Enganche literario
Desde el córner
Por Ariel
Scher
Imagen: Zluez
Están las
familias que se reúnen los domingos a saborear estofados, están las familias
que confluyen un jueves al mes para jugar dominó y están las familias que se
insultan en la antesala de la Nochebuena y brindan, como si nada, justo a las
doce. Nuestra familia no se diferenciaba demasiado de ninguna de esas familias.
Sólo en el ritual: pateábamos córners. Sí, córners. ¿Qué? ¿Acaso patear córners
significaba ser gente rara? No molesten. Al cabo, ni explotábamos a los
castigados del mundo ni nos emborrachábamos a destiempo. Madres, tías, primos
mayores y menores y otros parientes no mayores ni menores nos juntábamos a
patear córners una vez por año. Y nos sentíamos felices.
Lo raro -si hay
que conceder que algo bordeaba lo raro- radicaba en el motivo por el que
pateábamos corners una vez por año.
Lo hacíamos para
leer mejor.
Lo hacíamos cada
2 de octubre desde que el 2 de octubre de 1924 un muchacho llamado Cesáreo
Onzari demostró que los genios de la geometría se habían confundido y que los
cráneos de la pelota no comprendían lo suficiente. En la cancha del Sportivo
Barracas y en un Argentina-Uruguay al que le tocarían muchos destinos pero no
el olvido, consiguió lo imposible y lo que nadie: metió el primer gol de córner
de la historia. Metió ese gol y, como los uruguayos venían de consagrarse
campeones olímpicos, al gol de córner que contribuyó a que los argentinos
vencieran por 2 a 1 se lo bautizó gol olímpico. A partir de entonces, el fútbol
no fue el mismo. Y nuestra familia, tampoco.
Toda familia
cobija trazos más o menos sombríos. En la nuestra, de tanto en tanto, antiguos
cuñados de fe tibia no creían que patear córners para homenajear a un córner
mítico desembocara en que leyéramos mejor. Se equivocaban y, por fortuna,
vivían las abuelas para disiparles esas cavilaciones erradas. ¿Qué argumentaban
las abuelas? Que a ese gol y a ese jugador haciendo ese gol los habían visto
apenas los afortunados que entraron al estadio aquel día; y que para el resto
de la humanidad, se trataba de un gol que se escribió y que se leyó.
Conclusión de
las abuelas, conclusión de la familia, conclusión que, por evidente, no
habilitaba otra conclusión: ese gol y ese jugador eran pura y plena literatura.
Literatura como
la que desandó José Portogalo, narrador de los buenos, cronista impecable, en
Buenos Aires, tango y literatura: "Todavía se reúnen los parroquianos de
los contornos. Recuerdan el gol olímpico de Cesáreo Onzari, discuten sobre el
Mundial de Chile y se agrandan o se achican los valores futbolísticos".
A través de
muchos 2 de octubre, una tía veterana lagrimeó con cada palabra bellísima que
los diarios dedicaron a rememorar el gol olímpico. Ella pateaba muy bien los
córners, desde la derecha y con su torneadísima pierna izquierda, y es probable
que hayan sido sus brazos los que trajeran el ejemplar de Sobre héroes y
tumbas, de Ernesto Sabato, en el que la relevancia de Onzari se cristalizaba en
las colecciones de figuritas:
"—Muéstrele,
Bebe —repitió ella, seriamente, sin dejar de mirar su bastidor, en esa forma
mecánica que usan las madres para dar indicaciones a sus hijos mientras están
absortas en tareas importantes del hogar. El Bebe se puso a mi lado y me mostró
su tesoro. —¿Lo tenés a Onzari? —le pregunté. Se daban hasta seis o siete
Bidoglio por un Onzari. —Claro que sí —me dijo, y lo buscó. Después de
mostrármelo, me admiró poniendo en el suelo equipos completos muy difíciles,
como el de los escoceses".
Ahí estaba,
refulgente, Onzari. Y si los antiguos cuñados se convencían pero los nuevos
cuñados dudaban, la hermana de la tía veterana, una dama de rodillas chuecas y
córners de novela, desplegaba una carta inempatable. "¿Te acordás de
Jacinta Pichimahuida?". Recontrafamosa maestra televisiva, no había
resquicio para que ni siquiera el cuñado menos lúcido de nuestra o de otra
familia la desconociera. Entonces, la hermana de la tía veterana consumaba:
"A Jacinta Pichimahuida la imaginó Abel Santa Cruz, autor de teleteatros
populares y periodista deportivo en su juventud. ¿Adivinen de quién habló en
Cuentos de Jacinta Pichimahuida?". Y leía: "Y los héroes de Buenos Aires:
Bidoglio, Ochoa, el gaucho González, Isusi, Onzari, Calomino".
La hermana de la
tía veterana se enorgullecía de su marido, animador central de cada cumbre
familiar. Pateador digno de una Primera División más que de un encuentro de
parentela, ese hombre despreciaba a cuñados antiguos y nuevos y lanzaba todos
sus córners recitando con el alma y con sus tobillos de pateador exquisito:
"Onzari la llevaba corta y presa./ Salía Huracán y aquello era un
galope". Primas de ansiedad excesiva aseguraba que su caso testimoniaba que
patear córners conducía a leer mejor y, encima, a escribir fenómeno. Les
notábamos cierto desencanto cuando les revelábamos que esos versos no habían
nacido de la inspiración del marido de la hermana de la tía veterana sino de la
de Julián Centeya, poeta, tanguero, perceptivo de las magias de la camiseta de
Huracán que Onzari vistió a lo grande y como wing izquierdo.
Gracias a Onzari
y a la literatura que generaba, todos nos volvimos todos lectores de tangos. Y
no sólo porque Mariano García y Francisco Rofrano compusieron uno titulado,
directamente, Onzari, que acompasaba, de fondo, muchos de los córners que
pateaban las parientas más viejas, nostálgicas de sus noches de danza, durante
cada 2 de octubre. Además, los jóvenes nos deleitábamos con Largue esa mujica,
el extraordinario ejercicio en lunfardo que Juan Faustino Sarcione había
enhebrado con los apellidos de las luminarias de la cancha: "Lo Onzari que
Battilana/ si ha Serrato la Manchini,/ que si usted Reccanatini/ tal vez
Stabile mejor".
Todas las ceremonias
empiezan y todas las ceremonias terminan. Incluida una tan noble como la que
convocaba a nuestra familia. Por lo tanto, en algún momento cesaban los corners
y, como testimonio de que habíamos aprendido a leer mejor, un sobrino de los
más chicos carraspeaba con los labios apuntando hacia una página de Eduardo
Galeano y compartía un fragmento de El fútbol a sol y sombra: "Por
homenaje o ironía, aquella rareza se llamó gol olímpico. Y todavía se llama
así, las pocas veces que ocurre. Onzari pasó todo el resto de su vida jurando
que no había sido casualidad. Y aunque han transcurrido muchos años, la
desconfianza continúa: cada vez que un tiro de esquina sacude la red sin
intermediarios, el público celebra el gol con una ovación, pero no se lo cree".
Al acabar esa
lectura, nos abrazábamos con una pelota en cada pie y un libro en cada mano y
nos comprometíamos a vernos el 2 de octubre siguiente.
-Los espero en
el córner-, nos recordábamos unos a otros.
Después,
partíamos hasta el año próximo, olímpicamente felices, listos para leer mejor
Fuente: Diario Página 12 / Enganche Literario / Desde
el córner / Ariel Scher / 01
de septiembre de 2018. https://www.pagina12.com.ar/139112-desde-el-corner