SOCIEDAD
Cinco motivos por los que no habrá ninguno igual
Por Mariano Narodowski
No hubo otro igual y es imposible
que lo haya.
Y no me refiero a sus características personales. A su empuje, a su
terquedad, a su "locura", a su amor apasionado por la Argentina o a
su grandiosa y generosa vanidad, la que le aseguraba tantos adversarios
evitables a la vez que le confería la visión de futuro propio por prepotencia
de trabajo.
Tampoco me refiero a sus evidentes cualidades intelectuales ni a
sus bastantes más discutibles capacidades políticas ni a su genialidad
literaria, ni a sus dotes de provocador social pre-punk, capaz de
insultar en una sola parrafada a la clase política y la alta sociedad porteña
casi al mismo tiempo que a los gauchos o a los indios. Alguien capaz de
soportar, sin bajar la cabeza, los insultos y los golpes de sus enemigos.
Mucho menos me refiero a sus redescubiertas presuntas dotes de macho
cabrío, mujeriego empedernido, pionero de la culpabilidad masculina en un
divorcio controvertido y culposo deudor emocional de su hijo a cuya muerte
debió llorar a la distancia y sin haber hecho las paces.
“Sarmiento representó la posibilidad
de articular al tradicional maestro de escuela con
el nuevo maestro asalariado del Estado”
No me refiero a la persona Domingo Faustino Sarmiento sino a la función
que cumplió en la historia, especialmente en la conformación de la escuela pública argentina.
Primero,
representó la posibilidad de articular al tradicional maestro de escuela con el
nuevo maestro asalariado del Estado, y regulado por una nueva pedagogía de
Estado. Su propia figura fue la garantía de ese cambio fenomenal: él mismo
la encarnaba para proyectarla al resto de los docentes a punto tal de
afirmar hasta el cansancio que siempre iba a ser un maestro de escuela
más allá de los altísimos cargos políticos que ocupase.
“Se
autoformó en los debates
pedagógicos,
ejerciendo la docencia, leyendo,
visitando
escuelas y publicando sus ideas”
Segundo,
y tan importante en la actualidad, Sarmiento equivale a respeto absoluto hacia
los maestros, en línea con la idea de Manuel Belgrano, quien había dictaminado
en su Reglamento que a los maestros de escuela se les debía reputar como un
Padre de la Patria. Eso no inhibió a Sarmiento de, varias veces, pronunciarse
críticamente hacia la docencia, pero lo hacía constructivamente,
profesionalmente, "desde adentro".
Tercero,
confirmó la necesidad de la preparación técnica para gobernar la educación y
subió la vara hasta lo más alto. Sin formación universitaria, Sarmiento se
autoformó en los debates pedagógicos de punta de aquel entonces de la
única manera en que eso es posible ayer y hoy: ejerciendo la docencia,
experimentando, leyendo la literatura pedagógica especializada, visitando
escuelas (argentinas y de cada lugar del mundo en el que le tocó estar) y
publicando sus ideas para confrontarlas con los demás. El resultado es que un
gobernante de la educación está para proponer política educativa, filosofía de
la educación, organización escolar y hasta métodos de lectoescritura con una
ambiciosa reforma ortográfica, como lo muestra Karina Galperin, quien también
me mostró dónde Sarmiento se autodefinía más como "educacionista" que
como educador.
“Era
parte de una dirigencia que sabía
que
gobernar implica no solo gestionar sino
también
perfilar un proyecto de país”
Cuarto,
Sarmiento no estaba solo. Formaba parte de una dirigencia (no solamente
política) que sabía que gobernar implica no solo ejercer el gobierno (o
gestionar, como se dice ahora) sino también, y al mismo tiempo, perfilar un
proyecto de país adonde dirigir los esfuerzos. En el caso de las generaciones
políticas e intelectuales de las que Sarmiento participó, este consenso terminó
siendo el efecto de un conjunto de conflictos no exentos de violencia. O sea, no
era un proyecto pacífico surgido de la serenidad de una tertulia literaria sino
la resultante de tensiones entre clases, grupos y facciones con suficiente
lucidez y reflexividad sobre su actuar como para proyectar y concretar un país
nuevo.
“Sarmiento
es el nombre argentino de la
igualdad
por la educación”
Quinto,
mostró cómo la escuela pública es el instrumento social central, hasta ahora
insuperado, para alcanzar al mismo tiempo equidad y cohesión social.
Sarmiento es el nombre argentino de la igualdad por la educación.
Sarmiento
no es Sarmiento: es el nombre que un proyecto educativo asumió para una época.
No está mal que no haya ninguno igual. Lo que hace falta es esa fuerza
colectiva para reconstruir otro proyecto superador al sarmientino. Su
nombre propio será un detalle.
El autor es Profesor de la
UTDT y Miembro de Pansophia Project
Fuente: Diario
Infobae (11-09-2017)
http://www.infobae.com/sociedad/2017/09/11/cinco-motivos-por-los-que-no-habra-ninguno-igual/