viernes, 28 de agosto de 2020

28 de Agosto de 1873

HISTORIA

ATENTADO CONTRA DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO.

«BALAS ENVENENADAS CON ÁCIDO PRÚSICO».

UN DOMINGO DE 1873, EN LA BOCA, se reúnen varios individuos. Un tal «Aquiles» apodado el «Austríaco», Francisco Guerri, Pedro Guerri y su amigo «Eva»; el primero de ellos ofrece la suma de 10.000 pesos por una muerte. Se compromete a proveerlos de armas y a sacarlos del país. Esto último es muy importante. ¿Por qué es tan importante esta última condición? Porque «Aquiles» ofrece $ 10.000 por la muerte de un presidente: DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO.

RECIBEN EN SUCESIVAS ENTREGAS tres mil pesos y el atentado se concreta para el 28 de agosto. Ese día, a las ocho de la noche, en su coche tirado por dos caballos se dirige desde su domicilio ubicado en Maipú entre Tucumán y Temple (hoy Viamonte) por la primera al sur hacia la casa de su amigo el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, en la calle Cangallo. Cuando el coche llega a Corrientes, los tres sujetos que lo aguardaban se abalanzan sobre el rodado. El que está más próximo extrae de entre sus ropas un trabuco, afirma el arma sobre su mano izquierda y hace fuego.

Los fragmentos de la boca del cañón y el exceso de pólvora en la carga le destroza la mano, perdiendo el dedo pulgar. Los proyectiles se incrustan en la pared frontera de una casa de la calle Maipú, entre Corrientes y Parque (hoy Lavalle), a un metro y medio de altura del pavimento.

A PESAR DE LAS INTENCIONES DE LOS ATACANTES, EL PRESIDENTE RESULTA ILESO, pero el estampido encabrita a los animales, que con esfuerzo son dominados por el cochero José Morillo, y el coche prosigue su marcha hacia la casa del doctor Vélez Sarsfield. Su ocupante, ensimismado en sus cavilaciones o debido a su sordera, recién se entera del atentado por referencias de su cochero y de un sirviente de su amigo; más tarde el jefe de Policía, don Enrique O'Gorman, corrobora estas declaraciones.

MIENTRAS SARMIENTO PROSEGUÍA SU CAMINO, en el lugar de los acontecimientos intervenía la policía. Atraídos por la detonación se aproximan el oficial inspector Floro Latorre y el vigilante Joaquín Soto, quienes alcanzan a distinguir a los agresores que ya emprendían la fuga.

PERSEGUIDOS POR LA AUTORIDAD, Francisco Guerri y Pedro Guerri son apresados en la casa de Corrientes 145 (numeración antigua). El primero de los detenidos está herido. Portaban un puñal que estaba envenenado con sulfato de estricnina, y posteriormente se comprueba que los proyectiles utilizados en el fallido suceso también estaban envenenados con bicloruro de mercurio, según informe del químico Miguel Puiggari que los examinó.

LOS DETENIDOS SON AMBOS ITALIANOS, de 21 años, solteros, marineros, sin vínculo de parentesco pese al apellido. Son interrogados por el comisario Raimundo Arana y niegan en principio sus intenciones, explicando lo ocurrido como una riña con un tercero que huyó haciéndoles el disparo y abandonando el arma. Esta explicación no contenta al comisario Arana, que continúa su interrogatorio hasta que al día siguiente terminan relatando el encuentro del domingo anterior en la Boca. Inmediatamente la policía dispone la búsqueda de «Aquiles» y de «Eva»; la pesquisa está a cargo del comisario de órdenes (cargo hoy equivalente a subjefe de la Policía Federal) Avelino B. Anzó.

«Aquiles» resultó ser Aquiles Segabrugo, italiano de 38 años, alto, de ojos pardos y de cabellos, pera y bigotes rubios. Solía concurrir a la casa de sus suegros en Belgrano y Rioja. Cuando el comisario Adolfo Tuñer allanó la misma, se encontró con que Segabrugo había viajado a Montevideo.

CON AUTORIZACIÓN SUPERIOR MARCHÓ TRAS ÉL. Días después se le sumó Anzó, pues el jefe O'Gorman quiso apresurar la detención del prófugo. Al no localizarlo ambos regresan a Buenos Aires. Aquí ya había sido detenido «Eva» por los oficiales escribientes Justo Cháves y Juan Antonio Williams al desembarcar de un vapor. Su nombre era Luis Casimir, también de nacionalidad italiana, marinero de 21 años, soltero. Al igual que los Guerri, admite su vinculación con el «Austríaco» y su participación en el suceso.

