CULTURA
NOTA PERIODÍSTICA
Conjeturas sobre el narrar
Bléfari y las grampas de escalar
Por Guillermo
Saccomanno
Imagen: Cecilia Salas
El imán fue el fragmento de un poema donde abrí “Música
equivocada”, de Rosario Bléfari: “A la que mostraba la parte tenebrosa/ la
echaban/ aunque sospecho que con menos alcanzaba”. En el autorretrato creí
intuir una a procedencia de su poética: “Me escondo y aparezco de la nada por
detrás de la nada. El tiempo no se quiere quedar quieto, quiere estar aquí y
allá casi al mismo tiempo de tan rápido que oscila, de tan todo lo quiere. Pero
no de inconformista sino de deseoso. Y lo mismo con el pensamiento, por eso
escribir como afirmar grampas de escalar”.
Al día siguiente
estaba buscando otro libro suyo. Y así los días subsiguientes. Porque suele ser
verdad, si una escritura se apodera de uno es que está tocándote una cuerda,
algo propio nunca antes percibido y que, sin embargo, estaba ahí, al acecho: es
decir, el poema como llave del ser. En los 90 ella era la voz cantante del
grupo “Suárez”, una irrupción en el indie. Bléfari a veces desafinaba, pero no
importaba tanto como su manera de componer y decir entre la melancolía, el
enojo y la ternura. Cantaba tanto el amor como el hastío, un cielo de mañana y
una lluvia, un aburrimiento y el entusiasmo. Sus temas eran el acá nomás, lo
que no vemos. También fue solista. Y esta parte creadora suya presenta un aura
quizás más íntima. A Bléfari, está visto, no es fácil encasillarla. En su
versatilidad hay un centro, la exploración de géneros diferentes como una chica
que observa intrigada un reloj y lo desarma, pero luego, cuando intenta
rearmarlo no puede. Y tampoco importa, porque en lo nuevo que arma los elementos
constituyen otra cosa. En una de esas porque la naturaleza del tiempo de los
relojes se le rehuye. Y se choca con la enfermedad, cercándola. Rilke sabía de
qué se trataba ese sentimiento: “Pues la belleza no es nada /sino el principio
de lo terrible”. Acabo de citar a Rilke y, me digo que la cita es una trampa,
en más de una ocasión una pose cultorosa y otras, las más, intenta ser la
prueba detectivesca para fundamentar tal o cual idea: no se encuentran las
palabras para expresar lo propio y se apela a las palabras de otro. Tal vez, me
digo, la mejor manera de arrimarse a la poética de Bléfari es un ejemplo,
citarla en una canción: “Llorando en la bicicleta/ se va haciendo de noche/ los
autos pasan muy cerca/ rozan mis piernas/ no veo el final de la calle/ no suena
el timbre y parece que suena todo el tiempo, / ¿Alegría dónde estás?/ ¿ Cómo
eras, cómo era sentirte ignorándote?/ Desconozco el barrio/ cruzo la avenida/ ¿
Adónde iba? Quiero ser como ellos/ unos miran y otros hacen/ unos hacen y otros
miran”. Tal vez haya que explicar su impulso de escritura en una anotación de
sus diarios: “Escribir algo que de pronto se tope con un párrafo y que debo
incorporar y rodear”. Es decir, una escritura que se encuentre consigo misma,
que en ella misma, a medida que avanza, se interna en búsqueda de su razón de
ser, el encuentro de su sentido. Pero, es así, pregunto, o se trata de una
interpretación ajena al texto.
Su poesía tiende a apuntar
revelaciones bruscas sobre tal o cual circunstancia, trátese de una impresión
de atmósfera o de una emoción en tránsito y también, como a su pesar, la
negación a aceptar pequeñas debacles y la revelación contra la chatura existencial
y, por qué no, un procurar revertirla, hacer belleza ahí donde no se la piensa
o pasa por alto. Es en este punto, en el despejar lo nublado, conviven una
percepción que puede ser infantil o naive pero también la
perspectiva desencantada, por qué no, de quien mira de frente el dolor.
Vuelvo en este apunte sobre la
compulsión magnética que me causaron sus libros, unos tras otros, a veces
subrayándolos, otras transcribiendo fragmentos, como si al copiar, escribir su
escritura, fuera posible acceder a un secreto. Entonces me lancé sobre sus
diarios. Allí, una forma otra de confesión. Bléfari registra con minucia
aquello que hace, aquello que le pasa y también lo que puede llamar su
atención, digamos, un vuelo rasante sobre la realidad que podría definirla.
Formas que pueden ser lecciones de vida donde impera un tono calmo cuya
sencillez anhela espiar otro lado. Así su atención puede centrarse en los
gestos y los objetos de lo trivial: la elección de un par de zapatillas que
combinan con un vestido, unos brócolis para acompañar un arroz, una tarjeta
Sube y un viaje en colectivo, y hasta el escribir puede ser parte de ese
absoluto que nos pasa desapercibido y es tan vida como la manía de escribirlo
todo. El diario surge entonces como dispositivo de urgencia mediante una lente
obsesiva, impasible y paranoica sobre la mismidad. Entonces uno se pregunta si
no reside en este mecanismo un anzuelo que supera el encapsulamiento de
literatura del yo: a Bléfari las etiquetas no le van. En todo caso, este cavar
en su interioridad traduce una búsqueda de sentido que, en su zigzagueo, no se
hace la distraída al registrar en el diario: “Por favor, continuemos con el día
de hoy, el verdadero. Angustia, tristeza, angustia./ Desolación. Sí, puede ser.
/ Fundamental, examen de conciencia. / Caminar y tomar el colectivo./ Irse
siempre, llegar a irse.” Hay un nudo en esta pormenorización de exigencias. Y
se llama cáncer. Bléfari, ni autocompasiva ni extorsionadora hacia quien la
lea, aparta la especulación con la enfermedad, una parte más de todas las cosas
que le preocupan y, en este punto, el dinero se impone como tensión recurrente:
cobrar una actuación, contar cuánto gastó en el chino, cambiar unos pocos
dólares, lo que habrá de pagar de alquiler, el sin fin de desventuras y
apremios que aquejan a quienes consideran su arte como fe sin importar el
riesgo. Una apostilla: no recuerdo diarios de escritores y pintores en los que
el dinero no sea todo un tema, el tema.
En el tramo final de su
enfermedad Bléfari, invoca la presencia de Olga Orozco, se recluye en la casa
paterna en La Pampa y aquí desborda en raptos creativos, un relampagueo
desaforadamente feliz a través de una multiplicidad de géneros y actividades
que comprenden el collage, la pintura, la poesía, la composición, todas
expresiones elaboradas como si fueran autónomas, pasando, por ejemplo, de un
poema a una canción. En simultaneidad inicia una averiguación sobre sus
orígenes ranqueles. No se tratan sus variaciones de caprichos sino de probar
diferentes canales existenciales. Porque el arte, en su credo, es
experimentación pura.
El “Diario de la dispersión”
concluye así: “Hoy vamos a encender el horno de barro y terminar de plantar las
flores que faltan. Por la tarde mis primos me traen el súper bombo. En este
momento entra el sol en la casa y promete un día más. ¡Vamos por un día más!”
Bléfari murió en el 2020 a los
cincuenta y cuatro.
Fuente consultada
Diario Página 12, Contratapa, 02-06-2024.
.https://www.pagina12.com.ar/741449-blefari-y-las-grampas-de-escalar