HISTORIA
EL IMPERIALISMO FRANCÉS EN ACCIÓN:
EL BLOQUEO A BUENOS
AIRES EN 1838
Por Osvaldo Damián Cardozo
En 1830 la burguesía francesa derrocó al absolutista rey borbón Carlos X
y en su lugar proclamó al liberal duque Luis Felipe de Orleáns. Nostálgicos del
orgulloso pasado napoleónico, el nuevo rey y su gabinete de ávidos empresarios
se embarcaron en una campaña imperialista con el propósito de resucitar el
viejo poderío de Francia conquistando territorios y abriendo nuevos mercados
fuera de Europa. Fue así que se lanzaron sobre Argelia, en el norte de África,
llevando luego su agresión al continente americano. Pero Luis Felipe sufrió un
duro golpe a su orgullo imperialista cuando en 1834 el presidente Andrew
Jackson de Estados Unidos embargó propiedades francesas para cobrar una enorme
deuda que existía desde la época de Napoleón Bonaparte. «Luis Felipe —dice José
María Rosa— debió tragarse la afrenta y pagar franco sobre franco, porque los
Estados Unidos tenían bastantes buques de guerra, y una guerra contra ellos
debería meditarse dos veces.»
Para conjurar la humillación sufrida en el norte, en el mismo año de
1834, Francia celebró un tratado de alianza, amistad y comercio con la
Confederación peruano-boliviana del mariscal Andrés de Santa Cruz, quien
alentaba sus propios deseos expansionistas a costa de sus vecinos en el sur de
América. El “Protector” andino supo explotar las rivalidades en el Chile de
Diego Portales como en la Argentina de Juan Manuel de Rosas, apoyando con armas
y dinero a los enemigos “pipiolos” (liberales chilenos) y unitarios
rioplatenses.
«En noviembre de 1836 —continúa Rosa— Chile había declarado la guerra a
las Estados del Perú; en febrero de 1837 la Confederación Argentina cerraba las
fronteras de Bolivia. En ambos países se preparaban los ejércitos que habrían
de llevar la guerra al mariscal Santa Cruz.
[Louis Mathieu] Mole, primer ministro francés en 1837, se pone en
comunicación con el Protector de la Confederación Perú-boliviana en junio para
bloquear los puertos de Chile; y simultáneamente —7 de julio— ordena al
vicecónsul en Buenos Aires, a cargo del consulado —Aimé Roger—, no obstante, no
tener jerarquía diplomática, que presentase algunas reclamaciones […] para
"cuidar la dignidad y los intereses de Francia". En caso de no
allanarse el gobierno argentino, "se dirigiese al comandante de la
estación de servicio en Río de Janeiro, contralmirante [Louis] Leblanc, para
pedir una fuerza naval frente a Buenos Aires". Se le anunciaba por la
misma nota que el ministerio de Marina y Colonias había dado órdenes al
contralmirante en el mismo sentido.» Era evidente que la estratagema francesa
consistía en encontrar cualquier excusa para iniciar un conflicto con la
Confederación Argentina y con Chile para hacer una demostración de fuerza y
proteger a su aliado Santa Cruz, cuya política «estaba afianzada —afirma Luis
Alen Lascano— en concesiones comerciales a Francia y en apoyar
desmembramientos argentinos. En 1831 los restos del ejército unitario de
Lamadrid habían encontrado protección en Bolivia, y el salteño Facundo Zuviría
escribió a Santa Cruz el 19 de diciembre, ofreciendo su provincia: "Todo
se ha tentado infructuosamente, y ya no queda a aquella Provincia otro destino
que el de ponerse bajo la protección de Bolivia o sepultarse bajo sus
ruinas".
Estos antecedentes hicieron temer que la autonomía jujeña constituyera
otro acto promovido desde Bolivia, y Quiroga e Ibarra, al conocer el asesinato
de Latorre, anticiparon en febrero de 1835 su oposición categórica a
"toda idea relativa a la desmembración de la más pequeña parte del
territorio de la República". De ahí que Rosas se afanara en exigir buenos
federales, insospechados, en los gobiernos de Salta y Jujuy. Ahora Chile
terciaba contra Bolivia en pos del dominio del Pacífico, y por inspiración del
omnipotente ministro Diego Portales, declaraba la guerra el 11 de noviembre de 1836,
mientras buscaba la solidaridad argentina.
