jueves, 16 de marzo de 2017

Limosna para un Artista

La cultura siempre esta al filo de la piel, en este caso con hermosas letras literarias, a disfrutar.
Limosna para un Artista
Cuando termino de ponerse la vieja casaca a cuadros, don Siriaco cargo su taburete, el estuche con el violín y salió con la vejez a cuesta rumbo a la entrada del imponente Museo de la gran ciudad.
La llovizna y el frio del interminable invierno lo acompañaban, copiando el andar lento y fatigado del anciano, a quien la mente se le fue llenando de sombras y el cuerpo de dolores.
Como un metódico trabajador observo el reloj que guardaba en su bolsillo y después de recorrer con la mirada la muchedumbre, saco de la vaina un antiguo e impecable violín que comenzó a rasguear.
Pero antes de interpretar ese imaginario concierto que a diario ensayaba, dejo abierto frente a él, el estuche del valioso instrumento, que sería el refugio de las limosnas que transeúntes solitario dejaba después de oír emocionados el “Himno de la Alegría” o la Novena Sinfonía de Beethoven.
Cerró los ojos mientras acomodaba con exactitud el amado violín sobre el hombro y se fue instalando en el escenario del suntuoso teatro Colon, donde había formado parte de su orquesta, el día de su inauguración.
Para don Siriaco el tiempo se apuró demasiado en llegar y no lo dejo disfrutar esos pocos momentos de glorias. Su vida atravesó las situaciones más difíciles, como la desaparición de su hijo menor en plena dictadura militar, el cierre del teatro y la larga enfermedad de su compañera, que no solo le arranco la alegría, sino lo sumergió en una pobreza que lo llevo a vivir en esa miseria que trataba de combatir con sus únicas armas, las manos y el violín.
Cuando llego el silencio de sus espectadores casuales, el anciano comenzó a recoger la paga que le serviría para el plato de guiso y del cuarto del humilde conventillo donde vivía.
A pesar del dolor de sus ausencias y la soledad, don Ciriaco no dejaba de esperar lo que todavía le faltaba vivir, porque estaba seguro de que antes de iniciar su viaje final, el Señor le daría una alegría.
Una noche los vecinos preocupados observaron que una ambulancia partía con el anciano y la angustia de apodero de la gente del conventillo que acongojada se fueron acercando al hospital.
Y como él siempre decía, la vida le daba la última oportunidad de ser feliz al enterarse que el cardiólogo que lo atendía, era ese hijo que no veía hacía más de 40 años.
Aferrado a la mano de su padre que busco incansablemente cuando salió del encierro, Alejandro con lágrimas en los ojos beso la mejilla arrugada de ese hombre que la vida le negó, el derecho ser su hijo.
Susana Ríos
Fuente: texto “Cicatrices Imborrables” (2017).