domingo, 16 de enero de 2022

Poesía

LITERATURA

Ilustración: Stevan Dohanos

El día en el que debería haberte dejado

Sé exactamente cuál fue

el día en el que debería haberte dejado.

Habíamos cenado, con copas y vino,

viendo una película a la que no le prestamos

demasiada atención.

Y cuando el sueño se había llevado a nuestro hijo

a su mapa celeste,

habíamos hecho el amor como se hace el poema:

cabalgando relámpagos.

En la cocina, con todas las luces de la casa encendidas,

como si los cuerpos fueran

una comparsa de lentejuelas contorneándose

en un desfile de carnaval.

Brillando en la insistencia del sudor

Resplandeciendo en la danza de las bocas.

Al otro día,

los platos estaban sin lavar.

El amor había sido el apremio

y los platos sucios sufrieron un segundo plano.

Vos te fastidiaste por mi desprolijidad.

No sé si fue dolor o desconcierto lo que sentí.

O ambos.

Te fastidiaste porque no me había quedado

barriendo el papel picado después de la fiesta.

Que había sido nuestra.

Que había sido tuya.

Porque yo me había desnudado en vos

y te había abierto mi cuerpo

como quien abre una casa de veraneo

que anhela las voces que llegarán

para empezar a vivir.

Te molestaste mucho por los platos sin lavar,

cuando yo todavía temblaba

porque sentía que esa noche

me había tocado el milagro.

Ese fue el día en el que debería haberte dejado.

No lo hice.

Lavé los platos tragándome las lágrimas

Y el desencontrado café del desayuno

borró con el codo

lo que las lentejuelas y las luces

habían escrito con la mano.

Ese fue el día en el que debería haberte dejado.

No lo hice.

Acepté las reglas de un juego que me convirtió

en una mujer triste

que hizo de la sonrisa forzada una coraza

y repite estoy bien

como un mantra de autoengaño.

Me pregunto por qué no te dejé ese día.

Me pregunto por qué no me amaba tanto

como te amaba a vos.

Raquel Graciela Fernández