PUBLICACIÓN
Belgrano traductor de Washington
Por Ernesto Martinchuk
Pocos días antes de la Batalla
de Salta (20-2-1813), Manuel Belgrano traduce la
despedida del héroe norteamericano Jorge Washington, que nos dejaba
lecciones sobre uno de los máximos peligros que acechaban a las naciones y
tiene vigencia a pesar de los 210 años transcurridos:
“El espíritu de partido trabaja
constantemente en confundir los consejos públicos y debilitar la administración
pública. Agita a la comunidad con celos infundados y alarmas falsas; excita la
animosidad de unos contra otros y da motivos para los tumultos e
insurrecciones. Abre el camino a la corrupción y al influjo extranjero, que
hallan fácilmente su entrada hasta el mismo gobierno por los canales de las
pasiones de los facciosos. Así es que la política y la voluntad de un país se
ven sujetas a la política y a la voluntad de otros”.
Antecedentes
Uno de los documentos fundamentales de la historia de los
Estados Unidos de Norte América es el Farewel Address, el mensaje o
discurso de despedida, el adiós, dirigido por Jorge Washington al
hacer entrega del poder a su sucesor John Adams. Washington acaba
de cumplir su segundo período presidencial después de haber encabezado los
ejércitos libertadores de su Patria y haber sido uno de sus organizadores
constitucionales.
Fatigado de la vida pública y sintiendo
que sus fuerzas comenzaban a flaquear, había resuelto retirarse a la vida
privada, pero antes de hacerlo tuvo la necesidad de hablar a su pueblo, dejar
un documento de despedida, una especie de testamento político, las
conclusiones de su experiencia y el mensaje de sus convicciones democráticas.
El Farewell Address fue
publicado en los Estados Unidos el 17 de septiembre de 1796. Recién
en el año 1805 el Dr. Manuel Belgrano lo conoció. El
norteamericano David Curtis de Forest, pintoresco amigo suyo que
luego de la Revolución de Mayo habría de hacerse argentino, se lo hizo conocer.
La lectura del adiós entusiasmó a
Belgrano, y desde el
primer momento pensó que ese documento debía ser conocido por todos los
americanos. ¿Pero cómo difundirlo, cómo hacerlo llegar a los pueblos? No
bastaba con traducirlo era necesario imprimirlo en gran cantidad de ejemplares
para poder distribuirlos, pero la falta de fondos y la carencia de imprenta
como también la severísima vigilancia ejercida por las autoridades españolas en
torno a cualquier clase de publicaciones y muy especialmente a la literatura
política era considerada subversiva. La sola lectura de la
constitución de los Estados Unidos estaba prohibida en todas las colonias
españolas.
Estas dificultades desanimaron a Belgrano y
se limitó a hablar del documento con sus amigos para hacerlo conocer a
los pocos que sabían inglés. Los acontecimientos vividos en el país lo
distrajeron momentáneamente del asunto.
Producida la Revolución de Mayo,
el Dr. Manuel Belgrano, por imperiosas necesidades del
momento, es convertido de la noche a la mañana en militar para
conducir las menguadas y desorganizadas unidades para marchar hacia el
Paraguay.
Durante el desarrollo de la campaña
vuelve a su pensamiento el viejo proyecto de hacer conocer a los pueblos el
adiós de Washington. Él lo juzga un excelente instrumento para la preparación
política de las gentes y sin pérdida de tiempo inicia la tarea de su
traducción. Está a punto de darle fin en su tienda de campaña la noche antes de
la Batalla de Tacuarí. Pero al día siguiente, cercado por el
enemigo, temeroso de una derrota que hiciera caer en mano de los realistas
algunas cartas comprometedoras de sus agentes patriotas en Asunción, ordena a
su edecán que queme todos sus papeles antes de entrar en batalla.
La traducción del Address, la primera, se perdió así en
aquel prudente auto de fe. Pero Belgrano no era hombre de abandonar un
proyecto. Ahora que el poder estaba en manos de los patriotas, y no había
tiranía que impidiera la difusión en América de la literatura política
necesaria a los intereses de la Revolución, no iba a dejar de realizar su viejo
sueño. Cuando de vuelta en Buenos Aires, se le ordena partir de nuevo para
hacerse cargo de la jefatura del Ejército del Norte, el proyecto vuelve a
bullir en su cabeza.
El 2 de febrero de 1813 a orillas
del Río Pasaje, da término a la segunda traducción del adiós. El
gobierno de la Revolución autorizó su publicación y bajo sus auspicios se
hicieron miles de ejemplares para ser distribuidos en toda América.
Uno de esos ejemplares –el único del que hay noticias- se
halla en la biblioteca del Parlamento en Washington. Es la
única traducción al español del documento dado como testamento político del
primer presidente de los Estados Unidos.
Existe una fascinación especial en
especular en los pasajes que Belgrano sintió tan hondamente
que escribió “paisanos míos… a cuantos piensen en la felicidad
de la América…”, exhortándolos a que leyeran y reflexionaran en el
consejo de “ese gran hombre… que se había dedicado de todo corazón a la
libertad y felicidad de su patria… para que transmitiera esas ideas a sus
hijos… si les tocaba la suerte de trabajar por la libertad de América”.