El 13 de febrero de 1837 Rosas cortaba toda comunicación con el gobierno
de Santa Cruz, y mientras exaltaba el espíritu patriótico de los pueblos del
norte, el 16 de mayo designaba al general Alejandro Heredia como "Jefe
del Ejército Confederado de Operaciones". El 19 declaraba la guerra
justificada en un extenso manifiesto. Después de recibir abundantes pruebas
de la connivencia unitaria con Santa Cruz, enviadas por Portales, Rosas dejó
sellada la beligerancia argentino-chilena, aunque advirtiendo que sus
operaciones no se dirigían contra el pueblo hermano, sino "contra el
Tirano General Santa Cruz”.»
Continuamos con José María Rosa: «Conforme a las instrucciones de Mole
—que llevaban fecha 6 de julio, el día anterior a las enviadas a Roger— el
ministerio de Marina francés ordenaba al contralmirante Leblanc que
"apoyase coercitivamente" al vicecónsul en Buenos Aires en las
reclamaciones de éste al gobierno argentino. Leblanc como pronta medida dispuso
en octubre, al recibir las instrucciones, que la corbeta Sapho, al
mando del capitán Thibauer, y el bergantín D'Assas, del capitán
Daguenet, dejasen Río de Janeiro, apostadero de la estación naval en
Sudamérica, y se situasen en la rada de Buenos Aires.
El 30 de noviembre ambos buques están en la rada. Ese día Roger deja una
tremenda nota en el ministerio de Relaciones Exteriores. Comprendía varias
reclamaciones: que se pusiera en inmediata libertad al litógrafo César Hipólito
Bacle detenido desde marzo por un delito contra la seguridad del Estado;
también al cantinero Pedro Lavié, acusado de robar en Dolores al coronel
Antonio Ramírez; que se destituyese al coronel Ramírez por haber apresado a
Lavié; que se diese de alta a los franceses Pedro Larré y Jourdan Pons, que
cumplían servicios de milicia pasiva en Luján; y —como si no fuese nada— que en
adelante se diese a los franceses el trato de la nación más favorecida igualándolos
a los ingleses a pesar de no haber tratado que lo dispusiese.
[…] Sin negarse abiertamente, Rosas exigía un tratado de obligaciones
recíprocas. Por la índole y el tono de la nota, Rosas comprendió que Francia
aprovechaba la difícil situación argentina por la guerra con Santa Cruz y la
amenaza de una insurrección unitaria para obtener una fácil victoria
diplomática que levantase el prestigio de Luis Felipe en América, caído desde
el incidente con Jackson. O, en caso de no allanarse a las reclamaciones, una
ruptura que ayudaría a Santa Cruz.»
Tras varios meses «el ministro de Relaciones Exteriores Felipe Arana
—explica Alen Lascano— contestó en medulares conceptos que resguardaban la soberanía
nacional, el 8 de enero de 1838. El gobierno no podía "renunciar a los
principios en que se fundan las leyes del país, que usan respecto de los
extranjeros una liberalidad que ninguna parte de Europa ha dado ejemplo".
Enumeraba las garantías civiles y comerciales libremente aseguradas, sin reconocer
personería a un funcionario consular para efectuar reclamaciones de carácter
diplomático. Una concesión en la materia significaba para la Argentina
"no solamente menoscabar su soberanía, su independencia y su dignidad,
sino también reducir a los ciudadanos de la Confederación a una condición
mucho más triste y más degradante que aquella en la cual vivían como colonos
bajo la dominación española".
Era una cuestión principista que no negaba a Francia ningún derecho
siempre que fuera negociado contractual y diplomáticamente. Salvaba el
principio americanista de la igualdad de naciones sin medir "su debilidad
o su poder", haciendo caso omiso de amenazas.
Roger no aceptó la respuesta argentina y pidió pasaportes para
Montevideo. Entre tanto había encontrado nuevos motivos de agravio: un
curtidor de Barracas —Blas Despouys— cuyo negocio fuera clausurado por razones
higiénicas, reclamaba indemnización sintiéndose perseguido; y otro comerciante
—Salvador Garat— estaba también incorporado a milicias. Basado en estos
cargos, Roger solicitó la intervención del almirante Leblanc y confiado en el poder
de sus naves volvió a entrevistarse con Rosas, quien le respondió airadamente
que "los argentinos no se unirían jamás al extranjero", y si tomaban
medidas de fuerza sobre Buenos Aires "deberían contentarse con un montón
de ruinas".
