La
cultura literaria es sustantiva como vía para la propagación de diversos
campos de la cultura en la comunidad al considerarse fundamento de
reflexión ante los distintos temas, géneros, autores, y manifestaciones que
abarcan la literatura, elemento básico dentro del pensamiento martiano.
Cultura y literatura popular
La especificidad
de la cultura popular, y en
particular de uno de sus instrumentos de representación simbólica, como lo es
la literatura popular, constituyó
una preocupación reiterada de diferentes corrientes teóricas desde el
romanticismo hasta la posmodernidad.
Los debates se
llevaron a cabo en estrecha relación con el nacimiento y desarrollo de los
estados modernos y la competencia normativa del Estado Nación en la regulación
de los procesos culturales.
En el seno de
estas discusiones, también se reflexionó sobre las categorías de folklore, cultura tradicional, cultura
de masas, industria cultural y sobre el concepto de pueblo, desde variadas
perspectivas que incluyeron las polaridades de oralidad y escritura, ámbitos
rural y urbano, educación institucional y no institucional.
A lo largo del
siglo XX los interrogantes sobre la cultura
popular se convirtieron en espacios matizados de tensión teórica. Cabe
mencionar el análisis relativista de las conexiones entre pueblo y literatura
que plantean Grignon y Passeron (1991), los recorridos de historiadores como
Peter Burke (1991), Carlo Ginsburg (1994) y Roger Chartier (1994, 1998, 1999)
que retrotraen la interrogación sobre el tema a la génesis de la Europa
moderna, los postulados de la filosofía política, desde Antonio Gramsci (1974),
quien esboza la reflexión en términos de dominación, reescribiendo la dicotomía
entre alta cultura y baja cultura con las categorías de clase dominante y
clases subalternas, hasta los trazos de la polémica entre los representantes de
la Escuela de Frankfurt, especialmente Theodor Adorno (1984) y Walter Benjamin
(1980).
Finalmente, en
una lista que no pretende ser exhaustiva, se añaden los análisis de
antropólogos como Clifford Geertz (1991), su definición de cultura desde una
postura integradora, Néstor García Canclini (2001), a partir de su concepto de
teatralidad; semiólogos como Humberto Eco (1990), con su caracterización de los
grupos de apocalípticos o integrados en correlación con las posibilidades de
recepción de la cultura de masas, o Mijail Bajtin (1987) con su visión de la
parodia y el carnaval.
Con respecto al
contenido ideológico de la cultura
popular, se puede apreciar que algunos de estos enfoques adoptaron
posiciones claramente divergentes. Por un lado, se le atribuyó a la cultura
popular propiedades altamente conservadoras, en tanto objeto de manipulación
preciado de las ideologías populistas y producto de recepción pasiva entre sus
destinatarios, quienes se limitarían a mimetizar las prácticas de la cultura
dominante. Por otro, se la consideró el germen de conductas contestatarias que
cuestionan los mandatos del poder hegemónico.
No es la
intención de estas páginas dirimir una polémica de vasta trayectoria en la que
diferentes disciplinas intentaron resolver la complejidad del problema, sino
simplemente señalar que la mirada hacia los productos literarios de esta
cultura siempre implica un anclaje en una discusión teórica aún vigente y, “en
definitiva, la culta y excluyente etiqueta de ‘popular’ y su reticente acompañamiento de calificativos como
semipopular, popularizado, popularizante, etc.” (Botrel, 1999: 49), corresponde
en muchos casos a un reduccionismo académico.
Quienes formamos
parte de la cultura académica, institucional, letrada, podemos acceder a la
cultura popular a través de documentaciones que reúnen objetos disímiles, los
cuales dan cuenta de procesos de apropiación de prácticas canónicas y de
tensiones interactivas entre los circuitos denominados simplificadamente
letrado y popular.
Una copiosa literatura
popular impresa que irrumpió en el área rioplatense a fines del siglo XIX se
convierte en materia incandescente para reavivar los dilemas teóricos
enunciados en los párrafos anteriores, como un fenómeno de dimensiones
espectaculares que signará el desarrollo de la literatura argentina de la
primera mitad del siglo XX.
El vendaval de
novedades que intervinieron en la conformación de la cultura argentina moderna
ejerció influencia sobre esa literatura: en ella se plasmaron los nuevos
procesos de producción industrial de los artefactos culturales, los nuevos
formatos, las nuevas modalidades de circulación y los nuevos tipos de recepción
y apropiación.1
El éxito de esta
abundante y heterogénea literatura que circulaba con fluidez por el cambiante
escenario rioplatense fue consecuencia del acceso progresivo de un conjunto
variopinto de sujetos a la lectoescritura. Mediante la experiencia de lectura,
nativos, hijos de extranjeros y extranjeros de diversas nacionalidades
reclutados en las ciudades de mayor densidad inauguraban un contacto directo
con diferentes géneros literarios, registros de escritura, narrativas y
personajes.
Toda esa materia
polimorfa llegaba a las manos de los nuevos lectores a través de hojas sueltas
y cuadernillos que se adquirían en los sitios habituales de venta de periódicos
(plazas, mercados, kioscos, tabaquerías), en las proximidades de los accesos a
circos y teatros, y en el interior mismo de eventos políticos y fiestas
populares, entre otros lugares. En ocasiones, su comercialización incluía la
venta de objetos como abanicos para las damas y tirantes y bastones para los caballeros,
que reproducían imágenes o textos de una obra.2
Los nuevos
productos impresos reflejaban e interactuaban con los cambios demográficos y
las tensiones sociales, los conflictos entre nativos y extranjeros, urbanos y
rurales, compadritos y provincianos.
