El 1 de marzo de 1870 moría el Mariscal
Solano López en Cerro Corá.
“La guerra devastó al Paraguay en una medida
desconocida en la historia americana. De 1.300.000 habitantes sobrevivieron 300.000, la mayoría
mujeres y niños”.
Efraím Cardozo.
“Breve historia del Paraguay”.
Pág. 109.
Las dos pistolas de Gaspar Francia. El “dictador perpetuo” Política proteccionista. Reforma agraria. Sin vagos y mal entretenidos. Carlos Antonio López profundiza el modelo. La política internacional y la militarización. Solano López, el sucesor. Modernización y desarrollo del Paraguay. Contra los intereses del imperio. 3. La Guerra: sus actores y causas. Las razones de la conflagración. Por las libras esterlinas. Los ingleses: Los hermanos Baring y Rothschild. Objetivos geopolíticos de Inglaterra. En busca del algodón. Motivos aliados. Otro round de “Civilización vs. Barbarie”. Una guerra inédita en Latinoamérica. Uruguay, la primera batalla. La masacre de Paysandú. ¿Y Urquiza?. Reacción paraguaya y el paso por Argentina. El ardid propagandístico de Mitre. “Tratado de la Triple Alianza”. Las primeras batallas. Mitre y la estrategia militar. Después de Humaitá. Solano López y la resistencia final. El heroico final del Mariscal en Cerro Corá. Una nación exterminada y saqueada. 4. El genocidio del Pueblo paraguayo. Las cifras del horror. Un genocidio. Ocultado por la historia universal. Paralelo con el genocidio armenio. Contra la nacionalidad paraguaya. Testimonio genocida de Sarmiento. La ejecución material. La masacre de Acosta Ñú. Responsable material. 5. Epílogo en forma de homenaje al pueblo paraguayo.
1. Introducción
El 1 de marzo de 1870 moría el
Mariscal Solano López. Fue prácticamente el final da Guerra del
Paraguay ocurrida entre 1865 y 1870. Este
proceso histórico ha sido, sin duda alguna, el más funesto y
doloroso hecho de la historia de la América hispana. Llamada de
la "Triple Alianza", fue un enfrentamiento bélico sin
precedentes donde la República Argentina, “Su Majestad” el Emperador del
Brasil y la República Oriental del Uruguay se aliaron en una guerra
fraticida contra el Paraguay del Mariscal Francisco Solano López.
En nuestro país, se ha enseñado
dentro del marco de “la historia oficial-escolar” la guerra de
la “Triple Alianza” de la siguiente manera: Que Argentina se vio obligada a
intervenir en el conflicto para lavar su honor nacional lesionado por la
sorpresiva invasión de las fuerzas paraguayas. Que se fue a la guerra en
defensa de los principios democráticos y civilizadores, contra la barbarie del
Dictador Francisco Solano López que tenía sometido y atrasado al pueblo
guaraní. Y que, debido a un supuesto altruismo argentino, no obtuvo nuestro
país ninguna ventaja material después de la victoria.
Esta versión en la actualidad no
resiste el menor análisis. Los cuestionamientos a la historia oficial empezaron
contemporáneamente a los hechos con los escritos de Carlos Guido y Spano y las
denuncias de Juan Bautista Alberdi. Los estudios revisionistas que se
consumaron posteriormente, con investigaciones documentadas, expusieron los
intereses económicos, los factores geopolíticos y las líneas ideológicas que se
conjugaron para gestar la guerra de 1865-70.
En 1954, el historiador José
María Rosa publica “La Guerra del Paraguay y las Montoneras
Argentinas”, obra canónica del pensamiento nacional y de lectura
ineludible para comprender la naturaleza y los alcances de la conflagración.
Este trabajo monumental abrió camino para que otros historiadores revisionistas
profundizaran el tema. De allí en adelante, la historia oficial se
derrumba y la verdad histórica se abre paso para grabar en la memoria colectiva
de la patria grande un genocidio sin paralelo en la vida de América Latina.
2. El Paraguay de la preguerra
Los hombres del Paraguay soberano
Es imprescindible, antes de
ingresar en el tema central de éste trabajo, preguntarnos como era el Paraguay
de la preguerra. El historiador mexicano, Carlos Pereyra, en el libro “Solano
López y su drama” nos brinda una abreviada reseña de la política paraguaya:
“En vez de cuarenta gobernantes por año o por mes, el Paraguay conoció tres
antes de su redención por los aliados. El Dr. Francia, D. Carlos Antonio López
y Francisco Solano López. Hubo interinidades y puentes, pero todo en forma
pacífica... ”
El doctor Francia gobernó desde
los primeros días de la independencia hasta su muerte en 1840. Lo sucede Carlos
Antonio López que fue designado previamente “primer cónsul” en
1841 y luego, en 1842, cuando se creó la institución presidencial, asume ésta,
de hecho vitalicia, continuando en el mandato hasta su muerte en 1862.
Lo sucede el segundo López, hijo
del anterior, Francisco Solano López, que desempeñó funciones presidenciales
hereditarias hasta marzo de 1870 cuando muere lanceado en Cerro Corá por los
soldados del imperio luso brasilero.
Bajo estas tres largas administraciones,
el Paraguay se había librado de los interminables conflictos internos sufridos
por todos los pueblos de América del Sur y fundamentalmente había logrado
implementar políticas de Estado a largo plazo.
El guaraní y la nación paraguaya
El Paraguay como Nación tenía
una especial particularidad que es preciso señalar: contenía un pueblo con
identidad nacional propia. Era una Nación con un consistente y definido ser
político y social. En el Paraguay se produjo un fenómeno sociológico único en
la historia americana: los conquistadores adoptaron la lengua de los
conquistados.
El porfiado triunfo del idioma
guaraní se alzó en torno del pueblo paraguayo como una alta barrera que le
aisló todo contacto con las culturas occidentales. La lengua guaraní se convirtió
en un fuerte rasgo de diferenciación con respecto a las demás colectividades
americanas, en un cohesivo aglutinante espiritual y en un fuerte lazo que
apretó a los paraguayos ante el peligro de lo exterior.
Un pueblo con identidad nacional
y una clase dirigente con conciencia geopolítica eran dos características que
no podían mostrar otros pueblos hispanoamericanos en la segunda mitad del siglo
XIX.
Las dos pistolas de Gaspar Francia
Ya en el comienzo de la
emancipación americana, cuando en 1810 la Junta de Buenos Aires conminaba al
gobernador paraguayo a que fuese reconocida como heredera del Virrey y a enviar
diputados para el congreso de provincias, el doctor José Gaspar de Francia
consideró inadmisible la pretensión de Buenos Aires de asumir por sí sola el
mando superior del Virreinato.
Pero, tampoco abogó a favor de
continuar dependiendo del caduco poder español. Tuvo una meridiana claridad
cuando proclamó sus “argumentos”: “Mis argumentos en favor de mis
ideas son éstas -dijo depositando dos pistolas sobre la mesa presidencial
del Congreso-: una está destinada contra Fernando VII y la otra contra
Buenos Aires.” (1)
El “dictador perpetuo”
Se llamaba Gaspar Rodríguez de
Francia. Sin eufemismo se hizo nombrar “Dictador Perpetuo”.
Obtuvo el grado de maestro de Filosofía y Doctor en Sagrada Teología, además de
un doctorado en Derecho en la Universidad de Córdoba. Era un gran lector,
admirador de Franklin y Voltaire, humanista, indagador de ciencias varias a
quién Mitre lapidó con el sambenito de “tirano más cruel y sangriento que
los de la antigüedad”.
Este doctor Francia, “Padre
de la Patria paraguaya”, austero gobernante, solitario y hasta misterioso
para la mirada de los porteños, hizo todo lo necesario para acrecentar
extraordinariamente la economía nacional a través del desarrollo del sector
agrícola.
Política proteccionista
Ante el bloqueo comercial de los
porteños, las conspiraciones armadas desde el puerto y la malograda expedición
de Belgrano; Francia reacciona cerrando, política y económicamente, al
Paraguay.
Lo replegó sobre sí mismo,
construyendo así, un país autosuficiente. La base social de ésta política
la conformaron los pequeños y medianos campesinos y los artesanos, formaciones
sociales no interesadas objetivamente en el librecambio, en la apertura del
país y en el comercio con Europa y los EE.UU.
Las condiciones objetivas del
Paraguay permitieron al Dictador realizar su política. La burguesía local era
muy débil y escasa; el país no producía materias primas ni los alimentos demandados
por las grandes potencias mundiales.
Otra característica sui generis,
que contribuyó a la conformación particular de la patria guaraní, fue la
presencia de los jesuitas durante un prolongado lapso de la historia nacional.
La misma dificultó la formación de una poderosa clase terrateniente.
Reforma agraria
El Estado, por medio de la
confiscación, comenzó a adquirir gran parte de las tierras en manos de los
particulares y también se apropió las propiedades de la Iglesia. En adelante
esas tierras estatales serán arrendadas a los campesinos a muy bajo precio. A
los campesinos arrendatarios el Estado les provee ganado y útiles de labranza.
Se creó una singularísima
institución denominada “Estancia de la Patria”. Eran verdaderas
unidades económicas de producción donde se integraban actividades agrícolas,
ganaderas y artesanales. Proveían alimentos al ejército y abastecían al mercado
local de yerba mate y tabaco.
Sin vagos y mal entretenidos
La expansión y el desarrollo del
mercado interno, y la consecuente ocupación de la mano de obra local, generó
otro fenómeno singular: la ausencia absoluta de desocupados. No había “vagos y
mal entretenidos”.
Se formó así una comunidad
original donde reinaba la paz social, casi una anomalía en el mundo de ése
entonces. Y así se dio el fenómeno de una economía que, aunque técnicamente
atrasada, permitía la integración del pueblo a la misma.
