CONTRATAPA
Las benévolas
Por Federico
Pavlovsky
Escritores como
Amat-Piniella, Primo Levi, Jorge Semprún, Imre Kertész, Elie Wiesel y
Paul Steinberg, entre otros, nos han posibilitado conocer el testimonio de las
víctimas del Holocausto a través de producciones en calidad de sobrevivientes.
Por su parte, Las benévolas, novela de Jonathan Littell (2006), compacta las
memorias de un oficial de las SS, Maximilian Aue, un “hombre común” que relata
su participación en esa tragedia en primera persona, con la singularidad y
potencia que la fuente del relato es la voz del verdugo. En las primeras
páginas, el protagonista es contundente en relación a su rol: “Lo que hice, lo hice
con pleno conocimiento de causa, convencido de que era mi deber y de que era
necesario hacerlo, por desagradable y triste que fuera”. Se describe a sí mismo
como el último eslabón de una larga cadena e igual de culpable que tantos otros
en las acciones de exterminio: la enfermera que desnudaba y calmaba a los
seleccionados, el médico que formuló el diagnóstico, el operario que abrió la
llave de gas, el guardia que custodiaba el procedimiento. ¿Quién es culpable?,
se pregunta el narrador. El protagonista interpela a los lectores y les arroja
la sentencia: “yo hice lo que ustedes también hubiesen hecho en esa situación,
la inmensa mayoría hubiese cumplido las órdenes”. El personaje de Max Aue es un
ser convencido de que existen categorías de seres humanos que es legítimo
eliminar, no por lo que hayan hecho ni vayan a hacer, ni siquiera por lo que
hayan pensado, sino por lo que son. Razas que deben ser arrancadas de raíz.
Subespecies que es necesario combatir con la misma radicalidad que a los
bacilos de la tuberculosis. El oficial SS afirma que no existía la posibilidad
“de caer en la tentación de ser humanos”. “Una tarea tremenda y necesaria”,
repite una y otra vez Aue. Cuando da cuenta de sus compañeros de matanza, es
linealmente claro: algunos psicópatas, algunos oportunistas, algún que otro
sádico, pero una gran mayoría de “hombres buenos, honrados e íntegros, que
deseaban sinceramente el bien de su pueblo”. Los que golpeaban y mataban
hileras interminables de judíos eran padres de familia y antiguos oficinistas
de bajo rango, agentes de seguros, transportistas. Los altos mandos, antes de
la guerra, eran respetables abogados, profesores universitarios y doctores de
distinto tipo, muchos de ellos lectores empedernidos y amantes de la música
clásica. En las memorias surge una observación de un posible mecanismo
psicológico de algunos de los asesinos. El autor encuentra casos de una
inaudita brutalidad y señala que justamente en esos verdugos, incluso más
crueles que los demás, parasitaba en su conciencia una “monstruosa compasión”
que, paradójicamente, potenciaba una rabia sin límites.
La maquinaria
era tan refinada que la iniciativa personal de los verdugos, la eliminación de
judíos en ausencia de una orden directa, estaba penada con arresto por
“insubordinación”. Las tropas que llevaban a cabo operaciones masivas
experimentaban tantos problemas psicológicos que fue una de las razones por las
que se consideró necesario “profesionalizar”, “industrializar” las acciones de
aniquilación. Aue detalla que médicos de las SS, entre los cuales estaba
Mengele, se tomaban “de uno a tres segundos” en la rampa de entrada al campo de
exterminio, para seleccionar si un prisionero recién llegado debía morir en ese
mismo momento.
Littell,
escritor norteamericano que se crio en Francia, es investigador y
documentalista y ha dedicado parte de su vida al estudio de conflictos bélicos
en Chechenia, Uganda y Siria. Un eje central en su obra ficcional y
periodística es explorar el marco ideológico-político-filosófico en donde los hombres
comunes toman decisiones, incluso extremas, pero amparados por una lógica
sistematizada. Las benévolas, aunque escandalosamente bien documentada, no es
un libro de historia sino una novela que alude a la condición humana y a la
denuncia de aquellos crímenes perpetrados como estrategia de Estado. Lejos de
ser una ficción caprichosa o banal, es un recorrido exhaustivo por los
mecanismos del mal. Las ejecuciones de los Eisantzgruppen (grupos operativos)
en el este, la demente batalla de Stalingrado, los continuos trenes que
terminaban su recorrido en Auschwitz, la presencia impertérrita de
Eichmann, son imágenes retratadas con una perfección escalofriante. Littell
escogió la voz del verdugo, que está más allá de toda culpa o remordimiento, y
el resultado es una obra enorme en su contenido y extensión. El lector tiene
acceso a escenas y contextos con una perspectiva hasta aquí no explorada. O,
por lo menos, no desde semejante detalle y profundidad.
En una de las
escenas finales de la obra, con la guerra irremediablemente perdida, en el
último concierto de la filarmónica, unos “Hitlerjudeng” (Juventud hitleriana)
con uniforme reparten cápsulas de cianuro a todos los espectadores. En
las calles de Berlín, niños de 16 años, soldados extenuados de la Wehrmacht y
civiles recién llamados a las filas eran colgados de árboles y puentes con el
mismo cartel en todos los casos: “Estoy aquí por haber abandonado mi puesto sin
que me lo ordenasen”.
Las benévolas
desde su edición ha tenido una notable repercusión, ganó en Francia el Premio
Gouncourt y Nouvel Observateur la llamó “La Guerra y Paz actual”. Littell
generó todo un debate en la propia Alemania y entre muchos de los que se oponen
a hacer ficción sobre el Holocausto. La novela fue traducida a veinte idiomas,
adaptada al teatro en España y en los próximos días se estrenará en Buenos
Aires, con la dirección de Laura Yusem, en el Teatro Nacional Cervantes. Para
Yusem trabajar con la voz de un verdugo no es algo nuevo desde el punto de
vista dramático. Hace dos décadas dirigió el texto de Tato Pavlovsky Paso de
Dos, donde un torturador realiza un monólogo acerca de los cuerpos, del amor,
de la vida y de la tortura.
Fuente: Diario Página 12 /
Contratapa / Las benévolas / Federico Pavlovsky / 24 de
septiembre de 2018. https://www.pagina12.com.ar/144163-las-benevolas