Este circuito
alterno de literatura, compartido con expresiones teatrales y canciones
populares, tematizaban las huelgas obreras, los problemas de vivienda, los
oficios, las conductas sociales de tipos como el gringo, el anarquista, el
compadre, el malevo y, muy especialmente, una galería de personajes femeninos
que iban desde la madre abnegada hasta la prostituta, a la par que
testimoniaban desde su eclecticismo la movilidad de la vida en las ciudades.
La literatura
popular en prosa y verso recogió la complejidad de la situación político-
social y cultural, denunciando la injusticia, la sordidez y la delincuencia,3
a través de modalidades lingüísticas también innovadoras, tales
como el lunfardo, el cocoliche, o de la apropiación de giros del habla gauchesca
y modismos regionales.
Un vasto sector sociocultural
suburbano y semirural de asalariados, obreros, artesanos, versificadores y
cantores produjo en el campo de la literatura, el teatro y la música,
manifestaciones artísticas en principio marginadas que adquirieron fuerza y
consistencia desde la realidad (Rey de Guido y Guido, 1989).
Las formas
poéticas populares se desarrollaron paralelamente a la poesía ilustrada, la
gauchesca, la modernista y el lirismo social, a través de manifestaciones que
aportaron a la literatura «un espesor» (Rama, 1984) dinamizante e intermitente
de la evolución literaria lineal y progresiva en la medida en que posibilitó la
convivencia de secuencias literarias diferentes.
En los folletos
populares adquiere especial importancia la lectura no tipográfica a través de
narrativas iconográficas que acompañan la letra escrita y los carteles que
pueden ser señalados como antecesores de las historietas.4
Por su parte, la
lectura tipográfica se convierte en fragmentada, discontinua, y también en
fingimiento de lectura de personas analfabetas, quienes transforman el
significante incomprendido en múltiples significados virtuales que satisfacen
los deseos del receptor.
La lectura tiene
como objetivo primero la memorización, que permite devolver los textos al
circuito de la oralidad, ya sea como recitaciones o como letras de canciones en
las cuales las categorías de autor y propiedad intelectual pasan a un segundo
plano.
Tal como ilustra
el corpus editado en este libro, los códigos lingüístico y musical
están entrelazados en esta vocalización de textos procedentes de distintos
contextos.
El carácter
desechable de esta literatura se encuentra en su misma esencia, ya que fue
escrita para consumo inmediato a través de la memorización y no para ser
resguardada en los estantes de un archivo o biblioteca. Su fragilidad determina
que se haya conservado sólo en colecciones reunidas por curiosidad literaria y
antropológica, y que aún hoy la memoteca de los consumidores sea la principal
fuente de indagación.5
La literatura
popular, que mereció un espacio de reflexión teórica nodal en el siglo XX,
cautivó al científico alemán residente en la ciudad de La Plata, Robert Lehmann-
Nitsche. De la fascinación del filólogo y de nuestra aproximación crítica al
tema damos cuenta en estas páginas.
En el marco de
la discusión esbozada, abordamos uno de los más significativos testimonios que
nos legó su tarea colectora: el manuscrito Folklore Argentino. Texte
argentinischer gesänge, phonographiert von Dr. Robert Lehmann- Nitsche. La
Plata 1905 (en adelante, Folklore argentino 1905), texto que
resulta de estimable interés para definir las características y funciones de la
literatura popular en la Argentina de entre siglos.
Nuestro análisis
del manuscrito requiere hacerse eco del conjunto de la perspectiva
teórico-metodológica del polígrafo alemán, para lo cual se vuelven
indispensables las referencias a otras investigaciones y fondos documentales
del autor, tales como las grabaciones de músicas criolla y aborigen, su Santos
Vega, las múltiples monografías que dedicó al estudio de la literatura y
la cultura rioplatense, la Biblioteca criolla que coleccionó entre
1880 y 1925, conservada en la actualidad en el Instituto Ibero-Americano de
Berlín, y los Textos eróticos del Río de la Plata, publicados con el
pseudónimo de Víctor Borde en Liepzig en 1923.
Notas
1.- El término “vendaval” y algunos de los conceptos que siguen
retoman lo desarrollado en la introducción de Chicote y Dalmaroni (2007).
2.-
Al referirse a uno de los formatos comerciales de esta literatura, el pliego
suelto, Diego Catalán señala que: El pliego suelto es el resultado del
descubrimiento, por parte de impresores y libreros, de que el verdadero negocio
de las prensas no estaba (como creyó Gutenberg) en la reproducción de grandes
códices para un público internacional minoritario, sino en la difusión de un
ámbito lingüístico nacional de un sinfín de textos baratos.
Los ciegos
vendedores de pliegos sueltos constituyen el último paso en el esfuerzo de
ampliar más y más las fronteras del mercado de la letra impresa en un esfuerzo
por vendérsela incluso a los no alfabetizados. (1997: I, 311-312)
3.-
Esta actitud contestataria se fue modificando a medida que las masas resolvían
sus problemas de integración, de vivienda y de estabilidad laboral. En los años
posteriores tendieron a constituirse como un conjunto cada vez más homogéneo,
conformista y reformista, producto especialmente de la escolarización que la
volvió permeable a los discursos del Estado.
Se constituyó
una sociedad abierta y móvil disgregada en una multitud de individualidades que
pugnaban por su destino individual, en la cual Leandro Gutiérrez y Luis Alberto
Romero (1995) ven los orígenes del éxito de la doctrina peronista.
4.-
Botrel (1999) señala que este recurso está muy relacionado con la realización
espectacular de la literatura, cercana a la teatralización y más tarde al cine.