Carlos Antonio López profundiza el modelo
A la muerte de don Gaspar
Francia en 1840, (había gobernado casi tres décadas) le sucede Carlos Antonio
López. Su sucesor reforzará el sector estatal de la economía, habrá más
“estancias de la patria”.
Son nacionalizados los arbustos
de yerba mate y con ellos los bosques que producen madera para la construcción.
Se sanciona una ley que prohíbe a los extranjeros la adquisición de tierras y
se dispuso construir la primera fundición para el carbón de madera y
tratamiento del mineral de hierro.
Las tierras comunales de la
población aborigen fueron pasadas al Estado que las administraba y se
disolvieron las antiguas comunidades indígenas guaraníes. La población
indígena, en vez de ser exterminada como fue en el resto de Latinoamérica, fue
afianzada a la tierra e integrada a la Nación.
Era el Estado el que dirigía la
economía y determinaba las políticas de desarrollo. El país crecía a pesar de
la inexistencia de una burguesía urbana. Lentamente se desarrolla lo que se
podría llamar una burguesía rural, que será la base social del régimen.
La política internacional y la militarización
En lo que respecta a la política
internacional, el Paraguay de Carlos Antonio López se comienza a abrir al
mundo. Brasil, solo en función de sus propios intereses, le reconoce su
independencia en 1844, acto por el cual protesta el embajador de Don Juan
Manuel de Rosas en Rio de Janeiro. Para el Restaurador, en su visión
americanista que aspiraba a la unidad del viejo Virreinato del Rio de la Plata
le resultaba inadmisible la independencia de una de sus provincias.
El Paraguay que no tenía pactos
colectivos con las otras provincias argentinas, los iba sellando aisladamente y
con quién le conviniera para oponerse al gobierno argentino que le negaba la
independencia. Era aliado de Corrientes, mantenía relaciones de interés mutuo
con Brasil y simpatizaba con las potencias europeas bloqueadoras. Luego de
Caseros, pasa el Paraguay a disfrutar su plena soberanía, es reconocida su
independencia por la Confederación y le es permitida la libre navegación de los
ríos (2).
Pero sin dudas, el punto
esencial de la política de Carlos Antonio López fue la militarización del país.
Durante su gobierno, su hijo Francisco Solano, sirvió en el
ministerio de guerra y trabajó sin descanso en esta área contratando, durante
su larga estadía europea, técnicos, especialistas en fabricación de armas,
constructores de buques, artilleros etc. Todos ellos empleados y controlados
por el Estado. Es importante marcar que el desarrollo militar del Paraguay, a
pesar de sus avances, no podía, ni podrá hacer nada contra las armas y los
recursos del Brasil y la Argentina, financiados y dirigidos por el imperio
Británico.
Solano López, el sucesor
Era Francisco Solano López el
sucesor indicado del “Supremo”, un verdadero delfín que profundizó el
proyecto de sus antecesores. La notable continuidad de la política económica de
los gobiernos paraguayos se prolonga y ahonda con el hijo de Carlos Antonio que
lo sucede a la muerte de éste en 1862.
El historiador Carlos Pereyra
hace un análisis de la concepción geopolítica que Francisco Solano López poseía
de la región y el mundo que es importante transcribir para comprender luego la
naturaleza de la guerra, y el rol que Argentina jugó en ella: “El general
Francisco Solano López consideraba como misión capital del gobernante paraguayo
contrariar los avances del Brasil y formar un pacto de unión con Bolivia, la
República Argentina y el Uruguay. El sentimiento unificador de López tenía que
ser muy mal recibido...”
Modernización y desarrollo del Paraguay
León Pomer, en su libro “La
Guerra del Paraguay” relata, en forma breve pero claramente, el proceso de
desarrollo económico y la gestación del un modelo autónomo del país guaraní.
Menciona que en este período comienza la construcción de vías férreas,
telégrafos, fábricas de pólvora y de papel. Son contratados más técnicos
extranjeros y puestos al servicio de la política del Estado.
El Estado toma un papel central
en la economía, pero no para enajenar las riquezas del suelo o desarrollar
aquellos sectores de la economía nacional que interesan a los países centrales
sino para determinar políticas soberanas de desarrollo. Este estatismo es un
ejemplo insólito en la América del Siglo XIX.
Contra los intereses del imperio
El Paraguay de la preguerra no
era un paraíso como algunos autores afirman, no fue ni siquiera un país moderno
y desarrollado. Pero, la dirección que iba tomando, el crecimiento y la
voluntad que lo guiaba comenzaron a resultar intolerables para la política del
imperio británico.
El Cónsul Henderson de S. M.
Británica le escribió a la Foering Office: “La mayor parte de la
propiedad rural es propiedad del Estado. Las mejores casas de la ciudad
pertenecen al gobierno y éste posee valiosas granjas de cría y agrícolas en
todo el país”. Era un desmesurado estatismo... no dejaba espacio alguno a
los ingleses para hacer sus negocios.
3. La Guerra: sus actores y causas
Las razones de la conflagración
Cada uno de los países aliados
tuvo en su momento una necesidad interna para entrar en guerra con el Paraguay.
Pero, más allá de las razones particulares de los Estados beligerantes, no es
difícil, en este caso, encontrar las causas originales del conflicto en los
intereses económicos del imperialismo británico en la región del Río de la
Plata.
Adhiero en este trabajo a las
conclusiones que la mayoría de los estudios revisionistas han arribado luego de
investigar la Guerra del Paraguay y sus causas. En síntesis, la mayor parte de
esta tendencia historiográfica expresa que, dentro de la estrategia en el Río
de la Plata del imperialismo británico, elaborada en Londres con fría
deliberación, no podía escapar la necesidad de suprimir el foco de autonomismo
y soberanía emplazado entre Argentina y Brasil que incitaba permanentemente a
la rebeldía de los caudillos contra los poderes centrales establecidos.
La guerra del la Triple Alianza
fue una de las primeras manifestaciones mundiales de la política belicosa del
imperialismo capitalista. En este caso, puso a prueba el sometimiento de tres
gobiernos políticamente dependientes al obligarlos a aniquilar a un cuarto
rebelde. La “Pérfida Albión” (2), abatió la Patria guaraní por manos
ajenas.
Por las libras esterlinas
La tesis de la participación
decisiva del imperio Británico se puede demostrar leyendo la documentación del
Foering Office que muestra las diferentes operaciones políticas y diplomáticas
que van acorralando al Paraguay.
Los diarios de la época también
son una valiosa fuente que nos deja entrever a Inglaterra detrás de las
decisiones de los gobiernos. Pero entiendo que la más clara y patente
demostración de la participación de Gran Bretaña en el conflicto la dan los
números de las finanzas que fueron utilizadas en la guerra.
Los ingleses: Los hermanos Baring y Rothschild
En la Argentina, los gobiernos
de Mitre y de Sarmiento obtuvieron fondos de las siguientes fuentes
financieras:
1) Entre los particulares, Mr.
Tomás Armstrong por ese tiempo director residente del Ferrocarril Central Argentino,
ex Presidente de la Bolsa de Comercio y vocal del Banco de Buenos Aires,
comprometió un préstamo de 50.000 pesos anuales por cada año que durara la
contienda. Varios comerciantes procedieron de la misma manera. Hay una larga
lista de residentes británicos en Buenos Aires que contribuyeron con préstamos
al Estado para solventar los gastos de guerra.
2) El Banco de la Provincia de
Buenos Aires, que prácticamente estaba administrado por ingleses, proveyó de
fondos durante toda la guerra con garantía de los ingresos de la Aduana.
3) El Banco de Londres, filial
Buenos Aires, fundado tres años antes del estallido bélico, adelantó fondos más
tarde rembolsados con el producido por un empréstito conseguido en una banca
londinense.
4) Empréstitos brasileros por
dos millones de pesos fuertes que en realidad habían sido proporcionados al
Brasil por la banca Rothschild, obviamente británica.
5) Por último, los “señores
de la guerra” hicieron un gran negocio: Londres entregó un empréstito al
Estado Argentino por un monto de 1.800.000 libras esterlinas lo que produjo un
endeudamiento a las arcas nacionales de 2.500.0000 libras, cifra a la que se le
suman los intereses usurarios al capital original otorgado. Este empréstito fue
otorgado por la Baring Brothers. La negociación del empréstito, hecha por
Norberto de la Riestra, fue otro capítulo bochornoso de la historia de la deuda
externa argentina.
El Brasil, obtuvo prestaciones
por un total de 6 millones de libras esterlinas desde 1865, prácticamente desde
el comienzo mismo de la guerra otorgados por la banca Rothschild que sobre el
final de la contienda le entregó 3 millones más.
La participación uruguaya fue
financiada en lo fundamental por el Brasil, a través de la intermediación del
Barón de Maua, aquel personaje de fundamental transcendencia en la preparación
de Caseros y la caída de Rosas, quien era también un testaferro de la banca
Rothschild en la región. Al finalizar la guerra el gobierno uruguayo logró,
aprovechando la ocasión, un préstamo por tres y medio de millones de libras.
Para entender quien era el
titiritero de esta guerra fraticida solo tenemos que mirar las cuentas “del
debe y el haber” de las finanzas paraguayas de la pos guerra. El Paraguay de
Solano López era la única nación de la Latinoamérica que no tenía deuda
externa. Después de la guerra, Paraguay fue condenado a pagar los gastos
militares de los aliados. Para ello “contrae” un empréstito con la Baring
Brothers por un millón de libras. Se le descuentan 200.000 libras por gastos,
amortizaciones e intereses, pero los bonos del crédito se deprecian y Asunción
no recibe casi ni una sola moneda. Entonces debe contratar otro empréstito,
ahora por dos millones de libras esterlinas, en esta ocasión garantizado por la
tierra paraguaya. Con el tiempo su endeudamiento se incrementa aun más. Rodolfo
Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde con ironía escribieron “El Paraguay ya
está civilizado”: debe 7.500.000 libras.
