La edad
de oro del cómic en español
Por
Al menos los dos últimos premios nacionales de cómic de España son
obras maestras. Tanto Las Meninas (Astiberri, 2014) (una compleja
reconstrucción de la vida de Velázquez, de la concepción y ejecución de su
cuadro más famoso, y de su recepción artística y crítica con el paso de los
siglos), de Santiago García y Javier Olivares, como El Paraíso Perdido
(Sexto Piso, 2015) (que interpreta en viñetas pictóricas el poema de John
Milton: la caída del ángel, la gestación del infierno, el nacimiento de la
muerte, la corrupción del edén), de Pablo Auladell, son libros de una
excelencia secuencial indudable, literaria y gráfica. No imitan los modelos
estadounidenses o franco-belgas. Inventan un lenguaje propio, que abre caminos.
Lo mismo ocurre con los últimos libros de Paco Roca, también
extraordinarios: esa autoficción que narra el periplo de los soldados
republicanos que, tras una terrible deriva, terminaron reconquistando París
como parte de las tropas aliadas (Los surcos del azar, Astiberri, 2013);
y ese retrato sentimental de una familia, a través de tres relatos
protagonizados por los tres hijos que acaban de perder a su padre (La casa,
Astiberri, 2015). En un ámbito más vanguardista, también es magistral V.I.P.
(Reservoir Books, 2016), de Felipe Almendros, un proyecto que además de la
novela gráfica, diseñada como una revista y con ilustraciones en 3D, incluye
una exposición de fotografía y dibujo e incluso un disco.
“El boom de la novela gráfica española llega a América”,
titulaba Publishers Weekly a propósito de la publicación en
septiembre del año pasado de la antología Spanish Fever (Fantagraphics)
en los Estados Unidos. El responsable de la edición, el
propio Santiago García, dice en el prólogo de la versión original del
libro: “El cómic murió. En algún momento entre 1985 y 2000, lo que entendíamos
como tebeos dejó de existir”.
Fue una mutación industrial y creativa. Condujo de las revistas
semanales de cómics que se compraban en los quioscos a las novelas
gráficas que, fruto de un esfuerzo mucho mayor, llegan irregularmente a las
librerías. La novela gráfica, prosigue, no es un género ni un formato ni un estilo
ni una moda.
Es una mutación feliz, añado, y ha llegado para quedarse.
De los países de lengua castellana, España es el que cuenta con una industria
editorial de historietas más sólida y con más iniciativas, públicas y privadas,
de estímulo creativo (desde las becas de residencia en Angoulême hasta el
Premio Internacional de Novela Gráfica FNAC-Salamandra Graphic). Pero el
fenómeno de la novela gráfica de alta calidad no solo es español, sino que se
expande por América Latina.
La poderosa y tanguera Fueye (2008) es obra del argentino
Jorge González. En 2014 la editorial colombiana Rey Naranjo publicó Rulfo.
Una vida gráfica, de Óscar Pantoja y Felipe Camargo, la mejor biografía en
viñetas que he leído, aunque tal vez sería mejor decir “interpretación
biográfica”, porque la vida de Juan Rulfo es sometida a una lógica narrativa
espectral y metafórica, sin las servidumbres que imponen las cronologías.
El sello mexicano Sexto Piso, por su lado, editó en 2015 Uncle
Bill, una investigación de Bef sobre la estancia de William Burroughs en
Ciudad de México; y el año pasado inició la publicación de un proyecto de largo
aliento: la biografía en tres volúmenes de Ernesto Guevara escrita por Jon
Lee Anderson y dibujada por José Hernández: Che. Una vida revolucionaria.
Intuyo que estamos viviendo el inicio de una edad dorada del cómic
en castellano. Aunque hubiera toneladas de talento, por ejemplo, en la
editorial española Bruguera o alrededor del semanario argentino Hora
Cero, donde en 1955 comenzó a publicarse por entregas la primera
gran obra maestra de la novela gráfica en castellano, El Eternauta,
de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, los artistas del siglo XX
no podían pensar en el formato libro ni en la ambición que le es intrínseco.
El álbum de Paco Roca El invierno del
dibujante (Astiberri, 2010), crónica sentimental o retrato de
grupo, podría leerse como puente con esa época tan importante para la cultura
popular española. Y la inclusión en el catálogo de la editorial argentina
Común, dirigida por Liniers, de Jusepe en América (2014), un
proyecto de Carlos Trillo (fallecido en 2011) y de Pablo Tunica (nacido en
1983), también podría interpretarse como vínculo entre dos momentos importantes
de la historieta en nuestra lengua. Autores de referencia como Carlos
Giménez o Enrique Breccia son los abuelos (conscientes o fantasmales) de los
novísimos autores de arte secuencial, como Power Paola, Álvaro Ortiz, Jean Paul
Zapata, Antonio Hitos o Clara Soriano. Porque siempre hay pilares en la
tradición sobre los cuales se construye lo radicalmente nuevo. “Radical”, nos
recuerda el diccionario: “perteneciente o relativo a las raíces”.
Fuente: The New Work Times ES (01-02-2017)
https://www.nytimes.com/es/2017/02/01/la-edad-de-oro-del-comic-en-espanol/?em_pos=small&emc=edit_bn_20170202&nl=boletin&nl_art=2&nlid=78084759&ref=headline&te=1