viernes, 14 de diciembre de 2018

Nadie debería tener que elegir entre comer o leer

CULTURA Y ESPETÁCULO
14 de diciembre de 2018
La industria editorial, en alerta por el derrumbe del sector
“Nadie debería tener que elegir entre comer o leer”
Desde las 17, escritores, libreros, editores, periodistas culturales, traductores e ilustradores pondrán el cuerpo a una suelta de libros, mesas de debate, música y una lectura colectiva de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
Por Silvina Friera
“Los escritores ven muy lejos la posibilidad de cobrar sus regalías”, dice María Inés Krimer.
El libro no es un lujo. Ni lo será. Pero la estrepitosa caída del salario lo está transformando en un bien inaccesible para la mayoría de la población argentina. Se viene el Librazo, hoy a las 17 en la Plaza de los Dos Congresos, el principio de una resistencia, de un plan de lucha de los trabajadores de la industria del libro –escritores, libreros, editores, periodistas culturales, traductores e ilustradores– que combina suelta de libros, mesas de debate, lecturas y música. Liliana Heker, Horacio Convertini, Jorge Consiglio, Mariano Quirós, Julián López, Débora Mundani, Ricardo Romero, Virginia Feinmann y Pía Bouzas, entre tantos otros, participarán de una lectura colectiva de Fahrenheit 451, la excepcional novela distópica del escritor estadounidense Ray Bradbury que presenta una sociedad del futuro donde los libros están prohibidos. En la mesa de debate participarán el escritor y editor Damián Ríos, el escritor Marcelo Guerrieri y el librero de Caburé, Luciano Guiñazú. Lxs Trabajadorxs de la Palabra, un nuevo colectivo que organiza esta movida para visibilizar los problemas que atraviesa el sector, piden el tratamiento efectivo de la Ley del Libro, políticas activas para la actividad editorial, cuestionan el vaciamiento de la cultura y la educación y rechazan el ajuste, el endeudamiento y la represión.
“Ninguna crisis nace por generación espontánea”, dice la escritora Débora Mundani a PáginaI12. “Si hay crisis es porque están vigentes una serie de medidas económicas que, de una manera u otra, jaquean a la industria del libro y a todos los trabajadores que formamos parte de ella: dolarización del precio del papel, apertura indiscriminada de las importaciones de libros, inflación, recesión, aumento de tarifas, recorte en el subsidio a las Bibliotecas Populares, retención del 12 por ciento a las exportaciones de los libros. En este momento, no hay una sola medida que proteja al sector y sus trabajadores porque, al igual que en otros sectores de la economía, se optó por el camino de la desregulación en pos de un mercado salvaje, para quienes el libro y la lectura, como espacio de construcción de identidades, ocupan un lugar insignificante. Y esto es un tipo de política pública”. El escritor y editor Ricardo Romero advierte que hay una crisis general que atraviesa a toda la sociedad argentina, una crisis que aclara “viene precarizando todo en todos los sectores”. “El mundo del libro, como una parte central del mundo cultural, sufre esta crisis también, pero a esto se suma la ausencia total de políticas de protección y apoyo a la industria. Lo más grave es que esta ausencia de políticas no solo precariza al sector desde lo económico, sino también desde lo simbólico. Transformar el Ministerio de Cultura en Secretaría es un claro ejemplo de esta devaluación”, señala el editor de Ediciones Gárgola y de la colección “Negro Absoluto”.
Diego Ardiles, autor de Walsh en presente y editor de Indómita luz, editorial que integra la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), precisa que las consecuencias del deterioro y precarización que está sufriendo la industria editorial ya se está viendo en el “achicamiento de planes editoriales, que abarca a editoriales emergentes, medianas e incluso grandes”. “A la vez se vuelven conservadores porque nadie se anima a apostar por los autores inéditos ya que en un contexto de caída del consumo y aumento de costos, una inversión en un autor desconocido es de alto riesgo”, agrega Ardiles. “Por otro lado les está costando mucho a las librerías sostenerse y han cerrado muchas, algunas históricas, porque la caída del salario afecta las ventas en una sociedad para la cual el libro es un lujo. La precarización existe hace años, las relaciones de producción de la industria del libro son más cercanas a la de la economía informal”. 
María Inés Krimer, autora de Noxa, Sangre Kosher y La inauguración, entre otras novelas, reconoce que la industria cultural está viviendo su peor momento. “El cóctel de la caída de la demanda y el aumento indiscriminado de las importaciones es un golpe duro para todos los trabajadores que integran el sector editorial y, en especial, para la supervivencia de las editoriales pequeñas y medianas. Si es duro para el sector, es letal para los escritores, que ven sus posibilidades de cobrar sus regalías o de ser editados cada vez más lejanas”.
