HISTORIA & REFLEXIÓN
“¡Profesor, usted ha cometido un
error!”
Así irrumpió, sin rodeos, un
joven físico austriaco en el despacho del gran Gustav Kirchhoff,
uno de los sabios más respetados de la Universidad de Heidelberg.
Era el verano de 1870, y Ludwig
Boltzmann, de 26 años, se encontraba lejos de casa en su primer viaje
académico fuera de Viena.
Aunque ya era reconocido por sus
brillantes trabajos, seguía siendo tímido, reservado… hasta que las ideas lo
desbordaban.
Al asistir a un seminario del
matemático Leo Koenigsberger, Boltzmann resolvió con solvencia un
problema frente a una audiencia escéptica.
Koenigsberger quedó tan
impresionado que le preguntó si ya había visitado al célebre Kirchhoff.
Boltzmann dudó.
Había encontrado un error en su
trabajo reciente y no sabía cómo decírselo.
Koenigsberger lo animó a hacerlo
con diplomacia.
Pero Boltzmann no conocía la
diplomacia.
Entró directo al grano:
¡Profesor, usted ha cometido un
error!
Kirchhoff, alarmado ante aquella
entrada repentina y el tono austrohúngaro áspero y frontal, pensó que el
visitante estaba desequilibrado.
Pero luego de escuchar sus
argumentos, tuvo que concederlo: el joven tenía razón.
Así comenzó una de las mentes
más brillantes de la física a dejar su huella.
Con torpeza social, sí.
Pero con una precisión
implacable.
Porque hay momentos en que la
verdad no necesita adornos.
Solo valor.
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