Las letras
siempre llevan a la reflexión, pero aún más en esta fecha, en el Día Nacional
de la Memoria por la Verdad y la Justicia.
El tubo de
los sueños quebrados
Prácticamente,
habíamos crecido juntos Tomás y yo, en aquel asco de barrio maravilloso. Cuando
éramos pequeños, vivíamos uno al lado del otro. Nos habíamos construido un
largo tubo de papel y por la noche lo sacábamos por la ventana y hablábamos a
través de él: nos contábamos secretos.
Cuando no los
teníamos, nos los inventábamos. Era nuestro mundo, en resumidas cuentas. Desde
siempre.
El día era a
veces hasta violento: los gritos, los insultos en una y otra casa; pero
nuestras noches eran únicas.
Así crecimos.
Tomás se asomaba, silbaba y yo sabía que ahí empezaba a vivir. Empezaríamos a
vivir. En ese momento éramos inmensamente felices. Soñábamos tantas cosas, lo
hacíamos casi hasta el amanecer en verano.
En invierno
nuestras conversaciones, sueños y secretos eran más cortos, pero no por eso
menos intensos. Casi siempre nos presentíamos, ya que cada uno permanecía en su
casa. Él desde la ventana de su cuarto y yo del mío.
Cuando llegamos
a los trece años fuimos anotados en el mismo colegio y ya no necesitábamos del
viejo tubo, nos sentábamos juntos, estudiábamos juntos, nos reíamos juntos y
hasta regresábamos del colegio, juntos.
Un día camino a
casa nos paramos y sin decirnos nada, nos besamos. Desde ese día las estrellas
fueron más luminosas, el sol brilló mucho más y hasta nuestras casas se vieron
más lindas.
Sentía que mi
cuerpo se completaba con el suyo y mi alma se unía a la de él.
Los años de la
secundaria pasaron rápidamente.
Los dos
trabajaríamos y seguiríamos en la universidad. Tomás quería ser médico y yo
abogada.
Ya no nos
veíamos tanto; el trabajo y el estudio nos fue sacando tiempo. Pero seguíamos
con nuestros planes y sintiéndonos bien. Tomás era un hombre dulce,
comprensivo, me hacía sentir plena.
Nos faltaba poco
para recibirnos y llegaron ellos.
Y nosotros en la
universidad comenzamos a juntarnos y a oponernos al avasallamiento de nuestros
derechos.
Una noche
salíamos de una reunión en la universidad donde cursaba Tomás cuando los Falcón
de ellos nos esperaban, descargaron sus ametralladoras sobre nosotros, algunos
escapamos y otros quedaron tirados, su sangre regando las veredas, rotos sus
sueños en mil pedazos.
Miré para todos
lados y Tomás no estaba, quise volver sobre mis pasos pero mis compañeros lo
impidieron, al cabo de un agónico día Tomás, sucio y con hambre llegó a casa.
Nos abrazamos,
no dijimos nada, sólo nos abrazamos.
Teníamos que
regresar a la universidad porque nuestra ausencia también podía ser sospechosa,
así que con temor, fuimos. Nos enteramos que muchos habían muerto y otros
desaparecieron.
Alguno de los desaparecidos entre tortura y tortura seguro que dio nombres.
Alguno de los desaparecidos entre tortura y tortura seguro que dio nombres.
Y una noche
escuché gritos en la casa de Tomás, tuve miedo de salir, miré tras la ventana
justo vi cuando lo subían a un auto.
La madre de
Tomás fue golpeada y quedó llorando tendida en el suelo, corrí a ayudarla y nos
abrazamos llorando. Desde ese día no paramos más de buscarlo. Nunca lo
encontramos. Pasaron tres años y mis padres decidieron mudarse a otra ciudad,
no me negué y me mudé con ellos.
Y hoy estoy acá
con lo único que nunca desaparecerá, mi amor por Tomás y nuestro tubo de papel,
nuestros secretos de ventana a ventana, ese pedazo suyo, ese trozo de mí que
siempre estarán.
Mara
Ester Sorbello