viernes, 24 de agosto de 2018

Actualidad social

Esta noticia periodística, es una realidad social, por la cual, la están atravesando muchas personas que habitan nuestro país, y expresa textual:
La situación social
El drama de vivir en la calle: historias de los que sufren el frío y no tienen ni para pagar una pieza
Para la Ciudad hay 1.091 personas, pero organizaciones sociales afirman que son más. También llega gente desde el GBA y se queda de lunes a viernes. Muchos no quieren ir a los paradores.
María vive en la calle, cerca de Plaza de Mayo. Foto: Andres D'Elia
"¿Ves?", pregunta Daniel, y señala las dos esquinas. "Esta es mi casa. Empieza allá y termina allá". Está sentado sobre una banqueta, a mitad de cuadra, a metros de las carpitas que armó para su "ranchada": Luis, Maxi, Brenda, Miguel y su señora. Aunque aclara: "Cada ranchada tiene su estilo de vida. La nuestra es familiar, sin drogas ni peleas. Yo la mantengo tranquila".
Según el último censo del Gobierno Porteño, en la Ciudad de Buenos Aires hay 1091 personas (78% son hombres) en la situación de Daniel. El año pasado había 1.066. En otras grandes urbes, los números son más elevados: en Santiago de Chile, por ejemplo, hay 3036; en Montevideo, 1013; en Santa Cruza de la Sierra, 2000; en Nueva York, 3892; en Bogotá, 9600.
Gente en situación de calle, en la recova de Plaza de Mayo. Foto: Andrés D'Elía
Aquí, más de la mitad vive en las Comunas 1, 2 y 3. El 83% tiene entre 19 y 64 años. En 2016, la cifra había llegado a 866. Esos son los números oficiales. Pero en los barrios cada vez se ven más. En 2017, el Ministerio Público de la Defensa y algunas organizaciones sociales organizaron otro censo, que contabilizó a 4.394 personas viviendo en las calles porteñas. 
La explicación oficial de la diferencia tiene que ver con la metodología que se emplea en el censo. Las organizaciones, por su parte, dicen que en la Ciudad buscan "invisibilizar el tema". 
José vive debajo del puente de Olazábal y Superí. Foto: Fernando de la Orden
Daniel es de Guernica y lleva 5 años en la que él llama su "casa". Queda debajo de la autopista, a la altura de la calle Solís, a metros de San Juan. La mayoría de los que pasan caminando lo saludan.  Algunos de sus vecinos lo ayudan con comida, ropa o changas. Dice ser albañil, electricista y "saber de todo un poco. Me llaman para arreglos en sus casas, para mudanzas, para que limpie las vidrieras de los comercios; hasta para ayudarlos a arrancar el auto. Ellos me cuidan y yo los cuido". Por las mañanas limpia vidrios; por las tardes, si no tiene trabajo en una fábrica de pizarrones que lo contrata por días, se las rebusca con los vecinos o lo que le llevan.
En su caso, la calle es consecuencia de haberse separado, de no poder ver a sus hijos y de perder su último trabajo. "Sin mis hijos no tengo motivos para estar bien. ¿Para qué me voy a comprar un auto? Si no puedo llevarlos a pasear. ¿Para qué me voy a alquilar una pieza? Si voy a estar solo... El lugar de mi familia lo ocupa la gente de mi ranchada. Es gente que me quiere por lo que soy". Daniel tiene 36 años, dos hijos y tres hijastros que siente como propios. Corta su relato cuando cuatro voluntarias se presentan y le ofrecen un plato de comida y un vaso de café.
José y Fabián, viven debajo del puente de Olazábal y Superí. Foto: Fernando de la Orden
Cuando tiene plata, José dice que entra a una pizzería o a un restaurante. Que se sienta cerca del televisor, que lo disfruta como nunca antes, y que esa noche sí elige comer lo que tiene ganas, y no lo que consigue. Son las nueve de la noche y José muestra una gaseosa y una caja de pizzas en las que hay un par de empanadas. Es su cena de hoy. Pero hoy no hay televisor. Está abajo del túnel de Superí, a metros de Olazábal, en Belgrano. Lleva más de dos años en este lugar. Su compañero se llama Fabián. Cuando tiene plata, dice que se sube a su bicicleta y se va a andar. A Navarro, a Cañuelas, a Lobos, a Escobar, a Balcarce.
Fabián y José se levantan a las siete, limpian la vereda, levantan sus cosas y se van. Siempre antes de que los nenes entren a clases. No les gusta que los vean durmiendo en la calle. José camina, entra en las obras que encuentra y se ofrece para ganarse lo de la comida del día. Ahora está con una changuita: hace limpieza en un restaurante. Dice hacer, como mucho, $ 300 diarios. Muy poco para alquilarse una pieza. "Si no encuentro trabajo, busco metal o bronce. Todo para no tener que revolver la basura, ni pedir plata o comida por la calle. Todas las mañanas me levanto con energías para encontrar el trabajo que me saque de la calle. Pero al rato te bajoneás. La noche es el momento más difícil del día".
El hotel más barato, cuentan, está en Congreso. De 22 a 10 de la mañana, cobra $ 400. Fabián también trabaja. Es pintor. El diariero de la esquina mete la tarjeta con el número de Fabián en diarios y revistas, y lo recomienda. Y después, está el boca a boca. "Trabajo pero cobro poquito", dice. "Y no puedo ir a un hotel. Hoy trabajé, ayer también. Pero puedo estar semanas sin trabajo. Me alcanza para mantener la bicicleta, la comida de todos los días y para comprarme algo de ropa".
En los últimos meses, además de gente que se quedó sin trabajo y no pudo seguir pagando el alquiler, en las calles porteñas hay vecinos del Conurbano. Personas que llegan los lunes, en tren, y se quedan en la Ciudad. Juntan cartones, metales y cobre, esperan la comida de los voluntarios, piden ropa y el viernes vuelven a sus casas. Así sobreviven. Los muy pocos que consiguen trabajo y dejan la calle es para alquilar una pieza en alguna villa porteña. Es la opción más económica.
"Hay personas que no pueden controlar el dolor de terminar en la calle", dice José. "Se vuelcan a la droga. Es que hoy la situación está más difícil que nunca. Resulta casi imposible soñar con alquilar una pieza y dejar la calle. Acá no alcanza con un trabajo para dejar de ser pobre".
Su último trabajo fue en una empresa de Pablo Podestá. Todo empezó en una calle de Belgrano: una vecina se le acercó y le preguntó si quería trabajar. Le dejó anotada una dirección y a la semana se presentó. Comenzó de seguridad, de 5 a 7, y de encargado de control de las boletas de los proveedores, de 7 a 15. Los primeros meses durmió en el vestuario, luego le armaron una pieza. "Hasta tenía televisor y hacía horas extras", dice. Duró tres años. Con el cambio de Gobierno, las cosas cambiaron y volvió a la calle. "No pierdo las esperanzas de volver a encontrar un trabajo así", concluye. Y antes de despedirse, se vuelve a referir a la pregunta de lo que hace cuando junta algo de dinero. "Más allá de ir a comer y mirar la tele en un restaurante, cuando trabajo varios días seguidos me gusta volver a Merlo y pagar el asado para mis familiares".

