El poder
corporativo de la Argentina, apoyado indisimulablemente por el poder imperial
que, con cada vez más dificultades y competidores, sigue predominando en el
mundo y en la región, ha obtenido una victoria histórica en las últimas
elecciones llevadas a cabo en nuestro país, que confirma el giro a la derecha
que esos poderes han venido consiguiendo no solo en estos parajes, sino también
en casi todo el orbe.
Lo más
significativo de ello es que ese giro, a todas luces perjudicial para las
clases populares, como ya se está evidenciando crudamente en nuestro país, ha
sido conseguido, en gran medida, con sus propios votos, lo que nos obliga a una
profunda reflexión que lleva, más allá de la política y de la economía, a
internarse en los territorios más primitivos de la naturaleza humana.
Se puede, sin
duda, sostener que no es necesario ir tan lejos, ni darles tantas vueltas al
asunto y que la explicación es mucho más sencilla y que está a la vista de
todos: Los otros “eran todos chorros” y había que echarlos como fuese. Sin
embargo, ese razonamiento primario choca contra otros dos datos de la realidad
que igualmente nos obligan a seguir indagando más.
Si esa fuera la
razón, como es posible que aún subsista una considerable cantidad de
conciudadanos dispuestos a seguir apoyando a los que “se robaron todo”?,
y por otro lado, como creyó una cantidad todavía mayor de electores
que aquellos que habrían de reemplazarlos garantizaban más honestidad y
transparencia en la función pública, cuando el escandaloso conflicto de
intereses en que se encuentran inmersos la mayoría de los funcionarios de la
alianza gobernante, fue público y notorio desde el inicio mismo de sus respectivas
gestiones?
Aquí viene,
entonces, la más explicación más habitual entre los que deben justificar su
derrota en las elecciones y que tiene que ver con el tremendo poder de los
medios hegemónicos de comunicación y su notoria parcialidad a la hora de instalar
la “realidad” y la “verdad” en la opinión pública. El uso de las comillas en
palabras que deberían ser virtualmente sagradas en una democracia, porque sin
ellas ésta resulta engañosa y ambigua, ya que, tergiversando sus contenidos
también se degrada y corrompe la subjetividad de los ciudadanos y
consecuentemente el resultado de las elecciones en que ellos deben participar,
me eximen de explicar que adhiero absolutamente a la crítica más severa que
pueda formularse a esos medios, cuya nefasta influencia en la opinión pública
solo puede ser defendida interesadamente por sus beneficiados, aliados y
súbditos.
Sin embargo,
pese a lo dicho, tengo para mí que nadie lee, escucha o compra lo que no
quiere, sino que uno abreva donde sabe que va a encontrar lo que quiere leer,
escuchar o comprar. Si no fuera así, como se explica la popularidad de
periodistas e intelectuales que imprimieron giros escandalosos en sus
posiciones y discursos públicos y que pasaron a trabajar, sin el menor tapujo,
al servicio de los que antes consideraban sus acérrimos enemigos, sin
que, al parecer, ello haya afectado un ápice su credibilidad, acrecentando, por
el contrario, la cantidad de sus seguidores?
Nadie duda
tampoco que el poder económico influye enormemente en el moldeo de la opinión
pública, principalmente mediante el sabotaje constante a todas aquellos
gobiernos cuyas medidas socaven mínimamente ese poder, con la sana intención de
beneficiar a las clases más desposeídas de la sociedad, chantaje permanente que
finalmente desanima y obliga a rendirse a los partidarios de esos gobiernos,
que como todos los seres humanos ansían un poco de paz y de seguridad en sus
existencias y que llegan así a la conclusión de que no tiene caso oponerse al
poder y que lo mejor es someterse a él.
Para no entrar
en nuestra historia más próxima y no contaminar el análisis con las
características personales de los líderes populistas más recientes y con la
incidencia que la corrupción de la que se acusa a sus gobiernos puede haber
tenido en las últimas elecciones, me limito a recordar la silbatina que
sufriera el “Padre de la Democracia” en su discurso en la Sociedad Rural y el
golpe económico que lo desalojara del gobierno, así como la salvaje reacción
que produjera el intento de aplicar la famosa resolución Nº125, época en la
cual aparecieron miles de pequeñísimos estancieros cuyas únicas tierras eran
las contenidas en las macetas de sus modestos balcones.
Y ya que estamos
hablando de radicales de verdad, recordemos que al Dr. Illia, al que nadie podía
tildar de corrupto, por lo menos en lo personal, aún cuando en lo político se
lo puede criticar duramente por haber participado de elecciones con el
peronismo proscripto, la muy famosa revista “Tía Vicenta” lo presentaba como un
viejo gaga dándole de comer a las palomas en la plaza, entre otras cosas no
enunciadas, porque impulsaba una ley que perjudicaba a la corporación de los
laboratorios, lo que terminó precediendo el no menos famoso golpe militar
liderado por el General Onganía.
