Los archivos secretos de
Inteligencia en torno de los robos del sable corvo de San Martín
La reliquia y sus
intrigas
Documentos
de lo que fue la temible Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense
confirman las torturas y golpizas que sufrieron integrantes de la Juventud
Peronista, autora de ambos hurtos. A 55 años del primer episodio, PáginaI12
reconstruye la historia de intrigas y política alrededor de la reliquia.
Pocos
objetos concitaron tanta polémica y celo en la historia argentina como el sable
corvo de José de San Martín, un arma austera de poco menos de un metro que el
General blandió en toda su gesta libertadora por América y que tras su muerte
inició un derrotero de robos e intrigas al que ahora también se le suman
trabajos de espionaje. Esto se desprende de documentos de la Dirección de
Inteligencia de la Policía Bonaerense a los cuales tuvo acceso PáginaI12.
San Martín
adquirió su espada en 1811 en Londres, poco antes de volver al Virreinato del
Río de la Plata, y la tuvo consigo hasta que volvió a Europa en 1824. Era un
sable austero, de origen persa y usado. Poco antes de morir pidió que le fuera
entregado a Juan Manuel de Rosas, entonces gobernador bonaerense, quien a su
vez luego quiso hacérselo llegar a Francisco Solano López, el general paraguayo
que resistió hasta lo indecible el genocidio en la Guerra de la Triple Alianza.
Finalmente el
sable fue donado el 4 de marzo de 1897 al Museo Histórico Nacional y durante
mucho tiempo nadie volvió a hablar de él. Por primera vez en su historia
permaneció en un mismo lugar a lo largo de varias décadas. Así sucedió hasta el
13 de agosto de 1963, cuando el país amaneció con la noticia de que el arma de
San Martín había sido robada.
El 7 de julio de
1963, Arturo Illia había ganado las elecciones presidenciales con un famélico
25 por ciento, apenas por encima de Oscar Alende, en lo que terminó siendo una
disputa de las dos facciones de la Unión Cívica Radical habilitadas para
competir en tiempos de proscripción peronista. Arturo Frondizi, presidente
depuesto el año anterior, permanecía encarcelado en Bariloche y lo estaba
reemplazando su vice, José María Guido, con el apoyo de las Fuerzas
Armadas.
El robo del
sable de San Martín se produjo en ese interregno entre dos gobiernos en
apariencia constitucionales (Illia asumiría en octubre, dos meses después del hurto)
pero fuertemente subordinados por el orden militar. Por eso, además de la
sustracción de semejante pieza histórica, había un elemento adicional que
irritaba al poder castrense: la aparición de la Juventud Peronista como autora
del hecho.
La organización
lo reconoció a través de un comunicado que hizo llegar al diario El Mundo de
manera casi cinematográfica. “Llamada a la redacción sobre las 21.20 horas: Una
voz indicaba dónde podíamos hallar el comunicado de quienes se apropiaron del
sable de San Martín. ‘No lo llevamos al diario por razones obvias’, dijo.
Entendimos y fuimos”, narra un artículo publicado por el matutino pocos días
después del hecho, casualmente el 17 de agosto, aniversario del fallecimiento
de San Martín. “En un baño, detrás de una chapa, se hallaba un sobre con los
dos comunicados, tal como nos habían anunciado”, remataba la nota.
En ese
comunicado, la Juventud Peronista condicionaba la devolución del sable al
atendimiento de varios reclamos, entre los que se incluían la anulación de los
convenios petroleros y de los de Segba (la empresa pública que administraba y
comercializaba la energía eléctrica en Argentina), la liberación de presos
políticos y sindicales, el castigo para los responsables de los fusilamientos
de 1956 en José León Suárez (aquellos narrados por Rodolfo Walsh en el libro
Operación Masacre) y el levantamiento de la proscripción. Proscripción, por
cierto, tan férrea, que obligó al anónimo redactor del artículo del diario El
Mundo a tener que hacer malabares narrativos para poder decir que, además, la
JP exigía la devolución del cadáver de “la esposa del mandatario derrocado en
1955” y retorno al país del “presidente depuesto por la Revolución
Libertadora”. Es que estaba terminantemente prohibido nombrar a Perón y a cualquier
objeto o sujeto vinculado a él y a su movimiento político.
En un comunicado
anterior, la Juventud Peronista había amenazado con sacar el sable del país
para hacérselo llegar al propio Perón, exiliado en Madrid. “Aquel sable
repujado por la gloria, aquella síntesis viril y generosa por la Patria, por
milagro de la fe, volverá a ser el santo y seña de la liberación nacional”,
azuzaba la JP en su primera aparición pública. Todos esos recortes y
comunicados figuran en las carpetas que acumuló la Dirección de Inteligencia de
la Bonaerense en aquel entonces.
Es que los
servicios de espionaje ajustaron los dispositivos para poder acorralar a los
sustractores y no fueron pocas las denuncias que recibieron sobre la aplicación
de golpizas y torturas para obtener la información que requerían. Es recordada
la intervención en este caso de la temible Brigada de San Martín, aquella que
el año anterior había capturado a Felipe Vallese, uno de los primeros
desaparecidos políticos de Argentina en el siglo XX.
El robo les fue
atribuido a Osvaldo Agosto, Manuel Gallardo, Arístides Bonaldi y Luis Sansoulet
y vinculado a una Juventud Peronista entonces liderada por el triunvirato
compuesto por Envar el Kadri, Jorge Rulli y Héctor Spina.
