lunes, 3 de abril de 2023

El bloqueo a Buenos Aires de 1838

HISTORIA

EL IMPERIALISMO FRANCÉS EN ACCIÓN:

EL BLOQUEO A BUENOS AIRES EN 1838

Por Osvaldo Damián Cardozo

En 1830 la burguesía francesa derrocó al absolutista rey borbón Carlos X y en su lugar proclamó al liberal duque Luis Felipe de Orleáns. Nostálgicos del orgulloso pasado napoleónico, el nuevo rey y su gabinete de ávidos empresarios se embarcaron en una campaña imperialista con el propósito de resucitar el viejo poderío de Francia conquistando territorios y abriendo nuevos mercados fuera de Europa. Fue así que se lanzaron sobre Argelia, en el norte de África, llevando luego su agresión al continente americano. Pero Luis Felipe sufrió un duro golpe a su orgullo imperialista cuando en 1834 el presidente Andrew Jackson de Estados Unidos embargó propiedades francesas para cobrar una enorme deuda que existía desde la época de Napoleón Bonaparte. «Luis Felipe —dice José María Rosa— debió tragarse la afrenta y pagar fran­co sobre franco, porque los Estados Unidos tenían bastantes buques de guerra, y una guerra contra ellos debería meditarse dos veces.»

Para conjurar la humillación sufrida en el norte, en el mismo año de 1834, Francia celebró un tratado de alianza, amistad y comercio con la Confederación peruano-boliviana del mariscal Andrés de Santa Cruz, quien alentaba sus propios deseos expansionistas a costa de sus vecinos en el sur de América. El “Protector” andino supo explotar las rivalidades en el Chile de Diego Portales como en la Argentina de Juan Manuel de Rosas, apoyando con armas y dinero a los enemigos “pipiolos” (liberales chilenos) y unitarios rioplatenses.

«En noviembre de 1836 —continúa Rosa— Chile había declarado la guerra a las Estados del Perú; en febrero de 1837 la Confederación Argentina cerraba las fronteras de Bolivia. En ambos países se preparaban los ejércitos que habrían de llevar la guerra al mariscal Santa Cruz.

[Louis Mathieu] Mole, primer ministro francés en 1837, se pone en comunicación con el Protector de la Confederación Perú-boliviana en junio para bloquear los puertos de Chile; y simultáneamente —7 de julio— ordena al vicecónsul en Buenos Aires, a cargo del consulado —Aimé Roger—, no obstante, no tener jerarquía diplomática, que presentase algunas reclamaciones […] para "cuidar la dignidad y los intereses de Francia". En caso de no allanarse el gobierno argentino, "se dirigiese al comandante de la estación de servicio en Río de Janeiro, contralmirante [Louis] Leblanc, para pedir una fuerza naval frente a Buenos Aires". Se le anunciaba por la misma nota que el ministerio de Marina y Colonias había dado órdenes al contralmirante en el mismo sentido.» Era evidente que la estratagema francesa consistía en encontrar cualquier excusa para iniciar un conflicto con la Confederación Argentina y con Chile para hacer una demostración de fuerza y proteger a su aliado Santa Cruz, cuya política «es­taba afianzada —afirma Luis Alen Lascano— en concesiones co­merciales a Francia y en apoyar desmembramientos argentinos. En 1831 los restos del ejército unita­rio de Lamadrid habían encontra­do protección en Bolivia, y el salteño Facundo Zuviría escribió a Santa Cruz el 19 de diciembre, ofre­ciendo su provincia: "Todo se ha tentado infructuosamente, y ya no queda a aquella Provincia otro des­tino que el de ponerse bajo la pro­tección de Bolivia o sepultarse ba­jo sus ruinas".

Estos antecedentes hicieron te­mer que la autonomía jujeña cons­tituyera otro acto promovido desde Bolivia, y Quiroga e Ibarra, al co­nocer el asesinato de Latorre, an­ticiparon en febrero de 1835 su oposición categórica a "toda idea relativa a la desmembración de la más pequeña parte del territorio de la República". De ahí que Ro­sas se afanara en exigir buenos federales, insospechados, en los go­biernos de Salta y Jujuy. Ahora Chile terciaba contra Bolivia en pos del dominio del Pacífico, y por ins­piración del omnipotente ministro Diego Portales, declaraba la guerra el 11 de noviembre de 1836, mien­tras buscaba la solidaridad argen­tina.

