Pocos hispanistas aman y conocen tan bien nuestras letras como Gabriele Morelli. Nadie como él, pues, para presentarnos la mejor literatura italiana.
Umberto
Eco, Roberto Calasso y Magrelli.
Como cada
comarca tiene su clima peculiar, así cada género en la literatura italiana
posee sus particularidades. El ensayo, la novela y la poesía muestran rasgos
diferentes que han merecido mayor o menor consideración.
Si se empieza
con la ensayística, resulta relevante la producción de libros, cuyos autores
son personajes conocidos de la televisión o de periódicos importantes, en fin,
figuras de los mass media, como Bruno Vespa,
Eugenio Scalfari y Gian Antonio Stella, inventor del panfleto La casta, una
dura invectiva contra la clase política. Al ensayo político, pero con escritura
refinada y erudita, pertenecen las páginas del jurista Franco Cordero, inventor
de pintorescos apodos para Berlusconi. En el ámbito meramente literario
sobresalen Umberto Eco y Claudio Magris, pero también Luciano Canfora, insigne
helenista, hábil en reunir filología e historia de la cultura, y Roberto
Calasso, cuyos libros de crítica se confunden con su obra narrativa: ambos
indagan con sensibilidad moderna en la fuente del mito clásico. Aparte de los
escasos ensayistas citados no hay otra producción significativa, pues la
crítica literaria y filológica queda confinada en el terreno académico.
Igualmente
resulta complicado emitir un juicio seguro y sintético sobre la novela de hoy,
ya que no existe una distinción neta -como en el pasado- entre literatura de
consumo y narrativa “alta”, caracterizada por una escritura elaborada y
personal. Antes los confines eran más claros y bien definidos: Calvino,
Lampedusa, Moravia, Morante, Volponi y Sciascia, etc, por una parte; Guareschi
y Scerbanenco por otra.
Hoy todo
parece más confuso; la crítica literaria tiene siempre menor recepción en los mass
media (que además viven una grave crisis de identidad). Es una
realidad dura de aceptar, pero en el momento no hay figuras señeras de
escritores italianos: quizás Tabucchi, recién desaparecido, sea el único caso
de narrador “pur” universalmente reconocido.
Entre los
autores considerados canónicos que cultivan un género “híbrido” destacan los
dos intelectuales arriba citados, Eco y Magris, este último consagrado por la
colección Meridiani Mondadori. Tampoco se aleja de esta categoría
Camilleri, deán de los narradores italianos, genial escritor de novela
policíaca, al lado del binomio Fruttero-Lucentini, y heredero de la escuela de
Simenon. Es el responsable de las aventuras del comisario Montalbano, en las
que muestra su habilidad de contaminar el género policíaco con una escritura
dialectal y creativa.
En todo caso,
estamos lejos de la novela que ha representado el culmen de la gran literatura
italiana. Hace más de veinte años que asistimos a chocantes best-sellers
comerciales que han configurado un nuevo parque de narradores, pero que la
crítica ha liquidado como literatura de plástico, vertiendo juicios muy
controvertidos. En el primer ámbito resaltan los casos de Susanna Tamaro con Va'
dove ti porta il cuore; Margaret Mazzantini con Non
ti muovere; Federico Moccia con Tre metri sopra il cielo,
Giorgio Falletti y su Appunti di un venditore di donne,
Paolo Giordano con La solitudine dei numeri primi, y
Fabio Volo, Le prime luci del mattino, libros que han servido de
base para algunas películas. De alterna recepción son las novelas de Alessandro
Piperno, Alessandro Baricco, Niccolò Ammaniti, Sandro Veronesi y Antonio
Scurati.
En los escritores
del reciente pasado o de la actualidad que suman la elaboración del enredo
narrativo y una escritura original se imponen los nombres Gesualdo Bufalino,
Vincenzo Consolo, Raffaele La Capria, Dacia Maraini, Sebastiano Vassalli y
Maurizio Maggiani, aunque en el curso de una actividad de casi 40 años, no
todos han mostrado resultados continuados.
