NOTA PERIODÍSTICA
Matanza
Digital
Una historia de especuladores, de leyes y funcionarios
La carne es el eterno debate
argentino. El asado que en otras épocas era el lugar de encuentro familiar y de
amigos de todos los fines de semana paso a ser, hace ya muchos años, un lujo de
principio de mes. Y si el pollo y el cerdo ganaron terreno en el último tiempo,
la carne de vaca es parte fundamental de nuestra cultura.
Por Profesor Sergio Laurenza (IPaHC)
La carne es el eterno debate argentino. El
asado que en otras épocas era el lugar de encuentro familiar y de amigos de
todos los fines de semana paso a ser, hace ya muchos años, un lujo de principio
de mes. Y si el pollo y el cerdo ganaron terreno en el último tiempo, nadie
puede negar que apenas tenemos unos pesos en el bolsillo volvemos a la vaca
como quién vuelve al primer amor. Dicho todo esto con todo respeto por aquellos
que adoptaron otras prácticas alimenticias, pero que en nuestro país siguen
siendo una selecta minoría. La carne de vaca es parte fundamental de nuestra
cultura.
Otro
elemento que también forma parte de “nuestra cultura” es la inflación y la
especulación. Prácticas que queremos y debemos desterrar, tienen una larga
tradición en nuestra sociedad. Hoy les vamos a contar una historia que les va a
resultar conocida.
En diciembre de 1803 el
Virrey del Pino hizo publicar un decreto que regulaba la venta de carnes en la
ciudad de Buenos Aires. Entre sus artículos se destacaba quienes eran los
reseros y matanceros autorizados para el abastecimiento y matanza de reses y
especialmente, establecía el precio de la carne según sus cortes y cuanto le correspondía
pagar de impuestos a cada uno de los componentes de la red de proveedores. Es
así que, en uno de sus artículos establecía:
“…Que de los diez y seis reales en que se ha regulado el valor
de cada res que pasase de tres años, se ha de sacar de aquí el medio real que
contribuye el matancero…real y medio que se cobra al medio del corral…..etc”
También establecía que parte de lo recaudado se destinara a la
compra de trigo que “ sirviendo de socorro á los labradores pobres, liberte al
público de los sobresaltos que ocasiona frecuentemente la alteración en mucha
parte arbitraria del precio de estos granos….”.
Es decir, el estado
establecía lo que llamaba un “posito o repuesto de trigo” que regulara el
precio.
El decreto también ordena al
“rexidor fiel executor” (funcionario público) que vigile que se cumpla con toda
celeridad este decreto y se castigue con severidad a los infractores.
En
julio de 1804 el funcionario Juan Ximenez de Paz hace notar una irregularidad.
Que habiéndose acercado el mismo a uno de los mataderos observó que se mataban
entre el 4 y el 8 de julio unos 487 animales, pero que posteriormente en los
registros figuraban 421, habiéndose producido una diferencia de 66 animales. Y
volviendo entre el 24 y 27 de julio se encuentre que, habiéndose matado 357
animales, el fiel de la semana solo registra 237.
Comienza allí una serie de
investigaciones que dan como resultado que los abastecedores de carne de la
ciudad están defraudando al fisco y que gran parte del ganado provisto a la
ciudad se realiza irregularmente. Se instruye entonces a los “rexidores” a que
tomen las medidas necesarias para solucionar el conflicto. Uno de los más
severos funcionarios y responsable de hacer cumplir la ley es Juan Ignacio
Ezcurra Ayerra.
Se realizan informes diarios,
se registran testimonios, se buscan responsables, el conflicto se extiende en
el tiempo y llegamos al 29 de noviembre de 1805, donde con el título de “Quejas
del fiel ejecutor por los abusos que pretenden cometer los abastecedores de
carnes” Juan Ignacio Ezcurra explica la situación.
En
este punto solo nos remitimos a transcribir lo que el fiel ejecutor escribiera.
Las conclusiones sobre el texto y las posibles interpretaciones que pudieran
relacionar al mismo con nuestro actual presente corren por exclusiva
responsabilidad de nuestros lectores:
“Cumpliendo con lo dispuesto por V.S….dónde está designado el
precio a los que los carniceros devían venderla; y aunque por esta razón desde
mi ingreso al ministerio he contraído mis más mayores cuidados para hacerla
cumplir y obserbar lo dispuesto en aquella instruzion , sujetar a los
vendedores de este renglón de abasto a no exceder del precio en ella designado,
han sido sin efecto mis esfuerzos; porque siendo esta una clase de jentes
inreductible a la razón, y en quien no concurren quizá las menores ideas de
utilidad y conveniencia pública, se consideran arbitrarios para imponer la ley
a su antojo al público consumidor en este renglón tan indispensable y
necesario. La más leve novedad en las estaciones les abre margen para exagerar
sus afanes y tareas, exponiendo escasez de ganado y suponiendo otras mil cosas
con la que pretenden alucinar y gravar al público; se hallan por otra parte
inbuidos de la idea de que en ellos está depositada la distribución de este
renglón de abasto, de que su arbitrio pende probeer al público; de hay es
que se juzgan en la absoluta libertad y no creen que haya autoridad que pueda
contenerlos…” Buenos ayres 29 de noviembre de 1805. Juan Ignacio de Ezcurra.(*)
Nuestra historia debe ser
memoria, y estos hechos tan antiguos, que dan cuenta de la relación entre lo
público y lo privado, entre el Estado y el comercio, entre los avivados y la
ley, sigue siendo el centro de los debates en el siglo XXI. Y para finalizar,
nuestro reconocimiento a Don Juán Ignacio Por ser un funcionario comprometido
con el derecho.
(*) Abastos de la ciudad y campaña de Buenos Aires (1773-1809)
Archivo General de La Nación.
Bibliografía consultada
Periódico Matanza Digital, 16 de
mayo de 2023.