EFEMÉRIDE
Día de la Flor Nacional
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La flor de ceibo,
también denominada seibo, seíbo o bucaré, fue declarada flor nacional
argentina por Decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº13.847/42, del 22
de diciembre de 1942. Es una especie característica de la formación denominada
Bosques en Galería. Se encuentra en los cursos de agua, pantanos,
esteros y lugares húmedos. Por la vistosidad de sus flores se encuentran
cultivadas en paseos, parques y plazas. Fue declarada “flor nacional” en
Uruguay y en la Argentina.
Los datos biológicos
Su nombre genérico Erythrina es
de origen griego, de la voz “erythros”, que significa rojo,
atribuida por el color de sus flores. El nombre específico crista-galli,
también por la semejanza del color de las flores a la cresta del gallo. Su
altura oscila entre 6 a 10 centímetros, con diámetro de 0.50 cm. Fuste tortuoso
y poco desarrollado, corteza de color pardo grisáceo, muy gruesa y muy rugosa
con profundos surcos.
El ceibo es un árbol originario
de América, especialmente de la Argentina (zona del litoral), Uruguay (donde
también es flor nacional), Brasil y Paraguay. Crece en las riberas del Paraná y
del Río de la Plata, pero se lo puede encontrar también en zonas cercanas a
ríos, lagos y zonas pantanosas. Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se
utiliza para fabricar algunos artículos de peso reducido. Sus flores se
utilizan para teñir telas.
Cuenta la leyenda
Según la tradición oral, la
flor del ceibo nació cuando la Anahí fue condenada a morir, tras
participar en un cruento combate entre su tribu guaraní y el ejército invasor.
Hasta allí, la niña cantaba feliz en la selva, con una voz dulcísima, tanto,
que se decía que los pájaros callaban para escucharla. Pero un día
resonó el ruido de las armas. Se dice Anahí luchó tanto como pudo pero
que finalmente fue apresada y condenada a la hoguera.
Los soldados la ataron a un
tronco, amontonaron a sus pies pajas y ramas secas, y al rato una roja
llamarada la rodeó de fuego. Ante el asombro de los que contemplaban
la escena, Anahí comenzó a cantar. Era como una invocación a su selva, a su
tierra, a la que le entregaba su corazón antes de morir.
“Su voz estremeció a la noche, y la luz del
nuevo día pareció responder a su llamado: consumido el fuego, los soldados se
sorprendieron al ver que el cuerpo de Anahí se había transformado en un manojo
de flores rojas.”