REFLEXIÓN
EL UNIVERSO NO ESPERA
Hace un buen tiempo, con
soberbia antropocéntrica, llegué a afirmar que el universo podía esperar ante
la perspectiva de mi evolución personal. Era fácil pensar que el cosmos no
tenía apuro mientras yo me sumergía en la comodidad de mi propio ritmo. Sin embargo,
la realidad es otra: el universo no espera.
Si pensamos en el meteorito que
acabó con los dinosaurios, no fue solo un accidente cósmico. Ese evento marca
el fin de una era, pero también el comienzo de otra. La vida no se extinguió
por completo, sino que se transformó. El universo no cesa, se adapta, se
renueva, y las especies evolucionan con él. El planeta mismo, como un caballo
que se sacude para espantar los bichos molestos de su lomo, puede liberarse de
una especie que no logre sintonizarse con su vibración. Ojo...
Ya que algunos se empeñan en
soñar con escapar a Marte, sin antes ponerse a reparar los desastres producidos
por su civilización aquí en la Tierra, queda claro que la mentalidad que nos ha
llevado hasta aquí está extraviada. ¿Escaparnos? El cosmos no es un refugio. El
universo no espera a que la humanidad despierte de su gran siesta. Mientras nos
repantigamos en nuestra comodidad, sumidos en la inercia del pensamiento
mecanicista, el cosmos sigue su curso, ajeno a nuestra siesta indolente. La
Tierra no tiene tiempo para esperar que decidamos finalmente salir de la
caverna mecanicista y reconocer la vibración que nos conecta con todo lo que
nos rodea.
Muchos creen que el universo es
el resultado de una casualidad, de una combinación aleatoria de átomos. Y, al
mismo tiempo, se consideran la vanguardia del pensamiento y la racionalidad,
pensando que han superado las visiones primitivas o teístas del pasado. Pero,
en realidad, al atribuirle todo a esa casualidad, estamos deificando al azar.
Este principio al que tantos se aferran como a una verdad última es, en
realidad, solo una forma de ignorancia disfrazada de racionalidad. Si le damos
el poder de explicar todo lo que existe, estamos creando un dios sin darnos
cuenta. El azar, al ser considerado el motor del cosmos, termina ocupando el
lugar de lo divino.
Lo cierto es que es imperioso
cambiar nuestra percepción, abrir los ojos a una visión integradora que
reconozca que todo es energía, a diferentes niveles, y que no hay separación
entre mente y cuerpo, ni entre el hombre y la naturaleza. La fragmentación solo
nos ha llevado a la desconexión y al desastre ecológico, social y espiritual.
Es momento de ver el cosmos en su totalidad, de entender que somos parte de un
todo, no entidades aisladas. La evolución nos llama a integrar, no a dividir.
Silvio Rama