos años cambió tres presidentes. Inclusive Avalos le ofreció en un momento la presidencia a los radicales.
También se ha presentado al 17 de octubre de 1945 como un acto convocado por el liderazgo de Perón. Pero ese liderazgo se basaba en la defensa de los intereses de los trabajadores. La movilización de las bases obreras, espontánea y sin recursos, fue en defensa de sus intereses.
La clase obrera no reaccionó el 17 de octubre en defensa de un liderazgo mesiánico o predestinado. Ese liderazgo había sido construido paso a paso y de manera genuina al concretar esas reivindicaciones históricas que habían sido frustradas con fuertes represiones y habían costado la sangre, la cárcel y la vida a cientos de luchadores populares.
Aunque obviamente Perón es la persona más importante de esa historia, el sujeto real que la promueve y la gesta es la clase obrera. Los movilizados representaban a los millones de obreros que estaban condenados a un trabajo esclavo y una vida miserable pero que con Perón habían logrado torcerle el brazo a la vieja Argentina oligárquica.
Los liderazgos populares que se sostienen en el tiempo, como fue el de Perón, no surgen de la demagogia típica de los viejos conservadores, esos sí “populistas” más que populares. La diferencia está en que las medidas sociales que tomaba Perón no eran en forma ni contenido, concesiones graciosas del patrón al trabajador, como hacían los conservadores. Toda la legislación laboral de Perón se basó en reconocer al trabajador como sujeto de derecho, en un plano de igualdad. El motivo de la lealtad popular histórica con esos liderazgos no tiene misterios ni razones mágicas. (4)
Fuentes: Diario Página 12, 17 de octubre de 2019.