El 13 de febrero de 1837 Rosas cortaba toda comunicación con el gobierno de Santa Cruz, y mientras exaltaba el espíritu patriótico de los pueblos del norte, el 16 de mayo designaba al general Alejan­dro Heredia como "Jefe del Ejérci­to Confederado de Operaciones". El 19 declaraba la guerra justifica­da en un extenso manifiesto. Des­pués de recibir abundantes pruebas de la connivencia unitaria con Santa Cruz, enviadas por Portales, Rosas dejó sellada la beligerancia argentino-chilena, aunque advirtien­do que sus operaciones no se diri­gían contra el pueblo hermano, si­no "contra el Tirano General San­ta Cruz”.»

Continuamos con José María Rosa: «Conforme a las instrucciones de Mole —que llevaban fecha 6 de julio, el día anterior a las enviadas a Roger— el ministerio de Marina francés ordenaba al contralmirante Leblanc que "apoyase coercitivamente" al vicecónsul en Buenos Aires en las reclamaciones de éste al gobierno argentino. Leblanc como pronta medida dispuso en octu­bre, al recibir las instrucciones, que la corbeta Sapho, al mando del capitán Thibauer, y el bergantín D'Assas, del capitán Daguenet, dejasen Río de Janeiro, apostadero de la estación naval en Sudamérica, y se situasen en la rada de Buenos Aires.

El 30 de noviembre ambos buques están en la rada. Ese día Roger deja una tremenda nota en el ministerio de Relaciones Exteriores. Comprendía varias reclamaciones: que se pusiera en inmediata libertad al litógrafo César Hipólito Bacle detenido desde marzo por un delito contra la seguridad del Estado; también al cantinero Pedro Lavié, acusado de robar en Dolores al coronel Antonio Ramírez; que se destituyese al coronel Ramírez por haber apresado a Lavié; que se diese de alta a los franceses Pedro Larré y Jourdan Pons, que cumplían servicios de milicia pasiva en Luján; y —como si no fuese nada— que en adelante se diese a los franceses el trato de la nación más favorecida igualándolos a los ingleses a pesar de no haber tratado que lo dispusiese.

[…] Sin negarse abiertamente, Rosas exigía un tratado de obligaciones recíprocas. Por la índole y el tono de la nota, Rosas comprendió que Francia aprovechaba la difícil situación argentina por la guerra con Santa Cruz y la amenaza de una insurrección unitaria para obtener una fácil victoria diplomática que levantase el prestigio de Luis Felipe en América, caído desde el incidente con Jackson. O, en caso de no allanarse a las reclamaciones, una ruptura que ayudaría a Santa Cruz.»

Tras varios meses «el minis­tro de Relaciones Exteriores Feli­pe Arana —explica Alen Lascano— contestó en medulares conceptos que resguardaban la so­beranía nacional, el 8 de enero de 1838. El gobierno no podía "re­nunciar a los principios en que se fundan las leyes del país, que usan respecto de los extranjeros una liberalidad que ninguna parte de Eu­ropa ha dado ejemplo". Enumeraba las garantías civiles y comerciales libremente aseguradas, sin reco­nocer personería a un funcionario consular para efectuar reclamacio­nes de carácter diplomático. Una concesión en la materia significa­ba para la Argentina "no solamen­te menoscabar su soberanía, su independencia y su dignidad, sino también reducir a los ciudadanos de la Confederación a una condi­ción mucho más triste y más de­gradante que aquella en la cual vi­vían como colonos bajo la domi­nación española".

Era una cuestión principista que no negaba a Francia ningún dere­cho siempre que fuera negociado contractual y diplomáticamente. Salvaba el principio americanista de la igualdad de naciones sin me­dir "su debilidad o su poder", ha­ciendo caso omiso de amenazas.

Roger no aceptó la respuesta ar­gentina y pidió pasaportes para Montevideo. Entre tanto había encontrado nuevos motivos de agra­vio: un curtidor de Barracas —Blas Despouys— cuyo negocio fuera clausurado por razones higiénicas, reclamaba indemnización sintiéndose perseguido; y otro comercian­te —Salvador Garat— estaba tam­bién incorporado a milicias. Basa­do en estos cargos, Roger solicitó la intervención del almirante Leblanc y confiado en el poder de sus naves volvió a entrevistarse con Rosas, quien le respondió ai­radamente que "los argentinos no se unirían jamás al extranjero", y si tomaban medidas de fuerza so­bre Buenos Aires "deberían con­tentarse con un montón de rui­nas".