Resumiendo: fue el capital
inglés el principal financista de la guerra. Esos beneficios y el capital
recuperado sirvieron para que una nueva casta de porteños advenedizos en
finanzas internacionales se iniciara desenfrenadamente a la especulación y la
usura, pero esa es harina de otro costal...
Objetivos geopolíticos de Inglaterra
Reparamos entonces que
Inglaterra tenía un objetivo geopolítico: neutralizar el Estado paraguayo que
afloraba como un ejemplo de política proteccionista enemiga del libre cambio en
la región. Luego señalamos que la banca británica, sin duda alguna, financió la
guerra. Por último y en función de completar la participación que tuvo
Inglaterra en el conflicto se debe sumar un detonante puntual. El imperialismo
siempre actúa bajo disparadores concretos y urgentes, en el caso de la guerra
contra el Paraguay fue concretamente “un problema de mercado”, me refiero a la
crisis de la producción algodonera.
Hacia 1862 graves perturbaciones
estallan en Europa: hay miseria en los centros textiles europeos y las pérdidas
en la bolsa resultan catastróficas. Esta crisis en la industria textil obedecía
a la falta de algodón para abastecer las industrias debido a que el triunfo
norteño y antiesclavista en la guerra de la secesión norteamericana había
producido una pronunciadísima baja en la producción de esa materia prima
entonces insustituible.
En busca del algodón
A Gran Bretaña sólo llegan
300.000 fardos de algodón, cuando Lancaster solamente necesitaba 2 millones y
medio; y Francia otro millón. Entonces, Gran Bretaña entró a buscar mercados
productores de algodón en cualquier parte del mundo. Desde luego, también en
América del Sur.
En 1863, los ojos de Inglaterra
miraron al Paraguay gran productor de algodón y potencialmente ilimitado en
recursos naturales. Claro que había una valla: el país hermano y vecino,
gobernado a la sazón por el mariscal Francisco Solano López, no había abierto
aún las puertas al liberalismo económico.
Motivos aliados
Más allá de los motivos
británicos para la guerra, cada país aliado tenía los propios: El Imperio
esclavista del Brasil obedecía a una necesidad de expansión territorial. Pero
también es importante destacar que los gobiernos brasileros actuaban desde
hacía mucho tiempo como peones de la política exterior inglesa.
La política mitrista tenía otras
razones como ensanchar los mercados, pero son los compromisos con el Brasil y
su rol con relación al imperio esclavista los determinantes en la decisión de
ingresar al conflicto. Después de Caseros el balance político de la región se
volcó definitivamente hacia el Brasil. Era de esta manera que Pedro II era la mano
de obra de Inglaterra en la región, así como Mitre era un auxiliar de la
política brasilera.
Pero además de esa relación de
dependencia funcional con el Brasil, “Mitre participa en la guerra, atraído por
la necesidad de una alianza política con el Brasil, que debe consolidar su
poder político interno. Con la alianza, por otra parte, se aseguraba la
inmovilidad financiada de Urquiza. Y con ella, la tranquilidad represiva del
interior provinciano… La clase ganadera exportadora, urgía a Mitre… soñaba con la
apropiación del tabaco y yerba mate paraguayos” (Ortega Peña y Duhalde, “Baring
Brothers y la Historia Política Argentina”). Es así que Mitre también
buscó, a través de la guerra y los acuerdos en torno a la misma, soluciones
para los problemas internos que tenía.
El Uruguay tuvo un protagonismo
menor y funcionó como excusa y disparador de la contienda. Actuó como “estado
tapón”, pero esta vez aliado a las dos poderosas naciones del Plata.
Otro round de “Civilización vs. Barbarie”
La guerra tuvo asimismo su
componente ideológico, nada nuevo en realidad, sino la eterna “cantinela” de
“civilización o barbarie”. En este caso la “civilización”, el “progreso” y la
“libertad” están extrañamente representados por el imperio esclavócrata del
Brasil, la fraudulenta democracia de la República de Mitre y el gobierno
golpista y usurpador del criminal ex coronel mitrista, Venancio Flores. Del
otro lado, “el atraso”, encarnado en el Paraguay de Solano López.
Otro ejemplo claro de estafa y
mentira historiográfica ejemplar se encuentra en el retrato que la oligarquía
porteña hizo del Mariscal Solano López al cual le endilgan atrocidades. Se
levantó una leyenda negra similar a la elaborada por los unitarios en su
momento contra Juan Manuel de Rosas.
Una guerra inédita en Latinoamérica
Fue una guerra larga,
aterradora, sangrienta, con grandes desplazamientos de tropas y armamentos, con
acciones heroicas y batallas feroces.
Muchos historiadores, al tratar
la Guerra del Paraguay, profundizan la narración de este acontecimiento en el
desarrollo de la contienda bélica, de este modo la historia de la Guerra del
Paraguay termina siendo para el lector un manual de historia militar. No es ése
mi objetivo, solo mencionaré los más importantes hechos bélicos, los decisivos,
optando por resaltar preferentemente la historia política de la guerra.
Uruguay, la primera batalla
El ataque contra el Paraguay
comenzó en realidad con el ataque contra el único y último aliado que le
quedaba en el Río de la Plata. Se trataba del gobierno uruguayo que por aquel
entonces estaba en manos del partido Blanco, la versión uruguaya del partido
federal argentino. El Presidente uruguayo, Bernardo Berro, y su Canciller, Juan
José de Herrera, llevaban adelante una política de equilibro en el Plata, que
con perspectiva continental integraba al Paraguay para enfrentar la prepotencia
del Brasil.
El primer paso en conjunto que
darán el imperio brasileño y la oligarquía porteña será aplastar a este
gobierno. Se procedió de la siguiente manera: Brasil, invadiendo por mar y
tierra al Uruguay y Mitre promocionando y armando una revolución encabezada por
Venancio Flores, un viejo conocido de él, que tan eficazmente había actuado en
la represión contra las montoneras federales del interior argentino. Flores
pertenecía políticamente a la vieja cuña del partido colorado-riverista, que
era por decirlo de alguna manera, la versión unitaria en la política uruguaya.
Todas estas maniobras fueron precedidas de una deliberada planificación que,
para desgracia de la memoria de los actores, se encuentra documentada en
tratados, acuerdos y misiones secretas entre Mitre, la corte de Río de Janeiro
y Venancio Flores.
La masacre de Paysandú
En octubre de 1864, el ejército
del Brasil con la excusa de proteger la tranquilidad de los estancieros
riograndeses ingresa al territorio oriental y ocupa la Villa de Melo. Venancio
Flores cruza el río Uruguay.
El Partido Blanco oriental
resiste la invasión y se concentra en Paysandú, villa defendida por el Coronel
Gómez y cientos de argentinos que se habían sumado a la causa de los federales
orientales. La escuadra brasileña al mando del Almirante Tamandaré ingresa en
aguas argentinas sin problema alguno y asedia y bombardea Paysandú durante días
desde el río.
El bastión termina siendo
rodeada por agua, mientras que desde tierra lo acosan 10.000 brasileros. La
resistencia es heroica, y cuando ya sin fuerzas los orientales entregan el
fuerte y se rinden, Leandro Gómez, el jefe de la resistencia es ejecutado sin
trámite alguno.
Fue un ensayo de lo que sería la
invasión al Paraguay, tuvo un despliegue de armas desproporcionado, fue la
primera vez en la historia de Latinoamérica que se bombardeaba una ciudad
indefensa. El pueblo argentino, en especial los entrerrianos al otro lado del
Río Uruguay, contemplaban con horror y asombro los episodios.
El mensaje quedaba claro,
después de este “infame espectáculo” como lo llamará Guido Spano, venía el
turno del Paraguay. Luego de la caída de Paysandú asume la presidencia
del Uruguay Venancio Flores dispuesto a cumplir sus compromisos secretos con el
Brasil en cuanto a continuar la guerra contra el pueblo guaraní.
¿Y Urquiza?
Cuando comienza el bombardeo y
el asedio de Paysandú, Solano López ruega al viejo Urquiza su intervención:
“Estoy llorando, señor general, de rabia y desesperación a presencia de los
crímenes tan atroces que perpetúan bajo la capa de la libertad y la
civilización” (Carta de Solano López a Urquiza, 11 de noviembre de 1864). En
esos días, en Entre Ríos se desata una furia social contra Mitre. Era conocida
la amistad del entrerriano con el paraguayo, se sabía que el primero le había
prometido su apoyo. Se espera con ansias extremas la voz de Urquiza, un
“pronunciamiento” contra Mitre y Flores.
Pero todo es en vano. Los Aliados
conocen bien a Urquiza. El Brasil, haciendo uso de la diplomacia del patacón “A
fin de año le manda un emisario para comprarle 30.000 caballos a 12 patacones
cada uno; 360.000 patacones, ¡un negoción! Le ha tocado el lado flaco. Urquiza
vende y deja de a pie a su famosa caballería. No habrá pronunciamiento y
Paisandú sucumbe” (Vivian Trias, “El Paraguay: de Francia el Supremo a la
Guerra de la Triple Alianza).
Por su parte, la oligarquía
porteña y los bancos de Buenos Aires hicieron su aporte. Después de una
satisfactoria operación financiera con el Banco de Londres y “mientras los
bancos de Buenos Aires tuvieran reservas, Urquiza no fue un peligro real para
el gobierno de Mitre” (Ortega Peña y Duhalde).
La eficacia del imperio parece
incuestionable: Urquiza jamás hizo su pronunciamiento a favor de los blancos
uruguayos ni por Solano López y el Paraguay, sino por el contrario, se puso a
reclutar tropas para la Guerra del Paraguay. Consumó su última gran decisión
política, que fue reprobada masivamente, y en especial por Ricardo López
Jordán.
