“La experiencia no la da el haber vivido,
sino el
haber reflexionado sobre lo vivido”
Juan Bautista Ambrosetti, el
naturista que supo dejar su huella
Por José Narosky
“La experiencia
no la da el haber vivido, sino el haber reflexionado sobre lo vivido”.
Hay una calle en
Buenos Aires y en varias ciudades argentinas, que se denomina Juan Bautista
Ambrosetti. Fue un gran naturalista argentino. Nació en Gualeguay, Entre Ríos,
en 1865.
Contaba su
padre, que con sólo 5 años, el niño pasaba las horas recortando de las
revistas, todo lo que tuviera relación con las distintas tribus indígenas que
poblaron nuestro país.
Con solo 20
años, recibido de Arqueólogo, se enteró que una expedición de naturalistas
partiría hacia el Chaco, región casi inexplorada entonces. Corría el año 1885.
Solicitó formar parte. Partieron un 23 de febrero de ese año.
Fue su primera
experiencia. Quedó fascinado.
En ese viaje, encontró
Ambrosetti, puntas de lanza, vasijas, viejas armas de los aborígenes de la
región, instrumentos con los que labraron la tierra, etc.
De estos
hallazgos dedujo, como vivieron esos hombres, si fueron guerreros, si cazadores
o pastores en las quebradas profundas.
Sus viajes se
hicieron periódicos. Comprendía bien, que aprender no siempre significa saber.
Pero es el camino.
Ambrosetti ya no
interrumpió jamás su noble tarea.
Y lo apasionó la
vida de un antiguo pueblo, al que estudió con profundidad y cariño: el pueblo
Calchaquí.
Ambrosetti
escribía así sus primeras impresiones:
-“En época
remota, allá, al noroeste de la república, desde el Aconquija hasta los Andes,
vivió un pueblo grande y numeroso, guerrero y artista, sufrido y viril. No fue
posible reducirlo. Hubo que destruir sus ciudades y desterrar a sus habitantes.
Agregaría
¡Cuánta grandeza arruinada, tan vasto y poderoso reino, pulverizado por el
tiempo y por los hombres!”
Y una anécdota.
Era proverbial
el cariño de Juan Bautista Ambrosetti por los animales. Estando en una ocasión
en la selva misionera, divisó un pequeño puma herido, cerca del campamento.
Se acercó
despaciosamente, lo acarició, limpió su herida y la vendó.
Al día siguiente
Ambrosetti regresó al lugar. El puma estaba aún allí. El investigador le trajo
alimentos que el animal comió lentamente. Ya estaba casi repuesto.
En ese momento
surgió de la espesura otro puma, pero de gran tamaño. Se dispuso a lanzarse
sobre Ambrosetti.
El pequeño puma
herido, se colocó delante del científico, como protegiéndolo. Y cuando el
agresivo y enorme puma atacó, el animalito herido lo enfrentó. El naturalista
no pudo hacer otra cosa que escapar.
Una hora
después, regresó armado y con varios compañeros, al lugar donde yacía, sin
vida, el puma herido, que había dado su existencia para salvar a su benefactor.
Es que el animal no conoce la ingratitud.
A los 52 años,
en 1917, cerraba definitivamente sus ojos Juan Bautista Ambrosetti.
Y este hombre,
este ser humano “diferente” que sentía que un sólo brote de verdad, justificaba
arar un desierto, trajo a mi mente este aforismo, que ya desde niño sintió
marcado su camino:
“Sólo podemos
transitar, nuestra huella”.
Fuente: Diario Ámbito Financiero, 28-mayo-2019.