Leblanc apostó su buque insig­nia frente a la rada porteña y desde allí mandó un ultimátum: debía suspenderse la incorporación de franceses al ejército, y tratárselos con la cláusula de nación más fa­vorecida hasta tanto se concluyera un tratado. Reclamaba las indem­nizaciones a Despouys, y el juicio inmediato a [Ramírez, el denunciante de] Lavié. El ministro Ara­na consideró incompatible "la per­sonería de un jefe militar al frente de una escuadra" para discutir esos puntos. Allanarse significaría que­dar "sin la libertad necesaria para que la razón y no la fuerza conduz­can al esclarecimiento de los de­rechos de la Francia y de esta Re­pública". En caso de adoptarse medidas de guerra, "la responsabi­lidad de las consecuencias no re­caerá ciertamente sobre el gobier­no argentino, ni las naciones civi­lizadas dejarán de valorar justamen­te los actos que le privasen del ejercicio y aplicación de los prin­cipios admitidos entre los pueblos cultos."

"Esta respuesta —ha escrito Ri­cardo Font Ezcurra— que contiene los principios básicos de la doctri­na del cobro coercitivo o compul­sivo de las deudas internacionales, ha sido considerada como una exteriorización de la barbarie rosista. Sin embargo, esta tesis de Ara­na bastó, algunos años más tarde, para inmortalizar al Dr. Luis María Drago". Además, la Argentina no se negaba a satisfacer las deman­das siempre que mediaran una ne­gociación diplomática en regla y no la presión de los cañones navales.

[…] Rechazadas sus imposiciones, Leblanc declaró el 28 de marzo "el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina en estado de riguroso bloqueo por las fuerzas navales francesas". Pensaban de­rribar con el bloqueo la intransi­gencia rosista pero ignoraban el poder moral de la posición nacio­nal. Rosas informó del hecho a las provincias el 12 de abril y pidió ra­tificación a su conducta "en sos­tén de la dignidad, justicia y sobe­ranía de la Confederación". Sola­mente Santa Fe, bajo la influencia del ministro Domingo Cullen por enfermedad de López, consideró re­ticente que el conflicto era consecuencia de leyes bonaerenses, y el litoral no podía sufrir las consecuencias de un bloqueo debido a causa ajena. Olvidaba lo estableci­do en el Pacto Federal, donde las provincias se comprometían a con­currir solidariamente si una era atacada, y "resistir cualquier inva­sión extranjera". Pero la posición de Cullen, germen de traiciones posteriores aliadas a unitarios y franceses, no hizo verano: el país reaccionó unánime contra la agre­sión, pese a los efectos negativos del bloqueo en lo económico, con carestía, déficit aduanero y crisis presupuestaria que obligo rebajas de sueldos y presupuestos educacionales, criticadas por la miopía del antirrosismo como un agravio a la cultura.

También sometió Rosas el pro­blema a la legislatura el 25 de ma­yo, "para que considerando este asunto en la trascendencia que él tiene respecto de la Confederación Argentina y de las demás de Sud América, se pronuncie con la li­bertad y circunspecta detención que merece sobre la conducta del gobierno, sujeta como todas las co­sas humanas a error, y sobre si se ha de sostener o no a costa de todo sacrificio, sin dispensar el de nuestras vidas y haciendas, el sa­grado juramento que hicimos ante Dios y los hombres de defender la dignidad, soberanía e independen­cia del país hoy atacadas injusta­mente por las avanzadas pretensio­nes de los señores cónsul y con­tralmirante francés". Con magní­fica rotundidad se hablaba por vez primera del trípode nacional: dig­nidad, soberanía e independencia y se conjugaba un nuevo verbo en las relaciones exteriores del país, mientras los adversarios sólo veían la defensa de un feudo personal del patrón estanciero. ¡Y eran los estancieros los más perjudicados por el bloqueo, privados de expor­tar carnes y cueros! Si Rosas hu­biera respondido a su clase social y a sus intereses económicos, en lugar de sentirse obligado como go­bernante nacional a estar por enci­ma de ello, hubiese aceptado las exigencias francesas.»

Por su parte, el imperialismo francés no disimulaba el objeto final de su “política del garrote” (anticipando unos años a la del yanqui Roosevelt), como bien lo explica Rosa: «Roger informa a Mole, desde Montevideo, el 4 de abril, la declaración de bloqueo. Se hacía conforme a las instrucciones y por el interés de dar a los americanos una prueba evidente del poder francés. Nada mejor que "infligir a la invencible Buenos Aires un castigo ejemplar que será una lección saludable a todos los demás Estados americanos… La partida está empeñada y toda la América abre los ojos; corresponde a Francia hacerse conocer si quiere que se la respete".»

Biografías consultadas

-Luis C. Alen Lascano. “Rosas”. Avellaneda. Cuadernos de Crisis. 1975

-José María Rosa. “Historia Argentina” tomo 4. Bs As. Oriente. 1974

Fuente

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