Más jóvenes
son Pier Vittorio Tondelli, Stefano Benni, Daniele Del Giudice, Aldo Busi,
Andrea De Carlo, Paola Mastracola, el veneciano Tiziano Scarpa, hábil en la
escritura experimental, y Nicola La Gioia, que con su libro Riportando
tutto a casa se ha confirmado como uno de los autores más
interesantes del momento. Un caso aparte es el del napolitano Roberto Saviano
con su Gomorra, libro híbrido que se define más como
reportaje-encuesta que como novela neta, pero que constituye un episodio
importante de literatura civil, a pesar de la fuerte duda que suscitan sus
cualidades propiamente literarias. Ejemplo semejante de alta recepción es la de
la narrativa de Erri De Luca, que presenta una obra de fondo autobiográfico
pero abierta al misterio, en perfecto equilibro entre ética y estética.
Un fenómeno
in fieri y muy interesante concierne al nacimiento de novelas de escritores
provenientes de otras etnias y culturas, resultado feliz de las últimas
migraciones masivas. Podemos señalar a Igiaba Scego, de origen somalí, quien
con La mia casa è dove sono el año pasado ganó el importante premio Mondello, y
a Ornela Vorpsi, albanesa, que en su novela Il paese dove non si muore
mai contó la dura condición de la mujer en la Albania del dictador
Stalin mediante un idioma italiano irónico, de indudable eficacia.
En cuanto a
la poesía, después de la generación post-hermética (con nombres representativos
como Vittorio Sereni, Pasolini, Fortini, Giovanni Giudici, Luciano Erba,
Giovanni Raboni, Andrea Zanzotto, recién desaparecido, etc.), el cuadro actual
parece bastante fragmentado y difícil de encasillar en tendencias o escuelas,
incluso en obras y figuras individuales que a veces muestren afinidades entre
ellas. Entre las poéticas más apreciadas se distingue la de Valerio Magrelli,
bien conocido y traducido al español, y a su vez traductor de poesía francesa y
española.
Sus libros
revelan una atención analítica hacia la corporeidad y la ciencia, como también
una mirada de corte sociológico-político frente a los problemas sociales.
También resalta el neo-orfismo urbano de Milo de Angelis (Quell'andarsene nel
buio dei cortili) y Patrizia Valduga, que ama el retorno a las formas cerradas.
No conviene olvidar la experiencia heráldico-heroica de Giuseppe Conte o
Roberto Mussapi, atenta a la sugestión del mito y a la escucha romántica de la
voz de la naturaleza.
Por último,
cabe mencionar la poética de “línea lombard” de Tiziano Rossi, Giampiero Neri,
Maurizio Cucchi, Mario Santagostini y Antonio Riccardi. Este último cultiva el
microrrelato y tiende a la evocación familiar y social de hechos cotidianos con
un lenguaje seco que se acerca, por sus analogías estilísticas, a la obra
reconocida de Fabio Pusterla y Franco Buffoni.
Existe otra
poesía que combina el empeño civil y la evocación de una tensión con rasgos
vagamente místicos y neo-dantescos, como la de Eugenio De Signoribus (Nessun
luogo è elementare), muy vinculada al magisterio de Giovanni
Giudici y Mario Luzi. Una línea culta y meditativa de referencia segura, de
fondo ponderado y reflexivo, es la de Cesare Viviani. Acude al dialecto milanés
Franco Loi (recién traducido al español).
En cambio,
los autores de la vanguardia no han sido demasiado expeditivos tras la muerte
de Sanguineti y Elio Pagliarani, ya que casi todos se encierran en un
epigonismo enojado y a menudo estéril, con raras excepciones.
En el ámbito
femenino se distinguen los nombres de Alda Merini, Amelia Rosselli y Vivian
Lamarque.
En las
generaciones más jóvenes, las más acreditadas son Antonella Anedda, fuertemente
marcada por la lectura de la poesía rusa; Maria Grazia Calandrone; Cristina
Alziat; Jolanda Insana; y Fabio Scotto; poeta del cuerpo y de la voz, que canta
el amor y también los acontecimientos sociales del mundo.
GABRIELE MORELLI
Fuente:
El Cultural (25-05-2012)
http://www.elcultural.com/revista/letras/La-literatura-italiana-de-hoy/31084