Reacción paraguaya y el paso por Argentina
El golpe brasileño contra
Uruguay era, a la vez de la primera fase de la acción contra el Paraguay, una
directa provocación contra el gobierno guaraní. Paraguay salió a defender al
gobierno legal del Uruguay declarando la guerra al Imperio manifestando que
consideraba “atentatorio contra el equilibrio en el Plata cualquier
ocupación del territorio oriental por fuerzas extrañas”.
El Paraguay requiere pasar su
ejército por territorio argentino. Mitre se lo niega. Urquiza, como ya se vio,
no mueve un dedo a favor de los paraguayos. En Buenos Aires se desató una
campaña de injurias periodísticas contra la persona del Mariscal López. “La
Nación Argentina”, diario del presidente Mitre, convocó a una “cruzada
para redimir al Paraguay” y conceptuaba a Solano López como “boa en
medio del fango sangriento de sus crímenes” y en un artículo que
denominó “El Atila americano” declaraba la guerra de “la civilización
contra la barbarie”, “la “guerra a muerte”. (Citado por José
María Rosa. “Historia Argentina” Tomo 7. Pág. 126.).
El ardid propagandístico de Mitre
El presidente Mitre necesitaba
preparar a la opinión pública contra la guerra ya que la mayor parte de ella,
no solo en el interior, sino en Buenos Aires inclusive, se pronunciaba
agresivamente contra Brasil. Los federales manifestaban su adhesión a la causa
paraguaya. Incluso algunos liberales porteños, en desacuerdo con la “tiranía”
de López pero comprendiendo el papel de títere del Brasil que desempeñaba la
Argentina se oponían a la guerra.
Nuevamente el gobierno paraguayo
pide permiso para atravesar con sus ejércitos la provincia de Corrientes en
dirección al Uruguay. Mitre, mientras asiste militarmente a Venancio Flores,
invoca la neutralidad del país y le niega el permiso. Paraguay como respuesta
le declara formalmente la guerra al gobierno de Mitre en marzo de 1865, apresa
dos pequeños buques argentinos en el puerto de Corrientes e ingresa a la
provincia. Cuando el ejército del Paraguay ingresa a la ciudad de Corrientes no
encuentra resistencia militar alguna.
Mitre oculta a la ciudadanía la
declaración de guerra paraguaya durante un mes. La declaración de guerra se
conoció después del primer acto de hostilidad paraguayo ocurrido un mes
después. Por medio de este ardid el gobierno argentino trata de lograr
popularidad para la guerra convirtiendo ahora las causas de la misma en una “agresión
paraguaya gratuita”. Aparece de esta manera Paraguay como país agresor
que invade un país neutral sin declarar previamente la guerra según
correspondería a los usos del Derecho Internacional Público de ese tiempo.
“Tratado de la Triple Alianza”
A mediados de 1865, Argentina,
Brasil y Uruguay (este último ya en poder del partido colorado) unen sus
fuerzas contra el Paraguay firmando el “Tratado de la Triple Alianza”.
El Brasil aportaría su escuadra
y el General Mitre sería designado comandante en Jefe de los Ejércitos
coligados. La guerra, “expresa” el convenio, era contra el Tirano López, no
contra el pueblo paraguayo y contenía todas las expectativas territoriales de
los Estados en caso de ganar la guerra y otras disposiciones que aclaran per se
el fin de la guerra (3).
Las primeras batallas
Las primeras operaciones de
importancia favorecieron a los aliados: derrotaron al general paraguayo
Estigarribia en “Uruguayana” y obtuvieron el triunfo de “Yatay”.
Las fuerzas guaraníes se replegaron.
A partir de la caída de “Paso
de la Patria” en 1866 las acciones comienzan a desarrollarse exclusivamente
en territorio paraguayo. En “Estero Bellaco” y en “Tuyutí”
se libran dos batallas con fuertes bajas para ambos bandos.
En el mes de junio vuelven a
chocar en “Yatayty Corá” y en el “Boquerón”. El avance aliado
continúa en forma lenta y se afirma con la caída de la fortaleza de “Curuzú”.
Mitre y la estrategia militar
Se requería una victoria para
consolidar “Curuzú” y poner a las tropas aliadas frente a la Fortaleza
de “Humaitá”. Llega así el turno de “Curupaitý”, una pequeña
fortificación defendida por 40 cañoncitos móviles, siete regimientos de
infantería y cuatro escuadrones de caballería. Un débil parapeto de palos hacía
las veces de trinchera. Contra éste fuerte piensa Mitre desatar toda la fuerza
de la totalidad del ejército aliado compuesto por 17.000 hombres entre
argentinos y brasileños.
Mitre, había “estudiado”
el problema en algún manual de estrategia militar europeo. Ordena el ataque,
pero su plan falla debido a las lluvias tropicales y gruesos errores de
evaluación del terreno. Quedan tendidos en los campos fangosos de “Curupaitý”
más de diez mil cadáveres del ejército aliado. Los paraguayos acusan solamente
92 bajas.
Esta derrota atrasaría la guerra
notablemente y provocaría un resquebrajamiento en el frente interno de los
aliados. Hay una renovación de mandos en los ejércitos y Mitre tiene que dejar
la comandancia. Pedro II, emperador del Brasil, insinúa a Mitre que vuelva a su
tierra a enfrentar las montoneras que empiezan a sublevarse contra la guerra.
El Marqués de Caxias, el mejor
hombre de armas del Imperio, se hace cargo de la comandancia militar de las
fuerzas. Estamos en febrero de 1867, Mitre oculta la derrota y se marcha a
Buenos Aires, faltan todavía tres años más de contienda.
Después de Humaitá
A esta altura de los hechos, el
Mariscal López no estaba vencido, por el contrario contaba con una fuerza
militar que le permitirá aun resistir con éxito la embestida de los aliados.
Con grandes dificultades, la
guerra continúa hasta la caída de la fortaleza de “Humaitá”, en agosto
de 1868, en manos del Marqués de Caxias. El camino hacia Asunción se allana y
la ciudad capital cae en manos de los aliados en enero de 1869 después de la
derrota paraguaya en la batalla de “Itá Ibaté”.
Solano López y la resistencia final
La guerra ya está decidida a
favor de la Triple Alianza pero López continúa la resistencia. En un último y
desesperado esfuerzo reúne los restos de las tropas supervivientes en “Caacupé”
donde es nuevamente derrotado. Huye hacia el nordeste acompañado por los
pocos oficiales leales que le quedan, casi sin soldados, lo siguen niños y
mujeres (“las residentas”).
Mujeres y niños disfrazados de
hombres pelean contra el invasor en la selva paraguaya. La resistencia es
inútil y la tragedia final ya está cerca. Los brasileros le darán alcance a
estos fantasmas agotados por el hambre y el cansancio.
El heroico final del Mariscal en Cerro Corá
Solano López y el pueblo
paraguayo ya tenían claro que solo pelaban para morir dignamente, como hombres
libres. Con su mujer, Elisa Lynch, su hijo Panchito, (apenas un adolescente que
hacía las veces de un improvisado Jefe de Estado Mayor), sus otros hijos y
cerca de 400 paraguayos, en su mayoría niños y mujeres, llega el 14 de febrero
de 1870 a Cerro Corá. Dos semanas esperarán allí el desenlace final.
El 1 de marzo de 1870 las tropas
imperiales rodean a los últimos paraguayos que resistían y comienzan el asedio.
Eran veinte veces más que ellos, tenían armas de precisión y la mejor
caballería pero igual dudan y sienten temor de enfrentar al Mariscal guaraní.
Para palear el miedo, el Brasil pone una recompensa por la cabeza de Solano
López: 100.000 libras esterlinas por el Mariscal pagaban los “civilizadores”.
El general Cámara y su tropa van tras ese premio.
Después de algunas maniobras de
posicionamiento, los hombres de Caxias consiguen dar, en las orillas del Arroyo
Aquidaban-niguí, con la última unidad del ejército Paraguayo y se aprestan a
avanzar sobre ellos. José María Rosa, en “La Guerra del Paraguay y las
Montoneras Argentinas” relata los episodios del 1 de Marzo de 1870 en Cerro
Corá y el desenlace de la guerra: “…Llegan los brasileños: un soldado
persigue al cirujano Estigarribia por el arroyo, y lo atraviesa de un lanzazo.
López trata de enderezarse, pero se desploma cayendo al agua; consigue sentarse
y saca su espadín de oro con la mano derecha tomando la punta con la izquierda.
Cámara se le acerca y le formula la propuesta de rigor: “Ríndase Mariscal, le
garantizo la vida”, López lo mira con los ojos serenos y responde con una frase
que entra en la historia: “¡Muero con mi Patria!” al tiempo de amagarle con el
espadín. “Desarmen a ese hombre”, ordena Cámara desde respetable distancia.
Ocurre una escena tremenda: un trompudo servidor de la libertad se arroja sobre
el moribundo eludiendo las estocadas del espadín para soltarle la mano de la
empuñadura; el mariscal, anegada en sangre el agua que lo circunda, medio
ahogado, entre los estertores de la muerte, ofrece resistencia; el cambá lo ase
del pelo y lo saca del agua. Ante esa resistencia, Cámara cambia la orden:
“¡Maten a ese hombre!”. Un tiro de Manlicher atraviesa el corazón del mariscal
que queda muerto de espaldas, con los ojos abiertos y la mano crispada en la
empuñadura del espadín. “¡Oh! ¡diavo do López!” (“¡oh! ¡Diablo de López!”),
comenta el soldado dando con el pie en el cadáver.