Él compartía el anhelo, apasionado de Washington por la
unidad. Comprendían ambos que las rencillas entre los estados, o provincias,
debían evitarse a fin de que sus países pudieran ser suficientemente fuertes
para mantenerse por sí libres e independientes. “También os es apreciable en
el día de la unidad de gobierno, que os constituye una nación”, escribió
Washington (para seguir haciendo uso de la versión de Belgrano). “y á la
verdad justamente la apreciáis; pues es la columna principal del edificio de
vuestra verdadera independencia, el apoyo de vuestra tranquilidad interior, de
vuestra seguridad, de vuestra prosperidad y de esa misma Libertad que tanto
amáis”. Añadió luego: “Pero como es fácil prever, que por diferentes
motivos… se trabaje con mucho empeño… para debilitar, en vuestro concepto, el
convencimiento de esta verdad: siendo este el punto de vuestro baluarte
político contra el cual se han de dirigir con más constancia y actividad las
baterías de los enemigos interiores y exteriores (aunque muchas veces oculta e
insidiosamente…”
Tanto Belgrano como Washington percibieron
el ominoso augurio de disensiones internas y su peligro inminente. Su propio
país, no liberado todavía, estaba dividido en facciones en las distintas
provincias. Felizmente para él, no vivió lo suficiente para experimentar en
carne propia los años de las luchas intestinas. Washington también,
se libró del horror de la guerra civil.
En su “Introducción” Belgrano dice
de Washington: “Hablo con cuantos tenemos, y con cuantos puedan
tener la gloria de llamarse americanos, ahora, y mientras el globo no tuviese
otra variación”. En las palabras de Washington: “El nombre de los americanos
que nos pertenece… siempre debe excitar un justo orgullo patriótico, más que
cualquier otro nombre, que derive de los lugares en que habéis nacido”. No
meramente virginianos, ni neoyorquinos, ni nombres de Pensilvania. Juntos
habéis peleado y triunfado por una causa común: la independencia y la libertad
que peséis”, recuerda Washington, “es la hora de vuestros consejos, de
los peligros, de los sufrimientos y de las ventajas comunes, que en Unión
habéis conseguido”.
El documento es extenso. Abarca el
prodigioso campo de la defensa, el comercio, las finanzas y los problemas
internos, sin dejar de analizar su política exterior. Es importante destacar el
complicado escenario internacional de fines del siglo XVIII y la indigencia
económica de las débiles Trece Colonias. Europa se debatía en el tumulto
mientras Francia e Inglaterra estaban en guerra y en el continente
norteamericano restaban las posesiones de las potencias europeas, como Francia, Inglaterra y España.
“No puede haber error mayor –decía Washington- que esperar o contar
con favores verdaderos de nación a nación. Es una ilusión, que la experiencia
de curar, que justo orgullo debe arrojar”.
Consciente de la generosidad de Belgrano
hacia la instrucción pública y su honda fe religiosa este pasaje debe haber
toda una fibra íntima en el corazón de este patriota: “Promoved, pues, como
un objeto de gran importancia, las instituciones para que se difundan los
conocimientos. Es esencial –escribió Washington- que la
opinión pública se ilustre en proporción de la fuerza que adquiere por la forma
de gobierno” y “la religión y la moral son apoyos indispensables de
todas las disposiciones y hábitos que conducen á la prosperidad pública. En
vano reclamaría el título de patriota el que intentase derribar estas grandes
columnas de la felicidad humana…”
“Cuando os ofrezco paisanos míos –expresó
en su mensaje- estos consejos de un viejo y apasionado amigo, no me atrevo á
esperar que hagan una impresión tan duradera como quisiera, ni que tengan el
curso común de las pasiones, ó impidan que nuestra nación experimente el
destino que han tenido hasta aquí las demás naciones, pero sí puedo solamente
lisonjearme… que alguna vez contribuyan á moderar la furia del espíritu del
partido, á cautelaros contra los males de la intriga extranjera, y preservaros
de las imposturas del patriotismo fingido…”
Decía Belgrano en la
Introducción del documento: “Un conjunto de sucesos que no estaban al
alcance nuestro, pues vivíamos sabiendo únicamente lo que nuestros tiranos
querían que supiésemos, nos trajo la época deseada, y por una confianza que no
merecía, mis conciudadanos me llamaron a ser uno de los individuos del gobierno
de Buenos Aires, que sucedió a la tiranía”.
Hubiera sido interesante compararlo con
el proyecto corregido, del que Belgrano escribe: “Para executarla con más
prontitud me he valido del americano Dr. Joseph Redhead, -su
médico personal- que se ha tomado la molestia de traducirla
literalmente y explicarme algunos conceptos…”
No debemos olvidar jamás “La gloria
de llamarse americanos”, hoy resuena con renovada promesa por encima del
clamor de un mundo angustiado.
Fuente
El Desafío, viernes 10 de febrero de 2023.
https://eldesafiosemanario.blogspot.com/2023/02/belgrano-traductor-de-washington.html?m=1