CULTURA
Candela se distrae a cada rato.Mientras le cuenta a Lucho, su primito, que en el lago había un pato, por ejemplo, cambia de tema siempre, casi sin darse cuenta. Y terminan hablando de perros o de estrellas… de brujas, toboganes, espejos o burbujas, mentiras y verdades.
Cris, su mamá, trabaja en su mismo colegio. Es la profe de música. ¿Sabían? Y Cande siente celos, sólo un poco, porque donde ella va, la siguen sus alumnos de todas las edades. Y no es que les reparte caramelos, sino que se parece al hada de los cuentos. Tiene magia.
Ahí está. ¿Ven? Es ella. Sin ninguna estridencia, llega al patio: el vestido sencillo, amplio, floreado.
No hay telón, decorado ni escenario, apenas un micrófono en su pie (y los suyos, pequeños, van descalzos).
Hoy se celebra, en este breve acto, la primavera.
La acompaña un enjambre bullicioso de risas y de aplausos. La alegría desborda en los rostros y manos que vuelan hacia ella a regalarle abrazos. El silencio la espera…
Los zapatos se quedan debajo de la silla en la que está sentada. Con los ojos cerrados, inspira, se sonríe. Después, canta.
Candela está celosa, pero un poco, no tanto. Abandona su manta sobre el piso, se levanta con la magia heredada en la mirada y recuerda ese canto. Es la misma canción que le cantaba, en el sillón celeste de su casa o en voz baja (al oído), camino al club, la escuela, el mercado, la plaza.
Y entiende que es un arte que no puede quedarse allí encerrado, aunque, a veces, le cueste.
Entonces, se concentra en la primera estrofa y la comparte. (Sí, dije: Se concentra)
La seño -que es su madre- la presenta:
-Con nosotros…¡Candela!
Le ofrece el estribillo y ella no se lo olvida, ni recurre al lamento, porque no se distrae si se siente querida. Bailan juntas, felices. Los celos se le esfuman por la ventana enorme por la que el sol y el viento visitan su flequillo.
Hasta su nombre asombra, ilumina. A veces su maestra, cuando toma asistencia y la nombra, en lugar de decir ¿vino Candela?, pregunta: ¿Está Chispita?¿Trajo el brillo?
¡Porque es tan, tan inquieta! Y con su luz enciende cada cosa que mira. O que toca.
Como ahora, que acaricia la panza en la que por fin sabe que están sus hermanitos. Sí, dos, serán mellizos. Y ya no se distrae porque vive pensando en baladas de cuna para hacerlos dormir cuando salga la luna.
La música concentra, reúne a los amigos, le da más calma al alma y lo mejor de todo: deshace los hechizos.
Silvia Gabriela Vázquez
La Plata - Sociedad De Escritores Sep.
Fuente: Cultura de la Provincia de Buenos Aires.