El exterminio de los últimos
paraguayos es atroz. El general Roa, sorprendido en el arroyo Tacuaras, había
sido intimado. “¡Rendite paraguayo danado!” (“¡Rendite paraguayo condenado!”);
“¡Jamás!”… y se deja degollar. El vicepresidente Sánchez, moribundo en su
coche, es amenazado. “¡Rindase fío da put…!”… (“¡Rindase hijo de put…!”); el
viejo octogenario abre los ojos asombrado: “¿Rendirme yo?” y descarga su débil
bastón sobre el insolente: un tiro de pistola lo deja muerto. Panchito
acompaña a su madre y a sus hermanos pequeños que han conseguido refugiarse en
su coche; hace la guardia junto a la puerta. Llegan los brasileños y preguntan
si esa mujer es “la querida” de López, y esos niños, “sus bastardos”; Panchito
arremete contra los canallas, que sujetan al niño: “¡Rindete!” “¡Un coronel
paraguayo no se rinde!”. Lo matan.
Elisa Lynch cubre el cuerpo de
su hijo. Algún desmandado quiere propasarse y la mujer le impone: “¡Cuidado,
soy inglesa!”. ¡Ah, tiene temores ese mayor Floriano Peixoto de otra cuestión
Christie con Inglaterra! La deja en libertad. Elisa buscará esa noche el cuerpo
de Francisco Solano para enterrarlo junto al de Panchito en una tumba cavada
por sus propias manos. El cadáver del mariscal está desnudo, porque la soldadesca
lo ha despojado (el reloj de oro que llevaba esa tarde fue mandado como trofeo
a la argentina). Elisa encuentra una sabana de algodón y amortaja los cuerpos
queridos.
Entre el estrépito de triunfo de
los vencedores que festejaban su definitiva victoria. Elisa reza su sencilla
oración despidiendo a su compañero y a su hijo. La noche se ha puesto sobre las
tremendas escenas de la tarde, y un farol mortecino, llevado por un niño de
nueve anos, es la única luz que alumbra el sepelio del gran Mariscal.
La guerra del Paraguay ha
terminado.”
Una nación exterminada y saqueada
Luego de cinco años en que
tropas de Argentina, Brasil y Uruguay lucharon contra el pueblo paraguayo, éste
fue vencido y literalmente aniquilado.
Entre las ruinas aún humeantes
de Asunción, en medio de la peste provocada por los cadáveres sin sepultura,
los aliados imponen un gobierno títere. “Gobierno Provisorio del Paraguay”
que declara libre la comercialización de la yerba mate, el algodón y el corte
de madera en los montes fiscales. Se enajena el ramal de ferrocarril
Asunción-Villarrica y en menos de un año pasan a manos privadas 29 millones de
hectáreas de tierra, simplemente hurtadas a los pocos campesinos que quedaban
con vida.
También era el momento de
aplicar, en lo referente a la cuestión de límites territoriales, el Tratado de
la Triple Alianza. El Brasil, siempre mas “hábil” diplomáticamente,
prefirió tratar directamente con el Paraguay vencido y obtuvo, no solamente el
territorio que le correspondía por el Tratado, sino también una amplia región
comprendida entre los ríos Banco y Apa. El gobierno argentino protestó. Brasil
le ofreció en compensación el chaco paraguayo pero Argentina no aceptó y
mantuvo en litigio ésta cuestión durante varios años.
4. El genocidio del Pueblo paraguayo
Las cifras del horror
El epígrafe de este breve
ensayo, una cita del historiador paraguayo Efraín Cardozo, contiene una cifra
escalofriante, los números desnudos de esta guerra: “De 1.300.000 habitantes
sobrevivieron 300.000, la mayoría mujeres y niños”.
En estos números o en las
proporciones coinciden la mayoría de los historiadores. George G. Petre,
diplomático británico, escribió que la población del Paraguay fue “reducida
de cerca de un millón de personas bajo el gobierno de Solano López a no más de
trescientas mil, de las cuales más de tres cuartas partes eran mujeres”.
Enrique Cesar Rivera, en “José Hernández y la Guerra del Paraguay” escribe: “Al
comenzar esta (la guerra) contaba el Paraguay con 1.500.000 habitantes; cuando
concluyó, quedaban 250.000 viejos, mujeres y niños de corta edad, y solo ruinas
de una economía floreciente”. Abelardo Ramos sostiene una idea similar: “Si
al comenzar la guerra el Paraguay contaba con 1.500.000 habitantes, al concluir
la farsa criminal vagaban entre las ruinas humeantes 250.000 niños, mujeres y
ancianos sobrevivientes”.
Para que el lector se dé una
idea de la magnitud descomunal de la criminalidad de la guerra solo basta con
cotejar estos números con el primer Censo Poblacional que se realizó en
Argentina, contemporáneo a la guerra en 1869. Nuestro país tenía por entonces
1.877.490 habitantes. En mi provincia, Entre Ríos, vivían 134.271 habitantes.
Si trazamos un paralelo con la actualidad, encontraríamos que cerca del 60% de
la población argentina sería asesinada por la guerra. Estaríamos hablando de
alrededor más de 25 millones de personas. La magnitud y la proporcionalidad de
las muertes asustan con solo repasarlas en el papel.
Ni siquiera el gobierno
provisional paraguayo títere, impuesto por Brasil después de la guerra, pudo
esconder lo sucedido. En un censo parcial que se realizó en el Paraguay,
después de la guerra, se concluyó que la población del Paraguay “pasó de
unos 500.000 habitantes a 116.351, de los cuales solo el 10% eran hombres y el
resto, viejos, mujeres y niños”. Aunque pueden haber pretendido
esconder la verdadera dimensión de la masacre no pudieron esconder la
proporción ni las consecuencias. Aun así, los casi 400.000 paraguayos que los
vencedores declaran muertos son más de tres veces la población entera de la
provincia de Entre Ríos, que por aquellos días era la tercera más poblada del
país.
Un genocidio
Tan cierta son las cifras
indicadas que el Paraguay de la posguerra se reconstruyó con el trabajo de las
mujeres y los niños, estableciendo un sistema social de matriarcado combinado
con una funcional aceptación de la poligamia debido al exterminio de la
población masculina.
Fue muerta el 75% de la
población. Ante tamaña cifra solo puedo asociar este hecho a un concepto:
genocidio. Son pocos los historiadores que utilizan éste concepto para
denominar lo ocurrido con el pueblo paraguayo. Se prefiere hablar de
exterminio, eliminación, aniquilamiento, pero poco se menciona la noción de
genocidio. Los autores que utilizan el concepto lo hacen como un recurso del
lenguaje, como adjetivo superlativo de la masacre ocurrida, sin profundizar en
el significado del término. Entiendo que éste no es un olvido intencional,
ocurre que genocidio es un concepto relativamente “moderno” y con ciertos alcances
polémicos.
El extermino del pueblo
paraguayo ocurrido durante la guerra de la Triple Alianza puede ser considerado
técnicamente un genocidio cometido por las fuerzas aliadas del Brasil,
Argentina y Uruguay.
Esta es una hipótesis de trabajo
que abordo a continuación: La palabra genocidio fue creada por Raphael
Lemkin en 1944. Deviene del griego: genos-, genes, raíces, familia,
tribu o raza y –cidio-, del latín-cidere, forma combinatoria de caedere,
matar) Lemkin quería referirse con este término a las matanzas por motivos
raciales, nacionales o religiosos. Este pensador judío polaco luchó para que
las normas internacionales definiesen y prohibiesen el genocidio a partir de
las masacres en masa ejecutadas en la segunda guerra mundial.
Desde el punto de vista
legislativo, dentro del marco del Derecho Internacional Público, la Asamblea
General de las Naciones Unidas confirmó los principios de Derecho Internacional
reconocidos por las distintas instituciones que arbitran la justicia a nivel
internacional y proclamó la resolución 96 sobre el Crimen de Genocidio, que lo
define como "una negación del derecho de existencia a grupos humanos
enteros", entre ellos los "raciales, religiosos o
políticos", instando también a tomar las medidas necesarias para la
prevención y sanción de este crimen.
Esta resolución se cristalizó en
la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, adoptada
por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 260 A del año
1948 que entró en vigor en 1951.
Se lo define de la siguiente
manera: El genocidio o asesinato de masas es un delito internacional que
consiste en la comisión, por funcionarios del estado o particulares, de la
eliminación sistemática de un grupo social por motivos de nacionalidad, etnia,
raza o religión. Estos actos comprenden la muerte y lesión a la integridad
física o moral de los miembros del grupo, el exterminio y la adopción de
medidas destinadas a impedir los nacimientos en el grupo.
Una matanza por motivos
ideológicos está en debate en los foros internacionales, no está firmemente
considerado como genocidio, aunque a veces se aplica el concepto por analogía.
Esto es lo que pasó en la dictadura genocida de Videla, Massera y cía. que
asaltó el poder en Argentina el 24 de Marzo de 1976.
Ocultado por la historia universal
La memoria colectiva de
occidente, los manuales de historia universal y las enciclopedias registran con
claridad algunos asesinatos de masas acaecidos a los cuales se los denomina
genocidio. Entre los más conocidos están el genocidio Armenio, el sufrido por
el pueblo judío durante la Alemania nazi, los progroms realizados en la Rusia
zarista y luego por Stalin contra diferentes minorías étnicas y entre lo
últimos, el cometido en Ruanda en la década del 90. Más acá en el tiempo, y con
procesos judiciales aun en desarrollo, también podemos agregar los casos de la
Ex Yugoeslavia y Camboya.
Pero, en ésta trágica lista no
se menciona al genocidio del pueblo paraguayo, a pesar de que todos los
citados, salvo el de Ruanda y los últimos, son anteriores a la creación del
concepto y a la regulación legislativa del mismo.
Paralelo con el genocidio armenio
Consideremos el genocidio
armenio como ejemplo comparativo con el caso paraguayo.
Las atrocidades cometidas contra el pueblo Armenio por el Imperio
Otomano y el Estado de Turquía desde fines del Siglo XIX, durante el transcurso
de la Primera Guerra Mundial y hasta tiempo después de finalizada ésta, son
llamadas en su conjunto el “Genocidio Armenio”. La decisión de llevar adelante
el genocidio en contra de la población Armenia fue tomada por el partido
político que detentaba el poder en el Imperio Otomano, conocido popularmente
como los "Jóvenes Turcos”. Está estimado que un millón y medio de
armenios fueron exterminados entre 1915 y 1923. La población armenia del Imperio
Otomano en la Primera Guerra Mundial era de aproximadamente dos millones y
medio.
