NOTA PERIODISTICA
“Un libro de Alejandro Enrique
El caso Soto y los desaparecidos de La Matanza
El periodista e investigador reconstruye la vida de Delfor Santos Soto, una de las 335 víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico-militar. Fue militante peronista, deportista, escritor, periodista y gran animador del corso de San Justo. Lo secuestró un grupo de tareas y de sus últimos momentos solo se sabe que fue visto en el Centro Clandestino de Detención conocido como El Campito.
Por Laura Gómez
Delfor Santos Soto, el primero a la izquierda.
En La Matanza hubo 335 víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico-militar; Delfor Santos Soto fue una de ellas y hoy continúa desaparecido. El 21 de agosto de 1976 los Soto escucharon que alguien golpeaba la puerta de su casa en Coronel Díaz 10 (Ramos Mejía) al grito de “¡Policía!”. Delfor abrió y cinco hombres lo metieron de nuevo a empujones. Tras un breve interrogatorio se lo llevaron “por averiguación de antecedentes” con la promesa de liberarlo, pero su familia nunca más volvió a verlo.
¿Por qué La Matanza es peronista? Esa es la pregunta que el periodista e investigador Alejandro Enrique intentaba responder en un proyecto de 2011. Para ese trabajo entrevistó a Beatriz Ronchi –esposa de Delfor– y rápidamente descubrió que su relato era mucho más que un testimonio. “Después de cuatro horas de preguntas y respuestas, noté que Delfor era en sí mismo una historia destacable, con muchos ribetes que me permitían trabajar el personaje en forma individual porque tenía características singulares. Y la intuición no me falló”, dice el autor de El caso Soto. Biografía de un desaparecido en La Matanza (Che Ediciones).
Delfor era polifacético: fue uno de los primeros deportistas federados del partido, nadador, atleta, jugador de básquet, escritor, periodista, poeta y gran animador en los corsos de San Justo. Perteneció a la generación que militó la vuelta de Perón y llegó a la función pública por casualidad. “Militancia política en los años 70 era al principio una decisión personal que luego mutaba en un compromiso colectivo”, escribe Enrique, y en diálogo con Página/12 agrega: “Los jóvenes que se involucraban en política en esa época no decidían todo. Creo que la misma dinámica lo fue llevando hacia ese lugar y así fue como terminó siendo concejal”. Uno de los mayores aciertos de su trabajo es el abordaje en múltiples dimensiones: el militante político, el funcionario público, pero también el hombre de familia.
La biografía reúne jugosas anécdotas y frases memorables, como aquella respuesta de Julián Soto cuando su hijo le pregunta por qué son peronistas: “Mirá, Delfor, nosotros somos peronistas porque somos pobres y trabajadores”. Una explicación simple que revela el sentido de pertenencia a una clase, algo que en gran medida define al pueblo de La Matanza. “La territorialidad es clave. Cada matancero se siente identificado con su barrio pero eso se pierde a medida que uno se acerca a General Paz. En el segundo y tercer cordón existe un arraigo mucho más profundo a lo local: la panadería, la plaza, la sociedad de fomento, el club, la escuela. Ese sentimiento de pertenencia entre la gente y su territorio se consolidó en los ’40 y ’50 con el crecimiento de los pueblos a partir de la irrupción del peronismo. Y hoy sigue vigente”, destaca Enrique.
Alejandro Enrique
Además de las voces de quienes conocieron a Delfor, la correspondencia fue otro de los insumos importantes en la investigación. Si las anécdotas operan como hilo conductor y gran recurso narrativo, las cartas aportan el componente sensible necesario para aproximarse al relato desde el afecto. El caso Soto presenta algunas escritas por el protagonista en momentos de agobio, pero también una esquela desgarradora que Laura y Eva –sus hijas pequeñas– le dictaron a Beatriz luego del secuestro para pedirle a su papá que regresara. Enrique cuenta que en esa época la gente se tomaba el tiempo para escribir: “Las cartas eran una herramienta de comunicación y fueron muy útiles porque había detalles valiosos; ahí las personas escribían cosas que quizás no se animaban a confesar públicamente”.
El recorrido biográfico de Soto podría ser en muchos tramos el de cualquier habitante de La Matanza: nació en la actual Ciudad Evita, creció en una familia peronista de San Justo (el libro se presentó en aquella casa donde hoy funciona el Colegio de Abogados), trabajó un tiempo en la automotriz Chrysler, tuvo varios emprendimientos comerciales y desarrolló buena parte de su vida social en el club Huracán. Pero además formó parte de la Juventud Peronista que militó por el regreso de Perón, fundó junto a sus compañeros la Agrupación 9 de Junio y llegó a ser concejal.
Su lealtad no le impidió criticar los vicios de la burocracia municipal a través de ensayos o cuentos fantásticos, pero en 1975 lo forzaron a renunciar por interpretar esas críticas como un acto de insubordinación. La generación de Delfor reclamaba la vuelta del líder porque estaban los antecedentes de Rosas y San Martín, que no habían podido morir en su tierra. Enrique asegura que La Matanza aportó muchos dirigentes importantes para la resistencia peronista (Gustavo Rearte, Federico Russo, Magín del Carmen Guzmán y muchos otros que trabajaron en clandestinidad durante años). “Eso generó una gran efervescencia política y creo que Delfor terminó arrastrado por la corriente, la historia lo sorprendió en un lugar donde nunca había pensado estar. El 24 de marzo de 1976 y todas las víctimas de ese período fueron producto del 16 de septiembre de 1955. Ahí empezó el gran problema”, afirma.
La reconstrucción de las últimas horas fue una de las etapas más difíciles en el proceso de escritura, porque “para poder contarlo hay que imaginarlo”. El libro incluye un valioso testimonio de Graciela Chodie, por entonces una joven militante universitaria y compañera de cautiverio en el Centro Clandestino de Detención conocido como El Campito: ella fue la última persona que vio a Delfor con vida. “No era sólo la tortura física, la picana. Los prisioneros estaban aislados, encapuchados, mal alimentados y desmoralizados. Esto no puede ser tomado como algo intrascendente, es un dato categórico para entender que se buscó arrasar con un sector ideológico que participaba activamente y estaba comprometido”, dice Enrique.
Las voces que aparecen en el libro son fundamentales para comprender que en 1976 se activó un plan sistemático de desaparición de personas destinado a imponer una matriz económica, social y cultural de carácter liberal: “En la post dictadura hubo cierta relativización con la teoría de los dos demonios impulsada por Alfonsín o los indultos de Menem. Los militares no actuaron solos; tuvieron cómplices civiles que fueron los verdaderos beneficiarios de ese proceso”, señala el autor. La historia de la familia Soto forma parte de la tragedia de un país en su época más oscura; este trabajo es un aporte valioso para construir memoria y desmentir los discursos negacionistas.”