Lxs trabajadores de la palabra afirman en el documento que leerán en la Plaza de los Dos Congresos que la industria del libro mueve 700 millones de dólares al año, y que hay miles de puestos de trabajo en juego de forma directa o indirecta. “La verdad es que no sabría decir cuántos puestos de trabajo se han perdido, se hace difícil calcular en una industria en donde hay tanto freelancismo y tanto trabajo irregular”, plantea Romero. “Muchas librerías cerraron o están por cerrar, dentro de la producción en las editoriales se han recortado gastos, sobre todo las tercerizaciones, y los planes editoriales se acortaron drásticamente. Lo que puedo decir es que hace dos años recibía dos o tres currículums por mes de gente que egresaba de alguna carrera relacionada con la edición o las letras, y que hoy recibo muchos más, por lo menos diez, y no necesariamente de gente que recién empieza sino de gente con mucha experiencia en el sector”. Ardiles recuerda que el Estado actual “degradó la gestión de la cultura de un Ministerio a una Secretaría; no hay mucho más para decir”. El escritor y editor de Indómita Luz reflexiona sobre las consecuencias de esta degradación. “El libro, que debería ser un derecho humano y que es una herramienta fundamental, sobre todo para los sectores populares, es inaccesible para ellos. Hay una idea en la sociedad, que tiene que ver con el neoliberalismo y que refleja muy bien esta gestión: el libro es un lujo, un bien suntuario: ‘Lo justo es que el que pueda pagar lea, si no váyanse a Cuba’”. Para democratizar el libro, Ardiles propone que el Estado debería tener una doble función: promover y facilitar los libros y regular la industria. “No creo que esté en los planes ni del gobierno, ni del FMI que determina adónde debe poner la plata el Estado. Por otro lado, se reconoce en Mauricio Macri a una persona muy reñida con la lectura”.
“No hay una sola medida que proteja al sector y sus trabajadores”, dice Débora Mundani.
Las escritoras y escritores son los actores más precarizados de la cadena del libro. “Uno de los debates clave que desde la Unión de Escritoras y Escritores venimos dando es la creación del Instituto del Libro con el propósito de que no solo exista una Ley que legisle la industria editorial, sino que proteja y garantice los derechos de los trabajadores. Las escritoras y los escritores somos actores fundamentales de esta industria. Sin autores no hay contenidos. Por lo tanto, es indispensable incorporar a la cadena del libro el proceso creativo”, explica Mundani. Hay un proyecto que presentará el diputado del Frente para la Victoria, Daniel Filmus, en el que se creará el Instituto Nacional del Libro Argentino. El diputado envió el borrador de la propuesta a la Unión de Escritoras y Escritores. “Creemos que para que ciertas actividades culturales sobrevivan, como el teatro, el cine o la música, es necesario una política estatal de fomento, y, en ese orden de cosas, apoyamos en líneas generales el proyecto del Instituto”, subraya Krimer. “Nuestra objeción fundamental es la ausencia de la figura del escritor, que aparece solo en artículos aislados. La Unión se manifestó por la elección democrática de los representantes de los autores, así como la del Directorio del Instituto y solicitó que se garantice su autarquía financiera. Confiamos en ser escuchados y expresamos nuestra intención de intervenir en los debates parlamentarios”, anticipa Krimer y revela que las perspectivas para 2019 son aún peores. “La caída del salario afectó durante todo este año las ventas de libros y significó el cierre de muchas librerías. Toda la cadena está precarizada, desde los correctores hasta los autores, pasando por el diseño, la diagramación, la impresión y la venta. A esta situación se suma el cierre de los espacios culturales, que funcionaron históricamente como promotores de la lectura. Sabemos que esta precarización no es sólo nuestra, sino la de todos los trabajadores. De no revertir el Estado sus políticas culturales, esta crisis se agudizará”.
Mundani dice que las medidas que ha adoptado el gobierno en materia cultural “ponen en crisis no solo la bibliodiversidad sino la diversidad de todas las expresiones artísticas”. “Lo interesante es pensar cómo históricamente frente a estos procesos de serialización berreta de productos culturales surgen proyectos que, desde la periferia, disputan nuevas prácticas de sentido. Un ejemplo es el florecimiento editorial post 2001. Otro, más cercano, el colectivo de Trabajadorxs de la palabra y la Unión de escritoras. Que estemos trabajando y pensando juntos formas de resistencia es un gran paso”, augura la autora de La convención, El río y Batán, entre otras novelas. Romero reflexiona sobre el rol que tendría que tener el Estado. “Los programas de lectura son fundamentales para la industria. No solo por la compra de libros, que es un gran beneficio, pero cortoplacista, sino por el valor cultural y simbólico del libro. Porque no se trata de llenar bibliotecas de libros. Se trata de llenar bibliotecas de gente que quiera leer esos libros que están ahí. La crisis se sentiría menos con algunas políticas que intentaran desarticular la idea de que el libro es un lujo. Un libro no es un lujo, ni monetario ni intelectual. Es una herramienta esencial para construir identidad”, subraya el autor de Historia de Roque Rey y La habitación del presidente.
“Lo principal es visibilizar la crisis ante otro actor fundamental para la cultura del libro: el lector”, propone Ardiles. “Muchos no saben que el campo editorial representa una industria que mueve 700 millones de dólares al año. Industria con una cadena productiva como cualquier otra, con infinidad de trabajadores. Esto trae de la mano reivindicar el rol de los escritores como trabajadores. Es una discusión hacia adentro también, para salir de lo coyuntural y agruparnos sobre lo sectorial. Nosotros planteamos no caer en la falsa contradicción entre lo urgente y lo necesario, eso es vital para que no se deslegitime nuestra lucha en un contexto donde todos los días el pueblo recibe golpes durísimos. Hay que instalar en el discurso público la certeza de que el libro y la formación lectora son una herramienta revolucionaria, de liberación, necesaria. Nadie debería tener que elegir entre comer o leer”.