El 1º de marzo es en el
Paraguay el “Día de los Héroes”. Se conmemora la muerte del Mariscal Francisco
Solano López, en la última batalla de la guerra de la Triple Alianza o la
Triple Infamia.
Ocurrió
en Cerro Corá en 1870, hasta donde había llegado el presidente del Paraguay y Jefe de sus ejércitos luego
de siete meses de trágico peregrinaje, de luchas y de sacrificios.
Caída Asunción
en los primeros días de 1869, que posteriormente fue saqueada por las tropas
imperiales, López reúne sus últimos soldados y encabeza una caravana que se
dirige al norte con el fin de eludir la maniobra envolvente del ejército
adversario. Son soldados de más de sesenta años y adolescentes. Se les unen las
familias que han dejado Asunción y se les suman los que vienen de todas partes
del país. Hay muchas mujeres de edad y condición social. Todos quieren
compartir la suerte del ejército y llegar donde llega el Mariscal.
Sienten
que quedarse atrás es quedarse en una tierra que ya no es paraguaya porque la
ha ocupado el enemigo. La Patria para ellos está en donde está el Mariscal.
Mientras él viva la Patria vive y por tanto sigue vigente el deber de luchar
por ella.
A mediados de
febrero el contingente –diezmado- arriba a Cerro Corá. Atrás han quedado las
cruentas jornadas de Piribebuy y Acosta Ñu. Atrás han quedado diez mil muertos.
Sólo llegan cuatrocientos paraguayos.
Cerro Corá es un
anfiteatro rodeado de cerros. De allí su nombre: “corral de cerros” en la
traducción al castellano. Era entonces un campo de buenos pastos, bien
protegido, a poca distancia del Aquidabán-nigüi, afluente del río Aquidabán.
Allí se
representaría el último acto del drama de la guerra.
Resulta difícil
para nosotros, como paraguayos, aún a 141 años, logra la ecuanimidad que exige
el criterio histórico y no dejarnos llevar por la emoción al rememorar aquellos
hechos. Pero manteniéndonos, dentro de lo posible, en la fría observación de
los acontecimientos y a la luz de los testimonios actuales, nos resultan indudables
dos cosas.
Una, que la
inmensa mayoría del pueblo paraguayo –hombres, mujeres, niños y ancianos, sin
distinción_ dio su apoyo y acompañó a Solano López. Y llegó, a identificarlo
con la Patria misma. Por eso abandonó todo para seguirlo hasta las últimas
consecuencias, aún a costa de sacrificios inenarrables e indecibles actos de
heroísmo.
Y dos, que el
Mariscal López, cualquiera sean los reparos que se le quieran oponer, supo en
esta circunstancia estar a la altura de su pueblo. Prometió defender al
Paraguay hasta morir y cumplió su palabra: no vaciló un instante.
Cuando ya
todo estaba perdido siguió dirigiendo batallas y conduciendo a su pueblo sin
rastro alguno de desesperación y abandono. Como ha dicho de él un historiador
argentino: “si no había podido ofrecer el triunfo a los suyos, podía ofrecer a
generaciones futuras el ejemplo tremendo de un heroísmo nunca igualado”.
Nos cuenta el
coronel paraguayo Silvestre Aveiro, ayudante de campo del mariscal que
sobrevivió a Cerro Corá, que algunos días antes de la batalla, López llamó a
consejo de oficiales.
“Estamos
–les dijo- en el último rincón de la Patria. Atravesando los cerros ganaríamos
asilo en suelo extranjero. Pero ¿podría darse fin a la epopeya escapando a la
muerte y dejando al Paraguay en poder del enemigo? ¿Podríamos, desde el
extranjero, asistir impasibles al apoderamiento de nuestra tierra?”
Siguió un
silencio –dice Aveiro. Y entonces yo le dije al Mariscal que él era el Jefe del
Estado y de nuestro ejército y que nuestro deber era acatar su decisión.
Entonces el Mariscal dijo, simplemente “Bien, entonces peleemos aquí hasta
morir”. Y no se habló más del asunto.
El 1º de marzo
de 1870, a media mañana comenzó la batalla. Las débiles defensas paraguayas
fueron arrasadas. Allí murieron el vicepresidente Sánchez, anciano de 80 años
que se negó a rendirse y Panchito López –niño de 15 años- hijo del Mariscal,
quien dijo antes de sucumbir “Un coronel paraguayo no se rinde”. Allí murieron
ministros, generales, jefes, oficiales soldados.
López, rodeado
de de enemigos, al rehusar rendirse, es muerto en el arroyo Aquidabán-nigüi.
Pero antes de morir, casi al expirar pronuncia la frase que, al decir uno de
sus biógrafos, seguirá viviendo por los siglos en el corazón de los paraguayos:
“Muero con mi Patria”.
Aquellas
palabras expresaban no sólo que el Mariscal había cumplido su compromiso con la
Patria. También reflejaba la realidad. Porque en Cerro Corá, junto con el
Mariscal, murió un Paraguay: el Paraguay políticamente y económicamente libre,
altivo y progresista. El Paraguay que habían construido los próceres de su
emancipación.
Bien
pudo decir, por tanto, el escritor argentino Goycochea Menéndez “Que aquel 1º
de marzo de 1870, el río Aquidabán mugía a la distancia entres sus rocas
centenarias, como si llevara a los mares lejanos y rumorosos, el alarido de
protesta con que se desplomaban un ideal, una Patria y una raza.
(*)
Publicado en “Paraguay ñane retã” en marzo de 1995