Volví de
Bariloche y me puse a buscar información sobre el cacique Inacayal. Lo primero
que encontré, que no guardé y que después no volví a encontrar, fue un artículo
largo y detallado en el que había varias fotos de Inacayal. Algunas las volví a
ver, pero una que estaba en ese artículo, no.
Y la recuerdo.
Me pareció tan estremecedora que la veo ahora. En blanco y negro, algo oscura,
se veía en el piso a un hombre y a una mujer arrodillados, semidesnudos, él de
frente en la perspectiva de la foto, ella de espaldas. El la miraba a ella. Más
atrás, entre los dos, un pintor los miraba atentamente. Alrededor había gente
mirando. Inacayal y su esposa estaban posando, como parte de las obligaciones
de su cautiverio, entre paseantes que oscilaban entre ver restos óseos de
animales y el museo viviente del Perito Moreno. Después leí las atrocidades que
le hicieron, algunas de ellas inimaginables, pero me quedó grabada la dignidad
de ese hombre reducido y humillado hasta un límite en el que no sabemos qué se
siente. Sentado allí, frente a su mujer, siendo retratado y aún negándose a que
le robaran su espíritu.
Inacayal había
sido poderoso en su toldería de la Patagonia Norte. Era tehuelche pero no hay
acuerdo sobre las etnias específicas de las que provenía. El Perito Moreno
decía que era huilliche. Pero es el único que lo decía. En 1879 se conocieron
ambos. El Perito hacía una expedición al Nahuel Huapi y el territorio de
Inacayal le quedó de paso. Fue bien recibido, con hospitalidad. Le dieron de
comer lo mejor que tenían. Lo dejaron descansar entre ellos. Parecía que el
Perito y el cacique cultivaban una buena relación.
Un par de años
más tarde, sin embargo, declarada la guerra de Roca contra los habitantes
originarios de la Patagonia, Inacayal fue junto al cacique Foyel, uno de los
dos mandos principales que dirigía el cacique Sayhueque, “El señor de las
manzanas”. Uno hacia el sur y otro hacia el norte. El ejército de Roca fue
avanzando y ganando sucesivas batallas. Inacayal fue el último cacique en
entregarse, después de haber sido derrotado tres años antes y seguir dando
batalla desde tierras del Chubut.
Sayhueque, Foyel
y él fueron tomados prisioneros. Después de un tiempo el primero y el segundo
se reconocieron argentinos y fueron liberados. Inacayal no. Y según cuenta la
leyenda oficial, fue “gracias al perito Moreno”, en honor a la hospitalidad
recibida, que aquel hombre de contextura grande, pelo largo y rasgos de árbol,
junto a sus familiares, entre ellos su mujer y su hija, fueron destinados al
museo viviente que el Perito instaló en el Museo de Ciencias Naturales de La
Plata. Allí llegaron a haber más de una decena de vencidos, a los que las
autoridades dejaban deambular por las instalaciones para que fueran avistados
por los visitantes como monstruos que irrumpían entre los fósiles y los
esqueletos.
De noche los
encerraban en un sótano con candado. Hacían allí sus necesidades. Comían una
olla de sopa entre todos. Debían dejarse retratar. Los últimos cuatro años de
su vida Inacayal los pasó allí. Dicen algunos que se volvió loco. Y cualquiera
puede volverse loco si la propia mujer, ésa con la que posaba para el retrato,
muere como fueron muriendo otros familiares, y se es obligado a pasar los días
mirando las vitrinas donde ahora, además de los animales, estaban exhibidos los
esqueletos de los seres queridos. El se pasaba el día mirando el de ella. Es
difícil imaginar una tortura psíquica más aberrante. Finalmente, un día de
1888, Inacayal se tiró por las escaleras para morir, pero antes de hacerlo
gritó en su lengua algo que nadie entendió.
Recién en 2001
se aprobó la ley que ordena a los museos restituir a sus comunidades, que los
reclamaban desde hacía décadas, los restos humanos que estaban siendo o habían sido
exhibidos. Se hizo la restitución de los restos de Inacayal a la comunidad de
la Tecka, en Chubut. Pero no terminaba allí la daga inmoral de la conquista.
Recién en 2006, antropólogos que trabajaban en nuevas restituciones y
analizaban restos, informaron que habían identificado una oreja, una parte del
cuero cabelludo, otra del cerebro y otra del corazón de Inacayal. Fue en 2014,
hace muy poco, que aquel guerrero que nunca desistió de su identidad fue
debidamente honrado y sepultado al uso de su propio
pueblo.
Casi a mitad de
camino entre Bariloche y El Bolsón, en la ruta 40, está el Viejo Almacén del
Foyel, que atienden Yuyo y su mujer, Marta. Cumple la función de tantos bares
de todas las rutas del mundo, ubicado en una distancia intermedia entre dos
ciudades, un parador para comer o tomar un café y usar los baños, que están
afuera. El lugar es austero, de madera, todavía conserva el aire de los ramos
generales. Es uno de esos lugares que, aunque lo visiten turistas, no es
turístico. En su Facebook se anuncia como “Restorán temático- Revisionismo
histórico patagónico. Trucha, cordero, cerveza artesanal y ahumados todo el
año”. Muy poco más adelante, en la ruta, de la mano de enfrente, está el
sendero que lleva a las tierras del magnate Lewis, hoy el propietario de la
tierra de innumerables generaciones de paz, que daban sus mejores carnes y
frutos a los visitantes, y que fueron a la guerra cuando vinieron por ellos, a
exterminarlos, y a repartir a sus hijos entre los militares argentinos, como sirvientes.
Las
paredes del Viejo Almacén del Foyel están cubiertas con fotografías de
los caciques derrotados, los señores de esas tierras cuyos nombres siguen
siendo usados, pese a la persecución a sus descendientes, para atraer
turistas de todo el mundo. Sin el alma mapuche, la Patagonia no tendría su
iconografía, su espíritu, su identidad. Cuando entré al Almacén, la de Inacayal
fue la primera cara que vi. La de ese hombre que después de perder su tierra,
su familia, su libertad, su paraíso, siguió defendiendo ser quien era, y ningún
otro.
Rey de su
terquedad, libre aún en los humores que siguieron enfrascados en alcohol en un
Museo durante medio siglo, no es hoy Inacayal solamente un nombre que hace
emerger las historias de millones de seres humanos considerados como menos que
humanos por quienes iban a matarlos para quedarse con lo que era de ellos. Su
nombre también es una explicación: somos también millones los que creemos que
hay que limpiar la Argentina de ese pecado original.
Por
Sandra Russo
Fuente: Diario
Página12 - Contratapa - sábado 03 de marzo de 2018.
https://www.pagina12.com.ar/99041-inacayal