Haz lo que yo hago
El respeto y el amor
se aprenden viéndolos y sintiéndolos, mas no explicándolos.
Cuántas
veces les hemos dicho a nuestros hijos en un momento de desespero: “¡Cómo eres
de malcriado!”. No he sido la excepción. Sin embargo, la última vez me miré en
el espejo y me pregunté: “Si me parece que mi hija es malcriada, ¿quién se
supone que la crió?” Una pregunta tan obvia, que me dejó pensando largo rato.
Muchos
padres no adoptan el modelo de crianza positiva porque pretenden replicar con
sus hijos la manera como ellos fueron criados.
Es
increíble cómo les exigimos a nuestros hijos comportamientos que en ningún
momento les hemos enseñado o, peor aún, de los cuales jamás les hemos dado
ejemplo. No peco de exagerada cuando digo que casi todos los padres queremos
que los hijos sean mejores que nosotros, pero pocos somos coherentes al
lograrlo.
A
veces no somos conscientes de que la cátedra y la cantaleta son poco efectivas
en el proceso de crianza; son nuestros actos y ejemplos los que marcan la
verdadera diferencia en nuestros hijos.
Nos
extrañamos de las tasas alarmantes de matoneo en los colegios, pero en lugar de
solo sorprendernos deberíamos preguntarnos de dónde aprenden desde tan pequeños
a sentirse superiores y a ser intolerantes con los demás. Cada vez que
despotricamos de alguien por tener un punto de vista distinto o insultamos en
la calle a cualquiera que se nos atraviesa o agredimos a los demás en redes
sociales por simplemente subir una foto o hacer un comentario, deberíamos ser
conscientes de que esto es matoneo.
Cuando
descalificamos a alguien por su preferencia sexual, aspecto físico o estilo de
vida les estamos enseñando a nuestros hijos que si las otras personas no actúan
o no piensan como nosotros son defectuosos y tenemos permiso para insultarlos y
maltratarlos.
Como
mujeres nos aterramos cuando vemos que nuestras hijas son envidiosas, desleales
o malsanamente competitivas. Sin embargo, al hablar pestes de
nuestras supuestas ‘amigas’, les estamos enseñando que la definición de amistad
es besar de frente... y despotricar de espalda.
Como
padres y madres no podemos pretender que, en un futuro, los niños sepan tratar
a una mujer si en casa ven todo lo contrario. Si sufrimos en silencio las
agresiones y las ofensas en las relaciones de pareja, nuestros hijos pueden
pensar que el amor es equivalente a sufrimiento y dolor. El respeto y el amor
se aprenden viéndolos y sintiéndolos, mas no explicándolos.
Donde
pienso que más les fallamos a nuestros hijos es en repetirles todos los días
que queremos que sean felices, que estudien lo que los hace felices, que se
casen con quien los hace felices… pero nosotros nos la pasamos quejándonos
y pareciéramos vivir miserables a causa de todo: el país, el clima, el trabajo,
la pareja o la falta de ella. Nos falta coherencia a la hora de desear algo tan
primordial para ellos cuando ni siquiera nos damos el lujo de cuestionarlo para
nosotros mismos.
No
podemos olvidar que debemos ser lo que queremos para nuestros hijos. Antes de
calificarlos como “malcriados”, fijémonos si a nosotros mismos nos faltó un
poco de crianza también.
Por
Alexandra Pumarejo
Fuente: El Tiempo / Cultura http://www.eltiempo.com/cultura/gente/haz-lo-que-yo-hago-alexandra-pumarejo-132474