Una comisión
formada por miembros sindicales y diputados (entre ellos el socialista Juan
Carlos Coral y el demócrata cristiano Raúl Torreiro) logró la liberación de
todos los detenidos por el caso, aunque para ese entonces uno de ellos ya había
confesado en uno de los interrogatorios haber sido el autor del robo. Así se
desprende de un memo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires fechado el 26 de agosto de 1963, el cual dice que “el
ex oficial Gallardo, conocido militante peronista de la agrupación ‘Juventud’,
y que trabaja de empleado en el sindicado ATE (...) se declaró autor de la
sustracción del sable del General San Martín. Según sus propias declaraciones
(...) la Juventud Universitaria Peronista le propuso intervenir en la
sustracción del sable, que se haría con propósitos políticos y con el
compromiso de reintegrarlo si las nuevas autoridades nacionales electas
procedían a denunciar los contratos petroleros y rompieran con el FMI, además
de otras medidas que luego se dieron publicidad”.
El trabajo coordinado
entre los servicios de inteligencia de la Policía Bonaerense y las fuerzas de
represión asfixió la resistencia de los jóvenes sustractores, quienes
confesaron el hecho y repusieron el sable ya con Arturo Illia como presidente.
La ola de secuestros y torturas obligó a la Juventud Peronista a tomar esa
decisión como única alternativa inmediata para frenar las golpizas y la
sangría. Hasta ese entonces, la espada de San Martín permaneció oculta en una
quinta cercana a la localidad bonaerense de Maipú.
Sin embargo el
episodio se repitió casi de manera calcada dos años después del primero, otra
vez cerca del aniversario de la muerte de José de San Martín, cuando la
Juventud Peronista volvió a robar el sable corvo. Fue el 19 de agosto de 1965,
fecha en la que cuatro personas lo sustrajeron del Museo Histórico. Así lo
describe otro informe secreto de la Dirección de Inteligencia de la Bonaerense
fechado el mismo día del hurto, lo cual demuestra el pronto repentismo que los
organismos de inteligencia exhibieron una vez que se enteraron del hecho: “Para
cometer el robo, entraron al sitio mencionado cuatro individuos, armados con
ametralladoras, los que luego de reducir al guardia del Museo, rompieron el
vidrio de la vitrina en que se hallaba guardado el sable y hueyeron (SIC) luego
en automóvil en la parte anterior, en el cual esperaba otro individuo con el
motor en marcha”.
En ese mismo
documento redactado la noche del segundo robo, la Dippba aseguraba que había
allanado el Comité del Partido Comunista de Capital Federal, en Ecuador al 333.
Evidentemente la dirección de inteligencia de la Bonaerense manejaba en
principio una pista falsa, la cual confirmaron como tal cuando en verdad el
denominado Ejército Revolucionario Peronista se hizo cargo del robo a través de
un comunicado confiscado por la propia Dippba. A diferencia del hurto anterior,
esta vez la organización peronista vinculada aseguraba en este escrito que “el
glorioso sable no ha salido ni saldrá del territorio nacional, permaneciendo en
nuestro poder hasta el triunfo final de la Revolución Peronista y el retorno
del General Juan Domingo Perón al poder”.
Como en 1963, la
facción condicionaba la reposición del arma a una serie de exigencias, en este
caso tres muy puntuales: “La entrega pública a la persona o entidad que designe
el General Perdón en Argentina del cadáver de la señora Eva Perón”, “la entrega
pública a sus familiares del cuerpo de Felipe Vallese” y “la inmediata prisión
de todos los implicados en el secuestro y asesinato de Felipe Vallese”.
Los dos robos
del sable de San Martín perpetrados en 1963 y 1965 se inscriben en una larga
lista de hechos que el peronismo proscripto protagonizó para darle visibilidad
pública a sus reclamos. Y, como la gran mayoría de estas misiones insurrectas,
fue combatida y reprimida por las fuerzas de seguridad.
Fueron estas
mismas las que, en el segundo hurto, motorizaron más de 500 “procedimientos y
demoras” articulados por la denominada Superintendencia de Coordinación
Federal, brazo represivo de la policía en el área de la ciudad de Buenos Aires
que trabajaba de manera articulada con dependencias provinciales, como la
Dirección de Inteligencia de Bonaerense. Sus intensos trabajos son los que
permitieron nuevamente dar con los sustractores del sable y recuperarlo en
1966, ya bajo el gobierno de facto del General Juan Carlos Onganía, quien un
año después ordenó depositarlo en un templete blindado en el Regimiento de
Granaderos a Caballo, cuerpo al que perteneció justamente José de San Martín
cuando se alistó en el ejército local para iniciar sus campañas
militares.
Finalmente, el
polémico sable fue devuelto al Museo Histórico Argentino el 25 de mayo de 2015,
a instancias de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Desde ese
entonces, el arma de San Martín es exhibida como una de las piezas más vistas
en la sala del barrio de San Telmo, a un costado del Parque Lezama, la barranca
donde cuentan que Pedro de Mendoza realizó la primera fundación de la ciudad de
Buenos Aires, en 1536.
Bibliografía
consultada:
Diario Página 12 / Sociedad / La reliquia y sus intrigas / Por Juan Ignacio Provéndola / 20 de agosto de
2018. https://www.pagina12.com.ar/136414-la-reliquia-y-sus-intrigas