COMENZÓ ENTONCES UNA VERDADERA NOVELA. Segabrugo, mientras tanto, continúa en Montevideo y se hospeda en el «hotel del Vapor». Procedente de esa ciudad llega un telegrama que entera al comisario de órdenes, de esta situación. Se decide entonces, que el comisario Ireneo Miguens viaje hasta la vecina ciudad y se hospede en el mismo hotel, pero no llega a encontrarse con el «Austríaco», pues éste que estaba ausente nunca regresó. LA POLICÍA LO ENCONTRÓ MUERTO DE DOS TIROS, por lo que Miguens se dispuso a regresar a Buenos Aires. Su barco, el «Porteña», fue abordado en horas de la noche por revolucionarios jordanistas al mando del teniente coronel Luis Severo Bergara. Los pasajeros, excepto Miguens, fueron desembarcados en la costa uruguaya. El «General Garibaldi», de la Armada Argentina, persigue al «Porteña», que huye río Uruguay arriba y encalla próximo a la frontera brasileña.

Miguens, que con anterioridad ha sido abandonado a la altura de Maldonado, de donde regresa a Montevideo. Aquí, las noticias aseguran que el asesino de Segabrugo es el jordanista doctor Carlos Querencio, quien afirma haber obrado en defensa propia.

EN BUENOS AIRES se comentan los hechos (del asesinato de Segabrugo, en Montevideo) como una clara demostración para silenciar a quien, como el «Austríaco», podía revelar los entretelones del atentado. No hay que olvidar que el rumor público ya presagiaba con anterioridad un atentado contra el presidente, que se hallaba en plena represión del caudillo entrerriano RICARDO LÓPEZ JORDÁN. Además, el momento era propicio pues arreciaba una crítica periodística y la oposición en el Senado, culpándose a Sarmiento de la inactividad militar en la provincia de Entre Ríos y de preparar la sucesión presidencial en la persona de Nicolás Avellaneda.

Al margen de la anterior versión que fue la oficial, circuló otra según la cual Miguens en Montevideo, al tener noticia de la muerte de Segabrugo, obrando con celeridad penetró en su habitación del hotel, inspeccionó su equipaje y se apoderó de documentos que revelaban la trama. DEBÍAN SER MUY COMPROMETEDORES ya que a ello siguió el abordaje del «Porteña» y la detención de Miguens por Bergara, que recuperó los papeles e impuso al primero la condición de liberarlo bajo palabra de honor de no revelar el contenido de aquellos, o de lo contrario, fusilarlo. En la disyuntiva, Miguens habría optado por la primera alternativa, cumpliendo con la palabra empeñada.

Jurídicamente, el hecho del atentado fue encuadrado por el fiscal doctor Ventura Pondal en la ley 2 título 23 de las Partidas, aún vigentes en nuestro país, y pidió para los Guerri y Casimir la pena de muerte. La condena no fue tan grave ya que el juez doctor Octavio Bunge, sentenció a Francisco Guerri a veinte años de prisión y a quince a Pedro Guerri y a Luis Casimir, con posterioridad, la Cámara del Crimen que integraban los doctores Francisco Alcobendas, Juan E. Barra y Tomás Isla, confirmó la sentencia a los Guerri y rebajó a diez años la impuesta a Casimir, con costas. SÓLO CASIMIR CUMPLIÓ LA PENA INTEGRAMENTE, porque Pedro Guerri falleció en la cárcel el 30 de abril de 1883 y Francisco Güerri (el autor del disparo) fue indultado el 4 de enero de 1890 por el presidente Miguel Juárez Celman. De todos los que atentaron contra la vida de presidentes argentinos fue quien más años permaneció en prisión: casi 17.

Nueve años después del atentado, cuando el hecho era sólo un recuerdo, llega a manos de Sarmiento una carta en la que unos presidiarios piden que interceda ante la justicia para lograr la conmutación de sus condenas, diciendo que «habían sido seducidos y dominados por un criminal» y actuando y actuado como «unos pobres locos extraviados». Firman esta carta los Guerri. Y ese hombre combatido y con muchos enemigos que en 1873 había desoído las advertencias del gobernador de Santa Fe, don Simón de Iriondo y de otras amistades como el matrimonio Olave, y que se había mostrado indiferente ante la posibilidad de ese atentado contra su vida, después de nueve años se muestra nuevamente indiferente y no presta atención a este pedido de sus agresores...

Fuente: Adolfo Enrique Rodríguez: «El peligroso oficio de presidente». Revista «Todo es Historia», número 18. Buenos Aires, octubre de 1968.