A pesar de que la Convención de
las Naciones Unidas fue adoptada en 1948, 30 años después de perpetrarse el
genocidio, los ciudadanos de origen armenio procuran lograr el reconocimiento
oficial por parte de los gobiernos donde ellos se han afincado luego de esos
atroces episodios. A pesar de que varios países han reconocido oficialmente el
Genocidio Armenio, la República de Turquía como política de estado niega
sistemáticamente el mismo. La lucha por el derecho, la verdad y la justicia que
llevan adelante los descendientes armenios no ha terminado.
Ni los sobrevivientes del
genocidio paraguayo ni sus descendientes han optado por esta vía legal. Tal vez
hoy ya sea tarde, pero si es preciso al menos llamar a las cosas por su nombre,
evitar los eufemismos confusos y, buscando la verdad y la justicia
histórica, designar sin ambigüedades a las masacres de la guerra del Paraguay
con su preciso nombre: Genocidio.
Contra la nacionalidad paraguaya
Distinguimos que la ejecución de
un genocidio puede ser por motivos “de nacionalidad, etnia, raza o
religión”. En el caso puntual del genocidio paraguayo se consumó por
motivos de nacionalidad. El objetivo era eliminar la nacionalidad
paraguaya, esa peculiar cultura hispano guaranítica que impedía el libre
comercio y era un mal ejemplo para los otros países americanos.
Paraguay era la única ex colonia
española que había podido consolidar una verdadera nacionalidad, una identidad
que ciertamente aparecía como peligrosa para el imperialismo británico: “Insignificante
en sí mismo, el Paraguay podía impedir el desarrollo y progreso de todos sus
vecinos. Su existencia (la del gobierno de Solano López) era nociva y su
extinción como nacionalidad debía ser provechosa para el propio pueblo como
también para todo el mundo”. Este texto pertenece a Mr. Washburn, ministro
de los EE.UU en Asunción y no expresa su propia opinión sino que se refiere a
los conceptos vertidos por el cónsul inglés Edward Thornton en uno de sus
informes al Foering Office.
Testimonio genocida de Sarmiento
El genocidio como delito
internacional implica la existencia previa de un dolo, de una intención de
exterminar, además de una decisión política acompañada de una planificación. En
el caso del genocidio armenio la documental existente permite apreciar que hubo
decisión política tomada por un Estado (Turquía) y una puntillosa planificación
para realizar el exterminio.
Pero en el caso del genocidio
paraguayo, tal vez hoy resulte imposible demostrar una planificación por parte
de los aliados. Pero, aun así, si se pueden leer cartas como ésta, de
Sarmiento, Presidente de la República Argentina durante los últimos dos años de
la guerra: “Estamos por dudar que exista el Paraguay. Descendientes de razas
guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto o falta de razón.
En ellos, se perpetúa la barbarie primitiva y colonial... Son unos perros
ignorantes... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo
acompañan miles de animales que obedecen y mueren de miedo. Es
providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní.
Era necesario purgar la tierra de toda esa excresencia humana, raza
perdida de cuyo contagio hay que librarse”.
Esta carta la remite Sarmiento a
la pedagoga yanqui Mrs. Mann que desempeñaba un rol de “gurú” moral y educativo
del Padre del Aula. Tiene fecha en el año 1877, es decir la escribió siete años
después de terminada la guerra (5).
La primera afirmación del texto
niega o pone en duda la existencia de la nacionalidad paraguaya: “estamos
por dudar que exista el Paraguay”. En los dos párrafos subsiguientes, los
vergonzosos calificativos racistas que utiliza para referirse al pueblo
paraguayo encuadran perfectamente en la tipificación actual del delito de
genocidio en cuanto implica una "una negación del derecho de existencia
a grupos humanos enteros”. En este caso, el grupo humano paraguayo, al que
Sarmiento no considera humano. El final de la carta es un reconocimiento de los
ilícitos cometidos y una franca apología del delito.
La ejecución material
En lo que se refiere a la
comisión material del delito, opino que éste se consuma en los tiempos finales
de la conflagración. Concretamente el exterminio se produce entre la caída de
Humaitá, a principios de 1868, hasta el último combate en Cerro Corá en 1870.
Son durante estos dos años en
que las tropas aliadas combatiendo ya casi sin riesgo realizan una acción de
persecución y masacre contra el pueblo famélico, apestado e indefenso. Es en
éste periodo en que se vio a las “mujeres pelear con los hijos en brazos
armadas de lanza y espada... Un suicidio como no se vio nunca”. (O’Leary).
No creo que se haya tratado de
un caso de suicidio colectivo sino de guerrear para sobrevivir, de pelear para
no ser vejadas, se trataba de matar para no morir, de defenderse, esa es la
razón por la cual luchaban las mujeres paraguayas.
La masacre de Acosta Ñú
Hay una batalla de la guerra que
grafica como ninguna otra la crueldad genocida desatada. En ese curso de
muerte, la última ofensiva de los aliados, se produce la masacre de niños en “Acosta
Ñú”, el 16 de agosto de 1869. En Acosta Ñu, en lo se pretendió mostrar como
una batalla, alrededor de 3000 niños paraguayos enfrentaron a 20.000 hombres
del ejército imperial.
El historiador paraguayo, Juan
José Chiavenatto, relata pasajes de la mascare: “Los niños de seis a ocho
años, en el fragor de la batalla, despavoridos, se agarraban a las piernas de
los soldados brasileros, llorando que no los matasen. Y eran degollados en el
acto. Escondidas en la selva próxima, las madres observaban el desarrollo de la
lucha. No pocas agarraron lanzas y llegaban a comandar un grupo de niños en la
resistencia”……. “después de la insólita batalla de Acosta Nú, cuando estaba
terminada, al caer la tarde, las madres de los niños paraguayos salían de la
selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer los pocos
sobrevivientes, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza, matando quemados a los
niños y sus madres”.
El Paraguay, en la actualidad,
festeja oficialmente el “Día del Niño” el 16 de agosto en memoria de la
masacre de los niños paraguayos.
Responsable material
En cuanto a la responsabilidad
material del genocidio juzgo que debe de serle atribuida al ejército brasilero,
ya que no hubo soldados argentinos en el desenlace y aniquilamiento final.
La ausencia de soldados
argentinos en el escenario de la matanza no libra de la responsabilidad
política a Sarmiento, Mitre y a la cúpula dirigencial del liberalismo
argentino. Para confirmar nuestra teoría, en mayo 1869 el maestro sanjuanino
afirma, profundizando su vocación genocida: "La guerra del Paraguay
concluye por la simple razón de que matamos a todos los paraguayos mayores de
diez años”.
Pero es un brasilero, el jefe de
las fuerzas armadas del Imperio, el que escribe ya sin eufemismos ni
rodeos, el que plantea el genocidio como objetivo militar: “Cuanto tiempo,
cuantos hombres, cuántas vidas y cuantos elementos y recursos precisaremos para
terminar la guerra. Para convertir en humo y polvo toda la población paraguaya,
para matar hasta el feto en el vientre de la madre” (Caxias en informe a
Pedro II).
“Hasta el feto en el vientre de
la madre”... En
esta criminal sentencia encontramos lo propio del genocidio, alcanzar al
gen... matar hasta los orígenes mismos de la vida.
5. Epílogo en forma de homenaje al pueblo paraguayo.
Corre el mes de febrero de 1869,
el Mariscal López se interna en la selva paraguaya a resistir con un grupo de
leales. Lo siguen viejos, mujeres, niños y algunos soldados heridos
sobrevivientes. La marcha es espectral. Es un ejército fantasma que acosado por
el hambre, las pestes, y los “cambá” ha decidido dejar la vida en la selva
antes que entregar la Patria al invasor brasilero.
Aquel éxodo de todo un pueblo al
lado del ejército nacional y siguiendo a su líder es una de las páginas más
sublimes de la historia universal. Constituye uno de los episodios más
grandiosos y conmovedores que nuestra patria grande recuerde, un acto de entrega
total, de patriotismo de un pueblo que siguió como a un Moisés a Solano López.
Hasta la muerte (6).
A miles de kilómetros de
distancia, en Southampton, Inglaterra, todavía vive un viejo adversario del
Mariscal: el brigadier Juan Manuel de Rosas. Viejo y pobre, desde su destierro,
sigue con emoción la gran epopeya paraguaya. Ya no es un adversario. Comprende
que, por los avatares de la historia, Francisco Solano López se ha convertido
en el defensor de la causa americana que alguna vez fuera también la suya.
Rosas se entera que López está
internado en la selva y sigue ofreciendo pelea fiel a su consigna de "¡Vencer
o Morir!". Esqueléticas figuras van dejando una a una sus vidas por
esos senderos sin retorno. Los restos del otrora orgulloso pueblo
paraguayo marchan inexorablemente hacia su propia tumba. "Mientras la
voz de la patria siga tronando por montes y laderas, la patria existe, y en pie
queda la obligación de luchar por ella". Así se dirigía a un
grupo de heroicas sombras humanas que lo escuchaban alucinados.
El Mariscal López asumía la voz
del Paraguay soberano, profundo y americano. Así lo entendió Juan Manuel de
Rosas que absolutamente convencido de su decisión, pide un cambio en su
testamento: El 17 de febrero de 1869 informa sobre el destino que ahora quiere
para la mítica espada del Libertador. El nuevo testamento establece: "Su
Excelencia el Generalísimo Capitán Gral. Don José de San Martín me honró con la
siguiente manda: "La espada que me acompañó en toda la guerra de la
independencia será entregada al General Rosas por la firmeza y sabiduría con
que ha sostenido los derechos de la patria". Y yo, Juan Manuel de Rosas, a
su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a su Excelencia el Señor Gran
Mariscal, Presidente de la República del Paraguay y Generalísimo de sus
ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue
posible sostener esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido
los derechos de su patria...".