Paradores: una opción con problemas que muchos no aceptan

Un reciente informe de la Auditoría General de la Ciudad denunció diversas falencias en los paradores nocturnos para gente en situación de calle.
Falta de calefacción, filtraciones de agua, plazas insuficientes y vidrios rotos son algunas de las críticas que figuran en el relevamiento del organismo de control.
La Ciudad cuenta con 27 paradores. Algunos son para familias, otros para hombres solos y otros para mujeres solas. En invierno abren otros tres, alcanzando un total de 2.300 plazas. Además de poder ducharse, cenar y dormir, durante el día sus usuarios pueden realizar talleres de oficio u otras actividades. El personal total, entre operadores sociales y psicólogos, alcanza las 700 personas.
“Los paradores no se adecuan a las necesidades de las personas. Las familias llegan, hacen fila, y si no hay lugar se tienen que separar. No les permiten el ingreso con carro, bicicleta o la herramienta con la que puedan hacerse una changuita durante el día. En el de Retiro, por ejemplo, hay un tinglado que dificulta la calefacción y a la vez en el verano hace que no se pueda dormir”, aseguró Cecilia Segura, presidente de la Auditoría.
En tanto, la ministra de Desarrollo Humano y Hábitat, Guadalupe Tagliaferri, aseguró: "Muchas personas no acceden a los paradores por situaciones de base psiquiátricas, de consumo y de no respetar normas. En los paradores hay leyes que cumplir: bañarse antes de acostarse, las luces se apagan a las 22 horas, no se permiten peleas ni el consumo de alcohol o drogas". Y agregó: "También otorgamos subsidios, pero siempre a partir del acercamiento de ellos al Estado o a alguna organización social".
Fuente: Diario Clarín / Sección Ciudades / El drama de vivir en la calle: historias de los que sufren el frío y no tienen ni para pagar una pieza / por Nahuel Gallotta / 23 de agosto de 2018.