Cualquiera
que hoy analice los números del gobierno del Dr. Illia puede descartar la
imagen de ineptitud que pretendió endilgársele, pero lo cierto es que ello
sirvió para eyectarlo intempestivamente del gobierno, lo que demuestra que al
poder corporativo poco le importa la corrupción de los gobiernos democráticos,
corrupción que por otra parte se encarga de provocar, sino que lo que no tolera
son los políticos que se atreven a rozar mínimamente sus intereses, legítimos o
no.
También puede
explicarse el resultado de las últimas elecciones y por ende, de la situación
actual, no tanto en los eventuales méritos de los ganadores, sino en el rechazo
y hasta el odio que algunos candidatos, como la ex presidenta, innegablemente
provocan en grandes sectores de la clase media, incluidos muchos de los que,
paradójicamente, resultaron beneficiados por sus medidas y que ya están siendo
perjudicados notoriamente por las actuales políticas neoliberales.
Al respecto,
pienso que este es uno de los puntos que debe analizarse más profundamente no sólo
porque confluyen en él muchos de los factores que ya hemos señalado hasta aquí “bastaría
remitirse, para ejemplificarlo, a la salvaje campaña mediática de que fuera
objeto la Dra. Fernández de Kirchner desde el principio de su gestión y al
permanente chantaje a que la sometiera el poder corporativo” sino porque
se vincula directamente, como decíamos al principio, a los territorios más primitivos
de la naturaleza humana.
En efecto, si un
sujeto totalmente desapasionado y neutral analizara la gestión, no sólo de su
gobierno, sino también de los otros gobiernos nacionales y populares
latinoamericanos que coexistieron con el suyo, no podría de ninguna forma
considerarlos menos exitosos que cualquiera de los otros gobiernos que se
sucedieron desde que la democracia retornara a la región, aún incluyendo en el
análisis los gobiernos neoliberales que fracasaron antes del período de los
gobiernos “populistas” y los actualmente ejercen el poder.
Basta para ello
comparar la forma en que terminaron los gobiernos radicales del Dr. Alfonsín y
del Dr. De la Rua y el neoliberal del Dr. Menen, con la forma en que lo
hicieron sendos gobiernos kirchneristas.
Si introducimos
el tema de la corrupción en dicho análisis, no puede dejarse de lado en el
mismo la notoria complicidad de los medios hegemónicos con el poder económico e
importantes sectores del Poder Judicial que exhiben un llamativo doble estándar
para juzgar la corrupción de funcionarios de los gobiernos “populistas” con la
de los neoliberales, que es mucho más descarada y sistemática que la otra y que
no parece generar ni el mismo escándalo mediático ni la misma persecución
judicial que la otra.
Por otro lado,
si acordamos que el poder económico y corporativo no tolera gobiernos que le
disputen su hegemonía, sólo cabe preguntarse qué sucede con los sectores medios
y aún parte de los bajos, que claramente han votado contra sus propios
intereses y que aún hoy se emperran en no reconocer su catastrófico error y
siguen perseverando en él y conservando una ciega esperanza, contra toda
evidencia.
Y hemos llegado
aquí al punto en que cabe preguntarse por las razones más profundas que han
llevado a grandes sectores medios, a dejar de lado una racional oposición
al poder corporativo, para someterse voluntariamente a él y contribuir así, a
su mayor concentración, en su consecuente perjuicio. No me toca a mí, sin
embargo, responder un interrogante que excede mis modestos conocimientos
sociológicos, pero me atrevería a sostener, en lo que respecta a nuestro
país, que no se le ha perdonado a una mujer ser la “mejor del grado”, no
disimularlo en absoluto e irritar así a los demás infantes, los que no han
podido tolerar la mezcla de admiración, envidia y rencor que les produce esa
exhibición impúdica y mucho más cuando esa misma mujer no ha tenido mejor idea
que empoderar a los de abajo. Porque esa es, en definitiva la verdadera
cuestión, como lo demuestran los indisimulados esfuerzos que realiza la nueva
administración para volverlos a su lugar.
Mucho ha
contribuido también al actual estado de cosas que la televisión haya
reemplazado a las aulas, que El Pueblo se haya convertido en La Gente, que el
marketing haya suplantado a la filosofía política y que el juego sucio se haya
impuesto como herramienta política desde los cacerolazos en la oposición hasta
el ejército de trolls en el poder. Porque hay que decirlo, hay, aquí y en
el mundo, un insólito regodeo en muchas figuras públicas, de distintas áreas y
actividades, en exhibir un grado de cinismo, grosería y egoísmo que linda con
una franca deshumanización, que deja de sorprendernos apenas advertimos
que hoy es sólo el dinero el que rige el mundo.
Francamente, el
panorama no es muy alentador, pero la Historia continúa y para bien o para mal,
estamos seguimos inmersos en ella y debemos asumir nuestra cuota de
responsabilidad.
Por Francisco J. Martínez Pería
Fuente: Diario NCO (16-11-2017) https://diarionco.net/blog/2017/11/16/la-historia-continua/