Debieron pasar 84 años para que
un gobierno argentino hiciera un reconocimiento institucional. Recién en 1954,
el Presidente Juan Domingo Perón devuelve en un acto solemne y emotivo en
Asunción, los trofeos de guerra, aquel reloj de oro que cuenta José María Rosa
en la cita que transcribí. En su mensaje señaló que “Vengo como un hombre
que viene a rendir homenaje al Paraguay en el nombre de su sagrado Mariscal
Francisco Solano López y hago llegar el abrazo del pueblo argentino a esta
Patria tan respetable y tan querida. En nombre de esa amistad y de esa
devolución del pueblo argentino, pongo en manos del mandatario de este pueblo,
como las reliquias, el testimonio de nuestra hermandad inquebrantable”.
El acto cumple una justicia
histórica: las banderas de guerra del Paraguay deben tener su descanso eterno
en suelo guaraní, en la misma tierra donde hoy yacen sepultados el millón de
muertos que se cobró la guerra más infame que nuestra patria contempló.
Notas
1.
El alegato del Doctor Francia
pronunciado en el Congreso de Notables reunido en Asunción en junio de 1810
entre otras cosas enunciaba: "Esta Asamblea no perderá su
tiempo debatiendo si el cobarde padre o el apocado hijo es rey de España. Los
dos han demostrado su débil espíritu y su desleal corazón. Ni el uno ni el otro
pueden ser ya rey en ninguna parte. Más sea o no rey de España el uno o el
otro, ¿qué nos importa a nosotros? Ninguno de ellos es ya rey del Paraguay. El
Paraguay no es el patrimonio de España, ni provincia de Buenos Aires. El
Paraguay es Independiente y es República", y
siguió diciendo "la única cuestión que debe discutirse en
esta asamblea y decidirse por mayoría de votos es: cómo debemos defender y
mantener nuestra independencia contra España, contra Lima, contra Buenos Aires
y contra Brasil; cómo debemos fomentar la pública prosperidad y el bienestar de
todos los habitantes del Paraguay; en suma, qué forma de gobierno debemos
adoptar para el Paraguay. Mis argumentos en favor de mis ideas son éstos: y de
las faltriqueras interiores de su casaca sacó dos pistolas pequeñas, diciendo:
la una está destinada contra Fernando VII, y la otra contra Buenos
Aires.".
2.
La cuestión de la Independencia del Paraguay. En relación a este punto,
y en especial acerca de la relación con la política rosista cabe resaltar que
fue con una finalidad muy distinta a los objetivos de Rosas que el Brasil y la
Argentina de Mitre reconocieron la “independencia” a la Nación guaraní. Rosas
se oponían a la balcanización continental y abrogaba por la unidad del viejo
virreinato. Todo lo opuesto pretendían Mitre y Pedro II. El mismísimo Abelardo
Ramos, un no muy devoto rosista, afirma que: “Treinta años después de la
ruptura americana con España, Paraguay no había declarado aun su independencia.
El doctor Francia consideraba al Paraguay parte de la unidad política y geográfica
del extinto virreinato, y comprendía –lo mismo que López- que un Paraguay
“independiente” le era imposible conservar indefinidamente su plena soberanía y
garantizar su evolución económica. En la medida de que Rosas representaba
intereses más nacionales que Mitre, se negó a reconocer la independencia
paraguaya que López se vio impulsado a planear; era una forma como cualquier
otra de mantener bajo la férula de la Aduana porteña al Paraguay. Mitre, en
cambio, no tenía inconveniente en admitir esa monstruosa “soberanía” porque
estaba dentro de la política de la burguesía comercial porteña impulsar la
“balcanización” del Sur bajo el dictado del amo británico. La existencia
independiente del Paraguay como “nación” tan ficticia como la de la Argentina,
Bolivia o Uruguay se desarrolló de acuerdo a un proceso muy particular.
Influyeron en él, al principio, factores geográficos e históricos: la presión
del Brasil –su vecino en el rio Paraná-, la coincidencia de sus producciones y
la tendencia brasileña de incluir al Paraguay en su Estado de Matto Grosso.
Desde el comienzo del siglo XVIII Portugal estuvo bajo el protectorado
británico; toda la historia brasileña transcurre en esa dependencia. Semejante
situación determinó que el Brasil, durante el Imperio como bajo la era
republicana propendiese constantemente a ejecutar la política inglesa en el Río
de la Plata, aprovechando de paso migajas para su clase gobernante. Gran
Bretaña sostenía como divisa inconmovible de su estrategia rioplatense. Impedir
por cualquier medio la unificación de las antiguas provincias españolas del
Sur” (Abelardo Ramos, “Revolución y Contrarrevolución en Argentina”). Así,
a su manera, y con su relación ambivalente con Rosas, la izquierda nacional
explica, con claridad meridiana, la cuestión de la independencia del Paraguay,
dando por tierra todas las teorizaciones de la historiografía liberal oficial y
la izquierda antipopular que hacían de esta cuestión un hito saliente de su
relato antirrosista. También considero importante aclarar puntualmente el
episodio de protesta del embajador de Rosas ante la declaración de
independencia del Paraguay hecha por el Imperio del Brasil y su sentido
político. Con respecto a esto, me parece esclarecedora la cita de otro
historiador que no puede ser definido precisamente como rosista que ya hemos
citado en este trabajo. El mexicano Carlos Pereyra, en su libro “Francisco
Solano López y la Guerra del Paraguay” se explaya sobre las razones políticas
de la posición del gobierno argentino y a la vez nos brinda un cuadro general
de la política imperialista del Brasil: “Rosas, a quien se ha reprochado su
localismo bonaerense, entendió las cosas mejor que sus adversarios, y creía que
cualquiera intervención, directa o indirecta del Brasil, aun la más generosa de
sus intervenciones, era inaceptable no solo para los porteños, sino para todos
los argentinos de cuyo sentimiento nacional él fue defensor y representante.
Rechazó el tratado que su ministro el general Guido concluyó con el gobierno
del emperador en 1843, y consideró como acto dirigido contra su patria, no solo
la intervención, aislada o conjunta, en cuestione platenses, sino el simple
reconocimiento que hizo el Imperio de la independencia del Paraguay. ¿Era un
error de Rosas? ¿Era el resultado de las miras de los argentinos contra una
república independiente? ¿Era la prepotencia del bonaerense, deseoso de someter
al Paraguay? La respuesta, tardía como todas las respuestas dadas por los
acontecimientos, se encuentra en Cerro Corá. Los paraguayos, como los brasileños,
lucharon contra Rosas. Los sucesores de Rosas, unidos a los brasileños,
exterminaron al Paraguay. La fatalidad de los hechos imponía su ley, lo mismo a
la previsión que a la imprevisión. Se trataba de un sistema vicioso, si puede
haber sistema en la desintegración, y el sistema caía por sus causas de ruina.
El Río de la Plata era la casa dividida contra sí misma. El Imperio del Brasil
vio sucesivamente caer a Rosas y a Francisco Solano López. No prevaleció,
porque a su vez, llevaba la muerte en sus entrañas. El conquistador no pudo
aprovechar la conquista, y fue sucesivamente satélite de otros planetas, o
planeta de otros soles. Es perfectamente comprensible la intransigencia
de Rosas, quien no podía ver en el Paraguay una comunidad independiente. Rosas
carecía de formulas para resolver la gravísima cuestión planteada por la
independencia del Paraguay, pero en su videncia de la realidad política, estaba
convencido que un Paraguay autónomo era imposible. El Paraguay era imposible, y
antes de que transcurrieran treinta años desde el interesado reconocimiento que
de su independencia hizo el Imperio, la independencia del Paraguay había sido
destruida por el propio D. Pedro”.
3.
Pérfida
Albión. Expresión
anglofóbica que se utiliza para denominar de una manera hostil a Inglaterra.
Creada por el poeta hispano –francés Agustín Marie de Ximenez. Albión deriva de
“albus”, blanco. Color que tienen los acantilados de Dover cuando se los divisa
desde el mar. La expresión “pérfida Albión” fue muy usada por Napoleón y sus
oficiales para referirse a su enemigo imbatible: El Reino Unido de la Gran
Bretaña.
4.
El tratado de la Triple Alianza. Pocos documentos oficiales son tan
reveladores de las verdaderas intenciones políticas que van detrás de los actos
de Estado como este Tratado. De su simple lectura cualquiera puede deducir con
facilidad la naturaleza del conflicto que se avecinaba y las razones del mismo.
El texto del Tratado: El 1º de mayo de 1865,
Francisco Octaviano de Almeida Rosa (reemplazante de Paranhos e integrante del
partido liberal brasileño), Carlos de Castro (canciller del gobierno de
Venancio Flores) y Rufino de Elizalde (canciller del de Mitre) firmaron en la
ciudad de Buenos Aires el tratado de alianza que permanecería secreto debido a
sus comprometedoras cláusulas, el mismo es el siguiente: Art. 1. La República
Oriental del Uruguay, Su Majestad el Emperador del Brasil, y la República
Argentina contraen alianza ofensiva y defensiva en la guerra provocada por el
gobierno del Paraguay. Art. 2. Los aliados concurrirán con todos los medios de
que puedan disponer, por tierra o por los ríos, según fuese necesario. Art. 3.
