“A nadie le escapa que Argentina está
en crisis económica”
Opiniones
Superar la grieta económica,
el desafío por delante
En
este contexto, resulta deseable hacer aportes que contribuyan a la adopción de
un conjunto de medidas que permitan abordar la situación actual y, a su vez,
recuperar un horizonte de crecimiento.
Así como
la "grieta" ha generado divisiones innecesarias en los
argentinos, fomentando el odio y dificultando las construcciones colectivas,
aquí también, en el plano económico, nos equivocamos si creemos que la solución
ideal supone adoptar posturas extremas. Foto: Pixabay
Por Gonzalo Saglione*
A nadie le
escapa que Argentina está en crisis económica, ahí creo que
todos estamos de acuerdo. Las diferencias empiezan a aflorar cuando queremos
conversar sobre las causas, orígenes y políticas necesarias para superarla.
Este escenario
financiero convive con una economía real que no muestra un mejor desempeño,
sino todo lo contrario. Se proyecta, para 2019, una caída del PBI superior al
2% (que se acumula con la caída de 2018). El PBI per cápita en 2019
resultará inferior al del año 2011 (casi una década con retroceso neto, pérdida
de producción). Los datos sobre el nivel de empleo, pobreza,
subutilización de la capacidad instalada, etc., no son más alentadores.
En este
contexto, resulta deseable hacer aportes que contribuyan a la adopción de un
conjunto de medidas que permitan abordar la situación actual y, a su vez,
recuperar un horizonte de crecimiento.
Sería un gran
error creer que una vez superada la difícil coyuntura financiera habremos
solucionado los problemas estructurales de la economía argentina. Muy por el
contrario, estabilizar la economía tan sólo constituye una condición necesaria
para abordar los cambios en las políticas económicas que la llevaron a esta
situación.
Y es aquí donde
me permito utilizar el concepto de “grieta económica”, entendiendo como tal a
las miradas que han prevalecido en la última década respecto del funcionamiento
de la macroeconomía nacional.
Hasta el año
2015 se apostó por un crecimiento que no podía sostenerse en el largo plazo, ya
que sólo estaba apuntalado por el aumento del consumo y del gasto público, pero
sin prestar la debida atención al proceso de Inversiones y de Exportaciones. La
debilidad de este modelo viene dada por la necesaria inflación que trae
consigo, ya que si la demanda de bienes y servicios crece más que la oferta
(dada la falta de inversiones) se generan presiones alcistas sobre los precios
y por la escasez de divisas (las conocidas situaciones de extrangulamiento
externo que periódicamente ha sufrido nuestra economía).
Desde el otro extremo,
los programas de ajuste proponen una reducción en el gasto público, en favor de
un supuesto funcionamiento más aceitado del mercado que promueva incentivos en
favor de una mayor eficiencia de la economía. Una menor intervención estatal
supone una redistribución del ingreso en favor de las clases más adineradas
(con menor propensión marginal a consumir y mayor propensión a atesorar en
moneda extranjera).
Esa pérdida de
ingresos de los sectores más populares impacta en un menor Consumo, lo que
sumado a la caída del Gasto Público empuja la economía a la baja. Eso sólo
puede ser compensado en tanto exista un fuerte proceso inversor (lo que
requiere bajas tasas de interés) o un boom exportador. Cuando recordamos frases
tales como “lluvia de inversiones” o “supermercado del mundo”, podemos concluir
fácilmente que por aquí pasaba la apuesta del modelo implementado desde 2015.
Encontrar la
síntesis y el equilibrio apropiado entre ambas posturas es el gran desafío al
momento de diseñar la política económica para nuestro país, cuya historia no
podemos desconocer porque ordena la toma de decisiones de los actores
económicos (problemas de confianza en la moneda, riesgo bancario, cambios
repentinos de las reglas de juego, etc.). Dicho de otro modo, debemos ser conscientes,
al diseñar políticas económicas, que los argentinos van a tomar decisiones
económicas teniendo esos escenarios como posibles. Desconocer esto supone
partir de un diagnóstico equivocado.
Cómo transitar
un camino intermedio que fortalezca el mercado interno, con capacidad de
consumo de nuestra población, sin comprometer la competitividad exportadora de
nuestra producción y generando incentivos a favor de la inversión, es el gran
interrogante.
El aumento del
consumo será sostenible si viene de la mano de un mayor salario real. El
crecimiento genuino del salario real es aquél que se sustenta en una mayor
productividad. Debemos aspirar a mejorar la productividad de nuestra economía,
tanto en el ámbito del empleo público como privado. La productividad es un
término deseable para la economía, que no debería ser identificada como
específica de un espacio ideológico determinado.
La productividad
es un elemento necesario para fomentar las exportaciones. Sin embargo, también
se requiere, a tal efecto, promover acuerdos comerciales con otros países que
sean favorables para los intereses nacionales. De igual modo, las mejoras de la
infraestructura pública actúan también como un elemento que ayuda a construir
la competitividad de nuestras exportaciones.
Respecto de la
promoción de las inversiones, resulta crucial crear reglas de juego que sean
sostenibles y previsibles en el tiempo (la tan mentada seguridad jurídica), con
un sistema financiero que cumpla su rol de canalizar el ahorro hacia la
inversión.
Así como la “grieta”
ha generado divisiones innecesarias en los argentinos, fomentando el odio y
dificultando las construcciones colectivas, aquí también, en el plano
económico, nos equivocamos si creemos que la solución ideal supone adoptar
posturas extremas. Debemos encontrar un equilibrio apropiado que nos permita
aprovechar las ventajas que supone una economía abierta (tanto en lo comercial
como en lo financiero), sin renunciar a las potestades reguladoras que
necesariamente debe aplicar la política pública.
(*) Ministro
de Economía de la Provincia de Santa Fe
Fuente: Diario Ámbito Financiero, 17 septiembre
2019.