Leblanc apostó su buque insignia frente a la rada porteña y desde allí
mandó un ultimátum: debía suspenderse la incorporación de franceses al
ejército, y tratárselos con la cláusula de nación más favorecida hasta tanto
se concluyera un tratado. Reclamaba las indemnizaciones a Despouys, y el
juicio inmediato a [Ramírez, el denunciante de] Lavié. El ministro Arana
consideró incompatible "la personería de un jefe militar al frente de una
escuadra" para discutir esos puntos. Allanarse significaría quedar "sin
la libertad necesaria para que la razón y no la fuerza conduzcan al
esclarecimiento de los derechos de la Francia y de esta República". En
caso de adoptarse medidas de guerra, "la responsabilidad de las
consecuencias no recaerá ciertamente sobre el gobierno argentino, ni las
naciones civilizadas dejarán de valorar justamente los actos que le privasen
del ejercicio y aplicación de los principios admitidos entre los pueblos
cultos."
"Esta respuesta —ha escrito Ricardo Font Ezcurra— que contiene los
principios básicos de la doctrina del cobro coercitivo o compulsivo de las
deudas internacionales, ha sido considerada como una exteriorización de la
barbarie rosista. Sin embargo, esta tesis de Arana bastó, algunos años más
tarde, para inmortalizar al Dr. Luis María Drago". Además, la Argentina no
se negaba a satisfacer las demandas siempre que mediaran una negociación
diplomática en regla y no la presión de los cañones navales.
[…] Rechazadas sus imposiciones, Leblanc declaró el 28 de marzo "el
puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República
Argentina en estado de riguroso bloqueo por las fuerzas navales
francesas". Pensaban derribar con el bloqueo la intransigencia rosista
pero ignoraban el poder moral de la posición nacional. Rosas informó del hecho
a las provincias el 12 de abril y pidió ratificación a su conducta "en
sostén de la dignidad, justicia y soberanía de la Confederación". Solamente
Santa Fe, bajo la influencia del ministro Domingo Cullen por enfermedad de
López, consideró reticente que el conflicto era consecuencia de leyes
bonaerenses, y el litoral no podía sufrir las consecuencias de un bloqueo
debido a causa ajena. Olvidaba lo establecido en el Pacto Federal, donde las
provincias se comprometían a concurrir solidariamente si una era atacada, y
"resistir cualquier invasión extranjera". Pero la posición de
Cullen, germen de traiciones posteriores aliadas a unitarios y franceses, no
hizo verano: el país reaccionó unánime contra la agresión, pese a los efectos
negativos del bloqueo en lo económico, con carestía, déficit aduanero y crisis
presupuestaria que obligo rebajas de sueldos y presupuestos educacionales,
criticadas por la miopía del antirrosismo como un agravio a la cultura.
También sometió Rosas el problema a la legislatura el 25 de mayo,
"para que considerando este asunto en la trascendencia que él tiene
respecto de la Confederación Argentina y de las demás de Sud América, se
pronuncie con la libertad y circunspecta detención que merece sobre la
conducta del gobierno, sujeta como todas las cosas humanas a error, y sobre si
se ha de sostener o no a costa de todo sacrificio, sin dispensar el de nuestras
vidas y haciendas, el sagrado juramento que hicimos ante Dios y los hombres de
defender la dignidad, soberanía e independencia del país hoy atacadas injustamente
por las avanzadas pretensiones de los señores cónsul y contralmirante
francés". Con magnífica rotundidad se hablaba por vez primera del trípode
nacional: dignidad, soberanía e independencia y se conjugaba un nuevo verbo en
las relaciones exteriores del país, mientras los adversarios sólo veían la
defensa de un feudo personal del patrón estanciero. ¡Y eran los estancieros los
más perjudicados por el bloqueo, privados de exportar carnes y cueros! Si
Rosas hubiera respondido a su clase social y a sus intereses económicos, en
lugar de sentirse obligado como gobernante nacional a estar por encima de
ello, hubiese aceptado las exigencias francesas.»
Por su parte, el imperialismo francés no disimulaba el objeto final de
su “política del garrote” (anticipando unos años a la del
yanqui Roosevelt), como bien lo explica Rosa: «Roger informa a Mole, desde
Montevideo, el 4 de abril, la declaración de bloqueo. Se hacía conforme a las
instrucciones y por el interés de dar a los americanos una prueba evidente del
poder francés. Nada mejor que "infligir a la invencible Buenos Aires un
castigo ejemplar que será una lección saludable a todos los demás Estados
americanos… La partida está empeñada y toda la América abre los ojos;
corresponde a Francia hacerse conocer si quiere que se la respete".»
Biografías consultadas
-Luis C. Alen Lascano. “Rosas”. Avellaneda. Cuadernos de Crisis. 1975
-José María Rosa. “Historia Argentina” tomo 4. Bs As. Oriente. 1974
Fuente