Debiendo las hostilidades comenzar en el territorio de la República Argentina o
en la parte colindante del territorio paraguayo, el mando en jefe y la
dirección de los ejércitos aliados quedan a cargo del presidente de la
República Argentina y general en jefe de su ejército, brigadier don Bartolomé
Mitre. Las fuerzas navales de los aliados estarán a las inmediatas órdenes del
Vice Almirante Visconde de Tamandaré, comandante en jefe de la escuadra de S.M.
el Emperador del Brasil. Las fuerzas terrestres de S.M. el Emperador del Brasil
formarán un ejército a las órdenes de su general en jefe, el brigadier don
Manuel Luis Osorio. A pesar de que las altas partes contratantes están
conformes en no cambiar el teatro de las operaciones de guerra, con todo, a fin
de conservar los derechos soberanos de las tres naciones, ellas convienen desde
ahora en observar el principio de la reciprocidad respecto al mando en jefe,
para el caso de que esas operaciones tuviesen que pasar al territorio oriental
o brasileño. Art. 4. El orden interior y la economía de las tropas quedan a
cargo exclusivamente de sus jefes respectivos. El sueldo, provisiones,
municiones de guerra, armas, vestuarios, equipo y medios de transporte de las
tropas aliadas serán por cuenta de los respectivos Estados. Art. 5. Las altas
partes contratantes se facilitarán mutuamente los auxilios que tengan y los que
necesiten, en la forma que se acuerde. Art. 6. Los aliados se obligan
solemnemente a no deponer las armas sino de común acuerdo, y mientras no hayan
derrocado al actual gobierno del Paraguay, así como a no tratar separadamente,
ni firmar ningún tratado de paz, tregua, armisticio, cualquiera que ponga fin o
suspenda la guerra, sino por perfecta conformidad de todos. Art. 7. No siendo
la guerra contra el pueblo paraguayo sino contra su gobierno, los aliados
podrán admitir en una legión paraguaya a todos los ciudadanos de esa nación que
quisieran concurrir al derrocamiento de dicho gobierno, y les proporcionarán
los elementos que necesiten, en la forma y condiciones que se convenga. Art. 8.
Los Aliados se obligan a respetar la independencia, soberanía e integridad
territorial de la República del Paraguay. En consecuencia el pueblo paraguayo
podrá elegir el gobierno y las instituciones que le convengan, no
incorporándose ni pidiendo el protectorado de ninguno de los aliados, como
resultado de la guerra. Art. 9. La independencia, soberanía e integridad
territorial de la República, serán garantizadas colectivamente, de conformidad
con el artículo precedente, por las altas partes contratantes, por el término
de cinco años. Art. 10. Queda convenido entre las altas partes contratantes que
las exenciones, privilegios o concesiones que obtengan del gobierno del
Paraguay serán comunes a todas ellas, gratuitamente si fuesen gratuitas, y con
la misma compensación si fuesen condicionales. Como punto saliente se
puede leer claramente un objetivo puntual era quitar a Paraguay la soberanía de
sus ríos. Art. 11. Derrocado que sea el gobierno del Paraguay, los
aliados procederán a hacer los arreglos necesarios con las autoridades
constituidas, para asegurar la libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay,
de manera que los reglamentos o leyes de aquella República no obsten, impidan o
graven el tránsito y navegación directa de los buques mercantes o de guerra de
los Estados Aliados, que se dirijan a sus respectivos territorios o dominios
que no pertenezcan al Paraguay, y tomarán las garantías convenientes para la
efectividad de dichos arreglos, bajo la base de que esos reglamentos de
política fluvial, bien sean para los dichos dos ríos o también para el Uruguay,
se dictarán de común acuerdo entre los aliados y cualesquiera otros estados
ribereños que, dentro del término que se convenga por los aliados, acepten la
invitación que se les haga. Art. 12. Los aliados se reservan concertar las
medidas más convenientes a fin de garantizar la paz con la República del
Paraguay después del derrocamiento del actual gobierno. Art. 13. Los aliados
nombrarán oportunamente los plenipotenciarios que han de celebrar los arreglos,
convenciones o tratados a que hubiese lugar, con el gobierno que se establezca
en el Paraguay. Otro punto específico era
responsabilizar a Paraguay de la deuda de guerra. Art. 14. Los aliados
exigirán de aquel gobierno el pago de los gastos de la guerra que se han visto
obligados a aceptar, así como la reparación e indemnización de los daños y
perjuicios causados a sus propiedades públicas y particulares y a las personas
de sus ciudadanos, sin expresa declaración de guerra, y por los daños y
perjuicios causados subsiguientemente en violación de los principios que
gobiernan las leyes de la guerra. La República Oriental del Uruguay exigirá
también una indemnización proporcionada a los daños y perjuicios que le ha
causado el gobierno del Paraguay por la guerra a que la ha forzado a entrar, en
defensa de su seguridad amenazada por aquel gobierno. Art. 15. En una
convención especial se determinará el modo y forma para la liquidación y pago
de la deuda procedente de las causas antedichas. También
dejaban bien claro los aliados la intención de repartir el territorio paraguayo.
Art. l6. A fin de evitar discusiones y guerras que las cuestiones de límites
envuelven, queda establecido que los aliados exigirán del gobierno del Paraguay
que celebre tratados definitivos de límites con los respectivos gobiernos bajo
las siguientes bases: La República Argentina quedará dividida de la República
del Paraguay, por los ríos Paraná y Paraguay, hasta encontrar los límites del
Imperio del Brasil, siendo éstos, en la ribera derecha del Río Paraguay, la
Bahía Negra. El Imperio del Brasil quedará dividido de la República del
Paraguay, en la parte del Paraná, por el primer río después del Salto de las
Siete Caídas que, según el reciente mapa de Mouchez, es el Igurey, y desde la
boca del Igurey y su curso superior hasta llegar a su nacimiento. En la parte
de la ribera izquierda del Paraguay, por el Río Apa, desde su embocadura hasta su
nacimiento. En el interior, desde la cumbre de la sierra de Mbaracayú, las
vertientes del Este perteneciendo al Brasil y las del Oeste al Paraguay, y
tirando líneas, tan rectas como se pueda, de dicha sierra al nacimiento del Apa
y del Igurey. Art. 17. Los aliados se garanten recíprocamente el fiel
cumplimiento de los acuerdos, arreglos y tratados que hayan de celebrarse con
el gobierno que se establecerá en el Paraguay, en virtud de lo convenido en
este tratado de alianza, el que permanecerá siempre en plena fuerza y vigor, al
efecto de que estas estipulaciones serán respetadas por la República del
Paraguay. A fin de obtener este resultado, ellas convienen en que, en caso de
que una de las altas partes contratantes no pudiese obtener del gobierno del
Paraguay el cumplimiento de lo acordado, o de que este gobierno intentase
anular las estipulaciones ajustadas con los aliados, las otras emplearán
activamente sus esfuerzos para que sean respetadas. Si esos esfuerzos fuesen
inútiles, los aliados concurrirán con todos sus medios, a fin de hacer efectiva
la ejecución de lo estipulado. Art. 18. Este tratado quedará secreto hasta que
el objeto principal de la alianza se haya obtenido. Art. 19. Las
estipulaciones de este tratado que no requieran autorización legislativa para
su ratificación, empezarán a tener efecto tan pronto como sean aprobadas por
los gobiernos respectivos, y las otras desde el cambio de las ratificaciones,
que tendrá lugar dentro del término de cuarenta días desde la fecha de dicho
tratado, o antes si fuese posible. En testimonio de lo cual los abajo firmados,
plenipotenciarios de S.E. el Presidente de la República Argentina, de S.M. el
Emperador del Brasil y de S.E. el Gobernador Provisorio de la República
Oriental, en virtud de nuestros plenos poderes, firmamos este tratado y le
hacemos poner nuestros sellos en la Ciudad de Buenos Aires, el 1º de Mayo del
año de Nuestro Señor de 1865. También se firmó un protocolo adicional
secreto que establecía lo siguiente: 1) demolición de las
fortificaciones de Humaitá; 2) desarme de Paraguay y reparto de armas y
elementos de guerra entre los aliados; y 3) reparto de trofeos y botín que se
obtuvieran en territorio paraguayo.
5.
Vocación genocida de Sarmiento. Esa carta puntual que cito es mencionada
por algunos historiadores como una carta dirigida a Mitre. Creo, en función de
la lectura de diversas fuentes, que eso no es correcto. Son varias las cartas a
Mrs. Mann en las que el sanjuanino es explaya sobre el desprecio que siente por
los habitantes de nuestros continente. Hay otra carta que Sarmiento sí dirige a
Mitre, en ocasión de Pavón, en las que también pone de manifiesto su escaso o
nulo respeto por los derechos humanos de nuestros compatriotas: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que
tienen de seres humanos”.
6.
Sobre el martirio del pueblo paraguayo. Son pocos los libros como
“Proceso a los Falsificadores de la Historia del Paraguay”, de Atilio García
Mellid, que describen con tanta poesía y lirismo la epopeya y el martirio del
Paraguay. Este libro, un poco en la sombras, como su autor, por motivos
políticos e historiográficos, narra en dos largos tomos la historia del
Paraguay, desde la colonización hasta la posguerra. En sus párrafos,
poéticamente elaborados, podemos leer: “Porque podrá borrarse la imagen de
los mártires, desdibujarse el paso de los héroes y aventarse las cenizas de los
guerreros abatidos, pero no se podrá nunca ocultar la luz inmarcesible de ese
holocausto colectivo, ni amortiguar la belleza moral de un sacrificio de tan
inmensas proporciones… Para comprender al Paraguay que sostuvo, durante más de
cinco años, una guerra desigual y aniquiladora, es necesario pensar en esa
comunidad activa, en ese destino colectivo en que todos se sentían
representados. Lo que esa comunidad defendía, no era un hombre, ni la obra de
un hombre: era la obra de todos, que en un hombre –el mejor- se encarnaba.
Porque ese hombre y ese pueblo eran la expresión unificadora, maciza e
inconfundible del alma paraguaya”.
Por Alejandro Gonzalo García Garro
Fuente:
Instituto Nacional de Investigación Históricas Juan Manuel de Rozas