ACTUALIDAD
Nota Periodística Página 12
Sobre el regreso de Poné a Francella
La pedofilia como chascarrillo, 25 años después
Como
un signo de los tiempos, la violencia simbólica en horario central se entrelaza
con los ataques a la Educación Sexual Integral, en un contexto de retroceso de
derechos. La normalización del abuso en tiempos de neoconservadurismo.
Por
Dolores Curia
El regreso a una TV fuera de
época. Imagen: Archivo
En 2013, Telefé recibió
una carta documento en la que se pedía que se dejara de emitir "La nena", el
sketch en que el personaje de Francella coquetea con el de Julieta
Prandi, compañera de escuela de su hija. Era considerado "ofensivo" y
un modo de "promover
el acoso y el abuso sexual a menores".
Está a la vista
cuál es el clima de época que los programadores de Telefé olfatean, cuando se les ocurre competir
con Mirtha
Legrand en el prime
time de los sábados con un programa como Poné a
Francella. Y a juzgar
Video: https://www.dailymotion.com/video/x9camc4
A los 20, Julieta Prandi hacía de una chica de 13. Era llorona y
caprichosa, le gustaban las flores, los corazones. Como una Lolita, se mostraba
como una preadolescente en ese estado liminal. Pasaba de dormir con peluches, a ir a la matiné y de ahí, a tirar de la
cuerda del chiste verde con el padre de su amiga. La hija estaba
interpretada por Florencia Peña, quien esta semana cuestionó el reestreno en este
contexto.
Ojalá todo el problema de trasplantar un programa de ese estilo
fuera la pregunta de hasta qué punto atrasa temáticamente, sumado al despliegue
de toda su chabacanería.
Además de que hoy ese sketch constituye un delito, el punto es todo lo que ese reestreno dice
sobre el espíritu de la
época que nos toca.
En el último año,
Argentina se convirtió en el único
país del mundo que votó contra una declaración de la ONU sobre los derechos de
niñas y mujeres. Y eso no es un hecho aislado o un ‘’exceso’’. La misoginia, la restauración
neoconservadora y el discurso de odio son el corazón de lo que desde los sectores
gobernantes se llama batalla
cultural.
Uno de los
lineamientos instalados desde la campaña electoral y durante este primer año de
gobierno, es el de la negación
de la violencia estructural contra mujeres y la comunidad lgbti. Y esa
no fue solo una declaración de principios, sino que vino asociada la destrucción
de las políticas que en los últimos años, trabajaron en combatir esas
desigualdades.
La vuelta del ciclo
cómico del año 2000 protagonizado por Francella tuvo lugar la misma
semana en la que sin que se movieran las pestañas de la conversación pública
–más allá de lo publicado por este diario- se dieron de
baja cientos de contenidos que conformaban la caja de herramientas para que
docentes puedan abordar la Educación Sexual Integral.
Entre otros
cientos de contenidos que están bajo revisión o que ya fueron censurados, está
la canción Hay secretos. Si las
autoridades dicen que la letra adoctrina, es por que no la escucharon. O es que
en verdad no interesa lo que diga.
Uno de los
principales pánicos
morales que desde el neoconservadurismo se suele agitar contra la ESI es la
acusación de que introducir esos lineamientos en el aula colocaría a los niños
y niñas ante información para la que no están preparados. Cuando es exactamente
al revés.
No es un desvarío
de feministas. Son datos: según el Ministerio Público Tutelar de la Ciudad de
Buenos Aires, de los niños,
niñas y adolescentes de entre 12 y 14 años que fueron abusados, entre el
70 y el 80 por ciento de ellos pudieron comprender lo que padecieron, recién
después de recibir clases de ESI. El ejemplo de lo que pasó con la
canción del grupo Canticuénticos, Hay
secretos, censurada por el Gobierno, es perfecto para ilustrar
esto.
El mensaje de la canción es, literalmente, que hay secretos que se pueden
guardar y otros no: los que generan dolor. Ningún adulto puede obligar
a un niño a guardar un secreto que le provoque angustia y en ese caso se debe
buscar ayuda en, por ejemplo, una maestra.
La canción ayudó a atrapar a abusadores de niños,
no sólo en Argentina. El caso más mediático fue uno de 2021. En una escuela
neuquina, en la clase de música escucharon Hay
secretos y gracias a eso, una niña muy pequeña pudo reconocer que
había sido víctima de abuso y contarlo. Eso desató la investigación que terminó en la condena de
su abusador.
Lolita,
la novela de Vladimir Nabokov, viene al caso, ya que fue varias veces
invocada en estos días en redes sociales en defensa del regreso a la TV de Poné a Francella. Y así como da la impresión
de que nadie escuchó la canción Hay secretos antes
de prohibirla, es posible que tampoco se haya leído la novela publicada en 1955
antes de citarla como estandarte
de libertad de expresión o de libertad sexual.
Lolita, una púber que constituye el objeto de deseo del
protagonista en el libro, es varias veces representada como una víctima de secuestro y violación,
que siempre está tratando de escapar. El mismo Nabokov describía al
protagonista, Humbert-Humbert como
«una persona odiosa», y relataba su estadía en distintas instituciones
psiquiátricas. Además, el narrador le hablaba tanto a la audiencia como a un
hipotético jurado.
Lo cierto es que
ninguno de los siete hombres que guionaron Poné a
Francella es Nabokov ni por asomo. Y La nena no tiene demasiadas capas de lectura. No
le da ninguna vuelta de tuerca o cuestionamiento a la escena típica: un hombre de mediana edad que
revolotea alrededor de una estudiante secundaria, en una coreografía que se
da en este caso con la coartada de
que todo ocurre en una ‘casa
de familia’. Parte de la gracia del sketch es lo aburrido que Don Arturo -Guillermo
Francella- está de 'su señora' -Mariana Briski-, aunque en ningún
momento se le ocurra divorciarse.
Algunos de los
efectos cómicos surgen de que Don Arturo finge ante su esposa ser un Grande Pa. Y ante la hija -Peña-, se muestra
interesado en sus cosas. Todo con tal de acercarse a Juli.
Pasaron nada menos que veinticinco años y de vuelta podemos ver cómo, cada vez que
algún intercambio con doble sentido de manual se da entre el señor de la casa y
la nena visitante, Francella hace un gesto de complicidad con su audiencia. Mira hacia ‘abajo’, lanza el
latiguillo ‘Es una nenaaaa’. Y se señala la entrepierna, una marcación
genital sin el beneficio de la duda, para un tiempo sin metáforas.
Fuente consultada
Diario Página 12, La pedofilia como chascarrillo, Dolores Curia,13/enero/2025.